Los amigos de la Biblioteca la Bòbila de Hospitalet (Barcelona), que como saben está especializada en género negro y policial, han colgado en la red un magnífico monográfico sobre la colección argentina de novela negra “El Séptimo Círculo”, colección fundada por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares para la editorial Emecé, y cuyas portadas estaban realizadas por el ilustrador ítalo argentino José Bonomi. Se cumplen treinta años de la desaparición de la mítica colección, que tuvo tres etapas. En la editorial citada de 1945 a 1983; la Selección del Séptimo Círculo, de Alianza Editorial y Emecé que publicaron unos cincuenta títulos; y los ocho títulos que publicó el diario argentino La Nación.
El texto que sigue fue el que escribieron Borges y Casares, en 1945, para inaugurar la colección, pero el monográfico contiene otros textos interesantes que podrán consultar en el enlace que les pongo al final del escrito.
EL SÉPTIMO CÍRCULO
Por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares
El género policial es una de las pocas invenciones literarias de nuestro tiempo. La distracción suele confundirlo con un género menos riguroso y menos lúcido: el de aventuras. En éste, sin embargo, no hay otra unidad que la atribución de las diversas peripecias a un mismo protagonista ni otro orden que el aconsejado por la conveniencia de graduar las emociones del lector. (Recordemos los Siete Viajes de Simbad; recordemos las novelas que deleitaban a Don Quijote.) En cambio las ficciones policiales requieren una construcción severa. Todo en ellas debe profetizar el desenlace; pero esas múltiples y continuas profecías tienen que ser, como las de los antiguos oráculos, secretas; sólo deben comprenderse a la luz de la revelación final. El escritor se compromete, así, a una doble proeza: la solución del problema planteado en los capítulos iniciales debe ser necesaria, pero también debe ser asombrosa. Para complicar el misterio, le está vedado intercalar personajes inútiles, acumular cómplices o escamotear datos indispensables; también, le están prohibidas las soluciones puramente mecánicas: los electroimanes, que invalidan los fundamentos de la cerrajería; las veloces barbas postizas, que desbaratan el principio de identidad; las maquinarias de rodajas y piolas ,cuya explicación laberíntica excede las posibilidades de la atención; tampoco el novelista policial debe enriquecer la toxicología con venenos eruditos e imaginarios, ni dotar a sus personajes de inusitadas facultades hipnóticas acrobáticas, taumatúrgicas o balísticas.
En las novelas policiales la unidad de acción es imprescindible; asimismo conviene que los argumentos no se dilaten en el tiempo y en el espacio. Trátase, pues, a despecho de ciertas adiciones románticas, de un género esencialmente clásico. Hasta la muerte es púdica en las novelas policiales; aunque nunca está ausente, aunque suele ser el centro y la ocasión de la intriga, no se la aprovecha para delectaciones morbosas, salvo en ciertos ejemplos de la escuela norteamericana, que representan otra regresión hacia la novela de aventuras.
La tradición del género policial es nobilísima: Hawthorne lo prefiguró en algún cuento de1837; el ilustre poeta Edgar Allan Poe lo creó en 1841; lo han cultivado Wilkie Collins, Dickens, R.L. Stevenson, Kipling, Eça de Queiroz, Arnold Bennett y Apollinaire; recientemente, Chesterton, Phillpotts, Innes, Nicholas Blake. Cabe sospechar que si algunos críticos se obstinan en negar al género policial la jerarquía que le corresponde, ello se debe a que le falta el prestigio del tedio.
Paradójicamente, los detractores más implacables de las novelas policiales suelen ser aquellas personas que más se deleitan en su lectura. Ello se debe, quizá, a un inconfesado prejuicio puritano: considerar que un acto puramente agradable no puede ser meritorio.
Tan poderoso es el encanto que dimana de este género literario que apenas si hay obra policial que no participe de él, en cierta medida. También podría afirmarse que no hay lector que sea del todo insensible a esa virtud. Todos admiran la primera novela policial que leyeron; esta admiración, a veces pasmosa o injusta, constituye un involuntario homenaje al género.
Sin proponérselo, los tratadistas que han analizado la novela policial la perjudicaron, pues al insistir en el mecanismo del argumento -en el quién, en el cómo y en el porqué-. Han fomentado, o tolerado, la creencia errónea de que estas novelas no tienen otro valor que el de su argumento y que éste las agota. Quienes profesan esa creencia parecen olvidar que la novela policial es, ante todo, una novela, es decir una obra en la que tienen decisivo valor la psicología de los personajes, la eficacia del diálogo, el poder de las descripciones y el estilo de narrador. Una prueba del error de juzgar las novelas policiales por el solo argumento se manifiesta en la frecuente equiparación de obras esencialmente disímiles; así, El misterio del cuarto amarillo y La forma equívoca suelen citarse como dos versiones de un mismo problema -el del asesinato cometido en un cuarto cerrado-: esta asimilación, justificable desde un punto de vista, desconoce las vastas diferencias que hay entre Gaston Leroux y Chesterton.
De todas las formas de la novela, la policial es la que exige a los escritores mayor rigor: en ella no hay frase ni detalle ocioso; todo, en su decurso, propende al fin, para demorarlo sin detenerlo, para insinuarlo sin delatarlo, para ocultarlo sin excluirlo.
Por esta delicada dirección de las emociones y de los pensamientos del lector, cabría tal vez comparar este género con la oratoria y con el teatro. Sin embargo, no creemos presuntuoso recordar que la tarea del novelista policial es más ardua, ya que no se dirige a una muchedumbre pasiva y fácilmente sugestionable, sino a lectores aislados (siempre más perspicaces que el escritor, según la observación de Stevenson).
Hubo una época, ya felizmente superada, en que diagramas, planos y horarios unían sus generosos esfuerzos para exasperar al lector. De lo mecánico y topográfico se ha pasado, ahora, a lo humano. Las obras de Eden Phillipotts, de Nicholas Blake, de Robert Player, de Richard Hull, de Patrick Quentin y de Vera Caspary lindan con la novela de análisis psicológico; en las de Anton Chéjov, Graham Greene, Margaret Miller, Michael Innes, Cora Jarret y Lynn Brock prima una vehemencia trágica; las de Anthony Gilbert renuevan la venturosa tradición de Dickens; las de James M. Cain se distinguen por una insobornable dureza; las de E.C.R. Lorac, Milward Kennedy y Clifford Witting continúan y enriquecen la escuela ortodoxa; las de John Dickson Carr, cuyo protagonista, el doctor Fell, combina las personas del doctor Johnson y de Chesterton, juegan sabiamente con los terrores melodramáticos; las de H. F. Heard y las de Leo Perutz, con los terrores fantásticos.
Creemos, finalmente, que la novela policial ejerce una influencia benéfica en todas las ramas de la literatura; aboga por los derechos de la construcción, de la lucidez; del orden, de la medida.
Fragmento de Museo. Textos inéditos, de Borges y Bioy Casares. Buenos Aires: Emecé, 2002
Para bajarse el dosier o leer en línea:
http://es.scribd.com/doc/139682861/El-Septimo-Circulo-1945-1983
Periodista, fotógrafo, escritor e investigador.