Pocas horas antes de que Mas anunciara la pregunta y fecha de la consulta, Barcelona inauguraba el polémico simposio “Espanya contra Catalunya”. ¿Golpe de efecto o más leña al fuego? Personalmente, el título resulta del todo inapropiado porque efectivamente no ha sido toda España la autora o responsable de los agravios, discriminaciones y ofensas hacia Catalunya durante los últimos siglos: muchos ciudadanos españoles compartieron ideales democráticos (y republicanos en la Guerra Civil) con sus colegas catalanes y abominaron de la misma manera de los regímenes autoritarios de Felipe V, Primo de Rivera y Franco. Por lo tanto, el foro tendría que haberse bautizado de otra manera, “El Estado español contra Catalunya”, “Los gobiernos españoles contra Catalunya”, “El nacionalismo español contra Catalunya” o incluso “Castilla contra Catalunya”.
Además, también es cierto que en Catalunya muchos catalanes optaron por apoyar la causa golpista (la ‘quinta columna’, que diría Jaume Sobrequés), fuera por interés económico (empresarios/burgueses) u obligados por puro instinto de supervivencia ante un sombrío panorama de muerte, ejecuciones, encarcelamientos, represión y exilio. Y otros muchos catalanes respaldaron las tesis españolistas. Los psicólogos podrían meter baza a la hora de analizar ‘el autoodio’, fenómeno que se produce cuando uno, después de que le hayan enseñado y repetido hasta la saciedad que su lengua, cultura y tradiciones son menores o poco más que folklore regional, queda acomplejado y reniega de ellas.
Prohibiciones en Catalunya
Insistiendo en lo inapropiado del título, y sabiendo de antemano que en cuestiones de historia todo el mundo exagera y barre para casa, el importante matiz formal no invalida lo más mínimo el contenido de la iniciativa. Tanto los partidos que lo han llevado a la Fiscalía (C’s, UPyD y PP) por “incitar al odio” como los medios de comunicación de la caverna se han quedado en la superficie, incapaces de rebatir el fondo de la cuestión. Incapaces de aportar argumentos históricos que puedan contradecir la evidencia de un trato discriminatorio y ofensivo a Catalunya en todos los ámbitos con una larga lista de ejemplos. A bote pronto, la prohibición del catalán (el Rey dijo una vez que el castellano nunca había sido una lengua impuesta), la supresión de la Generalitat y demás instituciones catalanas propias, el fusilamiento sin juicio de un presidente elegido democráticamente como Companys o el hecho de que Barcelona haya sido la ciudad más bombardeada del mundo por el ejército español: en 1651 durante la Guerra dels Segadors, en 1705 cayeron 6.000 bombas en dos días, en 1842 fueron 1.014 proyectiles en 13 horas lanzados por Espartero como castigo a la sublevación civil, en 1843 (con el General Prim como verdugo), en 1909 la artillería se cebó contra las barricadas insurgentes en la protesta contra las quintas de Marruecos durante la Setmana Tràgica, el obús disparado por el general Batet contra la Generalitat el 6 de octubre de 1934 y, el episodio más sangriento: 44 toneladas de bombas en un bombardeo de 41 horas que incluyó 12 ataques masivos el 18 de marzo del 1934. Y la armada franquista bombardeó 118 veces Barcelona por mar y aire. Como anécdota, la larga lista de vetos iniciada por el Decreto de Nueva Planta (el 11-S en Catalunya no se conmemora una derrota sino la resistencia de Rafael de Casanova) incluye una prohibición surrealista que data de 1838: la prohibición de utilizar la lengua catalana en las lápidas mortuorias.
Pero no hace faltar tirar de memoria o hemeroteca para encontrar más casos flagrantes de “incitación al odio”: la recogida de firmas que hizo el PP por toda España contra el Estatut del 2006 (algunos de sus artículos mutilados o suprimidos se incluyeron posteriormente de manera literal en otros Estatuts como el de Valencia o Andalucía), el boicot al cava (más allá de suponer pérdidas, significó un aumento de ventas al exterior), el ataque el pasado 11-S a la delegación de la Generalitat en Madrid que se condenó con la boca muy pequeña (incluso el ministro Fernández Díaz llegó a decir que era producto del clima tenso en Catalunya y recordó las banderas españolas quemadas como si cada 6 de octubre no se quemaran banderas catalanas y esteladas en Montjuïc) o las perlas de esa mina de eruditos llamada Twitter con tres ejemplos tan recientes como miserables: la alegría de algunos ante los incendios de l’Alt Empordà del 2012 y los insultos y amenazas de muerte que recibieron los deportistas Alex Fàbregas y Roser Tarragó, el primero por decir que se sentiría más cómodo jugando con una selección catalana de hockey sobre hierba y la segunda, campeona del mundo de waterpolo con España, por ponerse el dibujo de una pequeña estelada en su cuenta de Twitter. La ley del embudo: para el PP todo eso forma parte de la libertad de expresión y no incita al odio. Pero organizar un simposio histórico, sí. Otra cosa: el discurso del odio (‘hate speech’) puede ser cualquier forma de expresión considerada como ofensiva a grupos minoritarios en cuestión de raza, etnia y religión y otras minorías discretas o hacia las mujeres. O sea que, conceptualmente, no tiene sentido aplicarlo en este caso porque ni España es una minoría ni los españoles un grupo minoritario.
Economía catalana
Sin olvidar las discriminaciones económicas hacia Catalunya, el 20% del PIB español (¿a alguien le importaría que se independizara Extremadura?), de ahí que la perspectiva de perder esta bicoca incite a la beligerancia y hostilidad. Unos cuantos datos comparativos rápidos para ilustrarlo: en la T4 de Madrid se han invertido 6.200 millones de euros, en la T1 de Barcelona sólo 1.285; Madrid dispone de 293 km. de metro ante los 123 de Barcelona; entre 1985 y 2005 en Madrid se han construido 600 km de autovía y en Barcelona 20. Eso sin contar el déficit de infraestructuras por una deuda reconocida por el Estado con Catalunya que roza los 6.000 millones de euros.
Nazismo e independentismo
Mención aparte merece la sarta de despropósitos y desfachateces surgidas a raíz del proceso independentista. En este sentido, destacan las amenazas de intervención militar, la amenaza de la supresión de la autonomía, la amenaza de prisión para Mas y Homs (por el simposio) y la escalofriante comparación del soberanismo con el nazismo. Ésta es una acusación particularmente grave, no sólo por la banalización y frivolización del infausto régimen de Hitler y la falta de respeto a sus víctimas sino por la deslegitimación de la autodeterminación, un derecho internacional público reconocido por la Carta de los Derechos Humanos y numerosas resoluciones de la ONU. O sea, una opción democrática, máxime cuando se ejerce de manera pacífica. ¿Es que hay algún motivo racional para oponerse a la independencia de Zambia o de España? Evidentemente, nada que ver con el proceso en Escocia.
Hace tres semanas, a raíz de la denuncia del CAC a Intereconomía y 13TV por asociar nazismo con independentismo, el mismísimo Rajoy se quedó tan ancho al proclamar que la decisión del organismo catalán era un despropósito porque la mayoría de españoles compartían esa visión. Como si él hubiera hecho encuestas para anunciar algo que, de ser verdad, resultaría terrible porque demostraría la falta de tradición democrática, la ignorancia y la capacidad de manipulación promovida por el nacionalismo español, en el que pervive un franquismo sociológico. Por otro lado, llevando al extremo la ecuación independentismo=nazismo, ¿también fueron nazis Portugal, Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Cuba o los demás países que se independizaron de España?
Simposio de Barcelona
Las cosas no suceden casi nunca por casualidad, y menos en política. El simposio de Barcelona ha significado la enésima cortina de humo (como Gibraltar o los Juegos Olímpicos) de un gobierno mordido por los sobres, la contabilidad en B, la ausencia de autocrítica y la imposición de leyes poco tolerantes y antisociales en las que ha convertido su mayoría absoluta en absolutista (LOMCE, huelga, seguridad ciudadana, reforma local). El contexto era idóneo: mientras el foro “Espanya contra Catalunya” levantaba ampollas, el alcalde de Badalona era absuelto por haber repartido folletines xenófobos contra la comunidad rumana (¿libertad de expresión o incitación al odio?), las víctimas del franquismo (régimen todavía no condenado por el PP ni por UPyd, supongo que no debía incitar al odio) presentaban una querella en Argentina, Alicia Sánchez-Camacho descubría ‘por sorpresa’ que su abogado fue un militar franquista involucrado en la ejecución de Puig Antich en el garrote vil y la ‘Marca España’ se desplomaba (no la Marca Hispánica, como todos sabemos, ya presente en el Deuteronomio).
La guinda del pastel la puso Alicia Sánchez-Camacho que, después de salir airosa del caso Método 3, anunció la futura organización de un simposio verdaderamente riguroso, “un foro de la verdad” (tiemblen cuando alguien se arroga la palabra ‘verdad’, de la misma manera que un medio de comunicación nace pensando que lleva “La Razón), que me hace pensar en aquello de “verdades como puños” y su imposición de la fuerza, su connotación violenta.. O en aquello de la mentira repetida hasta convertirse en verdad, el modus operandi del PP. Desde aquí le doy cuatro ideas-tópico que han calado en el nacionalismo español hasta transformarse en dogmas de fe especialmente aptos para la demagogia y el populismo: la Guerra Civil se inició en realidad en 1934, Companys fue un golpista, con Franco no había paro, el catalán es un dialecto inventado para fastidiar por un químico metido a filólogo (se refieren a Pompeu Fabra) y el castellano está perseguido en Catalunya. A ver cuántos historiadores internacionales de prestigio (sin contar el exanarquista Pío Moa) se adhieren a estos pensamientos. Por otra parte, si el simposio actual es una incitación al odio, ¿se imaginan el simposio de odio contra Catalunya que se debe practicar día a día en los colegios españoles negando el carácter de nación a Catalunya y rebajando el idioma catalán a dialecto?
En resumen, criminalizar el simposio “Espanya contra Catalunya” es una muestra de cinismo y de falta de cultura democrática de España, un país que, incapaz de juzgar un dictador, hizo un pacto de silencio y una pantomima llamada Transición y donde todavía no ha habido ninguna condena oficial del franquismo ni una memoria histórica. Los muertos todavía están en las cunetas o en fosas porque claro, la historia la escriben los ganadores. España no ha podido (o no ha querido) construir un sentimiento que compagine el legítimo orgullo de ser y sentirse español con el respeto al resto de sensibilidades, culturas y lenguas de la península. En su lugar se ha impuesto el nacionalismo español, el que pone de acuerdo PP y PSOE, el que no se reconoce como tal, el que ahora se refugia en el patriotismo constitucional (la Carta Magna como Biblia sagrada), el de Menéndez Pidal, el que desde hace siglos ha intentado infructuosamente perseguir, ofender y eliminar cualquier lengua o cultura diferente a la castellana (la catalana, la vasca o la gallega) a favor de una sola nación, una sola bandera, una sola patria, un solo himno, una sola lengua, una sola manera de ver las cosas. Monolingüismo cultural y lingüístico que nada tiene que ver con un mundo cada vez más plural y multicultural.
Nadie en Catalunya niega que España sea una nación, ni que España sea un país o una patria, ni que el castellano sea una lengua. Para este nacionalismo español intolerante y excluyente, Catalunya no es un país, ni una nación, ni una patria y el catalán es un dialecto. Como si la mera supervivencia de la lengua y cultura catalanas (pero también de las vascas y gallegas) fueran una mancha ignominiosa en el historial y mentalidad imperialista de España, un imperio que ya no es, que no ha superado la depresión de 1898, sin proyecto regeneracionista y atrapado en el lodazal de la corrupción y el bipartidismo. La derecha, a lo suyo (extrema), el federalismo a alimentar de aire su utopía y la supuesta izquierda progresista, la de Bardem y compañía que no duda en alzar banderas a favor de Palestina, el Tíbet o el Sahara occidental, con su silencio cómplice y su tenue (por vergüenza) pero también firme españolismo.
En una interesante entrevista en el debat.cat Juan Carlos Moreno Cabrera, catedrático de lingüística madrileño y, por tanto, garantía de rigor e imparcialidad, explica que “una cosa que está oculta es el nacionalismo de Estado. Que no se reconoce como tal porque se parte de la falacia de que, una vez establecido el Estado, en este caso, el español, se produce una superación de todas las diferencias étnicas e identitarias. No sólo el Estado no ha trascendido la cuestión nacional, sino que se basa en una nación, una cultura y una lengua concreta, que sigue siente la lengua castellana”.
Sí, la Generalitat subvenciona este simposio, igual que el PP subvenciona la FAES. Este simposio debería extenderse a toda España para que algunos aprendieran que quizás la historia que le han contado sea falsa. Aunque siempre es mejor refugiarse en la comodidad y cobardía de los prejuicios y escuchar opiniones que refuercen las ideas preconcebidas. Para ciertos partidos políticos y determinados medios, no se puede hablar de ciertos temas. Es tabú. No hay que reabrir heridas que, de hecho, nunca se cerraron. ¿No será que les avergüenza que se explique una realidad con la que están de acuerdo, no será que coinciden en hechos lamentables cometidos por personas con las que comparten ideales? Como el nacionalismo español odia todo lo que huela a catalán, piensa que el catalanismo odia España, como el nacionalismo español ha discriminado la lengua catalana, se ha creído que en Catalunya se persigue el castellano. El discurso oficial tiene manía persecutoria y un rígido esquema: cualquier oposición o cuestionamiento es victimismo. El refranero español es sabio: cree el ladrón…
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.