El oficio de tasador de felicidad no es sencillo. Se ha de contar en todo momento con que el cliente, por acusada que sea su tendencia a la deserción, debe al fin asentir al destino impuesto para cerrar el círculo y que, de esa forma, los requisitos se cumplan en armonía.
Hay que habituarse a las interrupciones con cualquier excusa, que arde la casa, que el collar aprieta demasiado, pues en general la gente prefiere sentirse más dichosa de lo reflejado en el medidor. “Ya sé lo que dice la tablilla” –es una objeción habitual- “no obstante, señoría, le recuerdo que yo poseo jabón, peine y espejo”.
Es buen recurso ayudarse de la psicología, y para evitar discusiones conviene rebajarse y no alardear de superioridad alguna. Es por tal motivo que antes de la licenciatura se nos amputa el pulgar de la mano izquierda. A mí, que soy zurdo, aunque por naturaleza y sin vicio, me costó tiempo agarrar la cuchara. Perdía comba en el almuerzo y a mi turno, cuando pasaba la olla, malograba la oportunidad. Adelgacé.
“Si la cosa se pone fea no vaciléis, exhibid el muñón”, aconsejaba el catedrático de Trivialidad Procesal quien, rebasando por exceso la ley, se deshizo de un pie y de la retina por un método que juró indoloro y que se negó a explicar, por lo que siempre hubo quien sospechara que el accidente fue imprevisto y sucedió en la calle, a la luz del día y con las botas puestas. Comoquiera que fuese, era digno de ver durante la procesión, cojeando entre los despojos, la mirada perdida en el estandarte y golpeándose contra los carros que conducían las sagradas imágenes.
Tampoco suele fallar el recurso de la lata de melocotón en almíbar con que sobornar al inspeccionado si en la última etapa del proceso padece nerviosismo o derrama en tierra caso de ser macho, síntomas lógicos pues es entonces cuando será catalogado, se le sentenciará y se le proveerá de uniforme y sambenito.
A la sensata prohibición de meditar acerca de la duración de la existencia y la finalidad del ser en el mundo hay que añadir, en el caso del tasador de felicidad, la de levantar la mirada de la máquina durante la cuenta, pues en un tris intentarán alterar la suma. Si no pueden acceder al folio rebatirán de palabra el resultado; el caso es negar, pero esto no importa mientras no se nos escupa ni se nos aproximen demasiado al hocico.
Debido a las responsabilidades del trabajo incluso nuestro descanso transcurre en las lindes de los caminos. Pasamos el almuerzo ajustando el detector, contemplando un paisaje, el de esta bendita comarca, que da idea de la limitación combinatoria de la naturaleza, que por aquí parece aburrida, y del enorme peso de lo muerto en los fenómenos. El mundo apenas emerge, se manifiesta ascético, próximo a la máscara: Un chucho reventado aquí, un baobab desguarnecido allá, algún cerro agobiado de fantasmas en la lejanía.
Y se recuerda mucho, pues no hay nada como una cuneta para evocar a la familia. Mamá, enterrada en la arena, comparable a un territorio mórbido, a un aluvión de abejas, a menudo sombría y ululante, o ahogando pajarillos en la laguna. Papá. Me parece verlo aparecer tras la nube, con la guirnalda de flores , impregnando la claridad con el trino de su flauta.
Pero no todo es campo. En el despacho, los domingos, se efectúa el retrato animal del sujeto, pulsando para ello la opinión de las autoridades locales, quienes por depravación exigen el cese de las pesquisas. Rabiosos, les pone a los maestros o al tonelero tener que opinar. Le obligarían a uno a exiliarse si no estuviera amparado por el salvoconducto y la Medallita del Amor.
Si sale como en el ensayo, el acusado se enfrentará a la voluntad divina, en una ordalía desbordante de fuego, pues este es el procedimiento si se rebasa el límite. Dios rehúsa. Siempre.
Las llamas chisporrotean con desgana hasta que se extinguen. El humo se enfría. Sabemos que semejante contratiempo debería evitarse, pero no se ha dado aún con la fórmula que involucre al Demiurgo en la ceremonia. Dicen que ahora, con la promulgación de la Ley de Sueños. Al fin, los hombres desenfundamos el mazo. El convicto queda solo. Es cuestión de calcular las fuerzas y saber dónde golpear.
Fuera ríen los vecinos y blasfeman las criaturas, los iris refulgentes invadidos por las brasas.
Cumplida la labor nos vamos a la carrera, sin pedir el albarán y a veces sin cabalgadura, pues ya es bastante duro marcarse un objetivo y lograrlo como para tener que vérselas con esposas o cuñadas agradecidas, quienes tienen, es sabido, un concepto agreste de la cópula.