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El escritor Erri de Luca (Nápoles 1950); dice que cuando trabajaba como albañil volvía a casa agotado pero le bastaba con escribir un folio para sentir que le había cundido el día. Aunque Erri de Luca se formó  de manera autodidacta,  muchas personas  que se inclinan por algún tipo de expresión artística, en este caso la literatura, al igual que él,  siempre han vivido  obligadas a trabajar en oficios ajenos al oficio;  y es desastroso que ahora destaque por encima de todo el pluriempleo en lo que por necesidad, solo unos cuantos trabajan.  Ahora bien,  las novelas de Erri de Luca, actualmente se traducen a varios idiomas y este autor de rostro gastado y mirada cansina, tiene la suerte de llegar a casa y comer de lo que escribe. Y yo me pregunto si todos los albañiles de España durante la temporada de vacas gordas se hubieran tomado el tiempo de escribir un folio todas las noches antes de acostarse, cuántos Erri de Luca habría parido este país; pero cuidado porque lo de Erri de Luca no es gratuito, obedece a una resultado por haber trabajado como albañil pero con las palabras y, aunque eso no siempre es una consecuencia, sucede que Erri de Luca tiene la suerte de  contar con algo que se llama talento, palabra tan difícil de calificar en estos tiempos, pues habrá quienes aseguren que se nace con talento y en tanto otros, se inclinen por  destacar que el talento es oficio y trabajo de construcción calculada como los edificios en manos de los albañiles;  esto último es, si tomamos un tren de larga distancia en reversa, también es el caso de Flaubert que a lo largo de su etapa de gestación, dada su reducida capacidad para escribir, luchó de manera encarnizada para reafirmarse como novelista. El primer manuscrito que tuvo Flaubert en sus manos  se convirtió en  la burla de sus amigos más próximos, los reunió en una habitación y los obligó a escuchar durante largas horas lo que él consideraba una obra de alcance literario,  pero tremenda fue su sorpresa cuando descubrió que a ninguno le había gustado aquello en lo  que él había invertido  su valioso tiempo; pese a ese  momento traumático, trabajó mañana tarde y noche para demostrarse a sí mismo de qué era capaz, sin embargo, como se suele decir: eran otros tiempos, la mecánica de trabajo de Flaubert ha quedado obsoleta, ya no se lleva, y hasta me arriesgaría a decir que para gran parte de las nuevas generaciones ha dejado de comportar un autor de estudio y de aprendizaje para convertirse al igual que  Chejov, Tolstoi, Kafka o  Virginia Wolf, por citar solo a algunos; en simples nombres anclados en las contraportadas de los libros de algunos escritores sin grasa, pues dicha comparación otorga un mayor nivel y, en algunos casos por arte de magia, nada por aquí, nada por allá, abrillanta lo ya escrito del inquieto autor novel y otros no tan nóveles. La mayor parte de estos nuevos autores ha escrito su novela en ordenador, supongo que la gran mayoría de ellos, y, más de uno publica en formato electrónico, más de uno ya vende sus libros en Amazon.com y más de uno o quizás más de diez, lee en soporte electrónico, más de uno terminará escribiendo para dispositivos telefónicos; porque empieza a imponerse una literatura más fragmentada, mínima, y que se ha vuelto presurosa  en su degustación; porque los tiempos así lo ordenan y porque ante ese dictamen no resta más que acatar; hay editoriales que son conscientes de que si no se suben al tren de la tecnología, más temprano que tarde lo tendrán todo perdido,  pero otras en cambio se preocupan por cuidar las ediciones en papel, es el caso de algunas  editoriales independientes que en su afán por ofrecer un producto de calidad con el fin de no seguir perdiendo a su público, acuden a una suerte de ruleta rusa para probar alty ver si acaso, en todo ese tráfico literario, en toda esa maroma de hijos sin padres,  en un momento dado salta la liebre.  Hace unos días se presentó en la librería TAIFA, el libro La tienda y la vida de Isabel Sucunza, (Pamplona, 1972) editado por Blackie Books y  aunque es evidente que parte de un interés por ofrecer un material narrativo muy acorde con estos tiempos espectaculares y  ligeros; el libro de Isabel Sucunza sin embargo, es una apunte que pese al tema que aborda,  no se eterniza en la frivolidad simplona, no queda en la tapa dura, ni  en la simpleza de la  anécdota,  sino que la analiza, la cuestiona; le otorga la categoría de vida, a la tienda en la que trabaja su protagonista. Si nos ponemos; es una realidad muy kafkiana hacer un trabajo que no gusta y para mayor desgracia, saber que no vas a entenderte con nadie en tu lenguaje literario, probablemente con ninguno de los clientes que entran a esa tienda ávidos de probarse ropa y comprar, clientes que te ahogan con cuestionarios que no vienen a cuento, de manos nerviosas  que te desdoblan las prendas y se largan;  clientes que aborreces con la mirada, que esperas no ver más, clientes que probablemente no hayan abierto un libro en su vida. No es comparable pero imagino que algo así le debe haber ocurrido a Erri de Luca mientras daba inicio a su jornada de trabajo con el pladur y la escayola,  cuando sabía que quizás no podría hablar de Flaubert o Maupassant con sus compañeros, simplemente porque no le iban a entender, y eso es muy duro, el joven Flaubert sabía de esas cosas.   Isabel Sucunza durante la gestación de este libro trabajaba como dependienta en una tienda de ropa y en sus ratos libres cuando se ausentaba el hormigueo multitudinario  leía todo lo que llegaba a sus manos, lo hacía  como una manera de sacarle ventaja a lo que dicta el sistema y escribía en un blog para hacer de esa experiencia una realidad online. Para el escritor Javier Pérez Andújar, que asistió a la presentación,  “La tienda y la vida es una lucha contra la alienación, es un libro interior. Yo soy de la misma trinchera que Isabel, asegura y enfatiza que  “es importante que el libro salga de un blog porque es un libro hilvanado y que no lo parece y la verdad de un libro, es más verdadera que la verdad de un blog”. Para Isabel “ha sido una fiesta inesperada, iba haciendo el blog en pijama, por las mañanas, sin periodicidad, pero claro cuando me propusieron escribir el libro yo pensé pero si no me conoce nadie… sin embargo acabó siendo un libro” retrato de la vida de una dependienta que piensa.  Repartido  en capítulos que suman doce días.   En él se encontrarán historias cotidianas en la que más de uno se sentirá identificado porque “escribir es un acto de reafirmación individualista. Lo que le pasa a los demás es una señal de lo que te está pasando en la vida”. Isabel vino a Barcelona más por obra del destino que por decisión propia, porque si por ella hubiera sido se habría quedado en pamplona leyendo en castellano a Baroja y a Unamuno,   pues se lo pasaba bien en la universidad; siendo libre, amaba el presente.  El trabajo como dependienta la ayudó a entender que hay cárceles en la vida a las que se le puede hacer frente pues ella encontró una manera de no alienarse y es que “un  dependiente que lee es más feliz”, al menos, para nosotros queda claro que también un cliente que lee podría ser más feliz, un cliente que no desdobla las prendas, que no cambia de posiciones los libros de las librerías  y un escritor que trabaja en otra cosa y que, antes de marchar a trabajar o cuando regresa a casa por la noche escribe, se ha conquistado asimismo.

—¿De qué trata el libro? —preguntó alguien del público durante la presentación

— De Oblomov, de Vila Matas, de Herzog, es como un dietario—dijo Isabel.

Un libro de muchas de lecturas, de muchos autores, un libro de la vida en una tienda; del trabajo y la vida.

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