El cadáver del anciano, de unos setenta años, yace en una habitación de la casa desde hace algo más de un año. Durante todo este tiempo, su familia ha ido ahorrando poco a poco para despedirle como manda la tradición. Han comprado varias cabezas de ganado, como cerdos y búfalos, que se disponen a sacrificar en una gran fiesta a la que acuden familiares venidos de todos los rincones de la isla y las gentes de las aldeas vecinas. El intenso olor a sangre, mezclado con el calor y la humedad, se hace insoportable. La visión de animales degollados con cuchillos al tiempo que emiten gemidos ensordecedores completan la escena. Las celebraciones se prolongan durante varios días. Son días de fiesta, alegría, cánticos, bailes…..y de sacrificios de animales. Después, el cuerpo del difunto es llevado por fin hasta el lugar de su descanso definitivo junto a sus antepasados.
Es el ritual funerario de la etnia de los toraja, que viven en la región Tana Toraja en el centro-sur de Sulawesi (llamada antiguamente islas Célebes), en Indonesia.
Indonesia es el país con el mayor número de musulmanes de todo el planeta: más de 120 millones de almas practican esta religión. Sin embargo, aquí perviven varias minorías religiosas como los budistas de la isla de Bali o las creencias ancestrales de los toraja. Aunque en su mayoría son cristianos, fruto de la colonización holandesa del siglo XX, los toraja mantienen sus creencias animistas pre-cristianas.
Sulawesi, una isla en forma de orquídea, es el hogar de los toraja desde hace siglos. Sus orígenes son inciertos, aunque probablemente proceden de la actual Camboya. Su población ronda los 650.000 individuos. Viven en pequeñas aldeas, rodeadas de majestuosas montañas y de una densa selva tropical y se dedican al cultivo de arroz.
Los toraja, que significa “personas de las tierras altas”, son uno de los grupos étnicos más distintivos y singulares de toda Indonesia. La vida de éstos ha girado siempre entorno a la muerte. Rinden culto al búfalo, animal sagrado símbolo de poder y riqueza, y creen en la vida en el más allá. Deahí la importancia de los ritos funerarios en el complejo universo toraja. Si el difunto queda satisfecho, velará y protegerá a sus familiares desde su otra vida.
Según la tradición de los toraja, tienen que pasar por lo menos tres meses desde la muerte de una persona hasta el inicio de los funerales. Pero el tiempo exacto para la celebración de los ritos funerarios lo marcará la capacidad económica de cada familia. Así, un cadáver puede estar incluso años sin recibir sepultura definitiva si la familia no ha reunido el dinero suficiente.
Cuando una persona muere, se le extraen los intestinos, se limpia el cuerpo, se taponan los orificios y se amortaja. El cadáver del difunto espera en una habitación de la casa familiar hasta la llegada del gran día, el día en que su alma viajará hasta el más allá. Puesto que hasta ese momento se encuentra todavía en el mundo de los vivos, se le considera una persona enferma y se le da de comer tres veces al día.
Una vez que la familia cuenta con el dinero necesario, comienzan los preparativos para el funeral. Se construye un altar, donde reposará el cadáver, y un edificio principal en el que la familia recibirá las ofrendas de los invitados a la ceremonia –animales para el sacrificio- en señal de respeto.
Los ritos funerarios de los toraja son impactantes a los ojos de los occidentales. La ceremonia tiene lugar en la plaza principal de la aldea, frente al altar y al edificio construido expresamente para la ocasión. Los invitados, que visten ropas típicas, ocupan las diferentes tongkonanes o casas tradicionales, unas curiosas viviendas con el tejado de bambú en forma de barca o de cuernos de búfalo (depende de las diferentes teorías) y en las que predominan los colores fetiche para los toraja: rojo –símbolo de sangre-, negro -representación de la muerte-, blanco –el color de los huesos- y amarillo –que significa la bendición divina-.
En el centro de la plaza, decenas de animales atados a gruesas cañas de bambú, esperan su turno para ser sacrificados. Mientras, algunos hombres más trayendo más y más animales hasta que la plaza se asemeja más a un mercado de cabezas de ganado que a un funeral. Comienza el sacrificio. Los gemidos de los animales son desgarradores. Poco a poco, la tierra se tiñe de rojo ante el júbilo de los presentes. Es una auténtica orgía de sangre. Una vez degollados, los animales son descuartizados allí mismo. El color ocre de la tierra desaparece bajo un manto sangre.
De acuerdo con el universo toraja, las almas de los difuntos no pueden ir a puya, al cielo, hasta que no se hayan completado los ritos funerarios. El sacrificio de búfalos es importante ya que las almas de estos animales sagrados acompañaran al difunto en el más allá.
Terminadas las ceremonias, el cadáver del difunto es conducido hasta el lugar de su descanso definitivo, la roca sagrada, donde reposan sus antepasados. Las tumbas, abiertas en la roca, están presididas por los tau-tau, una efigie de madera tallada que representa a la persona fallecida y que, incluso, lleva las ropas y las joyas de ésta. Desde lo alto de la roca, da la sensación de que los tau-tau le miran a uno de forma desafiante. Su visión es fantasmal.
El funeral toraja es uno de los acontecimientos sociales más importantes en esta cultura. También económico, ya que supone la ruina para muchas familias que se endeudan durante años para poder cumplir con la tradición y ofrecer al difunto una despedida acorde con su status.A quienes no se les rinde el típico funeral toraja es a los niños que han fallecido antes de que les salgan los dientes. Los toraja creen que a tan temprana edad siguen perteneciendo a la madre naturaleza. El cadáver del pequeño es enterrado en el tronco de un árbol y a través de este viaja hasta puya, el cielo.
Periodista.