Introducción al cuaderno
Tengo por costumbre agrupar estas notas en cuadernos bianuales. No hay ninguna pretensión en ello, pues cada artículo tiene su propia entidad. Simplemente se trata de retratar la coyuntura. El cuaderno anterior lo titulé “Cuaderno pandémico”; no sólo porque, cuando lo inicié, la COVID aún estaba bastante activa, sino porque después vinieron la guerra y la inflación, y me pareció que también se podían considerar otras variantes pandémicas. Llevo días dándole vueltas a qué nombre poner a lo que espero escribir los próximos dos años, y al final he optado por un título que refleja la época. Pues locuras son las políticas económicas dominantes —por más que las propongan sesudos y apoltronados individuos— y su total inutilidad para hacer frente a los problemas sociales y ecológicos que afectan a la humanidad (aunque siempre hay minorías que se consideran protegidas de los mismos). También lo podría haber titulado “Cuaderno criminal”, pues muchas de las acciones que generan tanto sufrimiento obedecen a visiones del mundo que justifican intereses privados inconfesables. He optado por “locuras” porque me parece menos truculento. Aunque, al final, el resultado variará poco, pues el mal que se provoca es enorme.
Insensatez n.º 1: los bancos centrales lo conseguirán
Desde que se desató el último proceso inflacionario, los bancos centrales han recuperado sus políticas monetarias ortodoxas. Los halcones vuelven a estar en el centro de la toma decisiones. Han decidido, con la dejación de políticos y tecnócratas del resto de las instituciones, que a la inflación hay que combatirla a cañonazos, con subidas de tipos de interés persistentes cuyo único objetivo es generar una recesión que provoque caídas de precios. Poco a poco lo están consiguiendo; países como Alemania ya han experimentado algunos trimestres recesivos. Y el parón de la economía mundial empieza a ser noticia habitual en las secciones de economía de los canales informativos. Aunque también se está produciendo una moderación en los aumentos de precios, para estos jerarcas de los bancos centrales sigue pareciendo insuficiente. En la reunión de dirigentes en Jackson Hole (Wyoming, USA) han optado por seguir la presión. Cuando la recesión sea generalizada, el siguiente paso será forzar políticas de ajuste que no harán más que agravar los costes sociales y la imposibilidad de hacer frente a las transformaciones estructurales que exige el cambio climático.
Es una política que ignora las verdaderas causas de la inflación y que, por tanto, resulta inadecuada para hacerle frente (a menos que se concluya que provocar una neumonía o la muerte del paciente es una forma adecuada de combatir la gripe). La inflación tiene, sin duda, efectos nefastos en materia de distribución de la renta (para los grupos sociales que no pueden indiciar su renta a la subida de precios) y de generación de tensiones.
Hay ya bastantes análisis que muestran que, en la inflación actual, han operado desajustes de las complejas redes de suministros del capitalismo global y, sobre todo, un aumento en algunos casos escandaloso de los márgenes de beneficios de algunas empresas y sectores. Este es, por ejemplo, el resultado de la investigación del Banco de España en la que se destaca la brutal subida de márgenes de los proveedores energéticos y las refinerías, así como un destacado aumento en el transporte y el comercio al mayor. El resto de los sectores simplemente han mantenido márgenes (o experimentado leves retrocesos). Por tanto, si de verdad preocupara la inflación, se operaría sobre aquellos sectores o empresas que la están alimentando, en lugar de promover respuestas generales que acaban afectando a todo el mundo. Es curioso, además, que en el estudio reseñado no se incluye al sector financiero (el gran protegido de los bancos centrales), que es a todas luces uno de los beneficiarios de la subida de tipos y de la ampliación de márgenes.
Las políticas de los bancos centrales siguen varadas en los viejos modelos económicos que se implantaron con las reformas neoliberales. Son, a la vez, el producto de los prejuicios de los tecnócratas y de los intereses a los que están ligados, particularmente del capitalismo financiero (sector que, por vías diversas, más protegido está). Al mismo tiempo, hace años que sabemos que es el mayor productor de los sobresaltos que experimentan periódicamente las economías capitalistas.
Insensatez n.º 2: la inacción frente al cambio climático y la crisis ecológica
La crisis ecológica es ya una evidencia para la mayoría de la población. Y puede tener impactos a corto y medio plazo para el funcionamiento de la economía convencional. Esta misma semana se ha publicado que el descenso del nivel de agua en el canal de Panamá está propiciando otro tapón logístico que afecta a la circulación global de mercancías. Y hace unos días otro informe daba pistas sobre los cambios en los flujos turísticos que pueden afectar a muchas zonas de monocultivo vacacional. Son sólo dos ejemplos de los impactos múltiples, de los efectos bumerán que genera el modelo productivo dominante. Cualquier política sensata debería concentrarse en implementar políticas orientadas tanto a evitar los impactos del cambio climático en marcha como a impedir que la situación se siga degradando. Pero esto, más allá de la retórica, no forma parte del núcleo central de las políticas que se están desarrollando.
En los últimos meses, más bien, se está experimentando una marcha atrás, con las numerosas presiones para “moderar” la política medioambiental europea, retrasar la descarbonización. En suma, mantener las cosas como están. Siempre se puede empeorar, como ha hecho el Gobierno británico autorizando nuevos yacimientos petrolíferos, o como, a escala local, están haciendo muchos ayuntamientos en España —incluido el de Barcelona, en manos del PSC—, revirtiendo las tímidas medidas anticoche iniciadas por sus antecesores, o planteado nuevas medidas para fomentar la especialización turística.
Cada vez es más evidente que la crisis ecológica tiene múltiples y potencialmente graves consecuencias. Parece increíble que, cuando se acumulan tantos indicios en forma de sequías, olas de calor, incendios forestales incontrolables…, y cuando hay buena información científica que lo explica, exista tanta incapacidad de reaccionar o se siga confiando en que finalmente la magia tecnológica resolverá la cuestión.
Ideologías y estructuras
He destacado estas dos cuestiones porque son de rabiosa actualidad y van a estar presentes en los avatares de los próximos meses. Pero la lista puede prolongarse en otros muchos campos: las políticas migratorias, las de vivienda, las de las drogas. Se reiteran el mismo tipo de respuestas, por más inútiles que resulten.
Los líderes políticos y tecnocráticos que controlan las instituciones son insensatos porque son incapaces de reconocer la inadecuación de sus políticas, y se desentienden de los efectos nefastos que provocan. Pero su insensatez no es el resultado de una debilidad mental, sino de la combinación de sus posicionamientos ideológicos y las presiones de las estructuras de poder económico. Su ideología es adquirida a lo largo del proceso de formación, de trabajo en espacios profesionales cerrados que acaba construyendo una visión del mundo y generando unas rutinas profesionales. Sin transformar estos procesos de formación, selección, promoción, es difícil esperar que más allá de alguien con una mente lúcida y con arrojo profesional (rara avis que habitualmente acaba severamente reprendida por sus iguales y castigada al ostracismo) puedan desarrollarse cambios sustanciales. Sin alterar las estructuras de poder, cambiar muchas reglas de juego, los poderes económicos seguirán actuando con total impunidad e imponiendo sus intereses particulares en el funcionamiento habitual de las instituciones. Por eso hace falta una acción política que contemple a la vez los procesos de reproducción técnica e ideológica y el ataque a los mecanismos de poder. De esto va la sensatez.
*Publicado originalmente en mientrastanto.org
Barcelona, 1949. Economista, profesor y activista social. Profesor de Economía en la Universidad Autónoma de Barcelona. Especialista en Economía laboral. Miembro del equipo editorial de la Revista de Economía Crítica y de la revista digital Mientras Tanto.