Nora tiene frío, no entiende qué le está pasando pero le asusta. Hay un montón de personas a su alrededor, todas con bata y un gorro pequeñajo, guantes e incluso bolsas encima de los zapatos. Son todos muy raros y eso aún le pone más nerviosa. ¿Pero qué está haciendo ella allí? Alguien se acerca a ella, parece una mujer por la voz que tiene, pero también lo duda. Le pone una mano en la frente y con la otra acaricia su delicada mejilla. Le dice que ahora tiene que dormir un ratito y que ella estará a su lado, cuidándola. La supuesta mujer acerca a su carita una máscara que huele fatal, entonces Nora se queja, se retuerce y se la intenta quitar. No le da tiempo a más, enseguida se queda dormida.

No sabe cuánto tiempo ha pasado, pero su mamá la está mirando agachada junto a la cama, como cuando se marchó de viaje por trabajo aquella vez y dijo que habían sido dos semanas. Sin embargo, Nora no recuerda haberse marchado a ninguna parte y tampoco que lo haya vuelto a hacer su mamá. Le duelen las muñecas y también la cabeza, así que cierra de nuevo los ojitos. Escucha murmullos alrededor y a su mamá llorar, Nora cree que es mejor volverse a dormir.

¿Pero por qué han hecho eso con su precioso pelo largo? ¿Dónde se lo han llevado? Lo quiere de vuelta y que sea ya. Está muy enfadada, se quiere ir de ese lugar tan blanco y tan lleno de gente rara. Ella quiere las paredes amarillas con margaritas pintadas de su habitación, quiere sus juguetes, ver a su perrito y escuchar a su alrededor sólo la música que mamá pone y suena hasta cuando hace pipí en el baño. Quiere ir al cole, quiere estar con Alba y con Fran porque ¿cómo van a terminar su cabaña sin las sábanas verdes que ella tiene guardadas en su baúl?

Todo está mal, esto es un rollo y si mamá no se la lleva ahora mismo de allí, Nora piensa irse ella sola, porque ya es muy mayor. Cinco años recién cumplidos son una eternidad. Mamá está triste, aunque se empeña en reírse cada dos o tres palabras que le dice. Pero hoy Nora está muy cansada y sólo quiere dormir, mamá puede quedarse a su lado. «Por favor, sí, que se quede aquí cerquita», piensa Nora.

Sin embargo, el señor, que viene varias veces durante el día a preguntarle tonterías que no entiende, ha vuelto a venir y dice que se tiene que llevar enseguida a Nora. Esto no puede ser, sólo la molestan en este lugar. Quiere a su mamá. Otra vez toda esa gente a su alrededor mientras ella está ahí en medio, tumbada y con ese frío que le hace apretar los dientes. Otra vez esa máscara asquerosa, otra vez dormir.

Pero ésta vez parece que se ha despertado más deprisa, y ¡está en su cama! La música de mamá le pone aún más contenta y su perrito asomado junto a su almohada le hace cosquillas en la nariz. Todo está en su sitio, sólo tiene que levantarse y coger las sábanas verdes para ir corriendo al parque a ver a sus amigos y terminar la cabaña. Quiere hacerlo, trata de hacerlo, pero no puede abrir el baúl y mamá no la escucha, aunque la grite junto a la mismísima oreja. ¿Qué está pasando aquí? Ahora mamá coge a su perrito y antes de salir por la puerta de casa y coger las llaves, acaricia despacio la foto de cuando Nora cumplió cinco años. Después da un beso al cristal que enmarca la foto, mira al suelo apoyada contra la pared, exhala fuerte, inhala aún más fuerte y abre la puerta cerrándola tras de sí.

marta pérez fernández revista rambla

Madrid. La expresión en todas sus formas. Amante de la música y las letras. Apasionada por el dibujo y el deporte. Estudié música, comencé con cuatro años y toqué el violín hasta cumplir los dieciocho. Desde entonces, Londres, Barcelona y Madrid han supuesto grandes experiencias vitales. Escribo porque tengo mucho que decir y necesidad de comprender.

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