Tres poemas de Berta Maldonado

 45 segundos son

El tiempo que tarda tu cuerpo en dejar una nota manuscrita en el mío

recordándome tu dirección.

El tiempo en el que las ganas doblan la esquina del deseo y

emprenden la carrera con la sed en la memoria.

El tiempo en que cometemos la locura de perder la razón;

sintiéndonos completamente impunes.

El tiempo de volar a Las Vegas y jurarnos las noches que nos

quedan, borrachos de eternidad.

El tiempo de apagar el reloj. Y el sueño.

Prórroga: El tiempo de encender la luz… y leer la dirección que

escribiste en mi cuerpo cuarenta y cinco segundos antes.

Justo a tiempo.

 

 

Ciudadana de tu cuerpo

¿Te he dicho ya cuál es mi plan?

Te lo cuento al oído: Mi plan es trucar la brújula para que el

norte siempre apunte hacia ti,

que tu piel sea mi mapa

y sobre ella dibujar mi hoja de

ruta.

Mi plan es hacer carretera, que la manta ya la iré tejiendo por el

camino con tus besos,

así, como toda la vida, uno del derecho y otro del

revés.

Es hacerme ciudadana de tu cuerpo y enarbolar cada camisa

que te desabroche por bandera.

Mi plan es coger un desvío que nadie conozca y recalar en una

playa de agua clara donde podamos desnudarnos el

alma.

La vida lleva amapolas

Qué bonita, con su vestido planchado,

impaciente y decidida como una niña;

amapolas prendidas en el pelo mojado.

Qué bonita así, leve, inocente y pura,

con el futuro colgado en los labios.

Así la quiero. Para mirarla de frente.

Así la quiero. Para bailar con ella despacio.

Así. Para entregarle mi carne y mi suerte.

Qué bonita, con los días abiertos de par

en par, como las flores rojas del campo,

como tu boca cuando sabe, intensa, a sal;

como la vereda por la que camina erguida

con la vista apenas perdida en el mar.

Así la quiero. Para dormirme en su pecho.

Así. Para despertarme con su aliento.

Que bonita cuando amanece sin alma

y se revuelve rebelde, como si jamás

te hubiera conocido. Como si te odiara.

Y sale corriendo y se lleva las amapolas

entre los dientes, gritando con rabia;

cuando te clava las uñas con saña.

Y como una mujer fría y despiadada

se abre paso por la sangre y la hiela

convirtiéndola en escarcha. Cuando yerma

con desdén la luz blanca del alba.

Y ya no camina, ya no mira, ya no baila.

Así no la quiero. No me sirve para nada.

Pero, lo confieso, aunque así no la quiera

no puedo ni debo dejar de amarla.

Humana, divina, leve, indolente, perversa,

amada o amante, salvaje y despeinada;

en carne viva, cierta y, a veces, hasta incierta.

La quiero, créeme, hasta cuando te miente

porque sin ella no amo, no sueño;

no puedo ni tan siquiera llamarte amor

cuando en la noche me acuesto a tu lado, silente.

No grito, no callo, no cielo abierto, no tierra,

no roca, no agua, no azul intenso, no verde.

No sigo, no existo. Sin ella, simplemente, no.

Por eso, cuando me llama respondo soy yo

y cuando la llamo, aunque permanezca callada,

me quedo a esperar que, de nuevo, quieta,

se quede dormida como un pájaro en mi mano

y su calor arrebole otra vez la sangre y las ganas.

Pero como más me gusta esta vida

es cuando se vuelve una niña deslenguada

y va descalza gritando a los cuatro vientos

que mañana sin falta comienza de nuevo,

y que no guarda memoria ni conserva llagas.

Así la quiero, para vivirla completa.

Así, para que me viva, entera, ella.

Berta Maldonado (Granada, 1972), compagina el ejercicio de la abogacía con la creación literaria. Desde 2015 publica el blog «Champagne para desayunar», medio de difusión de su obra, que mereció la decimosegunda posición en los premios Bitácoras 2016, en la categoría de Arte y Cultura. Actualmente se halla inmersa en la creación de la revista cultural Literatio, pero también desarrolla actividades sociales a través de la Asociación «Voz en A» (de la que es socia fundadora), dedicada a fomentar el desarrollo y proyección de la mujer en la vida pública y social desde la perspectiva de su sensibilidad

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