A las once de la mañana del miércoles, 23 de febrero de 1944, un pelotón del GMR (Grup Mobile de Réserve) aguarda la orden de los gendarmes para abrir fuego sobre doce hombres, algunos heridos, que se sostienen como pueden ante el muro de la prisión central de Eysses, en la comuna francesa de Villeneuve-sur-Lot.

Los doce hombres, que han rechazado que se les vendaran los ojos para así poder mirar de frente a sus asesinos, son combatientes de la resistencia condenados por liderar un motín que ha mantenido en vilo a las autoridades francesas y alemanas.

A la orden de “¡Listos!”, los condenados -entre los que se hallan dos españoles- empiezan a entonar el Chant du Départ, repitiendo la estrofa que dice: La République nous appelle; Sachons vaincre ou sachons périr (La República nos llama; sepamos vencer o sepamos morir). Un segundo antes de las detonaciones resuena en el paredón el grito de ¡Vive la France!.

Acto seguido, un millar de presos políticos antifascistas responden a las balas de los asesinos desde las celdas cantando La Marsellesa.

Los dos españoles muertos, Jaume Seró Bernat (L’Albagés, 1921) y Domènec Servetó Bertran (Terrassa, 1903), son dos comunistas catalanes que ya habían puesto sus vidas en peligro durante la guerra civil española luchando contra los rebeldes. En Francia, estos dos hombres recorrieron caminos desiguales que terminaron por converger en este lúgubre presidio.

Domènec Servetó, hijo de familia atea y contable en una industria textil egarense, era militante de la UGT y del PSUC. Durante la guerra, se convirtió en un agente especializado en misiones secretas. Finalizada la contienda permaneció en España de forma semi clandestina. No fue hasta 1940 cuando tuvo que refugiarse en Francia, dejando en España a su mujer Tomassa, a su hijo Antoni y su hermana Regina, maestra republicana.

Jaume Seró (Serot, según fuentes francesas), en cambio, era un joven idealista nacido en L’Albagés, un pequeño pueblo de Lleida donde se materializó la colectivización de la tierra a partir del verano de 1936. Seró, un maqui de manual, formó parte del Cuerpo de Carabineros del Ejército republicano. Perdida la guerra, huyó con su padre a Francia vadeando los Pirineos a pie. Seró dejaba en España a su madre y a sus siete hermanos con la incertidumbre de no saber si alguno de ellos seguía vivo.

Jaime Seró Bernat. Fotografía tomada en España. (Depósito del MNR, fondo Amicale d'Eysses)
Jaime Seró Bernat. Fotografía tomada en España. (Depósito del MNR, fondo Amicale d’Eysses)

El primer destino de estos dos españoles no fue otro que ingresar en un campo de concentración con otros compatriotas en el sur de Francia. Servetó ingresó en Septfonds (Tarn), un recinto infecto de treinta barracones donde fundó una célula del PCE. Seró, al pasar la frontera, fue arrestado y separado de su padre. Padre e hijo fueron disgregados en diferentes campos del sur y se reencontraron en Coursan, cerca de Narbona, para, una vez liberados, establecerse en Normandía.

Los Seró encontrarían trabajo de leñadores en una granja de Les Authieux (Eure), donde Jaume se enamoraría de Gisèle Leroy, la nieta de los campesinos, con quien tendría una hija, Jaqueline Seró, en 1942. Lamentablemente, la niña moriría en marzo de 1944, días después al fusilamiento de su padre.

Paralelamente, Servetó sería denunciado y detenido por organizar sabotajes y distribuir panfletos -aprovechando el trabajo exterior en el campo de Tarn- en los que se denunciaba la situación política y social de España. Servetó sería condenado en 1942 por el Tribunal Militar de la 17ª Región a seis años de trabajos forzosos “por actividades comunistas”. Encarcelado en Montauban, sería trasladado a Eysses el 15 de octubre de 1943.

Domènec Servetó, en una imagen de su juventud. (MNR, Association nationale pour la mémorie des résistants e patriotes emprisonnés à Eysses)
Domènec Servetó, en una imagen de su juventud. (MNR, Association nationale pour la mémorie des résistants e patriotes emprisonnés à Eysses)

Por su parte, en verano de 1942, Jaume Seró fue contratado como operario por la empresa PFAFF (compañía alemana de máquinas de coser) cerca de Eure. Fue en ese impasse cuando se unió a la resistencia comunista participando en acciones guerrilleras, para terminar afiliándose al PSUC en octubre de 1942.

Después de la redada del 30 de noviembre de 1942, que decapitó a la dirección española de la Zona Ocupada, Jaime Seró se trasladó a París donde reorganizó grupos españoles, distribuyó material propagandístico y ejerció de instructor militar de combatientes de la Resistencia francesa.

Desafortunadamente, Seró fue detenido por la policía el 8 de abril de 1943, a las 9:45 de la mañana, en la parisina estación de metro de La Motte-Picquet-Grenelle, cuando transportaba gran cantidad de documentos relacionados con la acción clandestina.

Encerrado y torturado en la prisión de La Santé, fue juzgado y condenado a dos años de prisión por la sección especial del Tribunal de Apelación de París, una corte excepcional creada por el Régimen de Vichy para liquidar a la Resistencia.

El 18 de diciembre de 1943, con un centenar de detenidos, entre ellos 16 españoles, fue trasladado al penal de Eysses.

La solidaridad entre camaradas dinamita la vileza de Eysses

La cárcel o Central de Force de Eysses se levantaba sobre una antigua abadía benedictina. Desde 1803 el edificio se convirtió en una prisión fortificada, para albergar más tarde un correccional (1895) y luego un centro de reinserción de delincuentes juveniles (1928).

En 1940 recobró su función de prisión de delincuentes comunes, pero tras el armisticio firmado con la Alemania nazi, el Régimen de Vichy decidió usarlo a partir de 1943 para concentrar al mayor número de miembros de la Resistencia, los señalados como más peligrosos.

Las características estructurales de la fortificación facilitaban la vigilancia de los reclusos. Además, era más complicado evadirse desde allí que desde las pequeñas cárceles provinciales, y las tentativas de evasión terminaban fracasando, como así sucedió desgraciadamente.

En Eysses se concentraron hasta 1.200 presos políticos antifascistas de diferentes nacionalidades. El grupo francés obviamente era el más numeroso, después venía el español con 60 reos (anarquistas, socialistas y comunistas), había dos penados soviéticos, algunos ingleses y bastantes italianos. A todos ellos se les aplicaba un reglamento severo al ser considerados “bandidos” y “terroristas”.

Vista aérea de la Central de Eysses, cárcel donde el Régimen de Vichy concentró al mayor número de miembros de la resistencia, entre ellos 60 españoles. (Colección Fabrice Bourrée)
Vista aérea de la Central de Eysses, cárcel donde el Régimen de Vichy concentró al mayor número de miembros de la resistencia, entre ellos 60 españoles. (Colección Fabrice Bourrée)

Pronto, una sólida alianza entre los prisioneros permitió terminar con las duras condiciones y vejaciones que sufrían desde su ingreso. Para ello, se nombró una delegación permanente en representación de todos los camaradas ante la dirección.

En consecuencia, las celdas y dormitorios se limpiaban y aireaban diariamente, y los detenidos se lavaban libremente en los patios tras el toque de diana.

Asimismo, las reivindicaciones les permitieron recuperaran el derecho a la enseñanza, a que los delegados circulasen libremente por los patios a cualquier hora, la libertad de escribir varias cartas por semana y recibir paquetes, cartas y periódicos, o visitas de los familiares asiduamente.

Imagen interior de una de las celdas. (Dépôt MNR, fonds Amicale d'Eysses)
Imagen interior de una de las celdas. (Dépôt MNR, fonds Amicale d’Eysses)

El reparto de víveres del fondo común se hacía sin favoritismos. Todos tenían la misma ración, incluso los que no recibían ningún paquete del exterior. Lo mismo pasaba con el tabaco, pero únicamente con los fumadores para evitar el contrabando.

En Eysses cada preso aportaba su granito de arena porque todos tenían el recelo de ser deportados a la Alemania nazi o ser entregados a la Gestapo en la Zona Norte. Así, se organizaban cursos de educación política y cultural, conferencias y charlas, ejercicios físicos, instrucción militar, espectáculos musicales, etc.

En la prisión entraban libros prohibidos y también armas ligeras escondidas. Un radiorreceptor ofrecía diariamente las noticias de Radio Moscú y Radio Londres y la prensa clandestina circulaba por las celdas. Se leían los partes de guerra y de resistencia, y se publicaban periódicos escritos y dibujados a mano por los propios presos como Le Patriote Echaîné (El patriota encadenado) o L’Unité (La Unidad).

Muchos de los artículos se rubricaban con consignas del tipo ¡Glorie a ceux qui sont morts et qui meurent chaque jour pour que la France Vive! (¡Gloria a aquellos que están muertos y a los que morirán cada día para que Francia viva!). Todo ello era el resultado de una organización elaborada que daba muestra de la unidad y fraternidad con la que hacían frente los presos a sus condiciones de privación de libertad y abusos.

Portada del periódico clandestino manuscrito 'Le Patriote Echaîné' (publicada el 20 de diciembre de 1943), órgano de los presos políticos de Eysses. (Archivos FNDIRP)
Portada del periódico clandestino manuscrito ‘Le Patriote Echaîné’ (publicada el 20 de diciembre de 1943), órgano de los presos políticos de Eysses. (Archivos FNDIRP)

Los franceses, al ser los más numerosos, dirigían política y militarmente la prisión. Los españoles formaban un grupo autónomo, pero integrado -como es lógico- en la organización general.

Los hombres que capitaneaban las actividades de los españoles eran Félix Llanos (quien más tarde moriría de tuberculosis en un campo de concentración alemán), Miquel Portolés y Juan Antonio Turiel.

Todos los detenidos de la resistencia se consideraban como futuros miembros de las Fuerzas Francesas de Interior (FFI).

Fue con este espíritu de lucha con el que franceses y españoles organizaron los grupos militares especiales bajo el mando de Fernand Bernard (Perpignan, 1906 – Villeneuve-sur-Lot, 1944), comandante de las Brigadas Internacionales asignadas a la 139ª Brigada Mixta durante la Batalla del Ebro y capitán del Batallón André Marty de la 12ª Brigada Internacional.

Bernard fue uno de los doce fusilados junto a Seró y Servetó por el intento de fuga del penal en febrero de 1944. Los españoles formaron cuatro grupos de combate integrados por 6 o 7 hombres (30 camaradas en total) dirigidos e instruidos por Hernández Guardia, capitán del Ejército Popular. A esta agrupación se la bautizó como el Batallón de Eysses.

La preparación militar tenía una gran importancia, pues desde el primer día surgió la idea de la evasión colectiva para formar un batallón de las FFI destinado a reforzar los maquis de la Dordoña (Nueva Aquitania). Es este el rasgo más característico del grupo de patriotas de Eysses: la firme voluntad desde el primer momento de romper el dogal y materializar el impaciente deseo de evadirse para seguir luchando.

19 de febrero de 1944, el momento de la verdad

El 3 de enero de 1944, cincuenta y cuatro detenidos -la mayoría políticos, pero también algunos presos comunes- se escaparon de Eysses después de sobornar a los guardianes de la puerta. Este hecho obligó al Régimen de Vichy a relevar de su puesto al director de la prisión.

Fue el coronel Joseph Schivo quien cogió las riendas del penal, imponiendo una rigurosa disciplina entre los presos, implementando nuevas medidas de seguridad y aumentando el número de vigilantes. Sabedores que la ayuda exterior no podía hacerse efectiva, el colectivo de presos decidió ejecutar una evasión colectiva gestada desde el interior.

El plan, elaborado por el brigadista Bernard, consistía en aprovechar la primera ocasión propicia para apoderarse del interior de la prisión, remplazando a los guardianes por detenidos que se vestirían con los uniformes de los oficiales y se apoderarían de su armamento.

De hecho, habían conseguido que algunos guardias dejasen entrar en la prisión armas cortas escondidas en cajas de galletas, una decena de ametralladoras Sten y 34 bombas de mano, según memorias de algunos miembros de la Resistencia.

Después habría que neutralizar en un rápido ataque a los GMR, vaciar los almacenes de víveres y con los ocho camiones de las fuerzas de seguridad de la prisión tratar de llegar hasta los maquis del norte de Lot y Garona para incorporarse a los guerrilleros.

Tapa de un cuaderno realizado por internos de Eysses pertenecientes a las Brigadas Internacionales. Uno de los firmantes es Fernand Bernard, fusilado junto a Seró y Servetó por el intento de fuga de 1944. (Archivos municipales de Ivry-sur-Seine, fondos Thorez-Vermeersch)
Tapa de un cuaderno realizado por internos de Eysses pertenecientes a las Brigadas Internacionales. Uno de los firmantes es Fernand Bernard, fusilado junto a Seró y Servetó por el intento de fuga de 1944. (Archivos municipales de Ivry-sur-Seine, fondos Thorez-Vermeersch)

La ocasión se presentó el 19 de febrero de 1944 con la visita a la prisión de un alto oficial del Régimen de Vichy. Se preveía -y así sucedió- que el director y su plana mayor visitarían los patios y las diversas instalaciones.

Cuando la comitiva entró en la sala del patio 1, varios detenidos amordazaron al director, al inspector y a los hombres de su escolta.

Los oficiales se quedaron en calzoncillos ‘prestando’ sus uniformes a los presos. Luego todo fue fácil y rápido. Se iba a buscar a los guardias uno por uno, bajo el pretexto de que los llamaba el director y se les obligaba a desnudarse.

En poco tiempo se controló el interior de la cárcel, que era la primera fase de la operación.

Lamentablemente, la acción se truncó cuando un grupo de presos comunes que regresaban del huerto de la prisión se percató de que los presos políticos estaban desarmando a los vigilantes. Estos presos dieron la voz de alarma y el resto de vigilantes empezaron a disparar, hiriendo a Bernard.

A partir de ahí se desencadenó un combate desigual que duró desde las cinco de la tarde hasta la medianoche. Durante esas horas las posibilidades de lograr la evasión se fueron desvaneciendo, pero el grupo de los españoles fue el más combativo, ganándose el respeto del resto de internos por su arrojo y valentía.

Los españoles, comandados por Félix Llanos, dispararon y lanzaron los explosivos incautados a los gendarmes desde las ventanas de la enfermería para hacerse con el torreón. Arriesgando sus vidas, devolvían con la mano las granadas lanzadas por los carceleros antes del estallido. Armados con picos y arietes trataron de abrir una brecha en el muro exterior del penal e intentaron escarbar un túnel.

La ofensiva española fue respondida duramente por los fusiles de los GMR. Los cabecillas del grupo francés ordenaron a los españoles que se detuvieran por miedo a una masacre, pero estos, lejos de atender la orden, hicieron caso omiso prosiguiendo con la ofensiva. Una nueva carga de los vigilantes hirió a Jaume Seró. Sus compañeros consiguieron liberarlo cuando los guardias trataban de llevárselo.

El grito de “¡Seró herido!” empezó a retumbar por los muros de la prisión. El catalán, gravemente malherido, perdía mucha sangre y ante la dura respuesta de la gendarmería, los españoles decidieron anular el asalto. Félix Llanos comentó entonces: “Hemos hecho lo que hemos podido. Hemos intentado derribar el muro con el ariete, pero habría hecho falta dinamita”.

Pese al cese momentáneo de la violencia, el director de la prisión Schivo y un buen número de guardianes seguían retenidos. En ese momento llegaron las fuerzas alemanas para reforzar a los GMR colocándose en el exterior de la prisión con morteros y cañones de 77 mm.

Los resistentes permitieron a Schivo (quien tras la liberación de Francia sería condenado a muerte por el propio estado) realizar una llamada.

En su conversación, el director de la prisión ordenó el alto el fuego y prometió a los presos que si cesaban en su empeño no habrá represalias.

Ante el temor a una carnicería -y con la palabra del director como garantía- los presos decidieron deponer su actitud y entregaron las armas, liberando a su vez a los rehenes.

El 20 de febrero llegó a la prisión Joseph Darnand para dirigir la investigación y proceder a los interrogatorios. Darnand, Secretario Nacional de Policía, jefe de la Milicia de extrema derecha francesa fundada para reprimir a la Resistencia y estrecho colaborador del Tercer Reich (fue miembro de SS con grado de Mayor), no consiguió descubrir quienes habían sido los impulsores de la sublevación (como veremos, solo Servetó admitió haber participado activamente).

Darnard se fue de Eysses a los dos días pidiendo “cincuenta cabezas” pero solamente se pudo acusar a 16 hombres, de los que finalmente serían condenados a muerte 12.

Se inculpó a los siete presos heridos porque, según los investigadores, no había dudas que estos habían sido participantes activos en el motín. Los otros cinco condenados fueron denunciados por los guardianes de la prisión y por uno de los presos, quien declaró a cambio de un salvoconducto que nunca llegó.

Todos ellos afirmaron haberlos visto con armas en la mano. Entre los doce condenados, se hallaban el brigadista Fernand Bernard y los españoles Jaume Seró y Domènec Servetó. En cambio, el también español Pascual Azagra Ansado (1908), quien resultó herido igualmente en el motín, se salvó gracias al error de uno de los guardianes en su identificación.

A las cuatro de la madrugada del miércoles, 23 de febrero de 1944, se celebró en Eysses el consejo de guerra presidido por un Tribunal militar. Los ‘jueces’, tras percibir las actas de los vigilantes de la prisión, deliberaron a puerta cerrada sin que los detenidos tuvieran derecho a la defensa.

Montaje fotográfico en el que aparecen los doce combatientes de la resistencia fusilados en el patio de la cárcel de Eysses el 23 de febrero de 1944. Entre ellos se hallan dos españoles: Jaume Seró y Domènec Servetó. (MNR, Association nationale pour la mémorie des résistants e patriotes emprisonnés à Eysses)
Montaje fotográfico en el que aparecen los doce combatientes de la resistencia fusilados en el patio de la cárcel de Eysses el 23 de febrero de 1944. Entre ellos se hallan dos españoles: Jaume Seró y Domènec Servetó. (MNR, Association nationale pour la mémorie des résistants e patriotes emprisonnés à Eysses)

A las diez de la mañana, el presidente del tribunal, asistido por dos magistrados, leyó la sentencia. Los nombres de los condenados a muerte fueron los siguientes:

  • Henri Auzias (Villevieille, 1912) al que varios testigos vieron con un revólver en la mano dando órdenes y hablando por teléfono;
  • Fernand Bernard (Perpiñán, 1906) como jefe al que otros detenidos pedían instrucciones;
  • Roger Brun (Peschadoires, 1922) visto por un supervisor con una arma en la mano;
  • Jean Chauvet (Nimes, 1921) visto también por un supervisor con un arma en la mano;
  • Louis Guiral (Tarn, 1908) por haber destrozado el techo de la lavandería y haber lanzado granadas contra la torre de vigilancia;
  • Alexandre Marqui (Lourdes, 1914), herido, negó cualquier participación activa;
  • Gabriel Pelouze (Carcasona, 1910) implicado por un detenido por haber ordenado el asalto a la torre de vigilancia;
  • Félicien (Émile) Sarvisse (Ovillan, 1922), herido, negó cualquier participación activa;
  • Jaume Seró Bernat (L’Albagés, 1921), herido, negó cualquier participación activa;
  • Domènec Servetó Bertran (Terrassa, 1903), herido por una granada, admitió haber colocado colchones para atacar la torre de vigilancia;
  • Joseph Stern (Chisináu, 1916) visto con una ametralladora por cuatro supervisores;
  • Jean Vigne (Boisset-Gaujac, 1912) por haber ordenado el ataque a la torre de vigilancia.

Minutos antes de ser fusilados, los condenados pidieron escribir una carta a sus familias para despedirse. En ese momento, el sacerdote de la prisión -apellidado Feral- se dirigió a Seró para decirle que el último de sus siete hermanos había sido asesinado por balas franquistas, tal como había sucedido con los otros.

Seró pidió entonces al sacerdote que escribiera a la madre de su hija, Giselle Leroy, para decirle que su último pensamiento era para ella y para la pequeña Jacqueline. Como hemos apuntado con anterioridad, la niña, Jacqueline, moriría pocos días después. Su compañera Giselle encontró el sueño eterno en París a los pocos años.

A continuación, Henri Auzias, ya atado al poste de ejecución, tomó la palabra dirigiéndose a los presos recluidos en sus celdas: “¡Moriremos valientemente por todos vosotros, por salvar la libertad y por la liberación de Francia!”. Tras ser fusilados, los 12 hombres de Eysses fueron enterrados en el cementerio de Sainte Catherine de Villeneuve-sur-Lot donde hoy todavía descansan.

En el año 2010, tras más de 65 años, el Estado Francés reconoció a Domènec Servetó y Jaume Seró “muertos por Francia”. Al emotivo acto de homenaje celebrado en Eysses acudió el nieto de Servetó, quien lleva el nombre de su abuelo, sosteniendo la bandera republicana. Nadie acompañó a Jaume Seró. (Dépôt MNR, fonds Amicale d'Eysses)
En el año 2010, tras más de 65 años, el Estado Francés reconoció a Domènec Servetó y Jaume Seró “muertos por Francia”. Al emotivo acto de homenaje celebrado en Eysses acudió el nieto de Servetó, quien lleva el nombre de su abuelo, sosteniendo la bandera republicana. Nadie acompañó a Jaume Seró. (Dépôt MNR, fonds Amicale d’Eysses)

Tras el suceso, el Régimen de Vichy decidió cerrar el penal y entregar a los presos políticos a las autoridades alemanas. Los españoles fueron a parar a diversos campos de concentración, en su mayoría al campo de Dachau, donde algunos de ellos terminaron pereciendo.

Lamentablemente, para Seró y Servetó, la desconsideración de las autoridades francesas se alargó durante 65 años. Los diez franceses muertos, tras el final de la guerra, fueron inmediatamente reconocidos como “combatientes muertos por Francia”, mientras que a Seró y Servetó se les consideró “víctimas civiles del conflicto”.

Tras décadas de lucha, los ancianos combatientes supervivientes de Eysses consiguieron en 2010 que el Ministerio del Interior francés reconociera a los dos catalanes como dos luchadores que murieron por la República Francesa. El desagravio en España todavía continúa.Jacobo Piñol Fontova

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