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El inicio de la narración nos sitúa a la una de la tarde en los Jardinets de Gràcia, frágil remanso de tranquilidad a orillas de la Diagonal y el Passeig de Gràcia. Bajo el lema “STOP Desahucios”, las entidades convocantes -entre otras, la Federació d’Associacions de Veïns de Barcelona (FAVB), la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), el Sindicato de Comisiones de Base (COBAS)o la Associació 500×20 “Lloguer públic i assequible”– habían hecho circular un texto donde se anunciaba una concentración “con sorpresa” incluida. La próxima cita, el domingo 25 a las 18h en Plaça de Catalunya.

Con soltura y megáfono en mano, Salvador Torres, presidente de la AA.VV. de Porta y miembro de 500×20, desempeñó las veces de maestro de ceremonias. Con las cámaras de televisión a su alrededor, Torres expuso que, en efecto, la concentración contaba con una sorpresa que todavía no podía desvelar, puesto que “no sería raro que entre nosotros hubiera algún policía”. Y para dar fe de ello, añadió que el movimiento de resistencia a los desahucios y embargos venía siendo objeto de represión. Acto seguido, procedió a presentar a algunas personas afectadas por la política bancaria de desahucios para que dieran testimonio de su situación; cabe recordar que estos testimonios individuales desvelan un problema colectivo. El matrimonio de Eliseo y Verónica, tristemente famoso a raíz del desahucio del que fueron víctimas en el barcelonés barrio de El Clot -nuestros tiempos quedaron retratados con la ignominiosa imagen de los Mossos d’Esquadra asaltando por el balcón el hogar familiar- manifestaron las graves consecuencias derivadas del desahucio: los miembros de la familia repartidos en las diversas casas en las que han hallado asilo; también andan desperdigados sus enseres, que, según se lamentaba Verónica, “no sabemos ni dónde están”. La desesperación se traslucía en su tibio tono de voz. Este matrimonio, que vivió durante 26 años en un piso de renta antigua y que hasta el último día respondió del alquiler, ahora solicitan un lugar donde  residir toda la familia. A continuación, Montse, vecina de PobleNou, que resumió su situación en unas sucintas declaraciones: “Me he quedado sin piso. Me siento estafada por el BBVA”. Tras ella, Gabriel, vecino de Verdum, en Nou Barris, quien informó de la situación por la que pasa su matrimonio y sus tres hijos; uno de ellos, epiléptico. Después de dar una patada en la puerta, entraron en un piso que llevaba siete años vacío y a día de hoy viven con el alma en vilo, puesto que temen que la orden de desalojo llegue en poco tiempo. Gabriel ha aprendido a desconfiar de las instituciones: “Las palabras se las lleva el viento”, dice al recordar como la asistenta social les había propuesto que abandonaran el piso para adjudicarles otro de emergencia.

Una vez terminada la ronda de testimonios, Salva Torres retomó el megáfono e indicó que la sorpresa estaba a punto de llegar; o mejor, que todo el mundo debía ponerse en camino hacia la sorpresa. Alrededor de cuarenta personas, que era el número aproximado concentrado en los Jardinets de Gràcia, siguió al miembro de 500×20, que guiaba a la singular comitiva por la Diagonal en dirección a la plaza Francesc Macià. Un cámara de televisión apostaba jocoso sobre dónde sería la sorpresa. “Creo que vamos a casa de Artur Mas”, se aventuró a pronosticar. A la orden de Torres, el grupo cruzó la Diagonal y tomó la esquina de la Casa Serra, sede de la Diputación de Barcelona. No obstante, no era este el destino de la improvisada manifestación. Descendieron por Rambla de Catalunya, sorteando a señores repeinados con traje y corbata que filmaban el paso de la insólita procesión con las cámaras de sus teléfonos. A la altura de la calle Córsega, Salva Torres pidió silencio: al instante, el reivindicativo “Derecho a techo” dejó de escucharse, y la manifestación se convirtió en una especie de pelotón ninja que corría por entre los asombrados transeúntes. Y en el número 289 de la calle Córsega, alcanzaron el Institut Català del Sòl, el Incasòl.

LA SORPRESA

Dentro del Incasòl, la escena fue, más o menos, la que sigue: el pequeño espacio destinado a la atención al público se vio ocupado por tantas personas cómo era físicamente posible, mientras en la puerta iba aumentando el número de gente concentrada; tanto fue así, que el tráfico de vehículos por la calle Córsega quedó inhabilitado. Si en los Jardinets de Gràcia la concentración había reunido a unas cuarenta personas, en el momento de tomar el Incasòl la cifra se había triplicado. Ante la mirada alucinada de las tres trabajadoras que atendían cara al público, los manifestantes clamaban “Piso embargado, piso okupado”, “Dónde está, no se ve, el parque público de alquiler”, “No s’entén, gent sense casa i cases sense gent” y otros eslóganes que defendían el derecho a la vivienda. Tras el mostrador donde permanecían las trabajadoras, un gran ventanal con vistas al interior mostraba la estupefacción del personal laboral presente, así como a un mosso d’esquadra que hablaba por teléfono gesticulando sin contención.

Salva Torres anunció que la ocupación iba a mantenerse hasta que no entregaran al Director del Incasòl, el Sr. Grau, el manifiesto consensuado por las distintas entidades, y que llevaba por título “Aquest hivern cap família sense sostre” (“Este invierno ninguna familia sin techo”). El presidente de la FAVB, Jordi Bonet, fue el encargado de leerlo, entre vítores y aplausos. Cuatro fueron las reivindicaciones expuestas en el texto: que las administraciones públicas detuvieran cualquier desahucio que supusiera poner una familia en la calle; que los servicios sociales se rijan por unos protocolos garantistas respecto al derecho a la vivienda; aumentar el número de viviendas sociales, cuyo precio en ningún caso excederá el 20% de la renta familiar; y, por último, configurar una bolsa de viviendas sociales con los pisos vacíos de la administración y de los pisos embargados por las entidades financieras.

Una de las trabajadoras, que había recibido por teléfono las instrucciones de la dirección del Incasòl, explicó cómo debería realizarse la entrega del manifiesto: sólo dos personas subirían a las oficinas, sin la presencia de periodistas ni cámaras. Aquello parecían las condiciones de un rescate, extraño por la ausencia de secuestro. En la calle, cuatro furgonetas de la policía autonómica se lo miraban a una distancia prudencial. Jordi Bonet y Lluís Ravell, presidente y vicepresidente de la FAVB, se encargaron de realizar la entrega del manifiesto. A las 14:30, sólo 90 minutos después de iniciar la agitada concentración, se desconvocaba la ocupación del Incasòl. ¿Todo había terminado? Nada más lejos de la realidad: la próxima cita, el domingo 25 a las 18h en Plaça de Catalunya.

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