El pasado lunes, 7 de abril de 2025, un grupo de agricultores extremeños llegó a Bruselas tras un viaje épico de más de 2.000 kilómetros en tractor desde Mérida. Su misión: alzar la voz en el Parlamento Europeo contra las crecientes dificultades que ahogan al sector agrícola español, especialmente en Extremadura. Pero antes de pisar la capital belga, hicieron una parada que nadie esperaba en Waterloo, a tan solo 20 kilómetros de Bruselas, para reunirse con Carles Puigdemont, el expresidente catalán exiliado desde 2017 tras el procès independentista. Este encuentro, tan insólito como estratégico, ha desatado una tormenta de reacciones y ha puesto el foco en las demandas de un sector que clama por sobrevivir.

Una alianza inesperada con un objetivo claro

La reunión fue impulsada por la Asociación de Agricultores y Ganaderos de Extremadura (APAG Extremadura Asaja), liderada por Juan Metidieri. ¿Por qué acudir a Puigdemont, una figura tan polarizante y alejada del mundo rural extremeño? La respuesta está en la astucia mediática y política. Según Metidieri, la visita fue una «estrategia maestra» para amplificar su protesta en Europa. «Sabiendo de su influencia con el actual Gobierno de España, y tras conocer que el Grupo Parlamentario del PSOE no podrá recibirnos en Bruselas por ‘falta de tiempo en su agenda’, le hemos pedido que sea altavoz de nuestro enfado, de nuestra preocupación y, sobre todo, que insista en la necesidad de tomar soluciones urgentes que hagan viables nuestras explotaciones», explicó a los medios. En un guiño cargado de ironía, los agricultores incluso le solicitaron una «amnistía para el campo español», evocando las negociaciones políticas entre el gobierno y los independentistas catalanes.

Puigdemont, desde su refugio en Waterloo, no dudó en sumarse al relato. En un mensaje publicado en redes sociales tras el encuentro, escribió: «Un grupo de agricultores extremeños se ha desplazado hasta Bélgica en tractor y han tenido la amabilidad de venir hasta Waterloo para expresarme su descontento ante la situación en la que se encuentra el sector agrario, no solo el extremeño». El político catalán destacó problemas clave como «el exceso de controles burocráticos, la competencia desleal desde el exterior y las limitaciones para poder llevar a cabo su actividad agraria», subrayando que estas trabas «dificultan la viabilidad de los agricultores». Con estas palabras, Puigdemont se posicionó como un eco de las demandas del campo, un gesto que no pasó desapercibido.

Una jugada que divide opiniones

El encuentro ha generado un torbellino de reacciones. Para algunos, la maniobra de los agricultores extremeños es un golpe de genio. «Siempre hay que ir a quien manda y dejarse de subalternos», comentó un usuario en X, reflejando la aprobación de quienes ven en Puigdemont una vía directa para presionar al gobierno español. La tractorada, que partió de Mérida el 1 de abril y llegó a Bruselas tras siete días de viaje, ya había captado atención, pero este desvío a Waterloo disparó su visibilidad. Metidieri lo tiene claro: «Sabemos perfectamente que Puigdemont no está a favor de ninguna de nuestras reivindicaciones. Sus hechos y acciones siempre han sido contrarios al campo. Pero utilizarle mediáticamente nos ha servido para hacernos ver más ante Europa y eso ha sido clave para amplificar nuestra voz en esta lucha».

Sin embargo, no todos aplauden esta decisión. Asaja Cáceres, otra organización agraria extremeña, salió al paso con un comunicado contundente: «La visita es inapropiada, inaceptable y fuera de lugar». Para ellos, Puigdemont «nunca ha sentido la más mínima consideración y respeto ni por el pueblo extremeño ni, por supuesto, por los agricultores y ganaderos de nuestra comunidad autónoma». Acusaron a APAG Extremadura Asaja de «blanquear a un prófugo de la justicia que debe entregarse y rendir cuentas en España». Esta crítica evidencia una fractura en el sector agrícola, donde la estrategia de unos choca con los principios de otros.

El grito del campo en Europa

Más allá de la polémica, la tractorada extremeña es un grito desesperado por la supervivencia. En Bruselas, los agricultores fueron recibidos por eurodiputados del Partido Popular y Vox, aunque el grupo socialista declinó el encuentro por «problemas de agenda». Allí, repartieron aceite de oliva y vino de Extremadura en un acto simbólico para «poner en valor la riqueza y calidad del trabajo agrícola» de la región. Sus demandas son claras: una reforma de la Política Agraria Común (PAC) que entre en vigor en 2028, cláusulas espejo en los acuerdos comerciales de la UE con terceros países y un rechazo frontal a medidas como la Ley de Restauración de la Naturaleza, el Pacto Verde y la Agenda 2030. «Nos están metiendo letras bonitas que son solo eso, letras. La realidad es otra», afirmó Pedro Llanos, uno de los agricultores participantes, resumiendo la frustración de un sector que siente que las políticas actuales «quitan campos de cultivos» y amenazan su forma de vida.

Un impacto que trasciende Waterloo

La reunión en Waterloo no es solo una anécdota; es un símbolo de la creatividad y la desesperación de unos agricultores dispuestos a todo para ser escuchados. Ha dividido opiniones, sí, pero también ha logrado lo que buscaba: colocar las demandas del campo español en el centro del debate europeo. Queda por ver si esta audaz estrategia se traducirá en cambios reales en las políticas agrícolas de la UE. Por ahora, los tractores extremeños han dejado una huella imborrable, demostrando que, en tiempos de crisis, hasta los encuentros más improbables pueden encender una chispa de esperanza. El campo español no se rinde, y Waterloo ha sido testigo de ello.

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Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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