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La escritura del poema El día que me pegaron los skinheads, es el disparador de la novela donde participa también la culpa del narrador por protagonizar, años atrás, un episodio de bullying escolar que deriva en la necesidad de cuestionarse aspectos esenciales de la vida. Asimismo, mucho tiene que ver en todo esto tal como lo expresa Miguel Serrano: (alter ego del autor) quizás liberándose de culpa, que siempre le haya “asombrado el talento de los imbéciles para hacer daño”.

¿Estás de acuerdo en todo lo que dice tu personaje?  

Yo creo que el personaje es más egoísta que yo. Hay algunas de las obsesiones que tiene que para mí han sido estructurales y  me han servido para construir la novela. La obsesión con las redes sociales, por ejemplo y un detalle concreto: al personaje le molesta que le llamen Miguel, es absurdo, pero tiene que ver con su obsesión con la identidad.

Entiendo que quisiste reflejar la violencia física a través de la violencia simbólica…

La violencia física se puede intentar reflejar en literatura, sin embargo, es imposible; al final son solo palabras, el cine puede intentar aproximarse mejor a la violencia física, no obstante se puede también profundizar en la violencia, a partir de la violencia simbólica, alegórica o como queramos llamarlo.

Miguel Serrano, tu alter ego, reflexiona sobre su pasado, entre otras cosas: le parece insoportable haber provocado una agresión… De la que él termina siendo víctima ¿Quisiste representar una etapa de formación en regla  general?

Estamos rodeados de violencia. Todos somos víctimas y verdugos de las pequeñas miserias que genera la sociedad opresora en la  que vivimos, de manera directa: persona a persona, pero también de manera estructural. La vida actualmente y supongo que siempre es una búsqueda de espacio. Tiene que ver con las jerarquías, con buscarse un lugar en la sociedad, con la búsqueda de la identidad. Me interesaba tratar todos esos temas.

A diferencia de años atrás, ¿crees que se han producido muchos cambios?

Yo no creo que haya habido muchos, bueno el cambio de las redes sociales sí que es verdad y el del acceso a las imágenes. Antes si había un acoso a una compañera se podía contar verbalmente pero no había imágenes, ahora cuando hay un acoso estudiantil  hay imágenes.

¿Por qué elegiste el enfrentamiento con los skinheads…?

Creo que en parte por una cuestión generacional. En Zaragoza en los años 90 había muchos skinheads, hacían reuniones nacionales; cuando yo tenía 18 años recuerdo historias de amigos a los que les pegaron una paliza, o un bar rociado con spray, era un enfrentamiento constante, sobre todo en ambientes punkis, donde hubo también  algún muerto. Recuerdo la sensación de ir por la calle y agachar la cabeza al cruzarme con los grupos de skinheads que  entonces eran muy identificables.

¿Y ahora?

Eso sí que ha cambiado muchísimo: se han escondido un poco, no son tan reconocibles… por lo menos en Zaragoza.

En ese sentido ¿Te preocupan los movimientos de extrema derecha que se empiezan a formar actualmente?

Es una de las cosas que más miedo me da desde el punto de vista político. Aquellos que se autodenominan de extrema derecha son conscientes que vienen de una tradición y que por lo menos podemos saber quiénes son, sin embargo yo noto muchos comentarios de extrema derecha por decirlo de alguna manera: en la gente de clase obrera, contra los extranjeros, discursos furibundos contra el nacionalismo catalán o vasco, en vez de entrar a discutir cosas de detalles o el derecho o no derecho, se habla desde la irracionalidad completa. Ese negarse a aceptar la diferencia en todos los sentidos me parece que es un germen de extrema derecha y que hasta ahora hemos tenido suerte de que no haya un líder con carisma.

¿Como por ejemplo tu personaje Hans Castorp?

Sí pero moralmente ambiguo, cínico. Alguien con el mismo discurso de Josep Anglada, por ejemplo, pero que de verdad tuviera carisma y formación por suerte no ha aparecido…

Por otra parte, en la novela el narrador dice: “la humedad de la vida oxida nuestra alegría infantil”.

Eso es algo que yo sí he percibido. He visto a compañeros del instituto y del colegio diez años después y me he dado cuenta que no tenían alegría. Es una sensación muy extraña, pero hay gente que a lo largo de la vida lo pierde.  Vivimos, y es algo que aparece en la novela,  en un oulet de esperanzas, tienen que ver con eso. Hace unos años había una generación que tuvo esperanzas pero se han ido acabando. Esas ideas de cambiar el mundo que había en los sesenta, setenta y ochenta, mi generación no se lo plantea. Las posibilidades que estaban abiertas se han cerrado por sí mismas, o la sociedad las ha cerrado. Ahora nos quedan las esperanzas más miserables.

altEl protagonista batalla consigo mismo y en su entorno familiar, hasta que  un día…. se va de casa.

Tiene culpa de clase. Porque él piensa que los privilegios que ha tenido no los merecía. Y también piensa que el castigo que merecería por las cosas que ha hecho cuando era joven, no lo ha tenido. Una de las motivaciones que le lleva a escribir es la búsqueda de castigo.

Hay un episodio donde nadie se pregunta por una compañera fallecida, como si la hubieran olvidado…

Es que nos olvidamos de todo. Eso también ha cambiado, la muerte de Paco de Lucía o Philip Seymour o García Márquez es noticia pero la inmediatez hace que el «fallecido reciente» ya no lo sea unos días después. Y en general pasa lo mismo, desde el punto de vista de alguien que se ha formado en una ciudad de provincias donde todo era más lento, las noticias tenían más calado…ahora en cambio ya no.

¿Te parece que la violencia tiene alguna parte positiva?  

Quizá cuando mi personaje tiene culpa de mayor, porque se acuerda de cómo acosaba a su compañera de colegio: en aquel entonces ejercía la violencia porque podía hacerlo, nadie le decía nada al respecto: se sentía poderoso.

Pero lo hacía por su ego. Si en una protesta se quema un contenedor, es para dar visibilidad  a una acción.

Sí de esto no he pensado mucho, sin embargo, es verdad: la violencia visibiliza para  bien o para mal.

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