Estas reflexiones elementales me han llevado al convencimiento de que existen desequilibrios fundamentales en el cerebro de nuestra especie. Prueba de ello es su incapacidad para eliminar de la faz de la Tierra el peligro de aniquilación total, arrastrándonos ineluctablemente hacia una catástrofe mundial de proporciones definitivas.

El origen de las especies

Sabemos que la evolución biológica no busca un fin, no tiene un propósito. El origen y evolución de las especies es un proceso natural que no obedece a ninguna voluntad externa o causa divina que lo conduzca. El azar en las mutaciones del DNA, y la supervivencia de aquellas especies cuyas mutaciones estén más adaptadas al medio, son la causa que explican su origen y evolución, genialmente anticipado por el naturalista Charles Darwin (1809-1882).

El religioso jesuita Teilhard de Chardin (1881-1955), eminente paleontólogo, intentó conciliar su fe de creyente -un dudoso sentimiento- con su actividad investigadora, resultado de la aplicación del método científico. Para ello desarrolló una línea de pensamiento fundamentada en una hipótesis idealista -es decir, sin base material en la que apoyarse- que se concreta en lo que él denominó Cristogénesis.

Su afirmación -imposible de verificar- se basa en la constatación del proceso de evolución biológica sobre la Tierra, que hizo posible la aparición de la especie humana y, según él, la posibilidad de que Dios se hiciese hombre, encarnándose en Cristo, pues ese sería el propósito de todo el movimiento evolutivo.

La pulsión de vida y la pulsión de muerte

La evolución de los seres pluricelulares generó el fenómeno de la apoptosis; es decir, el “suicidio programado” de las células del organismo pluricelular; una ventaja evolutiva, pues reduce la probabilidad de que el organismo pluricelular muera como consecuencia de que una célula devenga cancerosa, por mutaciones malignas en su DNA, ya sea por causas internas o externas.

La apoptosis es, por tanto, un “suicidio” programado de la célula, tras un periodo de vida en el que es probable que se hayan producido mutaciones sucesivas no autocorregidas, peligrosas para el conjunto de células que constituyen el organismo.

Análogos procesos evolutivos dotaron a los seres vivos de mecanismos de ataque y defensa; los menos eficaces tenían menos posibilidades de supervivencia, siendo eliminados por el filtro del tiempo. Estos mecanismos de la conducta animal, impresos indeleblemente en el sustrato profundo del cerebro de los vertebrados, se transmitieron a lo largo de la evolución biológica hasta llegar a nuestra especie: la raza humana.

Albert Einstein (1879-1955), acosado por el nazismo en Alemania por su origen judío, mantuvo correspondencia con el también científico de origen judío Sigmund Freud (1856-1939), fundador de las teorías psicoanalíticas, asimismo huido del nazismo, cuyos libros fueron públicamente quemados por el III Reich. Esta correspondencia dio lugar a dos históricas cartas respectivas, en las que analizaron la implicación del instinto de vida y el instinto de muerte, teorizados por Freud, en el desencadenamiento de la guerra.

El grito necrófilo ¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia! del fundador de la Legión española, general Millán Astray (1879-1953), es prueba evidente de la existencia de dicho instinto de muerte, sobre el que opera el fascismo y otros totalitarismos blanqueados por la propaganda, como es el caso de la OTAN; gigantesca organización terrorista, a la que el rey de España, Felipe VI, nos ata con entusiasmo criminal. Un rey que goza de una inviolabilidad feudal absolutista, además de ser jefe del Estado español y jefe supremo de sus Fuerzas Armadas.

La Destrucción Mutua Asegurada

Al no estar guiado el proceso evolutivo por ninguna voluntad inteligente externa al Universo, nuestro cerebro, el cerebro humano, procedente de etapas evolutivas anteriores, está estructuralmente dotado de impulsos irracionales agresivos, resultado de los mecanismos de ataque y defensa desarrollados en la lucha por la supervivencia, a lo largo de la Historia Natural, que constituyen el instinto de muerte.

Hiroshima y Nagasaki, innecesariamente destruidas por un ataque nuclear el 6 y el 9 de agosto de 1945, respectivamente, son a mi juicio prueba evidente del citado instinto de muerte.

Las armas convencionales, pese a su potencia y a la ferocidad desplegada en los combates, no pusieron en riesgo la continuidad de nuestra especie. Aun así, provocaron decenas de millones de víctimas, incluidas las del único ataque nuclear efectuado hasta la fecha en la historia de la humanidad, ya citado. Sin embargo, la investigación y desarrollo de armas nucleares modernas, posibilita la Destrucción Mutua Asegurada, cuyo daño colateral sería la extinción de la humanidad y de todo ser vivo existente sobre el planeta.

La incitación a la guerra

Las noticias que inundan en estos días nuestros hogares, presentan la Guerra como si fuera un juego de ordenador, donde se matan seres ficticios; de modo que no parezca real. Así ocurrió con Irak, Libia… y ahora con Ucrania: esconden los ataúdes. La Guerra no es una película de Hollywood. La propaganda belicista la proyecta como si fuese un escenario de realidad virtual, con el abominable fin de adormecer conciencias.

La política criminal de incitación a la guerra, banalizando al mismo tiempo el evidente riesgo de escalada nuclear, es una grave responsabilidad de la que tendrán que responder algún día los dirigentes de uno y otro bando: la OTAN y el gobierno de la Federación de Rusia. La siniestra máquina de despedazar seres humanos, que es la Guerra, no puede dejarnos indiferentes. Puede que algún día, políticos, generales y almirantes sin escrúpulos, tengan su Juicio de Núremberg.

Frente al grito fascista ¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia! opongamos el ¡Viva la vida! ¡Abajo la muerte!

Este es el grave dilema ante el que se encuentra la Humanidad: socialismo o barbarie.

Capitán de Navío de la Armada, Retirado. Ingeniero de l'École Supérieure d'Électricité (Supélec). DEA Physique de l'Énergie de l'Université de Paris. Licenciado en Ciencias por la UAM. Membre bienfaiteur de l'ACER (Amigos de los Combatientes en la España Republicana). Adhérent du Musée de la Résistance Nationale de Francia. Fue miembro de la Unión Militar Democrática (UMD). Vocal de la Junta Directiva de la Asociación Civil Milicia y República (ACMYR). Miembro del Foro Milicia y Democracia.

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