A veces hay sucesos que marcan un punto de inflexión. Y el caso de Ester Quintana, que perdió un ojo por el impacto de una bala de goma en la manifestación de la última huelga general del 14 de noviembre del 2012, fue uno de ellos. Ya antes se habían dado heridos graves por el uso de estos proyectiles, pero no fue hasta entonces que, por vez primera, se encendieron las luces de alarma y la información saltó a la opinión pública.
Las mentiras de Felip Puig, consejero de interior de la Generalitat por aquel entonces, sin lugar a dudas, ayudaron. Comparecencia pública tras comparecencia pública negó el uso de dichas armas en la zona donde Ester Quintana resultó herida. Las imágenes tomadas, pero, indicaban todo lo contrario. La realidad de los hechos se impuso y la presión al Gobierno de CiU fue máxima. Muchos descubrieron, entonces, que las “pelotas de goma” no era sino balas que herían gravemente a la gente.
El colectivo Stop Bales de Goma, que lleva ya tres años trabajando para que se prohíban estos proyectiles, presentó ayer un informe contundente donde, apoyándose en estudios científicos, demuestra el carácter letal y extremadamente peligroso de estas armas. Los datos así lo rebelan. En los últimos tres años ocho personas han perdido un ojo a causa del impacto de balas de goma sólo en Catalunya. La cifra asciende a 22 en el conjunto del Estado, entre 1990 y el 2009. Y hasta dos han muerto, Rosa Zarra (1995) e Iñigo Cabacas (2013), por balas de goma disparadas por la Ertzaintza.
A pesar de que las instituciones afirman que dichas armas son “menos letales”, como si las armas pudiesen clasificarse entre aquellas que matan más o matan menos, la experiencia demuestra que la mayor parte de veces en que han sido utilizadas se han producido heridos de gravedad. La pregunta pertinente, si dichos proyectiles no son prohibidos, es: ¿Quién será el próximo? Imagino que ningún familiar de Felip Puig, que en su momento ya afirmó no recomendar a su hijo pasarse por Pl. Catalunya el día del desalojo de los indignados.
Asimismo, la velocidad a la que son lanzados dichos proyectiles, 720km/hora, los hace muy peligrosos, especialmente, al impactar en el pecho o la cabeza. Y no son pocas las veces que, a pesar de la prohibición reglamentaria, se dispara de cintura para arriba, como recoge el informe. Hematomas cerebrales, perforaciones pulmonares, pérdida de un ojo, lesiones en las extremidades, perforaciones intestinales y la muerte son las consecuencias de su uso en los últimos años. Algunos, sin embargo, en el poder, prefieren mirar para otro lado.
Las balas de goma, pero, son tan sólo la punta del iceberg de la violencia policial contra aquellos que no callan. La intensificación de la crisis y el auge de la protesta indignada ha mostrado, sin cortapisas, la brutalidad policial, amparada siempre por el poder político. Numerosos son los ejemplos que han escandalizado, en los últimos años, a amplios sectores de la opinión pública. Recordemos, sino, el desalojo de los indignados en Pl. Catalunya, Barcelona, el 27 de mayo del 2011, y tantos otros. Violencia policial, acompañada siempre de impunidad. ¿Cuántos casos de “extralimitación en sus funciones” -según el argot oficial- se han admitido, sus autores condenados y las sentencias cumplidas? No conozco ninguno.
A más crisis, pobreza y malestar, más criminalización de la protesta, violencia policial e impunidad. El Estado español tiene una de las tasas de policías por habitante más altas de Europa, unos cinco agentes por cada mil habitantes, cuando en la Unión la cifra es de unos tres agentes y en Estados Unidos unos dos por cada mil personas, según datos del Eurostat. La cifra no ha hecho sino aumentar en los últimos tiempos. Mientras se recorta en educación y sanidad pública, se aumenta la partida securitaria. Nos dicen que a más policía, más seguridad. Ester Quintana, Nicola Tanno, Carles Guillot y tantos otros que han perdido un ojo o han sido heridos por impacto de balas de goma nos demuestran lo contrario. Gracias a su perseverancia, y a la de aquellos que les apoyan, el silencio sobre dichos proyectiles, finalmente, se ha roto.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.