“¿Quieres ser Brasil? No, Francia”. En este breve diálogo entre Marienne y su hermano se condensa mucha de la esencia de esta película, si “Tomboy” era una película sobre la búsqueda de la identidad sexual a través de los ojos de una pequeña adolescente que quería ser un chico, “Bande de filles” es una película sobre la búsqueda de un lugar en un mundo que no te quiere. Como ese plano final en el que, fuera de campo, oímos los sollozos de la joven con una imagen borrosa desde la banlieu con París al fondo, un Paris como mito, como deseo, como enclave de integración, pero que no termina de dejar de ser una entelequia, una misión imposible, Marienne es francesa, quiere ser francesa, pero no puede, no le dejan, no se siente parte de ese todo.

Crítica de la película Bande de filles

5 breves fundidos en negro dan paso a sucesivos episodios en la vida de Marienne, en un mundo violento, dominado por los hombres, en el que el machismo es una constante, dos equipos de fútbol americano dan inicio a la historia de “Bande de filles”. Cuando el partido acaba, comprobamos lo que nos parecía, no son chicos los que juegan, sino jóvenes mujeres jugando a ser violentas, aguerridas, jugando a parecerse a hombres, huyendo de su mundo real para camuflarse en el estereotipo de protegerse con un buen ataque, la debilidad individual se mitiga en el grupo, formar parte de una banda te protege, por lo menos psicológicamente perteneces a algo o a alguien.

El destino de todas estas jóvenes negras está marcado desde su nacimiento, vivir en el barrio, colocar a París en un pedestal de deseo, protegerse de otras chicas formando bandas, relacionarse con desdén con chicas y chicos, asumir que no podrán salir de ese pozo en la vida, crecer para ser madres y buenas esposas, con suerte llegar a los veintitantos sin  quedar embarazada, y conformarse con no ser agredidas ni violadas. En este “apartheid” del primer mundo, provocado más por la diferencia económica que por el odio racial, es el dinero el que coloca una barrera invisible. Procedentes de un entorno cultural diferente, las chicas necesitan de un refugio de intimidad para poder ser lo que son, jóvenes con ganas de divertirse, de vestirse de fiesta aunque solo lo sea para su propio disfrute sin ser vistas, la mejor fiesta para ellas es no dejarse ver, maquillarse, vestirse con las ropas hurtadas en París, mostrarse como quisieran ser, relajadas y femeninas, pero en este caso dentro de una habitación de hotel.

El hotel barato en el que se refugian es el hogar que no tienen, el París personal que les permite expresarse con los mismos ritmos y clichés que usarán las jóvenes bo-bo del Vº distrito, con los mismos ritmos y las mismas músicas. Como bellos diamantes en el cielo, estas cuatro jóvenes de la banda disfrutan en el engaño de creerse diferentes cuando se esconden en la habitación del hotel, a la mañana siguiente la realidad es muy distinta, es la jungla en la que su vida está destinada a ser amas de casa, limpiadoras o dependientas, alguna a dedicarse a la prostitución, las menos, a proyectarse fuera de ese barrio que durante la noche tapa su decrepitud al tiempo que incrementa su sensación de amenaza.

Decía Leopold Senghor, poeta y filósofo de la negritud que “El negro tiene los sentidos abiertos a todos los contactos, a las más ligeras solicitaciones. Siente antes de ver y reacciona inmediatamente al contacto con el objeto, incluso ante las ondas emitidas desde lo invisible. El negro-africano presiente el objeto incluso antes de sentirlo, se acopla a sus ondas y a sus contornos, después, en un acto de amor, se asimila para conocerlo profundamente. Mientras que la razón discursiva, la razón ojo del blanco, se detiene ante las apariencias del objeto, la razón intuitiva, la razón abrazo del negro, por encima de lo visible, llega hasta la realidad profunda del objeto, para captar su sentido, más allá del signo. De esta manera para el negro-africano, todo objeto es símbolo de una realidad más profunda, que constituye el verdadero significado del signo que nos es dado en primer lugar. Toda forma, toda superficie y línea, todo color y detalle, todo olor, todo aroma, todo sonido, todo timbre, todo tiene su significado”.

Para las chicas de “Bande de filles” ser negras es una seña de identidad, pero su orgullo racial está sometido por el peso inamovible de constituir un segmento de la población destinado a no prosperar, a enfrentarse a un mundo voraz en desigualdad de condiciones. Sienten demasiado la diferencia como para poder llegar a formar parte del todo, todo conduce al reducto del barrio, cualquier salida termina siendo una libertad vigilada con hora de regreso, como Cenicienta, la carroza no existe para chicas como Marienne, solo es un espejismo temporal que adorna la nueva esclavitud sin cadenas. La chica suplica ser derivada a un instituto y no a un centro de formación profesional al comienzo de la película, es consciente de que si no consigue superar académicamente todos los obstáculos que se colocan ante ella su futuro va a ser muy parecido al de esa madre ausente cuyos horarios son incompatibles con los de unas hijas, que, a su vez, hacen de niñeras de su hermana pequeña, vigiladas por un hermano déspota y violento que solo reproduce los patrones  de relación hombre-mujer de toda una cultura ancestral. A esa súplica para poder seguir estudiando, la tutora responderá, “ya es tarde”, ¿ya es tarde a los 15 años? O ¿no será más apropiado decir que ya es tarde para la sociedad occidental querer integrar a las segundas y terceras generaciones de inmigrantes?

Viendo “Bande de filles”, espejo femenino de una juventud descolocada y aislada, no resulta difícil imaginar el lado masculino, no es difícil imaginar el abrazo de lo radical, de lo violento, de lo criminógeno. “Bande de filles” es una película en la que lo poético y lo sensible hacen digerible el conjunto, donde lo femenino aporta lo atrayente de la historia y donde el patrón masculino repele y repugna. Pese a ello, Sciamma retrata una realidad, la de innumerables mujeres francesas constreñidas a vivir en el país como si fueran extranjeras en territorio extraño, siendo, como son, francesas de la cabeza a los pies. Si el relato parece resentirse en su parte final no deberemos achacarlo al agotamiento de lo que se cuenta, sino al agotamiento de nuestra chica, cuanto más atractiva es la película más optimista puede ser el futuro, cuando se choca con la realidad, cuando la joven comprueba cómo su hermana pequeña empieza a reproducir el mismo esquema vital, algo se rompe definitivamente en Marienne, el colapso es definitivo, su vida una rutina estéril sin objetivo claro, salir del barrio, sí, ¿pero cómo? En ese bucle la película parece derivar hacia la rutina y el no saber cómo acabar, nada más lejos de la realidad, esas últimas semanas de película se proyectan en la pantalla con el mismo sentido de adormecimiento que la protagonista sufre en su día a día.

En la vida de Marienne llega un momento en que volver atrás es renunciar a mejorar,  a ser libre, a ser como ella quisiera ser, pero en ese momento también seguir hacia delante es dar un salto al vacío. Alguna de todas ellas, manteniendo la valentía, conseguirá enfocar el objetivo y que ese París de la distancia no se vea borroso porque vives dentro del círculo de la Cité, aunque sea en Belleville o en La goutte d’or, pero lo normal es que la mayoría permanezca en el desencanto, en la perpetuación de la segregación, en el reducto invisible que provoca sociedades disfuncionales y que desintegra la armonía por la vía de incrementar la desigualdad. Marienne y sus amigas lo sienten aunque quizás no sepan lo que ocurre, sólo desean parecerse a lo que cuenta la letra de la canción de Rihanna, apoyarse en el grupo para no caer hasta que encuentres otro grupo más reducido que te sostenga, aunque sea con una ficción, con un destino negro como la noche y como el color de tu piel.

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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