El Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzosas de Naciones Unidas visitó Barcelona donde, en una sesión pública, recogieron testimonios de organizaciones sociales y familiares de desaparecidos durante la Guerra Civil y el franquismo. Son 150.000 las víctimas de desapariciones forzadas o involuntarias, lo que pone al Estado español como el segundo país, después de Camboya, en este ranquin macabro. Hablamos con Ana Calahorra y Fermina Iglesias, cuyos abuelos desaparecieron el año 1936 en el pueblo de Torrijos de la Cañada, provincia de Zaragoza. De hecho, en esa zona de Calatayud, se estima que hay más de 800 víctimas represaliadas en el Barranco de la Bartolina.

Ana, con voz temblorosa y emocionada y ante una sala repleta de gente, se dirigió a los miembros de la misión de Naciones Unidas, presidida por Jasminka Dzumhur. Por primera vez podía hacerse oír en un foro público, delante de unos funcionarios venidos de lejos, porque por desgracia, en su país, los diferentes gobiernos de la democracia nunca se tomaron en serio la tarea de buscar y reparar la memoria de las víctimas que están en las cunetas y las fosas comunes. Los verdaderos padres de esta débil e imperfecta democracia, los que lucharon por ella desde diferentes ópticas e ideologías, sus restos aún están sin identificar.

Ana y Fermina hablan del Barranco de la Bartolina

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¿Cuál es vuestro caso?

Ana Calahorra: Venimos a exponer el caso de nuestros abuelos, desaparecidos en Torrijos de la Cañada. Mi abuelo se llamaba Lucas Calahorra, y el de Fermina, Jerónimo Iglesias. Se los llevaron en diferentes fechas. A mi abuelo se lo llevaron junto a otras tres personas. Lo sacaron del ayuntamiento después de sufrir torturas y denegarle agua para beber. Era vicesecretario del sindicato UGT. En una furgoneta negra de las fuerzas de asalto se lo llevaron a la cárcel de Calatayud –en el antiguo Mercado de Abastos- donde prosiguieron las torturas y los golpes. Estuvo durmiendo en el suelo durante un mes, hasta que una mañana se lo llevaron a un barranco. Mi abuela dice que fue el de la Bartolina, pero la información de los familiares me llevó a Cetina (Zaragoza). Allí encontramos una fosa común con restos de 12 personas. Se exhumó la fosa, pero no hemos podido identificar los restos genéticamente, sólo en el caso de dos personas. No recibimos ayuda de nadie, sólo el trabajo de los voluntarios de las organizaciones para la memoria histórica. Además de tener la desgracia de buscar y desenterrar a nuestros muertos, cosa que deberían hacer los jueces y las instituciones, debemos pagarnos las pruebas de ADN. A mí me falta identificar tres ADN de esa fosa, que están pendientes por hacer, quizá uno sea mi abuelo, pero ahora no hay ningún tipo de ayuda.

Fermina Iglesias: Mi abuelo suponemos que está enterrado también allí, porque tenía más de 60 años y hay unos huesos que corresponderían con esa edad, pero como dice Ana, ahora no tenemos medios para que se hagan los análisis correspondientes. A mi abuelo se lo llevaron una noche, lo sacaron de la cama, enfermo y descalzo. Nunca más se le volvió a ver. Mi padre tenía 15 años y fue testigo, junto a mi abuela y mi tía, que estaba embarazada. El abuelo era vocal de la UGT y estaba significado por apoyar la legalidad republicana, pero su detención fue porque denunció una compra ilegítima de unas tierras del pueblo por parte de los caciques. Gracias a las investigaciones de Ana pudimos localizar el expediente de mi abuelo. Se lo clasificaba como “rojo” y que había tenido una pelea con un guardia civil, y fueron ellos los que se lo llevaron. En los expedientes de responsabilidades políticas de los muertos que hemos podido ver, constan las listas de los bienes que les requisaban al ser detenidos. Se llevan sillas y hasta los manteles de hule. A mi abuela le quitaron un burro viejo que tenía, y las tierras que les daban de comer. Pero no contentos con eso, les punían multas a las viudas. Mi padre, como hijo de viuda, no debería haber hecho el servicio militar, pero como el abuelo constaba como desaparecido y no fallecido, mi padre se pasó 3 años de mili, al volver tuvo que enterrar a su madre que vivió esos años casi en la indigencia. Esto fue un exterminio, un genocidio, tenían ganas de que no quedase rastro de los ideales democráticos de izquierdas, y que no quedase nadie vivo para defenderlos.

Y en el barranco de la Bartolina se cree que puede haber 800 cuerpos de personas asesinadas…

En el barranco de la Bartolina hay 800 víctimas. Como las cárceles estaban tan llenas, los asesinaban en las cunetas o en fosas comunes como en este barranco. Aunque está en medio de la nada, llegaron a poner tendido eléctrico para tener luz y poder seguir fusilando por la noche. Se da el caso que, durante años, muchas familias de Calatayud vivieron de vender el plomo de las balas de los fusilamientos, lo que te da la medida de la cantidad de balas que había en la Bartolina. Por la noche se veían fosforescencias –fuegos fatuos- de la cantidad de huesos que había. Con las riadas muchos huesos salieron a la luz. Había animales que los devoraban y las personas los cogían en bolsitas –todo esto sin que ninguna autoridad actúe hasta ahora- como recuerdo. Pero las víctimas de la Guerra Civil están a más profundidad. Mientras estuvo allí el gobierno del PP, lo convirtieron en un vertedero de basura, que luego se compactó, haciendo imposible y peligroso poder escavar allí. Si quieres recuperar a tu ser querido, a lo mejor esté allí, debajo de un montón de basura…

Memoria histórica

Quizá sea esta la mejor metáfora de lo que los diferentes gobiernos de la democracia, tanto PSOE como el PP, pasando por los autonómicos de uno u otro signo, han hecho con la memoria histórica de la Guerra Civil y del franquismo, compactarla y enterrarla sin la necesaria justicia y reparación. Ana Calahorra, en la web de la Memoria Histórica de Catalunya, escribe:“Las familias los estamos buscando, necesitamos ayuda. Sin rencores, ni odios, tampoco venganza. Sólo por justicia, los buscamos sólo por amor”.

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