Todos los que estábamos allí, todos los que viajamos desde Barcelona, Londres, París o Valencia, todos los que subimos la interminable cuesta verde hacia el Kobetamendi sabíamos bien lo que hacíamos. Las cerca de 40 mil personas que el viernes pasado aterrizamos en el territorio bilbaíno del Festival BBK Live, teníamos una misión: ver en directo a una de las mejores bandas de pop alternativo de las últimas décadas.

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Me refiero a Radiohead y no temo equivocarme. Me atrevo a ser así de rotunda porque las casi 2 horas de concierto que tuve la suerte de presenciar me lo permiten. Es sencillo darse cuenta de cuando uno está delante de otra cosa. Basta con notar cómo los pies se despegan del suelo y algo que quizás sea el alma empieza a flotar dentro del cuerpo. Cuando Thom York entonó la frase inicial de Bloom, tema con el que arrancó su actuación, podría jurar que los 40 mil corazones se elevaron al unísono. La primera de las veinte canciones que formaron el repertorio de la noche nos presentó a seis músicos entregados a un trabajo minucioso del sonido y la emoción. Sí, he dicho seis porque en esta ocasión la banda contó con el batería adicional que ya colaboró con ellos en el programa From the basement. Y puedo incluso insistir en el misterioso número para describir la manera en que la música nos llegaba también a través de los ojos: un caleidoscopio de seis pantallas que, en danza sincronizada con una bellísima y discotequera luminotecnia, proyectaba las imágenes fragmentadas de lo que ocurría en el escenario. Tal era la hipnosis colectiva que apenas si nos dimos cuenta de que el sirimiri (la característica llovizna de las tierras vascas) nos estaba calando enteros. Thom York se desmigajaba bailando temas como Idioteque o Lotus Flower y nosotros, embobados, tiritábamos ya ni sabíamos por qué.

Centrada en sus dos últimos discos (The king of limbs e In rainbows) la banda combinó las baladas de guitarras delicadas como 15 steps con los efectos sintéticos minimalistas y la exploración electrónica de, por ejemplo, The gloaming. Pero la voz aguda y profunda de York nos regaló también clásicos de sus discos más célebres como la esperadísima Karma police (OK Computer) en la cual el público pudo hallar el canal para la necesaria catarsis. A la expresión colectiva apeló asimismo el cantante, al grito (en inglés) de “¡No os quedéis callados, salid a la calle!”, en referencia a los bestiales recortes que nuestro pueblo está padeciendo. Un guiño, por otra parte, que York escogió muy estratégicamente: justo antes de tocar Myxomatosis, tema de su disco Hail to the Thief (“encarcelar al ladrón”).

Luego vinieron los bises y la inconfundible melodía de Paranoid android, que llegó de pronto como una ráfaga para subir y bajarnos por sus curvas de montaña rusa hasta dejarnos, sin previo aviso ni despedida, en el final de un concierto exquisito .

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