Algo extraño sucedió ayer en Barcelona: la línea roja del metro no finalizó su recorrido en L’Hospitalet, sino en Latinoamérica. O, al menos, eso es lo que se sintió durante las cuatro horas que duró la última jornada del Salsa y Latin Jazz Festival, en el recinto de La Farga, con las actuaciones de dos grandes de la música latina, el grupo puertorriqueño Calle 13 y uno de los padres de la salsa, el panameño Rubén Blades.

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El primer indicio que nos hizo sospechar que abandonábamos suelo europeo para transportarnos en vuelo directo hacia la Pachamama fue el retraso de una hora y media del inicio del concierto. Haciendo honor a la “puntualidad” latina, los músicos de Calle 13 salieron cuando el público, después de la larga espera, ya estaba a punto de ir a buscarlos (dondequiera que estuvieran) para traerlos del cogote al escenario. Pero llegaron. Y no decepcionaron. Residente (René Pérez) arrancó a puro reggaetón, haciendo mover con “Baile de pobres” todas las curvas del estadio. Quitándose rápidamente la camiseta (no podía ser de otra manera) el cantante continuó con un hit de su disco anterior, “No hay nadie como tú”, para enlazarlo casi sin respiro con el ritmo de salsa frenética de “Vamo’ a portarnos mal”, una potente llamada a la rebeldía colectiva.

Después de una primera parte de adrenalina pura, los once músicos decidieron darle rienda suelta a su corazoncito con canciones de tintes más sensibles, como “La vuelta al mundo”. Pero, sin duda, el clímax se produjo cuando, después de que el carismático líder de la banda dedicara unas emotivas palabras a los nacidos del otro lado del Atlántico, la bella melodía de “Latinoamérica” llegó para abrir un camino directo a las raíces del continente. El estadio entero vibró no sólo con la poesía y la música de esta canción espléndida sino con algo que la trascendió: un profundo amor a la tierra, una auténtica reivindicación del ser americano.

Siempre con el respeto a la libertad por bandera, Residente presentó el último tema: “Heteros, homosexuales, bisexuales, transexuales, ¡todos son bienvenidos para Calle 13!”. Acto seguido, una ovación generalizada y las trompetas delirantes de “Fiesta de locos” estallaron. La gente meneando, la gente brincando y la gente, finalmente, con la boca abierta al descubrir que la retirada de los artistas no era el clásico amague previo a los bises sino una rotunda despedida.

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Menos mal que el viaje a las tierras del cacao y el maíz continuaba. Los inmejorables vientos de la banda de Rubén Blades nos balancearon hacia los orígenes de la salsa y el estadio se convirtió, rápidamente, en una gran pista de baile. Tampoco faltó entre el público la actitud reivindicativa, que unas letras y una interpretación profundamente comprometidas con la lucha social promovieron en todo momento. Banderas de numerosos países ondearon al ritmo de las tumbadoras y el grito de ¡presente! acompañó la sucesiva mención de las naciones latinoamericanas a lo largo de la noche.

Por otra parte, Blades hizo gala, como un genial director de orquesta, de un dominio absoluto del escenario y de un rigor musical excelso. Así, el artista desarrolló un completo recorrido por sus más de veinte álbumes hasta llegar a su canción inmortal “Pedro Navaja”.

Luego, las luces del recinto se encendieron y la multitud empezó a hacerse a la idea de que tocaba ya emprender el camino de vuelta. Un viaje en metro y de Latinoamérica a Plaza Cataluña sin escalas. Eso sí, todos a casa bailando.

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