Las historias oficiales suelen escribirse con un profundo gusto por omitir vergüenzas. En el caso catalán, esto ha conllevado una serie de visiones grotescas, tales como la de identificar a todo el país con el antifranquismo, cuando la dictadura no hubiera podido mantenerse en el Principado sin un fuerte apoyo social y económico que no sólo dependía del gran capital. Escribo esto porque mi intención en esta entrega era trazar un pequeño mapa del polígono de Can Peguera durante la Segunda República. El resultado, sobre todo al haberlo estudiado con anterioridad, tampoco es nada sorprendente en su mezcla de racismo institucional y persecución sistemática a los anarquistas, tanto por parte de ERC como de los gobiernos del bienio conservador.

Los tejados de Can Peguera. | Jordi Corominas
Los tejados de Can Peguera. | Jordi Corominas

Para comprender todo lo dicho incide, como siempre, un factor muy olvidado también en la actualidad. Cada época configura un lenguaje entendible por la ciudadanía. En el caso del barrio que nos concierne vimos cómo durante la dictadura de Primo de Rivera fue bautizado en honor a Ramón Albó. Con la proclamación de la Segunda República, pasó a homenajear a Hermenegildo Giner de los Ríos, político vinculado a la Institución Libre de Enseñanza.

La metáfora positiva del cambio –más bien su anhelo– sería el de querer para esta nueva comunidad de los márgenes una educación de primera a recibir desde su flamante escuela. Sin embargo, los breves recopilados para esta pieza navegan en la doble tendencia anunciada en su inicio.

La ERC de los padres fundadores tiene una complejidad caída en la amnesia desde la mitificación del momento. Francesc Macià, primer presidente de la moderna Generalitat de Catalunya, era un militar con ambiciones independentistas que aprobó medidas propias de formaciones de extrema derecha. Entre ellas, tal como cita Chris Ealham en su monumental La lucha por Barcelona, quería establecer un cordón sanitario para controlar trenes, puertos y carreteras, además de generar un sistema de pasaportes que verificara si los recién llegados disponían de un contrato para trabajar en la Ciudad Condal.

Blancanieves y los enanitos en Can Peguera. | Jordi Corominas

En el mismo ensayo se menciona cómo, durante la primavera de 1931, el Ayuntamiento y la Generalitat llenaron la capital catalana de un anuncio en el que se invitaba a los inmigrantes a subirse a un tren hacia el sur de España con el extra de ofrecerles comida y bebida gratis durante el trayecto. Los trabajadores accedían a los vagones, bajándose en L’Hospitalet, porque eran conscientes de poder tener un mejor futuro laboral en las fábricas catalanas.

Can Peguera sólo se cita como grupo Giner de los Ríos cuando se elogian las actividades de reforma municipales, como la de enlazar mejor la barriada con el carrer de Feliu i Codina, en la Horta de toda la vida. Para el resto de noticias eran las casas baratas. En ellas nada bueno podía pasar, según los periódicos de la burguesía.

Para comprobarlo, durante la época progresista de la República bastarán tres efemérides. La noche del 14 de enero de 1933 fue fatídica para todos los vecinos de la precaria y flamante urbanización. La Guardia Civil la acordonó tras recibir un soplo, según el cual en muchas viviendas se ocultaban armas de fuego. Se detuvo a Ángel Benito Sagres, perteneciente al cuerpo móvil de las fuerzas de seguridad condales, por haber vendido pistolas y revólveres, según su confesión, porque de otro modo los residentes no podrían defenderse ante la inminencia de los numerosos riesgos que comportaba su aislamiento geográfico.

Poco antes, en diciembre de 1932, las investigaciones llevaron de nuevo a Can Peguera, en esta ocasión al relacionar a un individuo con un depósito de bombas y municiones localizado en el número 633 de la calle Mallorca, en el Clot. Por supuesto, la pista era anarquista, un clásico de la época, pero no la única forma de demonizar a las clases más desfavorecidas, pues una nota del 7 de julio de 1933 ubica una agresión a un empleado de la compañía de tranvías en la calle número 15 del polígono.

Vista de una de las calles de Can Peguera. | Jordi Corominas

Más tarde, en diciembre de 1933, se detuvo en las mismas casas baratas a una extremista, Manuela Cano Ruiz, reclamada por un juzgado de Girona por haber enviado una caja con 25 corbatas, vocablo usado por los revolucionarios como eufemismo de bombas.

Tres semanas después, durante la segunda quincena de enero de 1934, el periodista de turno registra la presencia de la policía en nuestro enclave protagonista porque poco antes se habían encontrado, en una supuesta cueva del Turó de la Peira, varias cajas de dinamita.

La situación no mutó durante los dos años previos a la Guerra Civil. Las iras del poder contra los pobres se debían a ese doble filo de inmigración y anarquismo, pues la CNT era la gran rival de ERC en la lucha por el control de la calle y una pesadilla no sólo para la derecha por su afán por subvertir el orden establecido, que juzgaban burgués pese a toda su impedimenta de republicanismo sin tacha.

En 1935 el barrio se vio sacudido por el asesinato, en la cercana bodega Montferry de la calle Eduard Tubau –a la sazón ubicado por los medios en Sant Andreu porque Porta estaba en pañales y Nou Barris ni se contemplaba como entidad–, del verdugo de la Audiencia de Barcelona, Federico Muñoz Contreras.

El carrer Eduard Tubau. A la izquierda, la Bodega Montferry. | Jordi Corominas

El 22 de marzo de 1935 fuerzas policiales efectuaron una enésima batida en las casas baratas de Horta, culminada con la detención de cinco ácratas, acusándose a Alejandro Gracia Hernández y a Manuel Muñoz Díaz de presidir, respectivamente, un pleno de la CNT y otro del Sindicato del Ramo de la Construcción.

Si estirara la cuerda, añadiría más sobresaltos al entramado. Uno se plantea si la colocación de los cuatro polígonos se debió más bien a una ansía represiva desde el control auspiciada por los cuadros de mando civiles y militares. Esa purria debía emplazarse en una geografía idónea para una colonia penitenciaria sin esos obscenos galones. La libertad de cara a la galería era perfecta. Lo bestia es que todos los ocupantes, con pleno derecho, de las 534 viviendas de Can Peguera eran sospechosos por el mero hecho de existir, no haber nacido en Catalunya y predicar una ideología subversiva que solo deseaba un mundo más justo.


*Fuente original: https://catalunyaplural.cat/es/una-periferia-demonizada-por-las-republicas/

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