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Después de cuatro días de protestas jalonadas por incidentes violentos, la quinta jornada de lucha se presentaba agridulce para los colectivos movilizados en defensa del Centre Social Can Vies. La noticia amable anunciaba que el alcalde de Barcelona, Xavier Trias, había dado su brazo a torcer renunciando a la demolición del inmueble previamente desalojado (ayer por la mañana se iniciaron los trabajos de desescombro previos a la reconstrucción, efectuados por voluntarios del movimiento asociacionista). La nota triste era el auto de prisión provisional dictado contra una de las personas detenidas durante los disturbios de las anteriores noches.

 

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Quizá pesaba más la indignación ante el castigo que la euforia deparada por el triunfo sobre la administración municipal; de cualquier modo, ambos ingredientes hacían prever que la manifestación convocada por distintos colectivos sociales, y respaldada por el sindicato CGT y una sola fuerza del Parlament de Cataluña, la Candidatura d’Unitat Popular (CUP), estaría cargada de una emotividad combativa, acicatada en su beligerancia por la presencia de dos centenares de antidisturbios del Cuerpo Nacional de Policía destacados para reforzar a los Mossos d’Esquadra (decididamente, Mas y Rajoy pueden entenderse).

 

La manifestación, cuyo inicio estaba convocado para las siete de la tarde, reunió en la plaza de la Universidad a distintas columnas de activistas, que accedieron a pie al lugar desde distritos como Gràcia, Les Corts, Nou Barris y, cómo no, el barrio de Sants. Fue el suyo el contingente más calurosamente recibido por quienes ya estaban en la plaza, donde los antecedentes ya citados no impedían que campase un ambiente relajado, más bien festivo, con participación de personas de toda edad aunque predominara entre el gentío la juventud (con toda la amplitud que el término ha adquirido en nuestros días).

 

En cuanto a la asistencia, la diferencia de cálculos, como siempre, fue desproporcionada de una fuente a otra: 3.500 participantes según la Guardia Urbana de Barcelona, 20.000 en el cálculo de los organizadores. De cualquier modo, a ojo de buen cubero se trataba de la mayor de este ciclo de protestas pro Can Vies, circunstancia que no favorece la credibilidad de la cuenta municipal. La presencia de los medios, numerosa, también parecía dar la razón a los convocantes.

 

Al grito de “Resistència”, “Anticapitalisme”, “La policía tortura i assassina” y “No podrán desal·lotjar la cultura popular”, y precedida por una pancarta donde podía leerse: “Construïm alternatives. Defensem el barris”, la marcha se saltó el itinerario previsto –cosas de la burocracia, o de vaya usted a saber quién: a las nueve de la noche, la Gran Vía barcelonesa, escenario fallido de la manifestación, todavía estaba vigilada de esquina a esquina por agentes de la Guardia Urbana…– y se encaró con varias dotaciones de los Mossos d’Esquadra en sus primeros momentos, pero sin llegar los abucheos a mayores. Para quienes conozcan el mapa de la Ciudad Condal, baste decir que los manifestantes rodearon la Ciutat Vella por las rondas, en dirección a la Avenida del Paralelo, y antes de llegar a ella se adentraron en el antiguo Barrio Chino, camino de la Rambla. Todo ello con una parada más que simbólica ante el edificio tapiado de La Carbonería, otro centro autogestionado que pereció a manos de la administración en el pasado mes de febrero.

 

Hacia las nueve de la noche, la manifestación intentó sin éxito alcanzar las Ramblas, escaparate turístico de la ciudad donde el pudor compartido de la autoridad estatal y la autoridad soberanista se ha empeñado en desterrar toda imagen de crisis, descontento y lucha. Replegada la muchedumbre hacia la más proletaria y multicultural Rambla del Raval –vía de trazado aún reciente, abierta para esponjar una de las zonas con mayor densidad de población e infraviviendas del antiguo Chino–, los Mossos d’Esquadra y una parte de los manifestantes se enfrascaron allí en la habitual batalla de pedradas y porrazos a la luz de los contenedores quemados –también un par de vehículos ardieron– mientras, no muy lejos, los antidisturbios del Ministerio del Interior español protegían el edificio de la Delegación del Gobierno, donde no se registraron incidentes.

 

En medio de esta trifulca, buena parte de los manifestantes se apartaron del escenario de autos para, , colarse hasta la Rambla, a la altura del teatro del Liceu, donde a esas horas se estaba representando una ópera de significadas connotaciones bélicas, La Valquiria de Richard Wagner. Allí se reconstituyó pacíficamente la manifestación, que siguió –cerrando el círculo de la marcha– Ramblas arriba, hacia las plazas de Cataluña y Universitat, inicio de su periplo. No contentos con lograrlo, los activistas enfilaron la Gran Vía hacia la plaza de España y el barrio de Sants, provocando la mudanza de no pocas furgonetas de los antidisturbios hacia esa zona.

Cerca ya de la medianoche, un grupo numeroso de manifestantes fue cercado por los Mossos a pocas calles de la plaza de España; sus integrantes tuvieron que identificarse para poder seguir su camino, en esa hora nocturna de la magia y las brujas en que el Pajarito policial se hacía oír con más estruendo, si cabe, en el cielo de Barcelona.

Can Vies, fin del quinto asalto. Mañana, ¿uno más?

 

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