El 8 de junio de 2017, un día antes del 113º aniversario de su inauguración, cesó en las funciones de «Preventorio judicial» la cárcel Modelo de Barcelona, un complejo de edificaciones de semblanza achacosa incrustado en el distrito residencial del Eixample (Ensanche). Hacia las 10.30 h de la mañana se procedió al traslado de sus últimos residentes forzosos, una docena de presos que fueron conducidos a la prisión de Brians (en Sant Esteve Sesrovires, localidad distante unos 40 km de Barcelona).

Concluía así un pasaje sombrío de la historia de la ciudad, marcado por numerosas tragedias individuales y testigo del drama colectivo de una sociedad que todavía no ha encontrado la forma de encauzar la reinserción de sus miembros díscolos por otro medio que no sea la privación de libertad.

Traslado del último preso de la Modelo: Foto: Francesc Sans

Tiempo hubo en que la sociedad respondía al delito con la venganza. Ejecución —de aplicación muy habitual— y prisión se entendían como formas de sufrimiento para el reo. Puesto que la ley respondía a los mandamientos de Dios, y el orden político terrenal había surgido bajo el beneplácito del Creador (aparte de estructurarse jerárquicamente a imagen y semejanza de la corte celestial), el quebranto de sus principios y normas equiparaba el crimen con el pecado, haciendo acreedor al infractor de castigos tan crueles como esas llamas del infierno prometidas a los réprobos.

De la venganza a la reinserción

A partir del siglo xviii, la difusión del pensamiento ilustrado aportó una visión más benévola del ser humano, así como un nuevo criterio de igualdad en el seno de la especie: los hombres —de las mujeres, poco se hablaba entonces— no eran iguales entre sí por tener un padre común y todopoderoso, sino por compartir la razón, genuina facultad de la especie que distinguía a esta del resto de los animales. Merced a tal planteamiento, el individuo delincuente podía comprender la magnitud de su error con el solo uso de sus capacidades intelectuales, que era capaz de aplicar a su corrección personal mediante el aprendizaje de hábitos correctos.

En 1764, el pensador y jurista italiano Cesare Beccaria (1738-1794) publicó un libro fundamental para la evolución histórica y conceptual del derecho penal, Sobre los delitos y las penas, en el que se estableció por primera vez el principio de proporcionalidad de la pena, según el cual la severidad del castigo debe adecuarse a la gravedad de la infracción. Además, en esas mismas páginas defendió la abolición de la tortura y la pena de muerte, esgrimiendo para ello argumentos de índole moral (ningún hombre podía disponer de la vida de otro, que solo pertenecía a Dios), jurídica (el contrato social se había signado para defender al conjunto de los individuos, pero no para aniquilar a parte de ellos) y utilitarista (dado el nulo carácter disuasorio de la pena capital).

Con posterioridad, las promulgaciones de la Constitución de los Estados Unidos de América (17 de septiembre de 1787) y de la francesa Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (26 de agosto de 1789) también influyeron en la transformación del derecho penal, puesto que sancionaban oficialmente la concepción antropológica ilustrada: el ser humano poseía derechos inalienables que ni siquiera en caso de detención o prisión podía perder. Más de un siglo después, estos cambios de concepto quedarían reflejados en el lema de la Junta Constructora de la cárcel Modelo de Barcelona: In severitate humanitas (Humanidad en la severidad). El castigo al delito había dejado de ser un acto vengativo para perfilarse como una acción didáctica, aunque rigurosa en su método.

El establecimiento penitenciario barcelonés fue inaugurado en 1904, tras seis años de trabajos de edificación. Su diseño se debió a los arquitectos Salvador Viñals y Josep Domènech Estapà. Tenía capacidad para alojar ochocientos reclusos. Estaba situada cerca de la otrora villa de Santa María de Sants (integrada en la Ciudad Condal en 1897), sobre terrenos que estaban destinados a formar parte del Eixample (Ensanche) urbano, por entonces en sus primeras fases de desarrollo; de hecho, la prisión ocupó cuatro de los hexágonos parcelados para ser convertidos en illes (manzanas), junto con el espacio de sus tramos de calle interiores.

El nombre de la cárcel no era baladí, pues se la concibió como un centro modélico, donde los presos contasen con un alojamiento digno, aunque de una frugalidad espartana, y dispusieran de talleres para desarrollar, a través del trabajo, las habilidades que podrían reinsertarles en la sociedad cuando hubieran acabado sus condenas.

Motín años 90: Foto: Toni Garriga

Más de un siglo de historia barcelonesa

Los 113 años de vida de la Modelo han dado mucho juego en la historia de la ciudad. Poco tiempo después de inaugurarse la prisión se recrudeció la guerra en Marruecos y tuvo lugar la célebre revuelta obrera barcelonesa conocida como Semana Trágica (1909). Fue esta el inicio de una larga serie de reivindicaciones de las clases populares (recuérdese la célebre «huelga de la Canadiense» de 1919, con escenario también en Barcelona, en la que se logró la jornada de ocho horas para todos los obreros del Estado). Vinieron también los años del pistolerismo, con los asesinatos del líder sindicalista Salvador Seguí (el Noi del Sucre, muerto en 1923) y su colaborador y abogado Francesc Layret (1920). La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y la Exposición Internacional de 1929, que urbanizó la montaña de Montjuïc y dio nuevo impulso a la construcción del Eixample. La Segunda República (1931-1936) y el primer Estatut de autonomía de Cataluña (1932). La Guerra Civil (1936-1939), con la lucha interna entre comunistas y anarcosindicalistas que ensangrentó las calles de Barcelona en mayo de 1937. La dictadura franquista (1939-1975), el exilio de tantos y la represión del movimiento obrero, de la oposición política en general y de las reivindicaciones nacionalistas en particular. Después llegó la transición al régimen pluripartidista (hoy consolidado como una plutocracia de corruptelas, con el gran capital financiero y energético al frente de los destinos del Estado) y un nuevo estatuto de autonomía catalán (1982), pero también una crisis económica que se sumó al baby boom heredado de la década de 1960 —y, cómo no, a la irrupción de la heroína— para abarrotar las galerías de la ya vieja prisión y convertir su interior en una suerte de infierno sobre la tierra. Finalmente, tras años de compadreo municipal entre partidos oficialistas que apenas se distinguían por el color de las corbatas de sus líderes, sorprendió la irrupción política de una fuerza renovadora en la alcaldía, surgida de los movimientos vecinales y sociales.

De todos estos períodos y hechos ha sido testigo directo la Modelo, en tanto que reflejo penal de los avatares de la sociedad.

Nudo de destinos

A lo largo de su historia, más de 42.000 personas fueron internadas entre los muros de la cárcel barcelonesa; entre ellas, 413 fueron condenadas a la pena capital.

Por allí pasaron numerosos represaliados políticos, como el que llegaría a ser presidente de la Generalitat de Catalunya, Lluís Companys, fusilado en 1940 en el castillo de Montjuïc; tamibén los líderes sindicales Ángel Pestaña (1886-1937) y Salvador Seguí, ya citado, y militantes antifranquistas como Salvador Puig Antich, que recibió en esta cárcel la infame pena del garrote vil (1974), ejemplo plástico de la crueldad de un régimen, el franquista, que estrangulaba todo intento de ruptura democrática (a la postre, el garrote social funcionó y el país vivió una suave «reforma» de su aparato jurídico e institucional). Y aunque no muriera aquí, de igual modo sufrió prisión en la Modelo Juan Paredes Manot, Txiki, miembro de ETA fusilado en el cementerio de Cerdanyola del Vallés (1975). Entre 1975 y 1977, con la cárcel bien poblada de presos políticos, el sacerdote catalán Lluís Maria Xirinacs (1932-2007) pasó doce horas diarias en pie frente a la puerta de la Modelo, durante 21 meses, como señal de protesta pacífica contra la represión; solo cejó en su gandhiano empeño tras la promulgación de la Ley de amnistía de 1977.

También conocieron estas rejas delincuentes de postín, como el mafioso francés Raymond Vaccarizi, asesinado en su celda por un francotirador desde un edificio vecino (1984); o el famoso Juan José Moreno Cuenca, alias El Vaquilla, tótem del choriceo hispano de la década de 1980, quien lideró el más sonado de los motines habidos en la Modelo (1984), con secuestro de funcionarios y fuga incluidos. Y, cómo no, la delincuencia de «guante blanco» —así llamada— también ha estado representada en esta prisión por personajes como el financiero Javier de la Rosa o el inefable empresario y bufón José María Ruiz Mateos, cuyos méritos empresariales se apoyaban sobre las brasas del fraude y la corrupción.

Motín años 90: Foto: Toni Garriga

Un nuevo espacio para el barrio

La prisión, con su ya trasnochada y poco modélica estampa de muros descascarillados y pabellones enrejados sobre los que despuntaban alambradas, redes y otros medios de contención del impulso de escapar del averno carcelario, representaba un incordio urbano para los residentes del contorno, además de un insulto visual a todo viandante, nativo o foráneo. De ahí que su desalojo —cuyo primer proyecto data de finales de la década de 1990— haya sido saludado con optimismo por las asociaciones vecinales. El establecimiento penitenciario se encontraba en tan mal estado que las mínimas reformas de conservación estaban valoradas en veinticinco millones de euros. Mantenerlo en funcionamiento hubiera supuesto una auténtica ruina para la administración autonómica.

Al Ayuntamiento en su mayor parte, y en menor medida a la Generalitat catalana, corresponderá la responsabilidad de reurbanizar los 70.000 metros cuadrados aún ocupados por las instalaciones penitenciarias.

No resulta extraño que despertase ávidos intereses especulativos un espacio libre de tales dimensiones, ubicado en el corazón de una ciudad urbanísticamente saturada como Barcelona, y sito además en un enclave próximo a la estación central de Sants, cercano a las instalaciones feriales de Plaça d’Espanya y bien comunicado por metro con los puntos neurálgicos de la ciudad. Sin embargo, el Ayuntamiento se ha comprometido a dedicar buena parte de esa superficie a equipamientos para el barrio: habrá 12.000 metros cuadrados de zona verde, una guardería, una escuela, un centro asistencial para ancianos, otro de carácter social para jóvenes y un memorial que recuerde el pasado del enclave y a quienes allí padecieron reclusión, aparte de edificios de viviendas (incluso cabe la posibilidad de que la Generalitat permita la construcción de un hotel en la porción de terreno que le pertenece). Todo apunta a que el módulo central de la prisión, con planta circular y del cual irradiaban las seis galerías de la prisión, permanecerá en pie a modo de testimonio arquitectónico.

De cumplirse los objetivos municipales, la reinserción del solar de la Modelo en el tejido urbano de la ciudad supondrá la mejor redención social para un establecimiento de memoria tan siniestra.

Motín años 90: Foto: Toni Garriga

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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