Antonio Machado con su familia en Rocafort.
Antonio Machado con su familia en Rocafort.

En España lo mejor es el pueblo y las alas que lo cobijan, el corazón de los poetas. Murió el poeta, de pena se murió Antonio Machado, de melancolía, porque el destierro mata a golpes y en silencio, porque el frío que recorre las manos y la espalda, los pies y la garganta te impiden ver lo que dejaste, soñarlo y apretarlo como si fuera un hijo. Sí, poeta, porque cada cadáver, cada difunto rodando en las cunetas, corriendo hacia otra tierra, sin lengua que se entienda, durmiendo para siempre en oquedades, es la muerte de ella, y sigue muerta, la República. Te fuiste envuelto en sus colores, rojo, amarillo y morado, pero entre tú y yo queda a lo lejos un trazo de esperanza.

Ayer, cuando la primavera ya revolotea entre almendros, naranjos, limoneros, leí que un nuevo poema ha aparecido, un poema tuyo, dicen, a la espera de identificaciones y estudios. Ahí está, custodio de la Institución Fernán González, Fondo Zugazaga, en la ciudad de Burgos. Quizás tú no lo sepas, pero tu hermano Manuel y su mujer Eulalia, cuando estalló el golpe de 1936, estaban en la ciudad a la que acudían cada año para visitar a la hermana de tu cuñada. Y allí se quedaron, de pensión, durante tres años, hasta acabar la guerra.

Tu hermano Manuel murió en el 47 y su esposa Eulalia Cáceres donó su fondo (el de Manuel) y parte del tuyo a la institución burgalesa, que lo conserva como oro en paño. Todos esos documentos que llaman machadianos deben rondar los 1300, o se aproximan. Eulalia, no sé si sabrás, a la muerte de tu hermano, ingresó en una Congregación religiosa en Barcelona -El Cottolengo del padre Alegre- cuidando niños enfermos y desfavorecidos, legando nueve documentos que a su muerte la Congregación entregó a la Institución.

Fíjate poeta que tres días después de morirte, tu hermano José encontró en tu viejo gabán un papel arrugado, escrito en lapicero con tres notas escritas «ser o no ser», «esos días de azul y este sol de la infancia» y otras canciones a Guiomar (el amor de tu vida).

Ahora, aparece un poema entre la documentación del secretario de tu hermano Manuel, escrito en un hojita de papel fino y con membrete de tu cátedra de lengua francesa en Soria. El poema tiene un nombre, Las viejas de Castilla. Pero mira, casualidades o milagros, no lo sé. Leo en el Diario de Burgos «es un soneto en alejandrinos, que viene encabezado por unos versos del Hamlet de Shakespeare»: To be or not to be that is the question. Whether ‘tis nobler in the mind to suffer (Ser o no ser, esa es la cuestión. Si la gente cree que es más noble sufrir…) ¿Habías vuelto a empezar ese poema en Colliure? «Ser o no ser». Algún día lo sabremos.

Yo no sé si Castilla es tierra de santos, pero sí de poetas, -contigo es excepción, estás partido en dos, Sevilla y Soria- a veces me pregunto donde latía más tu corazón, si al ver el Guadalquivir, o en tus tránsitos por la tierra de polvo junto a Alvargonzález.

Lo que si me consta es que el pueblo te lee, el de Castilla (La Nueva y la Vieja), el andaluz, el catalán, el vasco y el murciano, el gallego y el extremeño te saborea, te agradece y te recuerda. He crecido contigo, con cada verso y cada estrofa, me he reído con Juan de Mairena y, a veces, hasta me he asombrado.

Ahora vuelvo a leerte -cosa nueva esta- un poema escondido y lo transcribo y lo imprimo y lo uno a tus libros con todo el dolor del mundo porque no quiero escribir que es el último que flota en esta tierra nuestra.

Las viejas de Castilla

Un día cabalgaba por la ancha carretera

que va de Soria a Burgos, mediada primavera,

por estos altos llanos la primavera tarda

a abrir sus manos rosas sobre la tierra parda.

Y ya es abril mediado cuando el verdor renace,

donde los potros juegan, donde la oveja pace,

[el pescador furtivo apresta sus reteles
y tienen las abejas donde libar sus mieles]*

cuando de blancas flores se cuajan los ciruelos

y la cigüeña madre enseña a los hijuelos

a usar las alas torpes, y al comenzar de mayo,

es blanca todavía la espalda del Moncayo

Y al hombre que trabaja el pegujal tardío

castiga la ventisca y azota el cierzo frío.

Mas sol y azul… Prefiero los yermos de Castilla

a las floridas vegas de Córdoba o Sevilla.

*Esos versos aparecen encajados, sobreescritos.

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