«Channel Zero Candle Cove, Internet Killed the Terror Film Star». Que el título que acompaña al nombre de la serie no confunda al lector. Las impresiones que quedan tras ver el nuevo producto del canal Syfy son bastante positivas. Lo que se pretende es transmitir la misma sensación alegre tan presente en aquella canción de The Buggles donde el título y parte de su letra podía parecer pesimista, pero que en realidad supuso un aviso para muchos aficionados a la música: las nuevas tecnologías no tienen porque sustituir a las viejas.
Desde siempre el cine se ha nutrido de varias fuentes (muchas veces mal llamadas de inspiración, pues poco se inspira uno cuando adapta algo ya completo) hasta agotarlas. Luego ha pasado a la siguiente con la intención de crear una cadena de recursos, pero siempre con dos claros objetivos: darle tiempo a la ya agotada para recuperarse y expandirse hacia otros artes que fagocitar.
Libros, ensayos teatrales, artículos periodísticos, hechos históricos, biografías, cómics, atracciones de parques temáticos, juguetes o videojuegos, conforman una lista cada vez más amplia. Tampoco faltan las series de televisión, pero estas juegan un curioso papel bidireccional, pues también se sirven de todo lo anterior para ampliar el espectro de su catálogo. Lo anecdótico surge cuando es una serie la que se adelanta al cine para usar un material extraído directamente de internet. Su nombre, los creepypastas, leyendas urbanas exclusivas de la red y de dominio público. Al menos hasta que alguien es tan inteligente como para registrar su propia creación.
El término creepypasta procede de la jerga copypaste, traducido al español sería: copiapega. Una acción muy común en los foros y redes sociales. Es precisamente en el primer lugar donde ven la luz la mayor parte de estas historias. Alguien cuelga una idea con el propósito de compartirla, pero sin atribuirse méritos de autor, luego el resto de usuarios la amplían. El ejercicio puede resultar en un gran trabajo de equipo o en una morralla infumable. Se trata sin duda de una práctica carente de profesionalidad, pero no ha impedido que dé lugar a más de una interesante ficción.
De entre todo los creepypastas hay alguno más famoso que otro, como es el caso de Slenderman. Llevado a la ficción por primera vez en una web-serie subida a Youtube, además de tener pendiente un estreno a lo grande el año que viene y donde servirá de inspiración para una serie que emitirá HBO. Aunque más cercana en su formato al “Making a murderer” de la todopoderosa Netflix.
Sin embargo, si existe uno que ha sabido diferenciarse del resto, ese es Candle Cove. El motivo deriva de haber sido concebida desde el principio por Kris Straub, un artista web que planificó cada detalle con la intención de dotar a su creación de un escalofriante halo de realismo. Entre varias de estas decisiones se encuentran la de abrir un hilo dentro de un foro y crear falsos perfiles que alimentaran, con sus oportunas intervenciones, el nivel de leyenda del meta relato.
La maniobra de Straub fue tan sencilla como efectiva. Preguntó a los usuarios del foro si alguien recordaba una vieja serie infantil emitida a finales de los setenta. Protagonizada por marionetas y ambientada en un barco pirata. Al principio la descripción se mofaba de su aparente falta de recursos o calidad, pero poco a poco aquellos detalles resultaron menores y la dinámica del hilo entró en aspectos más inquietantes. Había capítulos con argumentos crueles o personajes que hablaban de arrancar la piel a los niños. Incluso algunos usuarios del foro (presumiblemente perfiles creados por el propio Straub) afirmaban que al preguntar en la actualidad a sus padres por aquel programa, estos decían que era una invención propia de la edad, como un amigo invisible. Y que siempre que se referían al mismo simplemente estaban mirando al aparato de televisión mientras emitía estática. El nombre de aquel programa era Candle Cove.
La gran bola de nieve que es internet hizo el resto y las desesperadas productoras televisivas vieron un filón tan virgen como lo fue el oro o el petróleo, en su tiempo.
Syfy, un canal con no demasiada buena fama gracias a contar con productos de muy dudosa calidad argumental y menos aun presupuestaria, fue el primer y único pretendiente de llevar Candle Cove a la televisión.
La primera decisión pasaba por elegir que formato era el más idóneo para la historia. Existe un amplio catálogo de posibilidades actualmente. Temporadas con continuidad que cubren todo el año, mini series con episodios que duran lo que un largometraje o estrenos a la carta sin emisiones semanales. No todas las opciones se ajustaban a una historia como aquella, de hecho, ninguna lo hacía por una razón principal: la historia del famoso creepypasta era demasiado corta. Era necesario inventar un formato para ella sola o mejor dicho, tomarlo prestado.
Es así como nace “Channel Zero Candle Cove”, una nueva serie cuyo propósito es el de contar cada año una historia completamente diferente a la del anterior. Sin relación ninguna entre sí y que, si se elimina su intención de inspirarse en creepypastas, imita básicamente la fórmula establecida por otra serie también anclada al género de terror. La famosa “American Horror Story”.
Si se contempla la propuesta, desde el punto de vista empresarial, hay una razón para basar estas historias en leyendas urbanas surgidas de internet. De mayor peso que la honesta motivación de ofrecer algo fresco, aunque esta primera temporada sea la excepción que confirma la regla. Se trata de la económica. En el caso de “Channel Zero Candle Cove” la figura de Kris Straub surge como el autor al que hay que comprar los derechos de explotación, pero de ahí en adelante el cielo es el límite a la hora de ahorrar en costes de propiedad intelectual. Internet rebosa de productos de segunda que colocar en manos de guionistas. Syfy lo sabe tan bien como el hecho de contar con los millones de jóvenes (y no tan jóvenes) internautas interesados en esta nueva moda. A la modesta cadena le basta con asegurarse dicha audiencia para correr el riesgo de invertir en el proyecto.
La principal ventaja que también maneja un canal como Syfy, de target menos convencional, es la de poder narrar sin entrar en los habituales estereotipos imperantes dentro del mercado televisivo. Es de esta manera como “Channel Zero Candle Cove” se beneficia de ciertas libertades creativas, algunas más acertadas que otras, como veremos a continuación.
Se puede apreciar lo valioso de resumir la adaptación a seis capítulos de tan solo cuarenta minutos cada uno, decisión que sirve para no adulterar la historia con sub tramas innecesarias, pero que aún así no ha sabido aprovechar lo suficiente la originalidad de la propuesta. A veces (poquísimas, para ser sincero) da la sensación de quedar estancada o pretender un retardo, como si no hubiera más que contar y debiera llegarse de manera inminente a su desenlace. Es únicamente un mal menor que por suerte apenas se percibirá.
A cambio el espectador recibe un tratamiento del horror que equilibra bien el suspense y los miedos psicológicos, con unos golpes de efectos suministrados en muy pequeñas dosis. Lo necesario para no abusar de lo segundo y no aburrir con lo primero. Maneja con arte el mismo procedimiento que la famosa saga de videojuegos, “Silent Hill”, pero de una manera completamente diferente.
El argumento gira en torno a Mike Painter, un psicólogo infantil que regresa a su pueblo natal, allí donde su hermano gemelo desapareció cuando ambos eran niños. Los traumas que acompañan al doctor Painter traen consigo recuerdos de un bizarro e hipnótico programa de televisión infantil, ligado a su vez a una masiva serie de secuestros de brutal desenlace, los mismos en los que se vio envuelto su hermano.
Es durante una cena con viejos amigos de la infancia cuando Mike, gracias a la hija de uno de ellos, descubre la reposición del antiguo show que veían de niños. Lo que tiene ante sus ojos no ha sufrido ninguna actualización y mantiene intacto el aspecto desangelado de las producciones de la época. Sea la pobre calidad de emisión, el tosco diseño de sus aterradoras marionetas protagonistas e incluso los crípticos mensajes destinados a ser entendidos solo por los críos. La repetición de estos síntomas no será lo único que Mike revivirá. Pronto vuelven a sucederse las desapariciones y comportamientos inquietantes, entre los infantes de la infame localidad.
El psicólogo no tardará en verse envuelto por un misterio repleto de oscuros secretos que le atañen de manera muy personal. No quedándole otro remedio que hacer frente a sus demonios internos, más terrenales de lo esperado cuando logren abrirse paso a través de los temidos personajes de “Candle Cove”.
En el plano técnico de “Channel Zero: Candle Cove” no se presentan grandes alardes.
El conjunto formado por aspectos de gran relevancia como fotografía, dirección o montaje, ofrece un tono insípido. Puede que intencionado, puede que no, pero que para el caso se posiciona a favor del ambiente que la historia desea transmitir. Sirve también de ejemplo para el porte frio y carente de matices, que invade a todo el planten de actores, elemento que enaltece la credibilidad de sus reacciones ante los extraños fenómenos. En dicho caso resulta más fácil diferenciar a quien ha seguido las indicaciones del director, de quien no posee el talento necesario para el papel. De todos modos y por suerte, el último caso se da en personajes muy secundarios, sin apenas peso en el progreso de la narración.
Es en lo pausado de su ritmo o en la práctica ausencia de música, donde se esconden dos valores importantes de la serie. Su ayuda sirve para dramatizar la incómoda sensación de pesadilla, una que los personajes parecen vivir despiertos y que se transmite perfectamente al espectador. Sobre todo gracias a las comedidas dosis de terror inherentes en unos estudiados efectos especiales. Tan sencillos como efectivos. Donde brilla, con especial sensación malsana, un departamento artístico que contribuye a dejar mal cuerpo al espectador. Y es que dicho talento rebosante de enferma imaginación, contenido en el comienzo y desatado durante sus dos capítulos finales, es uno de los máximos responsables de la calidad de la propuesta.
Llegados a este punto, después de hacer balance entre sus pros y sus contras, el análisis exige una valoración sobre el aspecto más importante de toda historia: su guión.
Si se estudia muy por encima puede parecer demasiado básico y teñido de algunos recursos ya muy trillados en el género. Y lo cierto es que no se caería del todo en un error, solo en parte. Lo que no conviene olvidar, y sí elogiar, es su habilidad para cuajar (a partir de pueriles intercambios de mensajes dentro de un foro) una trama a la que no le falta ni consistencia ni ese efecto capaz de turbarnos el alma. Confeccionando así una nueva forma de meter el miedo en el cuerpo.
Por desgracia, que todo surja del resucitado trauma infantil de un grupo de adultos, es fuente también del principal problema de su desarrollo narrativo. Carecer de una base firme empuja al nudo de la historia a conectar abruptamente algunos cabos sueltos. Es debido a esta mala praxis que unos (por suerte) pocos momentos puntuales, que deberían ser de terrorífica cumbre, terminen por distraer accidentalmente la atención del espectador. Caer en dicho error menoscaba el laborioso empeño puesto en diseñar los espeluznantes personajes de trapo, así como su lenguaje corporal. La suerte, no obstante, se posiciona la mayor parte de las veces a favor del efecto. Gracias sobre todo a la eficiente decisión argumental de enmarcar a las criaturas en un contexto falsamente inocente. El de lobo con piel de cordero como ideal caldo de cultivo.
El resultado que anida en la conciencia del espectador tras acabar la temporada es bastante satisfactorio. Lo justo para relamerse pensando en cual será el siguiente creepypastas que piensa adaptar “Channel Zero: Candle Cove”.
Como mínimo se espera que continúe, y mejore, el buen ejercicio de terror del que hace gala la adaptación de Candle Cove. Con esa huida de lo establecido y ofertado, en productos menos arriesgados. Aunque, si es posible, eliminando de la ecuación la impresión que deja de no haber sido bien aprovechada del todo.
En cambio, si la cuestión es ponerse realmente exigentes, el verdadero deseo imperante de quien aquí escribe remite al mejor acierto de la serie. Que no es otro que seguir empleando la herramienta que dota a la experiencia de una alta capacidad empática. Revisitar desde la madurez aquellos productos nostálgicos y descubrir que, en realidad, encierran mucha más perversidad y espanto, de las que podíamos percibir siendo simples niños.
Y si alguien duda de esto, le recomiendo que vuelva a visionar con sus ojos de adulto clásicos Disney como: “Pinocho”, “Dumbo” o “Alicia en el país de las maravillas”. Se llevará más de una sorpresa e incluso puede que alguna pesadilla.