Hay un tiempo único, mágico e indefinible en los procesos sociales en que se produce un acontecimiento radical: De golpe la multitud toma la Plaza, o el Castillo de Invierno, o sale a la calle a manifestarse y el tiempo presente se gira, se trastoca, se rompe.
Hay un tiempo único, mágico e indefinible en los procesos sociales en que se produce un acontecimiento radical: De golpe la multitud toma la Plaza, o el Castillo de Invierno, o sale a la calle a manifestarse y el tiempo presente se gira, se trastoca, se rompe.
Eso es lo que está sucediendo estos días en Barcelona. La película “Ciutat morta” ha catalizado procesos que estaban en marcha desde hace mucho tiempo pero que necesitaban un canal adecuado para manifestarse, un catalizador que agite las energías y las conciencias para que la gente suelte esa cuerda con la que nos atan y que cada día aprisiona más.
La película documental “Ciutat morta”, que describe, analiza y pone al descubierto un hecho puntual de montaje policial y judicial, es lo que entendemos como un documental de denuncia. Ha habido varios documentales de denuncia en los últimos años en Barcelona, y motivos ciertamente no han faltado. Muchos de estos documentales denuncia estaban tan bien articulados como “Ciutat Morta”. Sin embargo es ahora cuando se produce este salto cuantitativo tan brutal de adhesión a la tesis de un documental por una enorme parte de la ciudadanía. Es ahí donde reside la importancia de un documental como “Ciutat Morta”, en despertar y saber aunar fuerzas que estaban dispersas, en remover aquello que está enterrado desde hace años y que puja por salir a la superficie.
“Ciutat morta” ha sido capaz de de insertar un tubo de conexión entre el subsuelo de nuestra sociedad y la superficie cotidiana, y permitir así que aflore el geiser del horror, de las catacumbas del sistema, de la tortura y la represión, aquello que nadie quiere mirar de frente.
En una sociedad donde aún tenemos miles de cadáveres de la guerra civil en la cuneta sin identificar, abrir el foso de lo real en este presente de fantasmagoría mediática es un valor que sorprende y que cambia las formas de la partida política que se viene jugando entre las élites y una ciudadanía cada día más puteada, ninguneada y abandonada a su resentimiento y frustración.
La censura mediática contra “Ciutat morta”, y muchos otros trabajos documentales que la TV pública no acierta a emitir, no es moneda nueva. Sin embargo, los premios acumulados en festivales por “Ciutat morta” han servido de revulsivo frente a cualquier argumento “formal” con que la TV pública suele escudar su línea de imposición ideológica. La presión del lobby de la izquierda parlamentaria sirvió para desanudar una censura que ya no encontraba argumentos válidos.
Recordemos que cuando “Ciutat morta” fue el único documental catalán seleccionado por el festival de cine de San Sebastián, la TV pública de Catalunya y todo el conglomerado mediático que generalmente celebran las distinciones de la cultura catalana en el exterior, permanecieron en un extraño y pervertido silencio: “Ciutat morta” se hizo entonces famosa entre una gran parte de la ciudadanía por el silencio mediático al que estuvo condenado. La perversión mediática de lo real provoca estos giros en la opinión pública: el silencio cómplice del Poder y sus voceros, es a veces la mejor de las alarmas y el aullido que más conmueve.
La enorme recepción del documental cuando fue transmitido por la TV pública resumía este estado de ánimo generalizado donde aliados y cómplices de una película, el público señalaba con dedo acusador la ideología perversa de lo real mediático.
La TV pública de Catalunya debería tomar nota de lo sucedido, ya que el vuelco masivo de apoyo a un documental que el espectador ya conocía por referencias o por haberlo visto (“Ciutat Morta” circula por centros, festivales, cines y jornadas críticas desde hace más de un año) no hace más que afirmar el estado de hastío frente al escamoteo de lo real por parte de los medios que se financian con dinero público.
Cabe aquí aclarar qué entendemos por real, ya que nuestros comunicadores mediáticos buscan en la confusión formal gran parte de las excusas para seguir las líneas ideológicas que les imponen el poder y el mercado. Lo real es aquello que no queremos ver.
Personalmente prefiero no saber que a pocas calles de mi casa se tortura y se provoca un sufrimiento tan atroz como banal a gente incapaz de defenderse. Tampoco querría saber que camino al colegio de mi hijo, pocas manzanas más allá existe un centro de reclusión para gente pobre y sin papeles que inmigra a nuestros países en busca de trabajo y supervivencia y que está confinada sin una asistencia médica básica, sin garantía judicial, sin derechos propios de un humano, sin esperanza alguna.
Lo real es todo aquello que sabemos que existe pero no queremos ver, ese real que implosione debajo de nuestros pies y no nos deja vivir tranquilos.
Personalmente les creo a los mandos del Ajuntament de Barcelona que ocupaban puestos de mando durante los eventos del 4F, cuando dicen que no sabían lo que sucedía entonces. Creo que es bien cierto que no lo sabían, y que no les interesaba. Nuestro profesional anestesista, el doctor Joan Clos – alcalde de entonces en las lista del PSC-, prefería bailar samba en las comparsas millonarias de Carnaval que organizaba en vez de saber que a jóvenes casi adolescentes se les rompe las articulaciones y se los muele a palos. En verdad es preferible bailar y beber que asumir que en la ciudad que diriges hay cloacas máximas. Su teniente de alcalde y todo el estamento político hacen ahora un mea culpa (o no) de su ignorancia sobre lo que sucedió, pero es que en verdad no hay mejor sordo que el que no quiere oír. Así funciona el mecanismo cómplice en nuestra sociedad. Políticos y periodistas que tienen el deber de saber qué sucede y promover conocimiento de este estado de las cosas, optan por refugiarse en la fantasmagoría de un deseo autista. Prefieren la marca Barcelona, el diseño pulcro y luminoso de la arquitectura chic, los edificios inteligentes y los cócteles con glamur.
El periodismo que debe su estatus de Poder a su capacidad de mirar debajo de las alfombras del Poder para mostrar lo que se oculta, se hace cómplice del Poder y le festeja y acepta sin crítica las amenazas y los premios. Tiene nóminas excelentes. Los que han aceptado el juego, los pocos que quedan, porque el grueso del periodismo en el estado neoliberal no tiene ya ninguna función en un marco mediático monolítico donde pocas manos controlan el entramado de prensa, radio y audiovisual. Los que aún tienen el premio de continuar ejerciendo de periodistas hacen ahora un mea culpa (o no) sobre su ignorancia sobre el 4F. Es que en verdad no querían saber nada. El periodismo actual tanto en los medios públicos como privados está arrinconado en las amenazas del despido y la buena conducta, y por lo general extiende la mano y tapa sus ojos y oídos, solo le queda la boca para expresar un mundo fantasmagórico donde el horror está siempre fuera y lejos de nosotros. Allí se vive mal, por ende aquí estamos bien, en el mejor de los mundos, como suelen repetirnos.
Y de golpe, curiosamente, todo este estado de cosas que arrastramos desde hace tanto tiempo, se trastoca, se tuerce, chirria.
Los periodistas parecen haber recuperado los ojos y el sentido común. Todo el mundo habla, todos quieren saber y opinan. El 4F no es un caso aislado en el acontecer represivo del poder en Catalunya y todos lo sabemos. Ahí reside el verdadero golpe a la realidad fantasmagórica que nos venden los medios y que la ciudadanía a puesto patas arriba. Apoyar “Ciutat morta”, difundirla por las redes sociales, visionarla y discutirla se ha convertido en una manera de avisar que sabemos lo que sucede y que es momento de dejar de sambar y beber para observar donde vivimos y que terreno pisamos; que hay debajo de nuestros pies y cuál es el precio de nuestro bienestar o de nuestra pobreza.
Las mazmorras del sistema son un horror, los CIES son algo inimaginable en una sociedad democrática y mínimamente solidaria con el sufrimiento humano, la pobreza extrema, la perversión del capital de una avaricia sin límites que exprime los bolsillos de los más indefensos; todo eso configura una realidad obscena, enterrada, disimulada, y hoy en estos días la tozuda insistencia de unos pocos jóvenes que creen en el poder desvelador de las imágenes y los discursos sociales, ha hecho posible que surja un chorro enorme de sentido y que nos demos un baño de realidad.
Hay que aprovechar este momento para refregarnos los ojos, los oídos y la conciencia con esta agua alimenticia que viene desde lo profundo de lo que somos.
*Jacobo Sucari. Realizador documental y Dr. en Bellas Artes.