El 47 cuenta la historia de un acto de disidencia pacífica y el movimiento vecinal de base que en 1978 transformó Barcelona y cambió la imagen de sus suburbios para siempre. Manolo Vital era un conductor de autobús que se adueñaba del bus de la línea 47 para desmontar una mentira que el Ayuntamiento se empeñaba en repetir: los autobuses no podían subir las cuestas del distrito de Torre Baró. Un acto de rebeldía que demostró ser un catalizador para el cambio, de que las personas se enorgullecen de sus raíces, de una lucha del vecindario, de la clase trabajadora que ayudó a crear la Barcelona moderna de los años 70.

(Filmaffinity)

En primer lugar, debo decir que me resulta muy curiosa la opinión, la vivencia íntima de lo que cuenta la película, diría más bien, tan diferente según la experiencia personal de cada cual, incluida la mía. Los juicios relativos a las intenciones de los realizadores, productores, directores, y el gusto estético de cada quien los dejo al margen, porque siendo determinantes en la filia o fobia desarrollada hacia esta cinta, creo que no son lo esencial del asunto.

Yo soy de los que no quería verla porque era del tal Roures, y porque al personaje extremeño, Vital, semianalfabeto, se le hace chapurrear catalán, cosa que sin conocer la realidad tal cual fue, no me encajaba (porque eso no era así en los barrios que YO conocí, ni en los militantes políticos o populares que YO conocí…pero vete tú a saber) y me sonaba a operación típica y tópica manipulatoria para vender un refrito del pasado, tamizado de nacionalismo incipiente incardinado en nuestra historia popular reciente, la del antifranquismo, la de las luchas populares, la de los inmigrantes, la de los miserables.

Creo que debe dejarse de lado, también y desde luego sólo hasta cierto punto, la veracidad de ciertos momentos que se recrean en la película y que pueden ajustarse más o menos a la realidad. Se han mencionado varios, es posible que fueran así o no, que lo fuesen en parte, a medias. Aquí el espectador ignorante de los hechos concretos (yo), hace una evaluación acorde con su experiencia personal por asimilación; en mi caso la mía, cada cual la suya.

El asunto de la falta de veracidad, digamos que es el precio que hay que pagar por ver cine comercial, que es todo el que vemos (alguna excepción hay); efectivamente es cine comercial, hecho para ganar dinero y de rondón difundir una determinada visión de ciertos acontecimientos y épocas, hecho al gusto del que paga, el productor. Como todo cine. Como el que vemos habitualmente, como el de Hollywood. Como tanta obra de arte. En realidad también es, en parte, el problema del arte, una recreación de la vida, con verdad, con falsedad, con intención, además de con magia y talento para expresar, para impresionar, para evocar, para incitar. Hay que andarse con mucho ojo con toda obra de arte.

Pero debemos, de más está decirlo entre cinéfilos avezados como muchos de nosotros, intentar leer entre líneas, exprimirle el jugo a la narración cinematográfica, ver lo no evidente, lo que no reside en la estructura narrativa, ni en la óptica más o menos distorsionada del productor o el director, hasta cierto punto presentista: el catalán, el individualismo, tal escena, tal elipsis, esto o lo otro.

Cuando vi la película, cuando decidí verla, era porque la daban en la tele y no tenía ganas de perder tiempo escogiendo algo más digno de mi categoría como cinéfilo. Tenía un prejuicio que era negativo hacia la misma, por las primeras impresiones que había leído de algunos compañeros, por la antipatía hacia los productores y hacedores de la obra (excepción hecha de los magníficos actores, magníficos de quitarse el sombrero, merecedores de unos premios Velázquez,–no confundir con los Goya–) y el ambientillo adverso generado en ciertos ámbitos, incluido el nuestro.

Y hete aquí que vi la película. Y me emocionó hasta los tuétanos.

Vi a mis padres, a mis camaradas, a mis vecinos, padres de mis amigos, a gente que reconocía perfectamente. Gente ya muerta. Gente que ya no existe. Y lo que es peor y terrible, tipos, perfiles de individualidad que ya no existen, de culturas, de formas de vida que ya no existen ni existirán. Habrá otras mejores o peores, pero no aquellas. ¿Melancolía, nostalgia? Creo que no, sólo un poco. Vi a gente que sé cómo pensaban, cómo actuaban, cómo amaban, cómo sufrían, cómo luchaban. Y os confesaré la verdad: me gustaron mucho, me enamoraron. Me gustó mucho el amigo de Vital, el cordobés, de Puente Genil (ya sabéis…de Puente Genil a Lucena…), mis padres son de ahí cerca. Qué se le va a hacer, así es el amor. Sus hijos, sin embargo, ya no somos así. Yo ya no soy así. Aquello se perdió, forma parte de otra historia más de las miles de la Historia, una ya periclitada, desaparecida, gloriosa para los que tuvimos el privilegio de observarla y de sentirla, incluso de participar modestamente, en mi caso en estado de hijo-niño-adolescente, premilitante. Puede ser que por eso la recuerde tan vívidamente.

De donde yo vengo las asambleas sí se organizaban, también, espontáneamente, en las esquinas de las calles, en las puertas de los colegios, en las plazas de los pueblos, bueno, en aquellos descampados de tierra aplanada que llamábamos plazas. Luego había reuniones en la asociación de vecinos y esas cosas más formales. La gente hablaba desordenadamente y cada uno de lo que le parecía, me recordó mucho a un documental sobre las Madres de la Plaza de Mayo, en que Hebe de Bonafini se quejaba risueñamente de que al principio, en las reuniones que dieron lugar al poderoso movimiento, aquello era una charla de mamás y abuelas, cada una con su cuento, hasta que se llegaba a las cosas comunes, a lo que se podía hacer.

Así se consiguieron escuelas, semáforos, asfalto y ambulatorios. Las manifestaciones, las concentraciones, eran pacíficas, cuidadosamente moderadas y pacíficas hasta en los lemas que se coreaban: ¡Vecino, únete, el problema es de todos! En vez del más asilvestrado ¡Vecinos mirones, bajad de los balcones! La cuestión es que había madres y niños, abuelos y abuelas incluso, y no se trataba de que molieran a palos a nadie, si era posible. En esas condiciones, si había policía era difícil responder como aguerridos luchadores. La cosa funcionaba de otra manera, eran otros contextos sociales. Así pues, yo no veo en la película otra cosa que lucha por la vida, por la colectividad, por la dignidad, ¡por la dignidad!

Y sí, queridos amigos, mi madre y otras vecinas iban al ayuntamiento y preguntaban con quién se tenía que hablar para tal o cual tema: la piscina para los niños en verano, las aulas en barracones provisionales de las prometidas escuelas públicas, la ampliación del consultorio, el asfaltado, qué sé yo… Y esperábamos como tontos pueblerinos en cualquier vestíbulo de mierda el tiempo que hiciera falta hasta ser recibidos por el repugnante funcionario de turno (mucho peor que el de la película); o si la cosa estaba caliente hasta por algún cargo importante, puede que hasta el alcalde del consistorio cuando el asunto ya quemaba. Yo he ido con mi madre y lo he visto. Normalmente las mamás no iban solas, sino en grupito, cuando menos dos, nunca solas.

No sé si Vital era tan individualista o un simple héroe de barrio, el más lanzado del barrio, aquel con la idea genial, o simplemente el que por su horario podía ir a buscarse la vida en los entresijos de la burocracia municipal. Sí, a mí eso de ir como tontos pueblerinos y preguntar dónde hay que ir para solucionar tal o cual tema sí me suena, me resuena, lo he hecho, bueno, lo hacía mi mamá, y me llevaba con ella cuando no podía dejarme con nadie, porque mi papá estaba trabajando en la SEAT. Allí, en la SEAT, a veces se pegaban tiros, con resultado de muerte definitiva, en alguna ocasión, muerte para siempre; así que a las manifestaciones iban ellos, los trabajadores, sin su familia; normalmente, las más de las veces terminaban escapando de la policía; pocas o ninguna vez, que yo recuerde, pudiendo cometer heroicidades, más bien corriendo como liebres para que por mala suerte no les fueran a pegar otro tiro suelto. En San Adrián, donde vivíamos, ya se habían cargado a Manuel Fernández Márquez, al otro lado del río. Se tenía mucho respeto a la policía. En el cuartelillo de la Guardia Civil, justo al lado de mi casa habíamos contemplado algunas escenas poco edificantes con detenidos, que aún los guardias se permitían el lujo de representar en público. Yo no sé qué pasó, ni me importa realmente, en el final de la escena del autobús, la detención. Pero me resuena, me resuena en el alma. A veces se era heroico, las menos, otras tocaba tener ¡coneixement!

Igual que Vital cuando el poli hijo de puta le lleva a su niña a casa después de pillarla haciendo pintadas, reclamando agradecimiento por haberla salvado de una paliza… o de algo peor: ¡Qué vergüensa, qué vergüensa Vital! Vital, prudentísimo, frena a su mujer y le agradece el gesto al poli fascista, cuidándose mucho de no perder el temple: ¡Conocimiento, conocimiento! ¡Coneixement!

Sí, el barrio y las gentes y las cosas de la película me recordaron muchísimo a las gentes y las cosas del mío.

Fuente: https://espai-marx.net/?p=17194

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