Éste es otro ejemplo de dignidad, de vigencia y de obligada veneración al conocimiento acumulado y a la eterna juventud. Parece que The Cars se congelaran en alguna máquina del tiempo y hayan reaparecido 24 años después sin ninguna noción del contexto musical y artístico. Con la ingenuidad del que no tiene prejuicios y mucha fe en sí mismos, Ric Ocasek y sus compinches nos entregan un disco intemporal. Pero no porque sea transcendente, esté sujeto a una moda o se encuentre encima del bien y del mal sino porque, sin ninguna información previa, es casi imposible adivinar su fecha de elaboración.
Porque The Cars vuelven a sonar como ellos mismos (sin plagiarse) y a la vez parecen actuales: la pócima infalible de su personalidad unida a algunas gotas de estilos y bandas más recientes. Los autores de éxitos tan ochenteros (pero válidos) como “You might think”, “Drive” o “Heartbeat city” traen una propuesta esperanzadora, de aquellas que te hacen reconciliar con la música cuando uno ya ha desechado el concepto “originalidad” y se muestra escéptico a la posibilidad de impresionarse y de encontrar algo que le agite y remueva.
La síntesis equilibrada entre pop y techno y la sofisticación de sus sintetizadores (secundarios de lujo y no chupacámaras) te deja una mueca de sonrisa y un deseo de activar las piernas. El punto álgido de “Move like this”, que combina hábilmente medios tiempos con bocetos de baladas, se llama “Sad song”, un hit en toda regla idóneo para las discotecas que The Killers convertirían en su segundo “Human”.
Los arrebatos rockeros de “Keep on knocking” y “Drag on forever” (memorable riff pegadizo) se llevan bien con la ingrávida “Soon”, declaración de intenciones de buen rollo y cadencia reposada, o con el viaje al pasado de “Take another look”, que bien podría haber salido de la factoría Duran Duran o A-Ha.
Periodista y poeta.