19 de junio de 2023: Centro de intercambio de información –La hipocresía es cada día más flagrante. Los mismos medios occidentales que se esfuerzan por advertir sobre los peligros de la desinformación, al menos cuando se trata de rivales en las redes sociales, apenas se molestan en ocultar su propio papel en la difusión de desinformación en la guerra de Ucrania.
De hecho, la propaganda difundida por los medios de comunicación se vuelve más audaz cada día, como lo ilustran muy claramente dos historias de portada de la semana pasada.
Los principales titulares han sido sobre la catástrofe medio ambiental provocada por la destrucción de la presa Nova Kakhovka bajo control ruso. Las crecidas del río Dnipro han arruinado grandes extensiones de tierra, río abajo de la presa y han obligado a decenas de miles de personas a abandonar sus hogares.
Con razón, la destrucción de la presa se califica como un acto de “terrorismo ecológico”, el segundo de mayor importancia asociado con la guerra, tras la voladura de los oleoductos Nord Stream que suministran gas ruso a Europa en septiembre pasado
Los costes que están ocasionando el mantener esta guerra y evitar las conversaciones de paz para “debilitar” a Rusia, -como insisten los funcionarios de la administración de Biden que es la prioridad-, han aumentado mucho más de lo que la mayoría de la gente se pueda imaginar.
Por eso es tan importante comprender claramente lo que está ocurriendo y qué intereses se persiguen alimentando los combates en lugar de resolver y terminar la guerra.
Siempre ha habido al menos dos narrativas en Ucrania aunque las audiencias occidentales no les llegue la versión rusa, salvo los comentarios burlones de los periodistas occidentales.
Inmediatamente después de la rotura de la presa de Kakhovka, el corresponsal de la BBC en Moscú, Steve Rosenberg, se burló visiblemente al informar que los medios rusos insistían en que los «terroristas» ucranianos estaban detrás de la destrucción. Sugirió que el gobierno y los medios de comunicación rusos estaban lavando el cerebro de la población.
Obviamente, no se percató de la ironía de su propia información, que al igual que la de sus colegas, ha servido para reforzar la percepción de que el único culpable plausible de la ruina de la presa, a pesar de la falta de pruebas hasta el momento, es Moscú. Al igual que los medios rusos, Rosenberg ha estado pregonando precisamente la línea que su propio gobierno y sus aliados de la OTAN, quieren que dé.
Una capa de niebla
La BBC lanzó recientemente su servicio Verify, aparentemente para erradicar la desinformación. De manera similar, los medios occidentales han comenzado a agregar a cualquier informe sobre afirmaciones rusas la advertencia: «Esta afirmación no pudo ser verificada».
Como un tic nervioso, los medios añadieron una alerta similar a las declaraciones rusas de que un gran número de soldados ucranianos habia muerto en lo que parecían las primeras etapas de la llamada “contraofensiva” de Kiev.
Pero tales advertencias no se han añadido a las afirmaciones del presidente ucraniano -Volodymyr Zelensk-y de que Rusia hizo estallar la presa. De hecho, los reporteros se apresuraron a repetir, sin verificar, sus afirmaciones interesadas de que Moscú causó la destrucción, supuestamente para evitar la contraofensiva inminente, y que solo la ayuda occidental para desalojar a Rusia de las áreas ocupadas puede prevenir más actos «terroristas».
Como ha ocurrido tan a menudo en esta guerra, es probable que una espesa capa de niebla envuelva lo que sucedió en la presa de Kakhovka en el futuro inmediato.
Lo que significa que, si los medios de comunicación están empeñados en reciclar especulaciones, lo que deberían estar haciendo en este momento -además de tener la mente abierta e investigar por ellos mismos, es aplicar el principio de ¿“cui bono”? o «¿quién sale beneficiado?»
Y si se molestaran en hacerlo correctamente, podrían ser mucho más reacios a atribuir la responsabilidad a Rusia.
Reuniendo apoyos
Como señaló Scott Ritter, exsoldado de los EE. UU. E inspector de armas de las Naciones Unidas, el principal beneficiario del ataque ha sido Ucrania, tanto militar como políticamente.
Después de todo, los medios occidentales han estado documentando una serie de fortificaciones, -desde trincheras y minas hasta puntas de hormigón-, que el ejército ruso ha construido a lo largo de sus líneas del frente durante la larga espera de la contraofensiva ucraniana. Como se ha señalado a menudo, son tan extensos que se pueden ver fácilmente desde el espacio.
Y, sin embargo, si voló la presa, Moscú acabó con todas sus defensas tan cuidadosamente construidas en un área clave que Ucrania ha puesto sus ojos en recuperar, y justo en el momento en que Kiev se está preparandose para una ofensiva militar espectacular.
Además, la crecida del río detrás de la presa fue un obstáculo importante para que las fuerzas ucranianas que cruzaban el río Dniéper durante varias decenas de kilómetros. Ahora que sus aguas han retrocedido a medida que el río desemboca en el Mar Negro, el obstáculo será mucho menor. La explosión de la presa abre por sorpresa un agujero en una parte clave y natural de la línea defensiva de Rusia.
Otra preocupación crítica para el Kremlin será que la explosión represente una amenaza directa para el suministro de agua a la árida península de Crimea, la primera parte del territorio ucraniano que Rusia se anexionó. Después de un derrocamiento del gobierno de Ucrania respaldado por Estados Unidos en 2014, Rusia dio prioridad a la seguridad de Crimea, que durante mucho tiempo fue una base naval estratégica en aguas cálidas.
Y, por si fuera poco, el control de Rusia de la central nuclear Zaporizhzhia, aguas arriba de la presa, ya ha sido objeto de un renovado escrutinio internacional a medida que surgen dudas sobre la capacidad de Moscú para hacer frente a un posible colapso, ya que los suministros de agua, necesarios para la refrigeración, disminuyen drásticamente.
También hay ventajas políticas en la destrucción de la presa para Kiev. Como observa Ritter: “Hay mucha ‘fatiga de Ucrania’ en este momento. El mundo simplemente está cansado de Ucrania, de financiar a Ucrania… Lo que Ucrania necesita es un evento catastrófico que reúna el apoyo internacional en torno a Ucrania culpando a Rusia de algo grande”.
La explosión de la presa hace precisamente eso. Devuelve la guerra al centro de atención, presenta a Moscú como una amenaza «terrorista» -no solo para Ucrania sino para toda la humanidad -, y demuestra ser una herramienta muy eficaz para justificar aún más la necesidad de armas y ayuda para «debilitar» a Rusia, incluso si la contraofensiva de Ucrania demuestra ser un fracaso.
Temerario «ataque de prueba»
Los medios occidentales no solo han ignorado en gran medida estos factores, sino que también han corrido un tupido velo sobre sus propios informes recientes que podrían implicar a Ucrania como el principal culpable de la voladura de la presa.
Como informó el Washington Post en diciembre, el ejército ucraniano tenia planes para destruir Kakhovka, en otras palabras, para llevar a cabo lo que ahora se entiende universalmente como un gran acto de terrorismo ecológico. En ese momento, el plan apenas inmutó a Occidente.
Los preparativos incluyeron lo que ahora parece un temerario «ataque de prueba» con un misil HIMARS, proporcionado por cortesía de los EE. UU., «hacer tres agujeros en el metal [de las compuertas] para ver si el agua del rio Dniéper podía elevarse lo suficiente como para obstaculizar los pasos rusos pero no inundar los pueblos cercanos.”
“La prueba fue un éxito”, informó en diciembre el mayor general Andriy Kovalchuk, comandante ucraniano, según el Post. “Pero la etapa [de destruir la presa] siguió siendo un último recurso”.
¿Podría esa “prueba” o una similar – posiblemente en preparación para una ofensiva ucraniana, haber socavado accidentalmente la integridad de la presa, haciendo que se desmoronara gradualmente por la presión del agua?
¿O podría haber sido intencionalmente destruida -como parte de la ofensiva ucraniana- sembrando el caos en áreas bajo control ruso, ya sea para obligar a Moscú a redirigir sus energías y no contrarrestar un ataque ucraniano, o bien para desviar la atención del público occidental de cualquier dificultad que Kiev pueda tener para lanzar una operación militar creíble?
¿Y por qué, de todos modos, Moscú decidió destruir la represa, perdiendo el control sobre el flujo de agua, cuando simplemente podría haber abierto las compuertas para inundar áreas río abajo en cualquier momento de su elección, como cuando se enfrentó a un intento de cruzar el río por el ejército ucraniano?
Estas preguntas ni siquiera se plantean, y mucho menos se responden.
Misión James Bond
Ha habido un patrón establecido con los medios durante la guerra de Ucrania, uno que puede servir como guía para comprender cómo se desarrollará la historia de la rotura de la presa.
La reticencia de los medios occidentales a hacer preguntas básicas, contextualizar con antecedentes relevantes o seguir líneas de investigación obvias ha sido igualmente evidente en otro acto de terrorismo ecológico: las explosiones en los oleoductos Nord Stream en septiembre. Liberaron enormes cantidades del metano, el principal gas que contribuye al calentamiento global.
Una vez más, los medios hablaron al unísono. Primero, se hicieron eco de los funcionarios occidentales al atribuir las explosiones a Moscú, sin una pizca de evidencia y a pesar de que las explosiones fueron un gran golpe para Rusia.
El Kremlin perdió el abundante flujo de ingresos que provenía del suministro de gas natural a Europa. Mientras tanto, diplomáticamente, fue despojado de su principal influencia sobre su mayor cliente de energía, Alemania, influencia que podría haber utilizado para inducir a Berlín a romper con la política de sanciones de Occidente.
Todo esto era difícil de ocultar. Pronto, los medios occidentales simplemente abandonaron la historia de Nord Stream por completo.
El interés volvió a surgir mucho más tarde, en marzo, cuando el New York Times y una publicación alemana, Die Zeit, publicaron relatos separados y bastante absurdos, basados en fuentes de información no identificadas.
Según estos relatos, un grupo de seis ucranianos sin escrúpulos alquilaron un yate y volaron los oleoductos frente a la costa de Dinamarca en una misión al estilo de James Bond. La historia fue ampliamente amplificada por los medios occidentales, a pesar de que los analistas independientes la ridiculizaron como tremendamente inverosímil y técnicamente inviable.
‘Ucrania lo hizo’
El problema al que se han enfrentado los medios es que el legendario periodista de investigación Seymour Hersh había presentado en febrero un relato mucho más plausible de las explosiones de Nord Stream. Su fuente de información anónima ofreció un relato mucho más creíble y detallado, que culpó a los propios Estados Unidos.
La evidencia circunstancial de la responsabilidad de EE. UU., o al menos la participación, ya era sustancial, incluso si los medios volvieron a ignorarla.
Desde Joe Biden hacia abajo, los funcionarios estadounidenses expresaron su determinación de evitar que el gas ruso llegase a Europa a través de Nord Stream, y celebraron la destrucción de los oleoductos después de los hechos.
La administración Biden también tenía un motivo principal para hacer estallar el Nord Stream: el deseo de poner fin a la dependencia energética de Europa de Rusia, especialmente cuando Washington quería alinear a Moscú y Beijing como los nuevos objetivos en su permanente “guerra contra el terror”.
La fuente de Hersh argumentó que los explosivos fueron colocados por buzos especiales de la Marina de los EE. UU., con la ayuda de Noruega, durante un ejercicio naval anual, BALTOPS, y detonados de forma remota tres meses después.
Los medios de comunicación ignoraron deliberadamente esta versión. Cuando se hizo referencia en alguna que otra ocasión, la historia se descartó porque se atribuyó a una fuente no identificada. Ninguno de los medios, sin embargo, parecía tener reservas similares sobre la versión fantástica del yate, también proporcionada por una fuente de información no identificada.
La versión de Hersh se ha negado a desaparecer, ganando cada vez más fuerza en las redes sociales mientras no surja una alternativa creíble.
Y así, ¡bingo! La afirmación fantástica de que un grupo de aficionados fue capaz de localizar y volar las tuberías en las profundidades del fondo del océano ha sido descartada.
La semana pasada, el Washington Post informó que un servicio de inteligencia europeo había advertido a la administración Biden de un ataque inminente a los oleoductos Nord Stream tres meses antes de que ocurriera. Según este relato, un pequeño equipo de especialistas enviado por el ejército ucraniano llevó a cabo la operación “encubierta”, actuando de nuevo, se subrayó, sin el conocimiento de Zelensky.
The Post informó que «funcionarios en varios países» confirmaron que EE. UU. había recibido una advertencia previa.
¿La Casa Blanca mintió?
La historia plantea todo tipo de preguntas profundamente inquietantes, ninguna de las cuales los medios parecen interesados en abordar.
No menos importante, si es cierto, significa que la administración Biden ha mentido descaradamente durante meses al promover una ficción: que Rusia llevó a cabo el ataque. La Casa Blanca y las capitales europeas engañaron a sabiendas a los medios y al público occidental.
Si los funcionarios de Biden realmente han conspirado para mantener una gran mentira sobre un acto de terror industrial tan trascendental, que causó un daño ambiental incalculable y está contribuyendo a una recesión creciente en Europa, ¿qué otras mentiras han estado diciendo? ¿Cómo se puede confiar en lo que afirman sobre la guerra de Ucrania, como quién es el responsable de la destrucción de la presa de Kakhovka?
Y, sin embargo, los medios occidentales, que, según este nuevo relato, fueron engañados durante meses, parecen completamente despreocupados.
Además, si Washington sabía del acto terrorista inminente, que estaba dirigido tanto a las fuentes de energía europeas como a una Rusia con armas nucleares, ¿por qué no intervino?
La cobertura mediática de esta nueva versión presenta en gran medida a Estados Unidos como impotente, incapaz de impedir que los ucranianos exploten los oleoductos.
Pero Washington es la única superpotencia del mundo. Ucrania depende por completo de su apoyo, financiera y militarmente. Si Estados Unidos retirara su respaldo, Ucrania se vería obligada a entablar conversaciones de paz con Rusia. La idea de que Washington no pudo haber detenido el ataque no es más creíble que la afirmación de que un grupo de entusiastas de la navegación hizo estallar los oleoductos.
Si este último relato es cierto, Washington tuvo la influencia para detener el ataque a la infraestructura energética de Europa, pero no actuó. Según cualquier valoración razonable, se debe considerar que provocó la destrucción de los oleoductos, a pesar del devastador costo para Europa y el medio ambiente.
Y en tercer lugar, según este relato, Ucrania, o al menos su ejército, ha demostrado ser bastante capaz de cometer el acto terrorista más atroz, incluso contra sus aliados en Europa. ¿Por qué alguien debería, y menos los medios de comunicación, despreciar las afirmaciones rusas de crímenes de guerra ucranianos, incluida la destrucción de la presa Kakhovka?
‘Buenos nazis’
La verdad, sin embargo, es que los medios occidentales no están preocupados por las implicaciones de este último relato, como tampoco lo están por el anterior de Hersh, no si eso significa convertir a EE. UU. y sus aliados en los malos. Informaron de la historia superficialmente y se archivará como otra pieza de un rompecabezas que nadie tiene ningún interés en resolver.
El papel de los medios de comunicación occidentales en los asuntos exteriores es apuntalar una narrativa que convierte a nuestros líderes en buenas personas que hacen lo mejor que pueden en un mundo malo, que les obliga a tomar decisiones difíciles, a veces moralmente comprometidas.
Pero ¿y si Biden y Zelensky no son realmente héroes, ni siquiera buenas personas? ¿Qué pasa si son tan innobles, tan insensibles e inhumanos como los líderes extranjeros a los que tan fácilmente tachamos como el «nuevo Hitler»? Lo que ocurre es que nuestros medios de comunicación son sus cómplices y les hacen su mejor publicidad.
La cobertura mediática de la destrucción de la presa Kakhovka y los oleoductos Nord Stream alude a un doble problema: que los líderes occidentales y sus aliados pueden estar implicados en los crímenes más terribles, pero rara vez podemos estar seguros porque nuestros medios están completamente decididos a no averiguarlo.
Esta semana, el New York Times finalmente admitió en sus páginas algo que él y el resto de los medios occidentales alguna vez reconocieron abiertamente -pero que han convertido en tabú desde la invasión de Rusia-: que el ejército ucraniano está inundado de símbolos neonazis.
Sin embargo, incluso cuando el periódico de referencia admitía lo que anteriormente había condenado como “desinformación” cada vez que aparecía en las redes sociales, el New York Times insistió en una distinción absurda.
Sí, el periódico estuvo de acuerdo en que los soldados ucranianos están orgullosos de adornarse con insignias nazis. Y sí, gran parte de la sociedad ucraniana en general conmemora a figuras nazis notorias de la Segunda Guerra Mundial, como Stepan Bandera. Pero no, el uso prolífico de Ucrania de los símbolos nazis no se traduce en ningún apego a la ideología nazi.
Este es el argumento de las publicaciones occidentales que, al mismo tiempo, han tomado en serio las afirmaciones de que una estrella de rock, Roger Waters, es antisemita por interpretar una canción de su álbum The Wall -de hace cuatro décadas- satirizando a un dictador fascista… vestido como un dictador fascista.
El verdadero crimen de Waters es que, ahora que Jeremy Corbyn ha sido expulsado del Partido Laborista, es el partidario más visible de los derechos de los palestinos en el mundo occidental.
Si el New York Times y el resto de los medios occidentales están dispuestos a maquillar la imagen a los nazis ucranianos, haciéndolos lucir bien, ¿qué están haciendo por Biden, Zelensky y los líderes europeos?
Una cosa sabemos con certeza: no podemos buscar una respuesta en los medios occidentales.
Jonathan Cook es autor de tres libros sobre el conflicto palestino-israelí y ganador del Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Su sitio web y blog se pueden encontrar en www.jonathan-cook.net.
*Traducido del inglés por Marwan Perez para Rebelión. Lea el original en este enlace.