Para abrir el apetito lector y como paradigma de las consideraciones críticas de Carmen Domingo: “Quizás la cancelación que ha sido más virulenta en los últimos tiempos ha sido la que ha sufrido el feminismo de la mano de la izquierda posmoderna y su teoría del género, o teoría queer […] lo que no podemos perder de vista es el efecto colateral más evidente del predominio del género frente al sexo y a que eso determine, en realidad, lo que eres: el borrado de las mujeres”.
Componen el nuevo (y muy recomendable) libro de la autora de Con voz y voto. Mujer y política en España entre 1913 y 1945 la introducción -“El comienzo de una idea”-, cuatro capítulos – “El nuevo macartismo: La cultura de la cancelación”, “Quema de brujas en el siglo XXI”, “Soy una víctima, luego existo”, “A por el fin de la Cultura de la Cancelación”-, un sucinto e informativo apéndice (“Diccionario de la Cancelación”), la bibliografía (¡afortunadamente incluye las Imposturas intelectuales de Sokal y Bricmont!) y las notas. Falta, sin ser esencial en este caso, un índice de nombres. Abren el libro dos citas -Ray Bradbury, Bertrand Russell- y una ilustración de María Torre Sarmiento.
Estamos ante un libro en el que la autora habla del impacto de la Cultura de la Cancelación en Occidente, una cultura que está haciendo mella en la que llama izquierda posmoderna de nuestro país, “una actitud cada vez más frecuente que consiste en retirar el apoyo, ya sea moral, económico, digital o social, a aquellas personas u organizaciones que, independientemente de la veracidad [validez] de sus argumentos, no cumplen con las expectativas de un sector de la sociedad que, en ese momento, ostenta cierto poder y lo ejerce limitando, con su intento de silencio al otro, la libertad de expresión. O sea cancelándolo”.
Domingo construye su crítica con fuerza argumentativa y con excelente prosa, una prosa que atrapa al lector o a la lectora desde la primera página, al tiempo que ilustra sus agudas e informadas críticas con sorprendentes ejemplos, sobre los que nos advierte: “Solo puedo añadir que todos y cada uno de los ejemplos que doy son ciertos por más que, por momentos, puedan parecer invenciones. La bibliografía y la hemeroteca confirman que la realidad, una vez más, supera con mucho a la ficción”. Uno de los más citados: el de J. K. Rowling y las presiones a las que se vio sometida por declarar su apoyo a Maya Forstater, una investigadora inglesa que fue despedida por haber tuiteado que, en términos biológicos, una mujer sigue siendo una mujer aunque se sienta y declare hombre.
Algunas de las tesis o posiciones centrales de Domingo:
1. La Cultura de la Cancelación no es, desde luego, algo asociado a la modernidad. “El hecho de ‘cancelar’ a alguien por lo que piensa existe tiempos inmemoriales”.
2. Pero la llamada Cancel Culture – “denunciar a personas, obras e instituciones de tener un comportamiento, a juicio de quien lo critica, inadecuado”- es consecuencia de un fenómeno reciente: “nace en Estados Unidos hace unos cuarenta años y ha ido creciendo y cogiendo fuerzas con su popularización en redes sociales y con la posibilidad de ejercer el anonimato en las mismas, dando un poder a los usuarios que no se había visto antes”. Y de las redes ha soltado a todas las áreas sociales e incluso a la Universidad, que, en opinión de Domingo, ha pasado en menos de cincuenta años de “ser centro del saber y la discusión a ser centro del pensamiento único desde el que, justamente, se aplica la reprobación”. De hecho, a día de hoy, los ejemplos más llamativos provienen de los EEUU y de muchas de sus universidades (Domingo hace referencia a la buena reacción que representa la declaración de las Universidades de Stanford y Chicago de 2022 con el título Restoring Academic Freedom) y, por lo general, añade, “de las universidades que se encuentran en los estados más demócratas”, es decir, con mayor poder institucional del Partido Demócrata USA.
3. Los canceladores, observa Domingo, “presumen de abanderar la lucha en defensa de necesitados y oprimidos y ejercen presión en nombre de LA justicia, o, en puridad, de SU justicia”. Surge de este modo una paradoja: “la paradoja de que el cancelado -hablamos de minorías- se convierte en el opresor y, lo que sorprende más, que las minorías no quieren ser integrados en la mayoría, sino, por asombroso que parezca, mandar sobre ella y acabar cancelándola”.
4. Estaríamos ante una policía del pensamiento que no emana de un estado sino de la propia sociedad, “de sus sectores más jóvenes y progresistas [personas nacidas a partir de los noventa] que a su vez forman parte de otro movimiento, el woke, entendiendo con ello que, como dice el verbo inglés, al estar despiertos, son más sensibles a la aplicación de la justicia”. En realidad, apunta críticamente Domingo, a su idea de la justicia, “por cuya bandera acaban actuando como inquisidores, o sea, de forma injusta”.
5. ¿Quiénes son? Se trataría de jóvenes, de generaciones hiperconectadas a través de las redes sociales que presumen de alta conciencia social. Jóvenes que “se creen comprometidos con esa izquierda identitaria y de minorías, por lo general relacionados con movimientos antirracistas, LGTBIQ+… e incluso infiltrados en el feminismo posmoderno, pero que han olvidado por completo, o desconocen, los valores de la izquierda”. Jóvenes, de tipología múltiple y variada, entre los que existe como nexo de unión una línea ideológica canceladora que se asocia a una izquierda posmoderna que “ha pasado de preocuparse por la igualdad y las necesidades sociales -trabajo, sanidad, educación-, a centrarse en las minorías”.
6. La praxis de estos colectivos de jóvenes, con redes de influencias cada vez mayores, consiguen que sus “conspiraciones tengan cada vez más fuerza en no pocos casos hasta lograr afectar a la vida intelectual y artística de la sociedad en su conjunto”.
Por qué ideas disparatadas, y en muchos casos crueles, se pregunta Domingo, encuentran tanto en eco en ciertos grupos sociales. Su hipótesis: “la eliminación de las Humanidades, entre las que se encuentran la Filosofía y la Historia en los programas de enseñanza, asignaturas que fomentan el pensamiento crítico, facilita la deglución sin análisis de las causas que apelan a la emoción y destierran la razón”.
Uno de sus llamativos ejemplos de cancelación: “recientemente, en algunas librerías parisinas se ha intentado cancelar a la reciente Premio Nobel, Annie Ernaux, porque, decían, era antisemita, por su posición frente al problema palestino”.
Ni que decir tiene que las críticas a lo woke provienen también de la derecha, incluso de la derecha extrema. No es esa la posición de Domingo: “También han criticado la penetración woke el presidente del Partido Conservador británico Oliver Dowden y Boris Johnson. Lo curioso es que la crítica a lo woke, y lo que significa empaña las necesidades reales de la izquierda y por lo que esta debería pelearse. Y así, de nuevo, el postureo woke maquila en primer lugar, para pasar a olvidarse de las necesidades reales, del trabajo, la educación, la sanidad y las obligaciones del estado para con sus ciudadanos”.
No hay, por supuesto, en las venas y arterias de la escritura de Domingo ni una sola gota de transfobia. Con sus palabras: “Nada tenía, ni tiene, que ver la falta de libertad de expresión con la posibilidad de que las minorías irrumpan en el debate público y alcen su voz”. En no pocas ocasiones, recuerda, “sus reivindicaciones se han traducido en una mejora de la convivencia y del respeto a distintas opciones vitales, como el matrimonio homosexual o la igualdad de derechos laborales entre hombres y mujeres con independencia de su origen y condición, entre otras muchas”. Pero, para Domingo, “formar parte de una minoría no te da la razón, ni ejercer el activismo desde una supuesta izquierda garantiza, per se, que se actúe y se piense correctamente”. Para la autora hemos de plantearnos “qué ha pasado para que desde la izquierda, que antes trataba de integrar a todos los colectivos y de garantizar que no hubiese diferencias entre ellos, hoy baste con ser o sentirse un colectivo minoritario para conseguir una visibilidad y un poder muy por encima de la representación real e, incluso, la autoridad moral para excluir al resto. ¿Es esa la izquierda que queremos?”. La pregunta, desde luego, es retórica.