Sobre la impertinente cuestión de quién y a través de qué vías puso a la Revista Rambla en la senda del asunto que sigue, remitiremos tan sólo a una dirección: Badajoz 112. Las fuentes no sólo  gozan de estatus confidencial, sino que, para el caso que nos ocupa, resultan insustanciales, dado que su revelación sólo añadiría algo de colorido a esta historia ya de por sí bastante policromada como ocurre, sin duda, con todas las historias que analizan, describen o versan entorno la condición humana. De tal aseveración no debe inferirse que algunas historias sean más humanas que otras, ni tampoco que participemos del interesantísimo debate sobre el antropocentrismo que domina Occidente: la prudencia aconseja dejar discusión tan sesuda en las manos expertas e ineficaces de sociólogos, antropólogos, filósofos y otros seres del inframundo académico. En suma, y para concluir este dislate de prolegómeno, esta es una historia de la crisis perenne dentro de la crisis, de los parias que pueblan nuestro paisaje cotidiano a los que apenas prestamos atención a no ser que, es un decir, adquiramos las últimas novedades discográficas de entre el material expuesto sobre una sábana blanca que cubre la acera de alguna céntrica y concurrida arteria urbana. También es una historia dónde se solicita colaboración.

Esta es la historia de Tal, a quien nos referiremos en adelante como tal. Nos encontramos en el Parc de la Ciutadella, al pie de la cascada coronada por La Quadriga de l’Aurora. A nuestro alrededor, profusión de vallas metálicas y agentes de seguridad: el día de mañana las máximas autoridades de este pequeño país sin estado representarán una ceremonia de gala, con austeridad pero con la pompa que exigen los actos de esta índole. Ajeno a estos detalles institucionales, Tal presenta el aspecto indeterminado de las personas jóvenes que han vivido demasiado. Senegalés, gambiano, camerunés, nigeriano… Le da lo mismo, se desentiende de la pregunta y a todos llama “mis hermanos”. A pesar que Tal escogió el lugar de la entrevista (según comenta, el Parc de la Ciutadella es destino habitual para él), es evidente que no acaba de sentirse cómodo. Parco en palabras, cuando escucha lanza hacia atrás la cabeza y achica los ojos, ponderando las intenciones ocultas, si las hubiere, de su interlocutor. Al rato de conversación, una vez terminadas las consumiciones, abandonamos la terracita del bar (que, por cierto, mañana permanecerá cerrado a causa del acto institucional, con el consiguiente cabreo del dueño), y pasamos a un banco próximo donde realizar la sesión fotográfica. Y parece que en el nuevo asiento, Tal ya se siente más él mismo, gana confianza y una moderada locuacidad.

Tal viajó desde su país de origen a Francia, donde se estuvo un par de años tras los cuales llegó a Barcelona, ciudad en la que reside desde hace casi un lustro. Algo sabe Tal sobre las condiciones del emigrante y del inmigrante, dos cruces de la misma moneda. El carácter tranquilo y reflexivo le ha permitido meditar con profundidad sus observaciones, y encontrar, tras mucho cavilar, un proyecto para incidir en la realidad. Pero no nos precipitemos.

Con la firmeza de quien habla desde su pellejo (y el de sus hermanos), Tal narra la  imagen de éxito que acompaña la emigración a Europa. Jóvenes adolescentes anhelan alcanzar el Viejo Continente, en el que una vida conspicua les aguardaría a manos llenas. Los medios de comunicación -la publicidad en primer lugar- sostienen esta imagen, suficientemente alejada de la realidad como para tacharla de espejismo cuando no de estafa, empero alimentada también por los propios emigrantes, que sesgan las condiciones en las que viven, callándoselas en el mejor de los casos y, en el peor, adulterando la información fotografiándose con pose de triunfadores, por ejemplo, junto a coches de gamma alta y enviando las instantáneas a sus lejanos familiares. Por otro lado, los inmigrantes se brindan apoyo mutuo incondicional -¿cómo no hacerlo cuando deben vivir en condiciones miserables y lugares insalubres, hacinados en la mayoría de casos a decenas?), conminándose unos a otros a tener paciencia, a aguantar, a no bajar los brazos y no resignarse a volver… Tal, a este respecto, se muestra comprensivo: asegura que en la cultura africana, emigrar y regresar sin haber triunfado, es considerado una vergüenza. Sin ánimos de menoscabar la cultura africana, es probable que este rasgo sea común y universal a todas las culturas que han sido partícipes de movimientos migratorios.

El proyecto de Tal 

Victor Hugo, en su célebre “Los miserables”, relata un idílico y primaveral día de picnic en comparación a las condiciones de pobreza que, iniciado el siglo XXI, Tal comparte con sus compañeros. Quizá sea porque su testimonio, exento de romanticismo, transmite con suprema sencillez el estado de degradación en el que sus días anteceden las noches, por otra parte, igual de miserables. Que esta degradación material sea o no moral, ya es otra cuestión. Sin embargo, Tal advirtió con el tiempo la perversidad de luchar por viajar a Europa, sacrificando todo lo conocido y más querido, para abrazar una quimera que, maldita la gracia, se desvanece dejando tras de sí charcos de agua fétida, presión policial, chatarra, etcétera.

“Dejar la familia no es algo bueno, pero si se debe… La inmigración nunca ha sido la felicidad”, arguye Tal, entretejiendo las frases como si fuera consciente que difícilmente aprehenderá la magnitud de la situación con palabras. En los últimos tiempos, la cuestión ha ido tomando un cariz más crudo: los sectores productivos a los que Tal y sus “hermanos” se dedicaban para subsistir, se han ido abriendo a nuevos competidores que, en palabras de Tal, tienen una particularidad elemental: son europeos, españoles, catalanes. La crisis también ha llegado a quiénes vivían en una crisis perenne. Nunca fue fácil, pero ahora lo es aún menos. Se apretarían el cinturón, si dispusieran de uno. Babilonia ha hecho crack, y ha crujido la base sin que la cúspide notara más que un ligero socavón. Pero dejémonos de licencias literarias de consumo rápido, y vayamos sin tantos rodeos al proyecto de Tal.

Tal consideró que la falsa imagen sobre el sueño del emigrante a Europa necesitaba de un contrapunto, de una medida que delatara tamaña impostura, y movido por tal empeño se agenció, gracias a un amigo, de una modesta cámara digital para filmar los aspectos más luminosos de Occidente -léase Barcelona: Las Ramblas, el Port Olímpic, etcétera-, en contraste con las condiciones en que muchos inmigrantes deben subsistir a diario. Como todo buen extranjero, el punto de vista de Tal le sitúa en el umbral entre dos mundos, el de origen y el de acogida, con el desgarro y la lucidez propia de quien ha dejado de pertenecer a uno y todavía no se siente parte del nuevo. Sin conocimientos audiovisuales, Tal dispone de imágenes que desprenden olores, la mayoría de ellos putrefactos, rancios. Ha realizado un excelente trabajo de campo al que, si uno no forma parte del paisanaje, muy difícilmente se dispondría acceso. El objetivo: advertir a sus hermanos que sueñan con emigrar a Europa que no todo Occidente es orégano y no es Eto’o todo lo que brilla.

Cuando le comento que su intención guarda irónicas similitudes con esos partidos políticos que, más o menos veladamente, afirman que “aquí no hay sitio para todos”, Tal ni se inmuta. En su sana ignorancia, no sabe ni por asomo quiénes son Josep Anglada o García Albiol, y zanja la cuestión: “Yo no soy político, no me interesa”. Y con todo, a poco que uno lo piense, Tal ha recogido el discurso xenófobo y le ha dado la vuelta como a un calcetín. A Tal lo que le interesa es brindar una alternativa a los jóvenes muchachos y muchachas que, en sus lugares de origen, se ven casi abocados sin solución a invertir sus energías en emigrar. Para Tal, ahora, su proyecto es mandar un mensaje que privilegie la lucha en el lugar de origen, confiar en lo que uno tiene, por poco que sea: “Yo podría ser pastor. Tendría mi campo, mi ganado. Todos vamos a morir, no hay que comerse el coco”. Tal no infravalora la dificultad de su cometido. Sabe que vivimos en un mundo donde el dinero continúa siendo, más que nunca, el poderoso caballero, y opina que hasta que sus hermanos no se familiaricen con tan distinguido caballero, seguirán sometidos a su influjo.

De camino hacia Arc de Triomf, en la charla relajada que precede la despedida, Tal confiesa el por qué de su parquedad inicial: la filmación -y posterior montaje de las imágenes que su cámara almacena- se ha ido convirtiendo, poco a poco, en un proyecto íntimo y personal. No se trata tan sólo de terminarlo, sino de realizarlo de un cierto modo: el suyo. No obstante esta lógica pretensión, Tal es consciente que no dispone de los medios ni del conocimiento técnico como para que su empresa trascienda el rango de unas imágenes domésticas. Por ello, si una asociación o colectivo audiovisual, incluso si a título individual, alguien valorara  echar una mano a Tal, debería ponerse en contacto a través de redaccion@revistarambla.com, quienes ejerceríamos de simples intermediarios. La última palabra, queda dicho, correspondería a Tal.

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