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Ilustra Evelio Gómez.

El azar, esas extrañas conexiones con las que nos tropezamos a diario, nos ofrecen a menudo curiosos emparejamientos. Esta semana, sin ir más lejos, Sagunto conmemora el 30 aniversario del desmantelamiento de los Altos Hornos del Mediterráneo, la primera gran reconversión industrial que se acometió en España, cuyo desenlace provocó no solo irreversibles cambios en esta ciudad sino también marcó las tendencias que iban a caracterizar la futura sociedad feliz y de servicios que se nos anunciaba.  Pues bien, esta misma semana, como si de un acto conmemorativo de aquel cierre siderúrgico se tratase, también hemos conocido el inminente desmantelamiento del buque insignia de la Armada española, el Príncipe de Asturias.

La reconversión de la emblemática fábrica del Puerto de Sagunto era, nos venían a decir, el irremediable sacrificio que debíamos ofrecer a los dioses para poder entrar en la nueva tierra prometida del, por entonces, Mercado Común Europeo y, una vez allí, saborear la hidromiel de la abundancia, o al menos mojarnos los labios. Se avecinaba así la consumación de un paraíso postindustrial en España donde, como aseguraba el ministro Carlos Solchaga, quien a partir de entonces no se hiciese rico era porque no quería. Así venía a demostrarlo la vetusta Lotería Primitiva, recuperada poco después del cierre de AHM, con la que nos enseñaron a preferir un buen pelotazo de la fortuna a las caducas aspiraciones de justicia social, del mismo modo que desde la televisión el simpático Joaquín Prat nos adoctrinaba sobre la necesidad de entender el consumismo como un sencillo al que debíamos entregarnos entusiásticamente ¡A jugaaar!

Al final, las desregulaciones financieras y la transformación del territorio en un solar, acabaron convirtiendo nuestras sociedades en un gigantesco casino neoliberal donde, irremediablemente, ha terminado ganando la banca. Ahora, cuando el crupier nos advierte de que no se aceptan más apuestas y que debemos pagar nuestras deudas, el desmantelamiento del portaeronaves Príncipe de Asturias parece venir a encarnar esa simbólica decadencia. El majestuoso navío con el que, tras la resaca del OTAN, de entrada no, volvimos a embarcarnos en nuevas gestas por Oriente Medio está, como nuestra efímera grandeza, listo para el desguace. Y así mientras la marejada de los papeles de Bárcenas amenaza con hundir el barco del gobierno de Mariano Rajoy y seis millones de náufragos buscan una tabla de salvación a la que aferrarse en su deriva, este gran buque, cuyo nombre nos remite al heredero de una Casa Real con los cimientos resquebrajados por la corrupción, está ya irremediablemente condenado a no ser nada más que un montón de chatarra.

Periodista cultural y columnista.

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