Realizar análisis geopolíticos y/o estratégicos, significa básicamente tratar de interpretar los hechos (conocidos), darles sentido –si el análisis se dirige al pasado– o hipotetizar escenarios –si se dirige al futuro–. En mi entrevista de ayer para Il vaso di Pandora –«¿Hacia una gran guerra en Europa?»– pensando en esta carrera armamentística que invade febrilmente Europa, presa ahora de un inexplicable e insensato miedo a Rusia, señalé lo que en mi opinión es un peligro real y concreto, es decir, ante un aumento considerable de la fuerza militar de la OTAN en sus fronteras, con la repetición de maniobras cada vez más frecuentes y agresivas, Moscú –que ya no tiene ninguna fe en las palabras de los países occidentales (recuérdense los «acuerdos de seguridad» Minsk I y II» y la expansión de la Alianza Atlántica hacia el este en contra de la palabra dada)– acaba por considerar todo esto no como un conjunto de medidas defensivas, como pretenden los gobiernos europeos, sino como los preparativos para llevar a cabo una agresión real contra Rusia, por otra parte mal disimulada. Y por lo tanto, de forma completamente racional, en un momento dado esta puede decidir que es más apropiado no esperar a que se completen estos preparativos, y en su lugar decidir lanzar un ataque preventivo.
Este peligro –que en la entrevista definí como «una profecía autocumplida»– es precisamente tal, que no podemos tener ninguna certeza al respecto. Ciertamente, hay una tendencia que va en esta dirección. Como me gusta repetir a menudo, el Oeste americano es como un viejo león, que en su delirio senil se niega a ver y aceptar su propia decadencia, y sigue rugiendo pensando que eso basta para asustar a los jóvenes leones. Además, en este delirio suyo, también es absolutamente incapaz de ver las cosas incluso desde el punto de vista del adversario. Lo cual, obviamente, no significa compartirlo, pero que es necesario conocer y comprender, precisamente para afrontar la lucha con sensatez. Como decía Sun Tzu, «si conoces a tu enemigo y a ti mismo, tu victoria es segura».
Occidente, por el contrario, primero procede propagandísticamente a demonizar al enemigo, calificándolo de loco, carente de toda motivación legítima («el nuevo Hitler»), luego adopta este enfoque propagandístico como descriptivo de la realidad real y literalmente no se plantea el problema de comprender qué piensa el enemigo.
El enemigo ruso, sin embargo, debe ser comprendido para poder predecir sus acciones y reacciones. Mientras nosotros jugamos con el cuento de hadas de que «hay un agredido y un agresor», borrando 8 años de guerra civil y fomento atlántico de las bandas ucronazis, Moscú ha percibido el conflicto ucraniano como una guerra por delegación de la OTAN contra Rusia, lo que de hecho es. Y cuando Putin, el otro día, dijo que creía que el mayor error había sido intervenir demasiado tarde, deberíamos reflexionar sobre lo que significa y lo que podría significar mañana.
Cuando hoy Lavrov, un político y estadista del más alto nivel, cuya moderación y sensatez son indiscutibles, dice claramente que «Occidente ha declarado la guerra a Rusia, no hay duda, no lo ocultan», sería bueno entender que el significado de estas declaraciones es inequívoco: Rusia siente que está siendo atacada, que se la señala constantemente como una amenaza (pero al mismo tiempo como una presa codiciada…), y por lo tanto, aunque ciertamente no piensa estúpidamente en iniciar una guerra global, ciertamente no estará dispuesta a dejar que la OTAN inicie esta guerra cuando se sienta preparada para hacerlo.
Moscú sabe que tiene –ahora– una serie de ventajas estratégicas, pero también sabe que la OTAN está trabajando duro para llenar esas lagunas. Pensar que lo permite es, más que ingenuo, una locura. En este sentido, las palabras de Putin y Lavrov son muy claras.
Además, Putin ya había sido claro en 2008, en la conferencia de Munich sobre la seguridad en Europa. Pero EEUU (por interés) y Europa (por estupidez) hicieron oídos sordos. La fiesta en la sala de primera clase del Titanic continuó como si nada estuviera pasando.
Es cierto que el futuro no está escrito en ninguna parte y, por tanto, no es en absoluto seguro que la profecía se cumpla. Pero tampoco lo es lo contrario, y son muchos, demasiados, los elementos que se acumulan en esa dirección. Son procesos que tardan años en desarrollarse, aunque no parezcan demasiado evidentes, pero cuanto más tiempo pasan más difícil resulta detenerlos e invertir el rumbo.
Y de todos modos, no son muchos; en mi opinión, esta situación (a menos que se produzcan innovaciones significativas) podría alcanzar la temperatura crítica dentro de 7/ 8 años.
Por eso es urgente que la conciencia del peligro –se piense como se piense– se difunda lo más ampliamente posible. En efecto, sin presión desde abajo y contra ella, todo seguirá como por inercia. Y si nos estrellamos contra el iceberg, no habrá suficientes botes salvavidas para nosotros, los de segunda y tercera clase…
*Fuente: https://enricotomaselli.substack.com/p/disprove-the-prophecy