En efecto, había pertenecido mucho tiempo a la clase media. Le habían permitido tener un buen coche, una buena casa, incluso una esposa guapa. Todo para soñar con el lujo; para admitir que lo que deseaba era comprarse un coche más grande, conocer a una chica más guapa y volar a Miami también. Sin embargo, lejos quedaban los tiempos en los que una multitud enardecida enloquecía al reconocer sus celebrados acordes, para mayor éxtasis, interpretados con la rabia de la juventud. Ahora aquel famoso guitarrista de blues era ya viejo y estaba solo. Es más, se había convertido en un músico callejero que pedía cigarrillos a los transeúntes. Aquella noche bebió hasta el amanecer con un curioso personaje, alguien que al despertar se había desvanecido como un sueño. Sin embargo, sus grandilocuentes palabras se habían convertido en los acordes de una nueva canción que todavía resonaban en su cabeza.
―Puedes ser alto o puedes ser bajo, puedes ser rico o puedes ser pobre, te moverás, pero cuando el Señor lo disponga.
―Pues a mí no me gusta esperar y los extremos no son buenos. Por lo que admito que me estás tentando, porque llevo mucho tiempo enajenado, en este mismo suelo.
―He vuelto porque la clase media ya no es necesaria. En Europa puede volver el fantasma del totalitarismo y su violencia. ¿Quieres moverte ahora?
―Claro.
―Entonces tendrás que venderme tu alma, querido amigo.
―No te ofendas, pero no tengo. Esto me recuerda a Robert Johnson y su mítica anécdota del cruce de caminos. ¿Quién eres?
―Pensé que ya habías adivinado mi nombre. Yo estuve presente cuando Carlos Marx proclamó que «No es la conciencia la que determina el ser, sino el ser social lo que determina la conciencia».
―Me gustaría escuchar unos juicios más ecuánimes por tu parte, querido Lucifer. Eso es demasiado simple, evita deliberadamente, hablar de la voluntad y de la voluntad de poder. Yo no pienso que toda la gente sea igual, hay niveles de conciencia y niveles de voluntad. Pero reconozco que cuánto más duras y precarias son las condiciones de trabajo a las que se someten a una persona, menos espacio queda para que ella pueda ampliar su conciencia. Te confieso que no hay peligro de que me haga revolucionario. No en vano las tesis de Marx presuponen que la mayoría de los obreros no leen ni estudian y no siempre es así.
―Apuesto a que ya sabes que entre otras muchas cosas, yo inspiré el famoso texto de Lenin ¿Qué hacer? Mi sutil consejo formó las mentes y creó el ambiente necesario para que los revolucionarios profesionales llevaran desde fuera la emancipación a la clase obrera. Yo estuve en el acorzado Potemkin y después fui la chispa que prendió en San Petersburgo, la locura que llevó a los bolcheviques a tomar el palacio de invierno de los Romanov. También les ordené yo a los obreros de metal que los asesinaran y destruyeran a martillazos sus joyas de Fabergé.
Por un momento, pude percibir la sociedad como una enorme torre hecha de naipes que se sostenía sobre la cultura de la inconsciencia. También pensé en el eterno retorno. El mitos y el logos. El idealismo y el materialismo. Siempre era lo mismo. El enemigo era el poder. Pero algo quedaba. No en vano ya no vivíamos en una sociedad como la que refleja el cuento medieval de Las mil y una noches. Todavía quedaban muchas cosas por hacer en cuanto a la violencia machista, por ejemplo, pero había que centrarse en lo importante y no distraerse en cuentos vacíos. Por fortuna ya no era necesario que ninguna hermosa y locuaz Sharahrazade, contara hermosas historias inconclusas, para salvar a las demás mujeres de la crueldad asesina del rey. En ese preciso momento, la aurora de rosados dedos comenzó a asomar por el horizonte. De repente, aquel extraño personaje desapareció. Y el guitarrista sintió que había recuperado la inspiración para tocar porque tenía algo nuevo que decir. ¿No era la clase media y el estado del bienestar la solución a esos fanatismos? Ni la dictadura de los zares ni la dictadura del proletariado fueron buenos gobiernos. La discordia era una pérdida de tiempo y la conciencia y la voluntad de poder del proletariado no se debían expresar por la violencia, sino con la democracia y dejando la posibilidad de la creación de clases dentro de las clases. En otras palabras, con la formación y la conservación de una gran Estado social, abierto, en la que cada uno y cada una, evolucione hasta el lugar que crea que es en el que se merece estar.
Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.