En estos pirómanos días locos en los que hasta los mercenarios rusos más sangrientos y disciplinados, han perdido el respeto por el final de su cadena de mando, se hace necesario hablar un poco sobre la desobediencia a la autoridad. Si unos psicólogos de dudosa moralidad se hubiesen propuesto realizar un experimento para dilucidar las causas que provocan la pérdida súbita del principio de autoridad, no podrían haber ideado un escenario mejor que lo desgraciadamente ha sucedido en Francia. De hecho, cuando Stanley Milgram hizo su famoso experimento acuñó el concepto de “estado agéntico”, un estado en el que, en determinadas situaciones, el individuo diluye su responsabilidad, siempre bajo la premisa de seguir una orden. Es obvio que nada de esto justifica la conducta del agente y nadie obligó a ese policía a efectuar el funesto disparo, sin embargo, cuando se han vivido numerosas situaciones de estrés, el estado agéntico puede derivar en el síndrome de burn out, lo que puede llegar a hacer que alguien actúe mal casi de forma automática. Tampoco se puede olvidar a la víctima, el pobre chico al que ya nadie puede ayudar. ¿Serían necesarias en determinadas profesiones las técnicas de control del estrés o los descansos semanales más prolongados? Insisto que no es una justificación sino una explicación para comprender un fenómeno que podría tildarse de error no forzado. Una sanción administrativa no puede nunca conllevar la pena capital. Es fácil observar que la vida del agente no estaba en peligro. También se podría traer a colación el “efecto Lucifer” que ha sido estudiado hace ya mucho tiempo por Philip Zimbardo. En efecto, a menudo el estrés también influye en esa peculiar tesitura, el ser humano llega a causar daño a sus semejantes como si se tratara de un simple instrumento de una estructura mucho mayor. Pero el poder tiene sus límites. En el otro lado de la ecuación también sucede lo mismo pero de forma contraria, tal vez por eso, la reacción de extrema violencia urbana, psicológicamente, estaría favorecida porque una parte de la población siente un abuso de autoridad y se refugian en el anonimato para expresar su rabia colectiva, dejando de lado su propia responsabilidad individual. En definitiva, es el sentido común el que desaparece en ambos casos. No quiero hablar del racismo policial o del desarraigo y los males propios de la marginalidad, sino poner ejemplos positivos como Toledo cuando era la capital de las tres culturas. Pero todos estamos llamados a hacer un mundo mejor. Para hacer una sociedad más humana conviene que cada uno se haga responsable de su pequeño granito de arena. Lo cierto es que conozco un escritor que hace algunos días (antes del funesto acontecimiento que desencadenó los disturbios) estaba pensando viajar a Santerre para escribir un artículo sobre mayo del 68 y lo descartó porque el tema le parecía muy lejano y de poca actualidad. Sin embargo, ahora está encerrado en su hotel bajo toque de queda y sin poder encontrar su cartera, que tuvo que entregar a los amables lugareños que quería entrevistar. Como crítica constructiva se ha convencido a sí mismo de que el respeto a la autoridad justa es necesario, De hecho, ha comenzado a escribir un artículo mucho menos colorido que evoca temas más lejanos en el pasado. De hecho, encerrado en su habitación ha vuelto a leer a autores tan lejanos como Lope de Vega y su conocida obra “Fuenteovejuna”.

Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.

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