Llega el día H (en Catalunya teníamos muchas ganas de que fuera ya por fin el 9-N) y estamos preparados. Poco nos importa que nos digan que bailamos en los límites de la legalidad. El 9 de noviembre ha llegado y está aquí.
Llega el día H (en Catalunya teníamos muchas ganas de que fuera ya por fin el 9-N) y estamos preparados. Poco nos importa que nos digan que bailamos en los límites de la legalidad. El 9 de noviembre ha llegado y está aquí.
Ara és l’hora! (¡Ahora es la hora!). Llevamos varios años de trabajo y el ánimo no decae. El 9-N (09/11/14) se ha convertido en una fecha emblemática y soñada por muchos catalanes y catalanas. Pasado el verano los motores se han ido calentando y en las últimas semanas se han puesto a nivel de crucero. Ya teníamos los ánimos caldeados, porque los que estamos por esta labor democrática y de participación tenemos muchísima moral, muchísima. Y si en algún momento esta moral ha decaído, ahí tenemos al gobierno central y al Tribunal Constitucional (TC) para insuflarnos ánimos, que eso saben hacerlo muy bien.
El martes 30 de octubre (30-O) éramos miles de manifestantes en todas las plazas de Catalunya, convocados por la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural, en un acto de protesta que rechazaba la suspensión de la ley de consultas y el decreto de convocatoria del 9-N, por parte del Tribunal Constitucional. La lluvia que caída en la Plaça Catalunya de Barcelona no silenció ni la presencia de manifestantes ni los gritos de «libertad«, «democracia«, «derecho a decidir» e inevitablemente, «independencia«.
Hemos estado trabajando a salto de mata –más que nada, porque el gobierno central no nos ha dejado otra opción con sus innumerables vías laberínticas–, pero con una determinación clara: el 9-N hay urnas en los centros de votación y los catalanes y catalanas ejercemos nuestro derecho a decidir cómo queremos que sea nuestra sociedad, cómo queremos que sea nuestro país, cómo decidimos que nuestro futuro Estado catalán se relacione con España y con el resto de los estados de la Unión Europea.
Voluntaria de equipamiento
El 6/N por la noche recibí la llamada del coordinador de equipamiento. Me apunté como voluntaria y podía formar parte de los voluntarios de equipamiento o bien del proceso de participación. Estos últimos son los que forman las mesas (vigilan la constitución y funcionamiento de las mesas del proceso de participación). Bien, me ha tocado de los primeros, soy voluntaria de equipamiento. Entre las tareas asignadas están la preparación y control del funcionamiento del local como sede de participación ciudadana.
Al mediodía del día 7 me presenté en el centro de participación. Organizamos la sala y preparamos las ocho mesas que van a estar con tres miembros del proceso de participación por mesa. Impresos los carteles, indicamos en las paredes más visibles el circuito de acceso y salida. Es esencial que todo esté muy ordenado: el punto de entrada, la recogida de sobres y papeletas, las mesas en las que registrarse y depositar el voto en la urna y la vía de acceso a la calle, de retorno a las casas.
En las afueras de los centros de participación también hay un punto esencial para la manifestación democrática, es la recogida de firmas contra el Estado español que se presenta ante diversas instituciones y organismos internacionales, entre ellos la ONU. Se trata de una firma al margen del 9-N pero su ejecución conlleva una necesaria reflexión para el pueblo de Catalunya, que debe valorar si «por razones de legitimidad democrática tiene carácter de sujeto político y jurídico soberano» y por tanto «tiene derecho a decidir su futuro político».
Los voluntarios aportan el trabajo y también las ganas de crear una nueva realidad, y en la medida en que quieren o pueden, contribuyen con su aportación económica para hacer posible esta muestra de participación. No hay apoyo económico institucional, contrariamente de lo que se ha dicho con intención contaminante en algunos medios… El 9-N lo estamos costeando con nuestra voluntad, nuestro trabajo, las aportaciones particulares que cada cual ha creído y podido hacer y las compras de material de merchardising, como la compra del lote para ir a la Via Catalana de 2013 y la V de 2014.
El día más largo
La jornada empieza pronto. Tengo que levantarme a las cinco y media de la mañana para estar dos horas después en la mesa. Por las calles de mi barrio encuentro a conocidos que también se dispersan camino de otras mesas. En el metro, los trasnochadores que regresan a casa se juntan con los voluntarios con la más completa normalidad. Cada cual a lo suyo, porque aquí nadie obliga ni coacciona a nadie.
Mi destino es el Institut Barcelona-Congrès, un centro de enseñanza secundaria de un barrio de clase trabajadora, el Congrès, que se llama así porque su urbanización se inició con ocasión del Congreso Eucarístico celebrado en Barcelona en 1952. En esa época, el barrio acogió a numerosas personas llegadas de diferentes regiones de España; a partir de la década de 1990 se sumaron cientos de familias procedentes de varios países, sobre todo de América Latina. Se trata de una zona de orientación política socialista, según los resultados electorales, pero también con un índice muy alto de abstencionismo.
A las siete y media no falta nadie. A los voluntarios se suma un vecino del instituto, militante de Esquerra Republicana, que viene a echar una mano con lo que haga falta. Preparamos los sobres, imprimimos papeletas, revisamos la instalación de los ordenadores… Una voluntaria de mesa nos alegra con unos pastelillos de su autoría, con la senyera dibujada en su superficie.
Cerca de las ocho aparece una pareja de los Mossos d’Esquadra, acompañada por un agente de la Guardia Urbana de Barcelona. Algunos temen que vengan a instancias de la Fiscalía, pero no es así, solo quieren saber si todo está tranquilo. Están asignados a la vigilancia del barrio y, antes de seguir su ronda, preguntan si pueden guardar sus fiambreras en nuestra nevera. Por supuesto, no hay problema en ello.
Entre tanto, a través de los auriculares escuchamos la radio pública autonómica. Saber que no hay incidentes tranquiliza y ayuda a trabajar mejor.
Un cuarto de hora antes de abrir, una cuarentena de personas espera ya ante la puerta del instituto. Menos, ciertamente, de la que vemos fotografiada en otros lugares, a través de las ediciones digitales de los periódicos.
Abrimos puntualmente y el público rompe a aplaudir. Catalunya hace de la protesta una fiesta ciudadana, pacífica y democrática.
A primera hora, la media de edad de los votantes es de unos 50 años. La gente tiene bien aprendidos los pasos a realizar. Muchos de ellos llegan con su papeleta preparada, lo que facilita la fluidez de la votación. Por su mecánica, no hay diferencias con una jornada electoral oficial.
Nos sorprende la llegada de los observadores internacionales, debidamente acreditados. Pensábamos que estarían en centros de votación más céntricos. Son dos delegados de Malí, con vestimenta típica de su país, y un italiano. El exotismo de la pareja africana despierta los recelos de una señora mayor, un tanto confundida por las noticias sobre el islamismo radical, quien sugiere a otra voluntaria de equipamiento que los vigilemos bien, no vayan a hacer alguna maldad.
Hacia las 10.30 h habían votado 360 personas. En las filas se escuchan por igual el catalán y el castellano, este con distintos acentos. En ese momento se forma un verdadero atasco, parece que todo el mundo se haya puesto de acuerdo para venir a votar a la misma hora. Y eso que tres no pudieron hacerlo, por no estar censadas en Barcelona: unos vecinos gallegos del barrio, que pensaban que la participación era abierta a cualquier persona presente en la ciudad. Se han ido un tanto enfadados, querían apoyar con su voto la opción independentista. Tras ellos ha votado un chaval boliviano, muy ilusionado por que se le permitiera acudir a las urnas. También ha habido algún caso de confusión de centro de votación.
Con la aglomeración llega el despiste. Muchas personas mayores necesitan orientación y mi compañera y yo no damos abasto. Hay momentos de verdadero agobio. La anécdota la pone un vecino del barrio con más de ochenta años de edad, que asegura no haber votado nunca, por ser anarquista, pero que esta vez quiere expresar en la urna su oposición a la intransigencia del gobierno español.
A mediodía, la gente sigue llegando en gran número. Desde los móviles, por radio y prensa nos enteramos de que la afluencia es numerosa en toda Catalunya. Mi marido me llama para decirme que ha ido a votar y lo ha dejado para después de comer, porque la cola era enorme. No puede haber mayor satisfacción para una voluntaria de la consulta del 9-N.