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A veces una escribe empujada por la curiosidad. A veces una escribe para no pagarle al psicólogo. Otras veces una escribe porque parece ser más digno escribir que llorar.

Desde que leí la noticia de la muerte de Gabriel García Márquez, no he dejado de pensar en mi autor, un poquito llorando, perdiendo toda la dignidad que otorga la mediana edad.

A Don Gabo me gusta imaginármelo vital, peleón, humano, un poco machote ¿por qué no? Creo que a Doña Mercedes la ha hecho salir alguna cana. Hoy las noticias están cargadas de anécdotas sobre su vida. Sí, recibió un puñetazo de Vargas Llosa, por metido, no más, ya lo dijo Doña Mercedes: “Es que Mario es un celoso estúpido”. Sí, se negó a recibir un Príncipe de Asturias. Sí, era de izquierdas, pero tuteaba al Rey Juan Carlos y le caía bien Felipe González. Hay una sola anécdota que recuerdo constantemente, le dijo a Rubén Blades que le hubiese gustado a él escribir Pedro Navaja, con su opinión reforzó la calidad de los que otros desprecian, la música popular. Blades le regalo Ojos de perro azul a cambio del piropo ¿Qué más? ¿Qué importa? Prefiero su biografía, escribió lo que él quería recordar y como pretendía ser recordado.

Soy argentina y escribiente, por lo tanto, se me presupone lectora asidua de Cortázar y Borges, a algunos se les antoja que debo devanarme los sesos con metáforas de bibliotecas infinitas o cronopios que suben escaleras describiendo cada paso. Pues no, cada vez que cojo un libro de estos padres de la literatura me vuelvo loca rebobinando una y otra vez sobre lo leído para asegurarme que he comprendido el parágrafo. Dios me libre de juzgarlos malos escritores y no estoy, que quede claro, haciendo apología de la ignorancia como en los Reality Show, simplemente soy cortita de entendederas y debo leerlos dos veces. Sin embargo a Don Gabo a veces creo que no lo he leído, me lo he comido. Me he comido Memorias de mis putas tristes de pie en un supermercado. Me he comido Cien años de Soledad en dos tardes, cuando las tardes eran de verano largo y adolescentes.  Me he comido Amor en los tiempos de Cólera como si me acabase de dejar un novio, acompañado de un consolador pote de Häagen-Dazs. Leí su biografía en vuelos de Ryanair de una hora cuarenta. El último fue El otoño de Patriarca que no sé por qué se me había quedado en el camino y mientras lo devoraba, imaginaba a Berlusconi, a Menem. Creo recordar cada momento de mi vida en que he leído un libro de Don Gabo, me ha acompañado mientras crecía, me ha dado de comer literatura.

Sus libros corren, cuentan, se comprenden a la primera, lo que está escrito es lo que el autor ha querido decir. En mi mente se dibuja la película de lo contado como si no hubiese ni una metáfora. Esa película imposible del llevar a Hollywood, mi película. De hecho las versiones cinematográficas de sus novelas son a mí ver latosas. En 1999 ¡Dios mío! Es Arturo Ripstein quien me mata de hastío con El coronel no tiene quien le escriba, protagonizada por la reina Marisa Paredes y Fernando Luján, por cierto ¿Qué hacia allí  Salma Hayek?  Con El amor en los tiempos del cólera, estuve a punto de cortarme las venas con un regaliz, pero era comprensible que un sudafricano, Ronald Harwood y un británico, Mike Newell, no comprendieran el cómo desde las antípodas de la cosmovisión del universo. Crónica de una muerte anunciada la  protagonizó  Rupert Everett y Anthony Delon, es decir que las mujeres ganaban en talento: Ornella Muti, Irene Papas y Lucía Bosé,  Gian Maria Volonté no cuenta  porque sale sin bigote. Si me gusto la adaptación del cuento Un señor muy viejo con alas enormes. Entonces descubrí porque no me interesaban las adaptaciones al cine de las novelas de Don Gabito, porque les veía las caras a los actores y las novelas y cuentos de mi autor favorito los protagonizan gente desconocida, como los actores de Un señor muy viejo. Mi gente latinoamericana, con sus acentos, sus ranchos, sus selvas y sus mares caribeños en la piel. Don Gabo invento paisajes y pueblos para poner dentro nuestras personas comunes con sus realidades mágicas y así contándonos hizo universal al pueblo latinoamericano. He oído a gringos maravillados por lo mágico de las novelas del Nobel, sin embargo  pienso que al sur, de donde vengo, lo sorprendente es lo real y mágico lo cotidiano, la pura normalidad.

Sólo una cosa más, querido maestro, gracias.

“…eres, epopeya de un pueblo olvidado, 

forjado en cien años de amores a historia, 

Y me imagino y vuelvo a vivir, 

en mi memoria quemada al sol, 

mariposas amarillas, 

Mauricio Babilonia, 

mariposas amarillas, que vuelan liberadas,…”

Cumbia MACONDO de Daniel Camino Diez Canseco.

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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