Resulta tentador imaginar que las ocurrentes declaraciones de Kellyanne Conway se idearon en Valencia. Y no me atrevería a afirmar que no fue así. Porque la calificación como “hechos alternativos” que la asesora de Donald Trump aplicó a la versión manipulada que el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, dio sobre el número de asistentes a la toma de posesión de su jefe, son sin duda el colofón perfecto a la exposición Fake que esta semana será clausurada en el IVAM. La muestra nos plantea una seductora reflexión sobre las relaciones siempre ambiguas entre lo verdadero y lo falso, sobre las traicioneras intenciones de la verosimilitud, sobre la verdad como construcción social. En última instancia, como destaca Jorge Luis Marzo en el catálogo, nos interroga sobre nuestra propia inclinación al autoengaño.

También podrían ser parte de una campaña de marketing editorial. Así nos inclinaría a pensar la información publicada por The Guardian, según la cual, tras los comentarios de Conway se han disparado las ventas de 1984. Y es que las manifestaciones de la asesora de Trump parecen haber despertado un renovado interés por aquella distopía recreada por Georges Orwell que se asentaba sobre la lógica de la neolengua y el doble pensamiento.

En realidad, la existencia de estos precedentes orwellianos debería llevarnos más bien a preguntarnos por qué hemos recibidos con tanta excitada indignación los argumentos de Conway. La reacción parece cuanto menos exagerada para una sociedad como la norteamericana con pocos motivos para las sorpresas después de hechos alternativos tan recordados como las armas de destrucción masiva bajo las arenas del desierto mesopotámico. Por no hablar de la española donde los hechos alternativos mostraron todo su siniestro esplendor en 11M y donde responsables del partido gobernante mantienen sin pudor que ni estamos ni estuvimos en la guerra de Iraq.

Por ello, cabría preguntarse si en el fondo el sobreactuado rasgado de vestiduras al que asistimos estos días no viene a esconder el imperio definitivo de los hechos alternativos. Más aún, si el propio Donald Trump no es en el fondo más que una hecho alternativo que venga tranquilizar nuestras desorientadas conciencias. Un nuevo relato que nos permita canalizar nuestra rabia hacia el proyectado muro frente al que se estrellarán mexicanos y centroamericanos, mientras aislamos en el inconsciente los kilómetros de valla de espinas en tierras de Melilla. Un monstruo machista deleznable que permita hacer más llevadero nuestro goteo de mujeres asesinadas. Un hortera racista impresentable que convierta en entrañables las miserias de nuestros CIE y la eficacia de nuestras deportaciones. Un proteccionista ultramontano que maquille de modernidad la sangría globalizadora. Un multimillonario bocazas y soez que haga pasar por elegancia la habilidad del 1% para hacerse con nuestra riqueza.

La construcción social adquiere así unos tintes casi circenses, donde el más difícil todavía se convierte en el momento más esperado del viejo arte de la manipulación. La mentira desnudada como mentira para tapar las vergüenzas de nuestras mentiras. Trump, el magnate antisistema convertido en un fake de la era de la posverdad, capaz de hacer tambalearse a nuestras estructuras emocionales mientras dispara los beneficios de Wall Street. La neolengua de los hechos alternativos transformada en costumbrismo. Por eso, como señala Marzo, puede que lo más importante no sea confirmar las sospechas demasiado evidentes de que estamos siendo manipulados, sino atrevernos a cuestionar los mecanismos que nos llevan a aceptar la verosimilitud de nuestros propios engaños. Solo por ello ya estaría justificada una visita a la exposición del IVAM. Pero habrá que ir con mucha paciencia. Si han conseguido que la asesora de Trump se implique en la clausura de la muestra, las colas frente al museo estarán más que aseguradas.

Periodista cultural y columnista.

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