“El sentimiento de incredulidad generado por este encuentro es el mismo que todo el mundo suele tener al enfrentarse con la extraña figura del dron”. Seres que parecen juguetes. Elegantes, incluso. Entrañables, quizás. Realidad y mentira: son tan mutaciones de un avión teledirigido, como una de las armas más peligrosas del mundo actual. El dron no es nada en sí mismo, pero puede ser cualquier cosa. Estos artilugios son todas sus aplicaciones, bien sean sociales, militares, lúdicas… Pero entonces, ¿qué es un dron?
“Lo mejor para entender qué es un dron es asemejarlo a un avión teledirigido al que se le han añadido tecnologías para hacerlo increíblemente potente, mucho más eficiente y perfeccionado”. Lo explica Enric Luján, politólogo y autor del libro Drones, sombras de la guerra contra el terror. Los elementos de los que habla son cámaras de alta definición y nuevas tecnologías de la información y la comunicación que hacen que las señales, imágenes o ruidos recogidos por este gadget se transporten a un lugar determinado.
Pero, como bien se ocupa Luján de matizar en su libro, aquello que determina la función de los drones, así como el alcance de su poder, es el uso que se les de.
Así, lo que en este volumen se presenta como más importante –por temible y amenazante– es el papel de este artilugio como arma de guerra. Y es que, cada vez más, estos aparatos se están convirtiendo en el armamento principal en la guerra global contra el terror. Aunque de una forma, como poco, paradójica.
Lo explica, apasionado, Enric Luján. “Hay mucha ambigüedad en los ataques con drones”. Se refiere a que algunos se reconocen, pero otros no. Además, supone la perpetuación de una concepción muy arraigada socialmente: la de la eficiencia y virtuosidad de una guerra limpia por el simple hecho de desarrollarse en campo de batalla aéreo. Lo que ocurre es que “se persigue desarrollar una guerra que no suscite tanta negatividad en la opinión pública” explica Luján, porque “los países y potencias necesitan seguir perpetuando guerras por sus intereses económicos y geopolíticos”. Y si eso puede hacerse sin muertes en masa del ejército nacional o reduciendo las bajas civiles colaterales, prácticamente se mitiga el desdén de la opinión pública.
Esto no es algo nuevo. Ya en la Primera Guerra Mundial se usaban drones, si entendemos como tal globos aerostáticos cargados de bombas que dependían del viento para llegar a su destino. Enric Luján explica que se usaron allí y se usaron en Vietnam –en este caso solo para tareas de vigilancia-. “Esta idea de matar desde la distancia sin someterse a fuego enemigo existe desde el s.XX”, explica el politólogo. Y aún hay más. De hecho, ya Platón con la historia del anillo de Giges, o, incluso, la saga del Señor de los Anillos, parten de la misma concepción que los drones: golpear sin ser golpeado, ver sin ser visto.
Y hasta aquí, no tendría por qué ser malo. Incluso podríamos pensar en una mejora de las secuelas de los militares implicados en la guerra: con el ataque –y consecuentes muertes– a distancia podrían reducirse los niveles de Estress Posttraumático que reinan en el seno de la operativa militar. Deducción errónea, explica Enric Luján. Gran mentira, asegura el mismo. Lo detalla así:
Una red de pantallas capaz de proveer imágenes en tiempo real y con alta calidad de detalles no despersonalizala guerra (como creen los discursos simplistas sobre la guerra “videojuego”), al contrario, se convierten en algo insoportablemente personal. “Seguimos a la gente durante meses. Los vemos jugar con sus perros o haciendo la colada. Incluso vamos a sus funerales” comenta un veterano piloto.
Para ello, continua Enric Luján, “se está estudiando abstractizar las imágenes que ven los militares detrás de los drones: que en vez de una persona, se vea un triángulo amarillo que pase a rojo cuando dispare, eso si que es deshumanizar”.
Porque un dron no vuela solo. Hay cientos de miles de militares detrás: hay centros de control, de práctica, de visualización, de registro de datos, de operación… Hay pilotos militares especializados. Y todo eso no sería posible sin la estrecha colaboración de la NSA, como profundiza el autor del libro. “Lo interesante de todo esto es que toda la información de inteligencia que recoge la NSA se utiliza para ejecutar los ataques”, comenta. ¿Cómo? “Básicamente, pinchando teléfonos móviles”.
Lo explica el mismo Enric Luján en un artículo en el blog Paz, en construcción: “De hecho, la NSA ha llegado al punto de desplegar sus propios drones de vigilancia en las zonas de combate, los cuales incorporan aparatos que simulan ser antenas de telefonía para poder geolocalizar tarjetas SIM en tiempo real, en el marco de su programa GILGAMESH”. Los datos proporcionados por este joven apasionado de los drones afirman que, en la NSA, cada empleado vigila a 10.000 personas aproximadamente.
Esto no es algo que ignoren las personas vigiladas y, de hecho, ya tienen modelos de actuación establecidos para evitarlo. Dirigentes de grupos terroristas como el ISIS y sus familias saben que se les localiza a través de su teléfono móvil y, consecuentemente, que pueden ser asesinados a través de un dron. Para ellos un móvil no es lo mismo que para nosotros. No es un objeto personal donde archivar correos, recados, notas, direcciones o números de familiares y amigos; puede ser el acceso directo a una muerte inesperada. Así, los talibanes, soldados del ISIS y familiares, tal como explica Enric Luján, tienen por costumbre mezclar las tarjetas SIM de sus teléfonos en sacos ciegos antes de empezar cada reunión y, al término de la misma, coger cualquiera al azar. Todo por su propia seguridad.
“Por eso es tan criminal lo que han hecho las agencias” dice “toda esta información la sabían, tanto en Charlie Hebdo como en los atentados: los culpables estaban en las listas de sospechosos de todo el mundo y les dio igual”. Y sigue, contundente: “Cada vez pasan más cosas como estas por la ineficacia e ineficiencia de unas entidades que quieren más y más poder”.
En este sentido, en el futuro se perciben unas campañas militares tradicionales en progresiva decadencia. Además de, como bien explica Enric Luján en su libro, dejar paso a drones automatizados sin la necesidad de involucrar a militares. Cosa que, sorprendentemente, el entrevistado no condena. Se explica: “Yo impugno completamente los drones militares, sean pilotados o no, lo que sabemos es que en efecto los seres humanos somos capaces de lo mejor –sentir empatía, simpatía y elegir no disparar– pero también de lo peor –del rencor, del odio, de motivaciones irracionales que una máquina no tendría-”. No obvia, por supuesto, el otro lado: todo esto dificultaría más la atribución de culpabilidades. Algo ya muy difícil actualmente.
Así pues, el “juguete de moda” esconde en él una máquina de matar. Incluso en su vertiente juguetona existen contrariedades. Aquí en España se pueden comprar drones a través de cualquier medio, pero está prohibido usarlos en perímetro urbano. En el campo sí, siempre y cuando se disponga del carné de piloto de drones. Algo que ya se oferta en según qué autoescuelas. Así, la legislación en este ámbito es muy ambivalente. Algo, no obstante, que no ha impedido a España vetar el acceso a estos dispositivos.
Sin ir más lejos, el presupuesto de defensa español de 2016 contempla la compra de 4 drones Reaper (modelo avanzado del Predator), de los cuales dos ya estarán entre nosotros este año que justo empieza. “Lo interesante es que, al tener tantas aplicaciones sociales no sabremos para qué los utilizaran” cabila Luján. Puede que para vigilancia en Melilla, Siria, África… “Faltaría ver si autónomamente el estado español tiene listas de gente a quien asesinar, pero a mí me parecería raro: lo que sí veo es una lista compartida de gente asesinada a escala europea”. En otras palabras: España no hará nada autónomamente, pero, en conjunción con otros países, sí.
La apuesta de este politólogo es clara: en un futuro próximo serán los drones quiénes vigilen la frontera con Melilla.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.