No sabíamos quién encarnaba la Bestia, ni dónde estaba esa otra Babilonia que desde luego no era el Irak arrasado por las poco seráficas bombas de Bush, ni si las trompetas angelicales sonarían a reggaeton (signo indudable de la decadencia de los tiempos, sobre todo cuando lleva letra), ni si los siete sellos eran de céntimos o de euro… Pero la gente quedó en casa confinada de repente, y la desesperación de los recluidos, y las llamadas de socorro de los sanitarios desbordados, y el baldón social de los ancianos asesinados por dejadez y precariedad en las residencias, y la evidente confusión gubernamental, y los desacuerdos de los científicos, y las recetas de los gurús de cualquier pelaje, todo aunado sugería que habíamos caído en barrena en el Apocalipsis, esa etapa crítica en que el mundo habrá de consumirse en su propia maldad para preparar la definitiva llegada del Mesías más tardón de la toda la soteriología universal (al tercer retraso, falta grave y despido sin indemnización en aplicación de la reforma laboral de su devoto Rajoy). Pero vivíamos, por suerte, en el Faro de Occidente, la Reserva Moral de Europa, la Unidad de Destino en lo Universal ignorada por todo el universo, y gracias a ello encontramos la explicación a todo cuanto ocurría…

Como en las películas hollywoodienses, el virus iba a matarnos a todos, pues eso merecían los viles animales que al fin y al cabo somos, más preocupados por follar —o ni tan siquiera eso: ¡por llegar a final de mes, cerdos materialistas!— que por la gloria de la patria o el enaltecimiento del asesinato ritual de la fiesta NAZI-onal. Por supuesto, la responsabilidad era compartida por el pueblo descreído y su gobierno electo social-comunista, enemigo de nuestra rancia espiritualidad carpetovetónica; ese ejecutivo Anticristo que viola la libertad de cul(t)o porque “prohíbe” ir a misa, no para impedir la transmisión del virus sino para que no se reúnan los católicos a hablar de fútbol a la salida del templo. Y también, ¡cómo no!, de la Gran Puta de Babilonia que son todas las feministas, incluso las que no abortaron a sus hijos (de puta, por supuesto). Y qué decir de la serpiente-Satanás cuya lengua bífida blande en sus dos vértices los nombres de los contraapóstoles Pedro y Pablo, porque el mal tergiversa los ejemplos loables para confundir a necios, drogadictos y simples despistados. Pero al final, todo será para vosotros vana ilusión. Sí, sabedlo de una vez, rojos, proetarras, maricones y bolleras de mierda: está escrito que tras el Apocalipsis de la pandemia, la conciencia de España habrá tocado su fondo, revolcada en ese fétido cieno progre que para espesar se aprovechó de la caridad y la clemencia de nuestro invicto y desahuciado Caudillo, y la Vieja Patria volverá por sus medievales Fueros para limpiar de humana chusma su venerable y católica faz. Una Vox nos convocará (aunque no será la de Santi, yo apuesto por Casado y su verdadera esencia de cabestro)…

(Muchos les harán ganar con sus votos y nos joderemos todos por igual, porque este pueblo amnésico no recuerda cuál es la peor de las pandemias sufridas, perpetuada a lo largo de las décadas y de los siglos.)

Editor, periodista y escritor. Autor de libros como 'Annual: todas las guerras, todas las víctimas' o 'Amores y quebrantos', entre muchos otros.

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