España no contribuye como debiera a la lucha contra el cambio climático. Los gobiernos han elevado un canto de autoalabanza a su benévola racionalidad con ocasión de la Cumbre del Clima celebrada en París en diciembre de 2015, de la cual surgió un acuerdo mundial contra el cambio climático que las voces políticas más aventajadas y numerosas organizaciones no gubernamentales no dudaron en considerar como histórico.

Frederic Ximeno, biólogo y máster profesional en estudios territoriales y urbanísticos, es socio-director de ERF-Estudio Ramon Folch i Associats, consultoría barcelonesa con veintiún años de trayectoria que desarrolla estrategias, planes y proyectos desde la perspectiva de la sostenibilidad, la mitigación y adaptación al cambio climático, y la eficiencia energética. Entre 2006 y 2010 fue Director General de Políticas Ambientales y Sostenibilidad de la Generalitat de Catalunya, donde impulsó la arquitectura de las políticas de cambio climático entre otras. También ha sido miembro del Consejo Nacional del Clima, de la Comisión de Coordinación de políticas climáticas de España, y de la delegación española en las cumbres del clima de Bali (2007), Poznan (2008) y Copenhague (2009), así como observador en la Cumbre de Rio+10 (2012) y las cumbres del clima de Lima (2014) y París (2015).

Ximeno respondió a las preguntas formuladas por Revista Rambla acerca del alcance real de lo acordado en la capital francesa y sobre las medidas eficaces que deben tomarse para paliar, si no evitar, la amenaza del calentamiento global.

Entrevista a Frederic Ximeno sobre cambio climático y crecimiento económico

Los prolegómenos: el Protocolo de Kyoto. ¿Se han cumplido sus objetivos mínimos?

El Protocolo de Kyoto fue adoptado por las Naciones Unidas en 1997 y entró en vigor en 2005, cuando fue ratificado por el número de países suficiente. Se fijaba un modestísimo objetivo de reducción del cinco por ciento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI) en el periodo 2008-2012 (11 años después de su adopción). De entre todos los firmantes (192), el Protocolo de Kyoto comprometía a la reducción de emisiones a 55 países industrializados. Los Estados Unidos —el principal emisor de entonces— no lo ratificó jamás. Canadá abandonó el Protocolo en 2011 (sin las sanciones previstas, por cierto). China, el principal país emisor de hoy, estaba en aquel momento en el grupo de países que no tenían compromisos de reducción.

Los participantes en su conjunto han cumplido, superando un 24 % de reducción de sus emisiones, tal y como se habían comprometido. Ha habido cambios en el modelo de generación energética y desacoplamiento del desarrollo y las emisiones de GEI, en mayor o menor medida. Sin embargo, las emisiones globales no se han reducido aquel cinco por ciento esperado. Al contrario, han seguido aumentando exponencialmente. Aquellos que deberían haber reducido y no lo han hecho (Estados Unidos y Canadá) y la irrupción de las economías emergentes, han cambiado sustancialmente el panorama. Por ello se inició un proceso para firmar un nuevo acuerdo en 2009. Pero el proceso descarriló estrepitosamente en Copenhague. No se abandonó, sin embargo, como estaba previsto, el desarrollo del segundo periodo del Protocolo de Kioto (2013-2020). En 2012 se cerró un acuerdo, pero que solo compromete a los países de la Unión Europea (UE) y diez más, que suman solamente el 15 % de las emisiones globales. Por tanto, este acuerdo tiene un efecto mínimo. Por eso era tan importante París, donde se intentaba enderezar el proceso inconcluso en Copenhague.

En definitiva, el Protocolo de Kioto ha cumplido algunos de sus objetivos. Fue el primer tratado universal que focalizaba la atención sobre uno de los principales problemas de la Humanidad: el cambio climático. Además, los participantes han desarrollado políticas energéticas y de producción en la dirección de una economía baja en carbono. La reducción global de emisiones de los 53 países comprometidos que se han mantenido en el Protocolo con obligaciones ha sido, en su conjunto, del 24 %, es decir, ha ido más allá de los compromisos. Sin embargo, estos avances se han demostrado totalmente insuficientes. Las emisiones globales, en lugar de reducirse, se han incrementado un 30 %.

Hasta la fecha, ¿España ha cumplido con sus obligaciones internacionales con respecto a las medidas propuestas para hacer frente al cambio climático?

Sí y no. La UE firmó el Protocolo de Kyoto —y lo ha hecho de nuevo en París— con un compromiso conjunto. Internamente acordó compromisos específicos para cada país, de manera que se cumpliera colectivamente una reducción del ocho por ciento de las emisiones. A España, en este marco, se le permitía aumentar las emisiones hasta un 15 % (incremento compensado por reducciones mayores de otros países de la Unión). Se aceptaba, pues, que España debía desarrollar su economía para acercarse a la media europea. Sin embargo, cuando el Congreso español ratificó el Protocolo en 2002, España ya se encontraba un 36 % por encima de las emisiones de referencia. Estaba, por tanto, ratificando un dificilísimo compromiso de reducción.

En 2007, España llegó a superar el 49 % de las emisiones de referencia. Finalmente, el gobierno español acordó con la UE un plan para reducir las emisiones del 49 % al 37 %, y para comprar reducciones producidas en el exterior a través de los mecanismos de flexibilidad previstos en el Protocolo de Kioto, a fin de alcanzar el 17 % adicional que no podría lograr con cambios en el país. La crisis ha conllevado una intensa reducción de las emisiones, que finalmente han quedado en un 24 % sobre el año de referencia en el período 2012-2020. Por tanto, ha superado aquel 15 % inicialmente adjudicado en el marco europeo,  pero se ha situado por debajo del 37 % acordado posteriormente, por lo que la compra de derechos de emisión a terceros países para cumplir ha sido mucho menor.

Sin embargo, España es el tercer país de la UE que aumenta más sus emisiones domésticas y no ha avanzado en las políticas para asegurar un futuro económico bajo en carbono. El parón en el desarrollo de las renovables debido a la nueva legislación; el bajo desarrollo del transporte público y el coche eléctrico; los deberes pendientes en la eficiencia energética en la edificación; pocos cambios en los modos de consumo; poca renovación en la industria y la agricultura; bajos niveles de reciclaje de residuos… España no ha aprovechado el momento para asegurar una recuperación económica desacoplada del incremento de emisiones de GEI. Un grave problema para los próximos años. Cabe destacar, además, la existencia de diferencias significativas entre distintas comunidades autónomas y entre diferentes ayuntamientos. Durante los últimos años, la Administración del Estado español ni ha liderado, ni ha coordinado ni ha impulsado políticas climáticas de fondo. Para reducir emisiones debemos hacer cambios en el urbanismo, la edificación, la movilidad, la producción industrial y agraria, la gestión de residuos, la eficiencia energética… por ello,  la acción concertada y coordinada de todos los niveles de gobierno, las empresas y la sociedad civil es imprescindible.

Se ha perdido una oportunidad de repensar el modelo económico (bajo en emisiones de GEI), lo que va a dificultar aún más la recuperación. Porque Europa, sin duda, y creo que también el resto del mundo, va a caminar en esta dirección.

¿Puede hablarse —siempre en términos aproximados, por supuesto— de una fecha tope para adoptar medidas de choque contra el cambio climático, a partir de la cual, de no obrarse debidamente, este sería irreversible y catastrófico?

Nos lo dice la ciencia. La Convención Marco de Cambio Climático establece que un incremento medio de dos grados centígrados en relación a la época preindustrial sería peligroso. El Panel Internacional del Cambio Climático, que agrupa más de 3.000 científicos y se basa en 95.000 series de datos hace 20 años, establece en su último informe que sería necesario llegar de manera inmediata al pico de emisiones (en torno al año 2020), reducirlas un 40 % en 2030 (en relación a las emitidas en 2010) y un 70 % en 2050, y llegar a emisiones negativas a finales de siglo (lo que se conseguiría con emisión cero de GEI por parte de la actividad humana y la fijación del remanente en la atmósfera a través de bosques, cultivos y el océano).

El calentamiento global se produce por el incremento de gases de efecto invernadero en la atmósfera. La ciencia nos dice la relación entre la concentración de estos gases y el aumento de la temperatura. Por tanto, sabemos qué cantidad nos lleva a límites peligrosos. Tenemos, por tanto, un «presupuesto» de 1.000 GtCO2 que debemos repartirnos entre todos entre 2000 y 2050. En los primeros 15 años, ya hemos gastado más de la mitad. Se puede corregir, si aplicamos las políticas necesarias. Si lo lográramos, conseguiríamos mantener el calentamiento global en un margen aceptable. Aunque cabe recordar que el cambio climático ya se ha producido y es irreversible a medio plazo. Tendremos que adaptarnos a los cambios, de lo que se trata es de contener los efectos con un margen razonable que nos permita la adaptación con costes económicos y sociales asumibles.

El acuerdo adoptado en París busca que el aumento de la temperatura media del planeta a final del siglo XXI a consecuencia del cambio climático no supere los dos grados con respecto a los niveles preindustriales. ¿En qué nivel de aumento nos encontramos ahora? ¿No es un objetivo muy modesto?

El Acuerdo fija el objetivo de dos grados centígrados y «hacer todo lo posible para no incrementar un 1,5 oC la temperatura media de la Tierra”. Desde la era preindustrial, la temperatura media se ha incrementado algo menos de un grado. Sin embargo, es en los últimos años cuando este proceso se ha disparado exponencialmente.

El objetivo de los dos grados centígrados nos puede parecer modesto si tomamos nuestra referencia personal basada en en las sensaciones meteorológicas. Para poner un paralelismo que pueda entenderse en relación a nuestra experiencia personal, propongo imaginar la diferencia entre 40 oC de fiebre o 42 oC… Incrementar más de dos grados implica fenómenos climáticos muy complejos que nos traerán sequías, inundaciones, olas de calor, incremento del nivel del mar, más recurrencia de fenómenos extremos… No es un objetivo modesto porqué va a ser muy difícil cambiar el modelo económico y social para alcanzarlo. Pero sí es un objetivo mínimo para que podamos hacer frente a las consecuencias del cambio climático. Por otro lado, se trata de la «temperatura media», por lo que en algunos puntos del planeta las temperaturas subirán más. La cuenca mediterránea es una zona especialmente vulnerable. Deberíamos ser los primeros en actuar.

En el acuerdo de París se disponen 100.000 millones de dólares anuales para la ayuda a los países con menos recursos.  ¿Ha existido antes este mecanismo?

Si, este mecanismo se acordó en 2009 para el periodo 2010-2020. El acuerdo de París lo extiende al período 2020-2030 y establece una revisión del monto total en 2025 a más tardar.

¿De dónde saldrá ese dinero? ¿En qué se empleará?

Los fondos saldrán de aportaciones públicas y privadas, de fondos multilaterales o fondos bilaterales entre países. En 2014 se anunciaron las últimas promesas de los países desarrollados que alcanzaban los 100.000 millones de dólares. Lo cierto es, sin embargo, que los fondos realmente movilizados han sido unos escasos 10 mil millones de dólares, que se han puesto en marcha este año. Se ha organizado el Fondo Verde y los mecanismos para que cada país pueda acceder. Acaba de empezar con la adjudicación de los primeros proyectos este año. Se debe intensificar urgentemente la disponibilidad de recursos y la implementación y evaluación de proyectos.

Los países en desarrollo han puesto de manifiesto que esta cifra es absolutamente insuficiente para impulsar un modelo de desarrollo bajo en emisiones y hacer frente a la adaptación del cambio climático.

¿Qué relación hay entre la “seguridad alimentaria”, citada en el acuerdo, y el cambio climático?

Muchos de los efectos adversos del cambio climático están relacionados con la producción de alimentos. La reducción de precipitaciones o la intensificación de fenómenos meteorológicos extremos (huracanes, olas de calor, cambios permanentes en los niveles de precipitación…) pueden poner en riesgo la alimentación de muchas personas en países en desarrollo. Por ello, el acuerdo cita en el preámbulo esta y otras cuestiones que se deben considerar en el empeño en la reducción de emisiones. El cambio climático está plenamente vinculado a la lucha contra la pobreza, contra el hambre, con la salud, con la transición justa en la ocupación…

Se debe cambiar el modelo económico, se deberán abandonar los combustibles fósiles. Todo ello no puede hacerse poniendo en jaque el desarrollo de miles de millones de personas. Como reza la Convención Marco de Cambio Climático, las responsabilidades son conjuntas, pero diferenciadas.

Hay tecnologías bastante desarrolladas que representan alternativas a los combustibles fósiles, pero también hay poderosos lobbies mundiales que usufructúan esos combustibles…

Cierto. Estos lobbies han trabajado intensamente para que este acuerdo no fuera posible. Han invertido para cuestionar a la ciencia, para influenciar a los gobiernos, para confundir a la opinión pública… Lo que ocurrió en París seguro que les preocupa. El acuerdo envía una señal clara a los mercados, a los gobiernos y a los ciudadanos. Debemos abandonar los combustibles fósiles cuanto antes. Habrá, como es lógico, un periodo de transición, pero la señal es fuerte y contundente. Si duda, siguen teniendo el mismo poder que antes, pero ahora deberán tomar partido: o se apuntan al cambio de modelo energético desarrollando las energías renovables, o dejan paso a nuevos operadores. Como ciudadanos, debemos estar atentos.

¿Qué son los “mecanismos de secuestro y almacenamiento de carbono” citados por el acuerdo y solicitados por los países productores de petróleo?

Se  trata de una tecnología de transición que, teóricamente, permitiría seguir utilizando combustibles fósiles durante un tiempo. En la generación energética a partir de carbón, gas o petróleo, se puede separar el CO2 generado y, en lugar de emitirlo a la atmósfera, podría almacenarse bajo tierra en formaciones geológicas que lo mantengan confinado. Quisiera destacar, sin embargo, que el acuerdo no cita explícitamente esta posibilidad, aunque ciertamente tampoco la descarta de modo explícito. El secuestro y almacenamiento de carbono también podría utilizarse en los procesos de generación energética a partir de biomasa. Los bosques, y el suelo y el océano, son los sumideros naturales de CO2 atmosférico, mientras no se quemen. Si se genera energía a partir de biomasa, se podría plantear el secuestro y almacenamiento de carbono para no devolver el CO2 fijado en las estructuras vegetales a la atmósfera. Pero esta tecnología no evita, ni mucho menos, la necesidad de abandonar los combustibles fósiles a medio-largo plazo, en este siglo.

¿No resulta contradictorio que el acuerdo sea legalmente vinculante, salvo los objetivos de reducción de emisiones de cada país, que a la postre son la base material del pacto contra el cambio climático?

Como he comentado, el Protocolo de Kyoto preveía objetivos vinculantes y sanciones y, aún así, fue incumplido por algunos estados sin que recibieran sanción. El Acuerdo de París propone un compromiso basado en la cooperación y la vigilancia mutua a través de la transparencia y el seguimiento público de lo que hace cada Estado. Mientras no tengamos un gobierno global, son los estados los responsables de desarrollar las medidas y compromisos. Los son hoy y lo eran antes. El Acuerdo establece instrumentos muy específicos para explicitar y evaluar los compromisos. Como siempre debería ser, somos los ciudadanos los que tendremos que exigir y participar. Puede funcionar. El acuerdo ha puesto unos carriles sólidos para que circule el tren de la economía baja en carbono. Hoy sabemos que circula demasiado lento (los compromisos reportados por 186 países no son suficientes para alcanzar el objetivo de los dos grados centígrados). Los conductores son los estados, nosotros los pasajeros. Podemos cambiar el conductor, debemos exigir mucho más a la locomotora. Pero las vías para circular se han puesto en París. Es un acuerdo universal, así que todos vamos en el mismo tren por las mismas vías, por primera vez. Es algo nuevo. Debemos hacerlo funcionar. La flexibilidad no es necesariamente contradictoria con la exigencia. Quien no cumpla, quedará retratado y señalado. ¿Será suficiente? Veremos, pero tenemos instrumentos comunes que antes no teníamos.

El acuerdo también incluye el mercado de emisiones de gases de efecto invernadero. Quien hizo la ley, ¿hizo la trampa?

Bueno, el acuerdo recoge todos los mecanismos que hasta ahora se han puesto en marcha para hacer frente al cambio climático. El mercado de emisiones, desarrollado especialmente en la UE es uno de ellos. Se establecen los criterios básicos para que la compra de reducción de emisiones no sirva de excusa para no desarrollar los compromisos nacionales. Permite que se ensayen mercados regionales, como por ejemplo el que han organizado el estado de California y las provincias canadienses de Quebec, Manitoba y Ontario. El mercado de emisiones permite impulsar proyectos en países en desarrollo para impulsar la economía baja en carbono. ¿Por qué no? No es un mecanismo obligatorio. Quien quiera lo usa, siempre y cuando se asegure que no es a cuenta de la acción local, y quien no quiera no lo usa. Personalmente creo que sería mucho más eficiente y más justo poner una tasa al carbono (planteamiento que también se cita en el Acuerdo, por primera vez). Pero si está bien organizado y es voluntario, el mecanismo de mercado está ahí. No debería ser tramposo per se.

¿Hay alguna forma de evitar el incumplimiento de los acuerdos? ¿Mediante sanciones económicas? ¿Cree que serían útiles esas sanciones?

Como ya he comentado, creo que las sanciones no serían útiles por dos motivos. El primero, porque ante un marco punitivo, los principales emisores no habrían firmado. El segundo, porqué la fuerza de Naciones Unidas es la que es. Si ustedes se fijan en los tratados multilaterales más importantes en cualquiera de las grandes cuestiones de la Humanidad, en pocas han sido aplicadas las sanciones. Por el contrario, la cooperación, la vigilancia mutua, la transparencia… son armas poderosas. Veremos si suficientes, pero no podemos menospreciarlas. El Protocolo de Montreal para la reducción de la capa de ozono ha funcionado sin sanciones y está cumpliendo su objetivo. Luchar contra el cambio climático tiene unas connotaciones económicas y sociales infinitamente mayores, pero, insisto, no debemos menospreciar el valor de los instrumentos creados y de las posibilidades de la cooperación y la vigilancia mutua.

¿Es más fácil o igualmente difícil de cumplir a escala mundial un acuerdo histórico como este o la universalmente suscrita y diariamente violada Declaración Universal de los Derechos Humanos?

Igual. Insisto, mientras no tengamos una gobernanza mundial, las políticas dependen de cómo se apliquen en cada país, e incluso en cada parte de cada país. Por ello, el empoderamiento ciudadano, la acción local y la exigencia son y serán imprescindibles. La mitigación y la adaptación del cambio climático no se resuelven firmando papeles sino cambiando políticas y desarrollando acciones. No se nos ha acabado el trabajo. Pero la ruta está escrita y ningún país está fuera. Debemos consumir menos energía y generarla a partir de fuentes renovables. Debemos contener la movilidad a través de la proximidad, el impulso del transporte público y el desarrollo de las ciudades mixtas donde la ocupación no está lejos de la vivienda. Deberemos rehabilitar nuestras viviendas y equipamientos públicos y privados. Deberemos producir de manera más eficiente y consumir de manera más responsable… Así es como reduciremos emisiones y cumpliremos el Acuerdo de París. Así es como dejaremos a nuestros hijos y nietos un mundo razonablemente habitable. Es nuestro deber y es posible. París ayuda, no perdamos más tiempo.

Las ONG han considerado este acuerdo en positivo, como un “giro histórico”. ¿Usted lo cree así?

Si, lo creo. No es el acuerdo que creo que necesitaríamos, pero el hecho de que exista y la buena arquitectura que dibuja y el mensaje que envía al mercado y a la ciudadanía son “históricos”. El cambio climático será uno de los ejes clave del siglo XXI. Ya no está en discusión, ya no hay vuelta atrás. Ahora podemos concentrarnos en acelerar procesos y dibujar distintas sendas para llegar a tiempo. Muy, muy relevante. Sí.

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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