César Rendueles (Gijón, 1975) es profesor de la UCM y ensayista. Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital, es su último libro.
Viene bien refrescar el dato: “En el año 2000 la población en riesgo de exclusión rondaba el 20%, no mucho menos que ahora”, compara César Rendueles; sin embargo, “durante todo ese periodo dorado a nadie le importaba”. Ahora vivimos tiempos en los que “el proceso de deterioro social es evidente”.
Entrevista a César Rendueles
A mucha gente le empieza a importar el futuro… y es que ha sido una estafa: la tecnología ha evolucionado, pero la realidad no ha ido al mismo ritmo.
Ese es un problema que tenemos desde el siglo XIX. Creamos máquinas increíbles que deberían permitirnos trabajar menos y en vez de aprovecharlas nos inventamos un problema absurdo que se llama desempleo. Marx denunciaba la incapacidad del capitalismo para aprovechar esa potencia tecnológica. En las últimas décadas nos hemos convencido de que la tecnología iba a solucionar ese problema, pero no podemos esperar a que Google cree una herramienta para el cambio social… El problema es político.
Comenzamos a ver cierta solidaridad virtual… te parece, ¿o eres reticente a afirmar eso?
Yo creo que solidaridad solo hay una, que se manifiesta en distintos ámbitos…
Lo comento en lo que se refiere a mecanismos como Change.org o Crowfunding
Soy bastante escéptico respecto a los mecanismos de participación política virtual. Sin duda hay tecnologías que pueden facilitar la intervención política, pero el déficit democrático no es un problema técnico. Si no tenemos democracia participativa no es porque no dispongamos de las máquinas necesarias para ello, sino porque hay intereses políticos y económicos que así lo quieren.
Al tiempo que la gente está más conectada a la red… nadie parece tener tiempo de nada. ¿No te parece que hay una apatía generalizada?
Soy de natural pesimista pero me digo a mí mismo que no me puedo permitir el lujo de serlo. Además, hay procesos esperanzadores. Algunos de ellos a mí me recuerdan a movimientos muy antiguos. Por ejemplo, las luchas contra los desahucios recuerdan a las organizaciones de apoyo mutuo de las que surgió el sindicalismo. Es como si estuviéramos reinventando el antagonismo político rehaciendo el camino desde el principio.
¿Y el 15-M fue un buen intento…?
Sí, sin duda. Y no lo fue… lo sigue siendo. A mí, personalmente, me libró de un inmenso lastre de cinismo. Sólo por eso considero que merece la pena.
En Sociofobiaseñalas: “nos dejamos la piel por organizaciones a las que solo debería unirnos el frío interés y descuidamos los círculos íntimos que sin embargo ensalzamos con unos niveles de cursilería que a cualquiera nacido antes del siglo XIX le hubieran parecido profundamente almibarados”.
La izquierda se ha enfrentado históricamente a un dilema. Por una parte, ha respetado la herencia liberal de individualismo ético. Por otra, ha entendido que el desarrollo de ese proyecto moral requiere de condiciones tanto materiales como sociales. Por así decirlo, para ser individuos libres necesitamos de vínculos sociales estrechos. Es una paradoja que no tiene solución, pero que creo que podemos afrontar a través de eso que los revolucionarios del siglo XIX llamaron fraternidad y cuya desaparición de nuestro medioambiente político tan bien nos ha explicado Toni Domenech.
¿Qué es un ciberfetichista?
No guarda ninguna relación con que te interese mucho la tecnología digital. En realidad, yo mismo soy bastante tecnófilo… Uso esa expresión para designar la ilusión de que las tecnologías de la comunicación ofrecen soluciones automáticas a nuestros problemas sociales. Es impresionante como, por ejemplo, mucha gente comprometida con la ayuda al desarrollo ha sucumbido a esa trampa ideológica. La miseria de África no tiene nada que ver con un déficit tecnológico –de ordenadores, de organismos genéticamente modificados o de lo que sea– sino con un orden internacional perfectamente diseñado para producir esos efectos.
¿Te impacienta el conflicto del papel y lo digital?
No tengo grandes lealtades al papel, pero creo que el libro es un instrumento muy sofisticado. Ha tardado mucho en aparecer un libro electrónico capaz de desafiar al papel. Que las cosas surjan después no quiere decir que sean más avanzadas. Por otra parte hay ciertos contenidos que funcionan muy bien en el ámbito digital y ofrecen posibilidades inmensas. El desafío es conseguir que eso que es una solución, una ventaja desde el punto de vista social, no se convierta en un problema, que es justamente lo que está ocurriendo ahora.
Pero es curioso que se juegue con la idea de que te caben mil libros en tu electrónico cuando uno siempre ha estado a gusto con un libro en la mochila, ¿algo similar ocurre con el mundo discográfico?
Creo que tanto el mundo editorial como el mundo discográfico son estructuralmente incapaces de encontrar salidas a los dilemas que plantea la revolución digital. No es que no quieran, es que desde la perspectiva privada es imposible. Lo único que se les ocurre es sablear con precios absurdos a quienes están dispuestos a pagar por un libro o un disco digitales en vez de compartirlo o piratearlo. Creo que deberíamos ser capaces de encontrar la forma de sostener esos mecanismos de mediación –las editoriales, las discográficas, los periódicos…– que me parecen esenciales. Y pienso que una de las soluciones que tenemos que valorar es recurrir a las intervenciones públicas masivas.
Que opinión te merece el surgimiento de nuevos artistas que encuentran una salida en las plataformas digitales
Me parece muy bien, por supuesto. Debemos ser muy críticos con los mediadores profesionales, que tantas veces han impuesto criterios clasistas o autoritarios. Y es estupendo disponer de cauces alternativos a las discográficas y editoriales establecidas. Pero eso no significa que estas últimas deban desaparecer. Ambos canales pueden coexistir. Creo en la edición o en el periodismo profesionales; no sólo en el sentido de remunerados, pienso que son oficios que requieren formación, tiempo, dedicación, habilidades codificadas… Tenemos que pensar cómo hacemos para que esos oficios de mediación perseveren en el entorno digital en coexistencia con otros canales colaborativos.
Cuando te refieres a los anticapitalistas mencionas que quieren construir una sociedad en la que se pueda ser bueno sin la necesidad de ser un héroe, ¿esto es un intento de esperanza?, ¿de querer generar un cambio?
Es una idea de Brecht que me resulta muy afín. Tiene que ver con esta sensación de estar siendo constantemente cómplice de cosas terribles. Si le compro un regalo a mi hijo soy cómplice de la explotación de niños que cosen balones en el sudeste asiático, si pido una hipoteca soy cómplice de los bancos… Vivimos en un mundo en el que la única forma de ser medianamente virtuoso es convertirse en un héroe moral. Un mundo en el que participas en cadenas de acciones terribles sin haber tomado ninguna decisión en ese sentido. El anticapitalismo ha propuesto eliminar esos condicionantes materiales que nos impiden sistemáticamente convertirnos en el tipo de personas que querríamos ser.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.