Un clásico de la izquierda aconsejaba a la gente trabajadora y humilde, bombardeada de discursos y promesas cuando llegan unas elecciones, que se atuviera a los hechos mucho más que a las palabras… a la espera de que alguien inventase un “sincerómetro”. Sigue siendo una recomendación muy sensata. Aunque no sea oficial, la campaña de las municipales, cruciales en Barcelona, hace tiempo que ya está en marcha. Y, como es lógico, cada candidatura trata de marcar su propio perfil, con objeto de fidelizar a sus votantes habituales y de “morder” en las franjas de electores indecisos, susceptibles de decantarse por una u otra opción. Esa disputa resulta particularmente intensa cuando compiten dos fuerzas de izquierdas que, como en el caso de comunes y socialistas, han gobernado la ciudad en coalición a lo largo de dos mandatos. Por eso mismo es necesario referirse a los hechos.
Nada puede molestar más a una propuesta progresista que una acusación de connivencia con la derecha. Mal que les pese a algunos apóstoles de la posmodernidad, el eje izquierda/derecha sigue operando a fondo en nuestra sociedad. Los estrategas de campaña de Ada Colau lo saben bien y basan su propaganda en la reiterada insinuación de un entendimiento entre el PSC y la derecha nacionalista. La famosa sociovergencia. Este discurso de manual de campaña es sobreactuado, pero hasta cierto punto podríamos admitir que “c’est de bonne guerre”: se trata de evitar que aquellos electores de izquierdas que, sin ser votantes socialistas, pudiesen considerar la posibilidad de dar esta vez su apoyo al candidato del PSC… huyan despavoridos ante el temor de un oscuro contubernio.
Personalmente, ese meme no puede por menos que sumirme en cierta perplejidad. Cosas raras se ven en política, es cierto. Pero no creo que el señor Trias haya olvidado los encontronazos que tuvimos en su día, cuando él era alcalde de Barcelona y yo asumí la presidencia de la FAVB. Eran tiempos de recortes, la ciudad avanzaba peligrosamente hacia un modelo dual, Trias tuvo una gestión marcadamente clasista… y el malestar de los barrios populares se hizo visible a través de múltiples protestas. El estallido de Can Vias hizo temblar a la alcaldía y sólo pudo ser reconducido gracias a la intervención del movimiento vecinal. (Hace unos días nos ha dejado Josep Maria Domingo, histórico líder asociativo de Sants y La Bordeta, cuyo papel fue decisivo en la negociación con los representantes del gobierno municipal en la sede de la Federación). Nou Barris llevó su denuncia de las desigualdades y la pobreza al mismo centro de Barcelona. La Barceloneta acogió sonadas protestas contra el modelo turístico. La FAVB forzó una audiencia pública de ciudad donde expuso sus alternativas al respecto, en particular por cuanto se refería a la presión sobre el acceso a la vivienda que suponía la “barra libre” convergente en cuanto a las licencias de pisos turísticos. Ada Colau se hizo con la alcaldía en mayo de 2015, aupada por ese movimiento de los barrios populares y el apoyo de muchos activistas, algunos de los cuales habíamos animado a la líder de la PAH a promover una candidatura municipal alternativa – y no un incierto proyecto de cara a las legislativas, que difícilmente hubiese llegado a ninguna parte, como ella tenía inicialmente en mente.
El modelo de ciudad que defiende hoy el candidato Trias es el mismo que hubo que combatir cuando fue alcalde. No sé si nos habrá perdonado a algunos nuestro atrevimiento de entonces. En cualquier caso, su entorno, poblado de protagonistas del “procés” y bendecido por Puigdemont, Laura Borrás y Clara Ponsatí, seguro que no ha olvidado el choque que tuvimos en el Parlament en septiembre y octubre de 2017. En aquellos momentos críticos, fue Ada Colau, la alcaldesa, quien se arrugó ante la presión del independentismo. Ahí sí que hubo una sonada connivencia con la aventura secesionista. Hasta el punto de que el PSC fue expulsado del gobierno municipal. Eso son hechos, no relatos, ni sospechas.
¿Hechos lejanos? Tal vez. No faltan sin embargo otros, de rabiosa actualidad, que invitan a considerar las cosas más allá del radicalismo verbal y las simplificaciones interesadas. Si Ada Colau fue alcaldesa merced al empuje de los barrios, nada ilustra mejor este final de mandato como el desequilibrio en el trato y la inversión que respectivamente reciben el centro de la ciudad y los distritos donde vive el grueso de la población con rentas más bajas. Diríase que Ada Colau quiere dejar como legado emblemático de su paso por la alcaldía la transformación urbanística que está llevando a cabo en el Eixample. Es decir, lo que se ha dado en llamar “superillas” y “ejes verdes”, como la calle Consell de Cent, en curso de peatonalización. Los resultados deberán ser evaluados con calma, a la luz de la experiencia. Se antoja dudoso, sin embargo, que esos cambios logren los frutos apetecidos. Barcelona es el corazón palpitante de una región metropolitana. Difícilmente disminuirán el tráfico rodado y la contaminación si las medidas restrictivas, que hay que ir adoptando progresivamente, no se acompañan de una mejora sustancial del transporte público – redes de metro y trenes de cercanías – y una decidida electrificación de la ciudad – puntos de recarga, medidas de apoyo a la transición a los vehículos eléctricos. Cegar sin más la movilidad de algunas calles céntricas sólo puede conducir a colapsar la circulación, con el consiguiente incremento de emisiones. Hay medidas mucho más razonables, ensayadas ya con éxito, de ganar espacios verdes, como la recuperación de los interiores de las manzanas.
Pero, más allá del debate urbanístico, llama la atención la desproporción entre algunas cifras. El coste total previsto de las obras que los comunes querrían llevar a cabo en el centro para desarrollar esos “ejes verdes” ascendería a unos 327 millones. (Una estimación que sin duda se queda corta y que no contempla el gasto de mantenimiento que conlleva un trazado de esas características). Pues bien, el presupuesto del Plan de Barrios, concebido para paliar las desigualdades en las zonas más desfavorecidas de la ciudad, ha sido durante los últimos cuatro años de 150 millones para el conjunto. Los proyectos del Plan de Barrios pueden cubrir ciertas intervenciones urbanísticas menores o equipamientos, pero la idea es que promuevan iniciativas sociales, educativas, culturales y formativas específicamente diseñadas según las necesidades de cada territorio. En no pocos casos, sin embargo, el Plan ha costeado proyectos en “piedra” que los distritos, faltos de recursos de inversión, no podían llevar a cabo. En cualquier caso, la comparación de ambas cifras indica un neto desplazamiento de la atención principal del grupo dirigente de los comunes. Cada vez más, se identifican con el perfil de un determinado segmento de la población urbana: las clases medias con estudios superiores y un nivel de ingresos medio-alto, incluso “nómadas digitales”, que pueden teletrabajar o efectuar sus desplazamientos habituales en bicicleta. Esa población sueña con una ciudad lo más naturalizada posible. Esencialmente, un lugar para vivir. Ese es el perfil más frecuente también entre los votantes de la CUP y los menestrales urbanos de ERC.
Pero esas franjas – y la izquierda que se apoya en ellas – son sólo una parte de la ciudad. Barcelona necesita ser cada vez más un lugar para trabajar y para vivir. Ese es el punto de vista de los barrios populares, necesariamente distinto. La urgente transición ecológica – con todas las políticas públicas y las transformaciones urbanísticas que habrá que acometer – debe ser transitable para la mayoría social trabajadora. De lo contrario, fracasará. La contaminación atmosférica es tan nociva en torno a las Rondas a su paso a cielo descubierto por Nou Barris como en las calles más embotelladas del Eixample. La ciudad no puede despegar desde un punto de vista económico – generando empleo -, social – redistribuyendo riqueza e igualando oportunidades – ni medioambiental, sin la plena incorporación de los barrios populares a un nuevo proyecto de ciudad, realmente cohesionador. Y ese proyecto no puede ser la ensoñación de una parte de las clases medias acomodadas. Cuando más se acercan algunos a esa visión distorsionada de la ciudad y su futuro, más caen en denostar a la otra componente de la izquierda. El invento del “sincerómetro” tardará más que el desarrollo de la inteligencia artificial. Atengámonos a los hechos para saber por dónde anda la izquierda.
Barcelona, 1954. Traductor, activista y político. Diputado del Parlament de Catalunya entre 2015 y 2017, lideró el grupo parlamentario de Catalunya Sí que es Pot.