Lo que a continuación les presento es una deliciosa y larga, muy larga, entrevista que el escritor Manuel Mujica Lainez (1910-1984) concedió al famoso programa “A Fondo” de TVE, que dirigía y presentaba el gran Joaquín Soler Serrano (1919-2010). La entrevista se emitió el 19 de junio de 1977. Como me gusta la palabra, y sobre todo la palabra escrita, pues me he tomado la laboriosa tarea de transcribir toda la entrevista para ustedes. La pueden leer de un tirón, por entregas o mejor aún, imprimirla para leerla en papel, o simplemente no leerla, claro. Pero entonces se perderían la fina ironía del que dijo Borges que era como un viejo hidalgo virreinal y que Soler Serrano lo calificó, refiriéndose al rico diálogo que enhebraba el escritor, como un pintor de la palabra que, con su paleta de colores, iba describiendo paisajes, actitudes, gentes, hechos…

Tampoco sabrán qué escritor del boom latinoamericano no le gustaba nada a Mujica, o como se encontró con una extraña lápida funeraria china que contenía una maldición… Me he tomado la libertad de incluir algunas notas entre paréntesis, para darle un poco de color ambiental o aclarar un dato suelto. También he respetado el fluir de la conversación, por lo que pueda ser que los tiempos verbales, en algunos casos, no sean concordantes, pero si encuentran alguna errata ruego me lo hagan notar. También he suprimido, no todos, algunos latiguillos propios del habla, como el característico de los argentinos al comenzar una frase con “este”. Por último explicar que el título de esta nota se refiere al horror que le producía a Mujica Lainez las tildes que acompañaban a sus apellidos en algunas ediciones, en la entrevista lo explica. Si es usted asiduo al twitter y a los mensajes cortos, no siga leyendo esto, le puede producir efectos secundarios no deseados.

Javier Coria.

Manuel Mujica Lainez
Mujica Lainez Ilustracion Josep M. Maya

No hay que decir que están ustedes viendo, uno de los más famosos cuadros de El Greco, El entierro del Conde Orgaz. Inspirándose en este cuadro, Manuel Mujica Lainez, uno de los grandes narradores latinoamericanos, uno de los clásicos de la letras argentinas, escribió un libro denominado El laberinto y publicado en el año de 1974, que es la autobiografía de ese niño que ven ustedes ahí (en la parte inferior izquierda), Ginés de Silva, niño pintado por El Greco y donde se reproduce y se reconstruye con una fidelidad minuciosa, toda la época… (aquí se le va el santo al cielo a Serrano, supongo que quería decir que el Ginesillo nos narra, como testigo y protagonista, la época del “Siglo de Oro” que va desde 1572 a 1648), en un libro que tenemos a nuestro lado, cuando estamos dando nuestra bienvenida al señor Mujica Lainez, con el que nos complace muchísimo tener la oportunidad de conversar ahora.

Mujica Lainez, a quien todos sus amigos y todos sus parientes conocen por Manucho, que es como cariñosamente se le llama, y que nos ha rogado que le hablemos de tú, porque a él le gusta sentirse siempre tratado de este modo. Se ha dicho de Mujica Lainez que es el hombre que posee una de las prosas más refinadas, en las que alterna y aparecen elementos, que podríamos denominar clásicos, dentro de su estilo que son la ironía; la ternura; el poder de evocación; la erudición y la sabiduría, que jamás pesa; un análisis profundo de los sentimientos, y una rara convivencia de la realidad con la fantasía, y sobre todo, con el mundo de lo sobrenatural.

La familia de Manuel Mujica Lainez es una familia de ilustre linaje entroncada con los notables de la Argentina, incluso con el fundador de Buenos Aires (el español Juan de Garay). Si no estamos mal informados, el padre de Manucho, que fue Manucho antes que él (Manuel Mujica Farías), era abogado y Ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires. Los Mujica eran una familia de ricos terratenientes que poseían grandes cantidades de campos, de terrenos, de saladeros…

Y que perdieron, y que perdieron, y que perdieron, por supuesto… (interrumpe Manucho con mucha gracia)

… que fueron perdiendo.

¡Eso es!, por supuesto.

Como parece ser el sino de todos los ricos de otro tiempo.

Bueno (dice Marucho mirando al suelo y dibujando una ligera sonrisa).

En cuanto a la madre (Lucía Lainez Varela), de familia no menos ilustre, era una dama de extraordinaria ironía, sensibilidad y agudeza, de la que heredó, un poco también como de su abuela, el bagaje cultural de la estirpe y la afición por las letras (Manucho asiente con la cabeza mientras se atusa el bigote, gesto que repetirá a menudo durante toda la entrevista).

Eran dos familias muy distintas. Las dos están ahí desde tiempos de nuestros virreyes. Mi familia paterna es una familia, como ha dicho usted, de terratenientes, es decir, de gente que tiene que ver con el campo, con los saladeros, con todo eso. Muy, muy argentina, de origen vasco, por cierto. Y la familia Lainez, en cambio, es una familia muy ciudadana, y muy dada a las letras, en la que ha habido muchos coleccionistas, y gente vinculada con el arte y demás. Yo soy el resultado de esas dos familias las cuales, ambas, perdieron todo, menos eso que usted ha tenido el buen gusto de llamar el ingenio. Todo lo demás se ha ido, y se ha ido. Lo que yo he escrito es precisamente sobre eso, sobre lo que se fue, sobre lo que se nos fue.

Hay una cosa sobre la que debemos ponernos de acuerdo, a partir de este momento, y es que…

 Ah, ¿si nos decimos de tú?

Si nos decimos de tú no nos decimos de usted.

Bueno, tú nos dices (así, en plural) de tú y yo te contesto de tú.

(La sonrisa pícara, el arreglarse el pelo, el bigote y la corbata, el jugueteo continúo con su sello de oro y las miradas de soslayo al entrevistador, son el juego de seducción gestual que Mujica completa con su forma de hablar pausada, haciendo silencios dramáticos. Su porte de elegante lord o su buscada aura de esnob decadente, completan la imagen de un seductor nato)

Bueno, de acuerdo, muchas gracias. La madre de Manucho ha influido de una manera directísima a nuestro escritor, y en realidad es una persona que ha estado muy cerca de él, porque la ha perdido relativamente hace muy poco tiempo.

Hace muy poco. Hace un año y medio, tenía ella 91 años. He vivido siempre con ella, aún casado siempre seguimos viviendo juntos.

Creo que una de las cosas que contaba Manucho en sus primeros libros, o en confesiones a periodistas, era que uno de los recuerdos infantiles que tenía eran los centelleos de los anillos de la madre.

 ¿Has leído eso? Que astuto eres. En verdad, el primer recuerdo que yo tengo de infancia, en mi casa natal, es ese (el escritor parece trasladarse a esa escena infantil mirando hacia arriba, moviendo sus pupilas del centro a su derecha, en varias ocasiones). Es el brillo de las sortijas de mi madre, que eran muy grandes, como se usaban entonces, yo nací en el año 1910. Ese es uno de los recuerdos, y el otro es el color de las glicinias. Había en esa casa una enredadera de glicinias, yo que dejé esa casa cuando tenía menos de dos años, recuerdo sí… (levanta Manucho la cabeza para rememorar), ese brillo lila en la pared y recuerdo el brillo de las sortijas de mi madre alrededor mío. Eso es lo primero, primero que yo conservo en la memoria.

Las mujeres de la familia han estado siempre muy cerca de él (Soler Serrano sigue utilizando la tercera persona del singular, mirando al entrevistado, curiosos), y no solamente la abuela y la madre, sino que también había tres tías…

Tres tías… (interrumpe Manucho, pero luego corrige) eran cuatro. Sí, todas estas mujeres vivieron dedicadas a mí, porque, en mí se dio el caso de un chico que nació, luego de otro, que fue mi hermano mayor, que murió cuando tenía un año y medio. Yo nací poco tiempo después de la muerte de él. Y entonces era muy esperado y demás, a la edad de cinco años tuve una desgracia grande, me caí dentro de un gran tacho (cubo) lleno de agua hirviendo, me quemé la mitad del cuerpo. Y estuve un año entero en cama, muy enfermo, por supuesto, los ojos, el oído…, qué sé yo, entonces fui terriblemente mimado, tenían que salvarme, tenían que cuidarme. Las curaciones eran atroces. Para distraerme de esa desgracia, me contaban cuentos, me contaban cuentos tradicionales, pero también me contaban los cuentos de nuestra familia, que era una familia llena de cuentos, y llena de leyendas, sucesos y extravagancias. Todo eso me fue nutriendo, desde entonces, y sin saberlo yo, eso era lo que iba a hacer de mí un escritor más tarde.

Las tías, las tías Lainez eran mujeres muy cultas… (no hay forma de que Manucho deje terminar las frases a Serrano)

Eran mujeres muy cultas y distintas entre sí. La mayor, que era mi madrina, que murió cuando yo era un chico de 13 años, era la menos brillante, pero era la más buena, quizá por eso mismo. Luego había la que era dada a las genealogías, era mi tía -todas solteronas- que dedicó toda su vida, bueno, desde la edad de veinte años hasta que murió muy viejecita, a hacer unos cuadernos de genealogías de reyes de Europa, cuadernos infinitos que yo he heredado después de su muerte, pero como no he heredado la clave que sirve para manejarlos y pasar de un cuaderno a otro, y entenderse en medio de todos esos Habsburgo, este, están ahí como si fuesen un gran osario de reses, pero inútil. Yo siempre revuelvo cajones para ver si encuentro la clave. Esa era mi ti Papita. Después venía mi tía Ana María, que se interesaba mucho por las religiones extrañas, las religiones orientales. Vivía buscando libros hindúes y cosas así. Y por último estaba mi tía Marta, que era la menor, que en aquella época era menos interesante, en verdad, pero era la dada a la literatura, la que sabía mucho sobre los romances viejos, y mucho sobre los simbolistas franceses, y mucho sobre los trovadores franceses…, es la única que vive, vive conmigo allá lejos, donde yo vivo, en el centro de la Argentina.

Luego estaba mi abuela que era un personaje muy, muy curioso. Era una mujer, que en esa época hablaba inglés como una inglesa, que era muy raro en la Argentina, sobre todo en una mujer. Y hablaba francés admirablemente. Tenía una cama gigantesca, china, que yo, mucho más tarde, supe qué era. Yo creía de chico que eso era una cama, pero no, no era una cama, era un quiosco. Mucho después, en Pekín, andando por jardines, yo vi de esos quioscos. Son unos quioscos donde los chinos toman el té, o tomaban el té, son del siglo XVIII. Y un tío abuelo mío, que tenía no sé qué negocios con chinos, recibió en pago unas sedas, que me parece que eran divinas, que le dio a su mujer. Y ese aparato, probablemente para sacárselo de encima, se lo dio a su cuñada que era mi abuela. Ese extrañísimo quiosco, que cuando yo era chico estaba en el centro de un inmenso cuarto redondo, en el cual se entraba, tenía puertas y ventanas, mi abuela estaba allí adentro. Era todo de unas maderas claras con infinitas figuras de marfil, entonces uno entraba ahí, se sentaba en una silla de paja, y ahí era donde mi abuela me contaba los cuentos… era muy mágico. Era una mujer que había sido divina, no linda, divina, fue famosa por eso.

Qué bonita evocación la que nos ha ofrecido Manuel Mujica Lainez…

Muy verdadera

… de estas personas tan entrañablemente ligadas a toda su vida y que han influido decisivamente en lo que él había de ser después. Por cierto, me contaron una cosa que no sé hasta qué punto roza los límites de la indiscreción, Manucho, y es que las tías, en los últimos tiempos, vivían con unas ciertas estrecheces económicas…

¡Muy grandes!

… pero no renunciaban a abrir, una vez a la semana, sus salones para recibir a la gente…

 ¿Te han contado eso? Sí, sí, sí

… sacaban las grandes mantelerías, las vajillas más hermosas…

Yo creo (Manucho habla por encima de la voz del entrevistador, al que no deja terminar una pregunta, claro que el barroquismo –que a mí me encanta- y la extensión de las mismas, ayudan a ello) que era el único día que ellas comían por semana. Ellas hacían ese gran almuerzo, al que yo les llevaba siempre gente, y entonces sí, ahí iban las porcelanas y todo lo que quedaba. Como yo tenía que ver mucho con el periodismo y todo eso, conocía a la gente que pasaba por Buenos Aires, y se los llevaba. Invariablemente, una vez por semana, había ese almuerzo, verdaderamente triunfal, de las tías. Luego el resto de la semana desaparecían, yo creo que comían en la cama (esto lo dice moviendo las manos como un prestidigitador, para dar un aires de misterio a la “desaparición” de la tías). Eran unas mujeres admirables.

Aparte de ese recuerdo, de la quemadura producida jugando en la terraza al caer sobre el agua hirviendo, creo que hay un recuerdo parecido, pero a la inversa, que es el de que, para que perdiera el miedo, lo ataron una vez con una soga por la cintura…

¿Quién?… Sí, sí.

… y lo dejaron caer en una piscina de agua helada.

(Manucho está un poco desconcertado, pensando en quién le pudo contar esto al periodista, pero pronto cae en la cuenta.)

¿Dónde has leí…? ¡Ha!, eso está en Cecil, que es un libro traidor.

En Cecil, del que hablaremos después.

Sí, sí, mi padre deseaba mucho que yo supiera nadar, entonces cuando me llevaban a Mar del Plata, que es nuestra gran playa, de muy niño, de seis años, o así, me llevaban a una piscina donde había un hombre que nos enseñaba, pero no, no aprendíamos nada. Eso enfureció a mi padre, que entonces, en Buenos Aires, me hacía ir a una piscina cubierta donde un hombre, una especie de bárbaro, nos enseñaba a nadar atándonos una soga alrededor de la cintura y tirándonos ahí, al agua helada. Y ahí uno manoteaba como podía, por eso es que yo… sí nado, como un perro, como nos enseñaron allí, como perro, para salvarme la vida.

¿Qué otros recuerdos infantiles, más o menos, aflorarían a tu memoria ahora?

 ¿Infantiles? (se toca la cabeza)

De esos años primeros.

Bueno, me acuerdo sí, de mi primera obra literaria. Se sabe que yo tenía seis años, porque fue entonces que nos mudamos de esa casa, era una casa que quedaba en Buenos Aires en pleno centro, en la calle Maipú. Mi madre escribía teatro, escribía en francés, escribía en español; escribió una pieza que le elogio Benavente (don Jacinto), yo tengo la carta de Benavente a ella. Yo, que era un chiquito, la oía leer teatro, leer los distintos personajes y tal y cual. Eso me impresionaba mucho. Y una noche hubo una comida (sería una cena, luego), en que iban varias amigas a casa, y mi hermano menor, mi único hermano, que tiene dos años menos que yo, es decir, yo tenía seis y él tenía cuatro, estábamos -por supuesto que no participábamos de esa comida, que hubiera sido un horror- arriba y, a través de la baranda de hall, veíamos entrar a la gente y tal. Nos metieron en cama y nos llevaron la comida a la cama. Y entonces nos trajeron la noticia de que una señora, que estaba en la mesa, una solterona, que era una mujer muy ridícula de la cual siempre nos reíamos, se había enfermado durante la comida, porque había unas mollejas -¿se dice mollejas acá?-…

Sí, sí

… Bueno, unas mollejas que le habían caído (sentado) mal. Y eso nos hizo una gracia enorme, y entonces yo, inmediatamente, tomé un lápiz y un papel y escribí una pieza de teatro…

La que pertenece, si no estoy mal informado, estos versos: “sirva la sopa Adela, está caliente que pela”

Es lo único que se ha salvado (y corrige): “Sirva la comida, está caliente que pela, contesta Adela”. Lo curioso es que yo escribiera teatro, que nunca más he podido hacerlo, por más que lo he intentado, y luego que escribiese en verso, en verso que lo hiciese, y en verso bien medido (recordemos que tenía seis años). Lo otro que recuerdo es que había indicaciones, por ejemplo decía: tal cosa, tal cosa… y entre paréntesis, “señalando la lámpara”. Era lo que yo le había oído leer a mi madre. Bueno, esos fueron mis comienzos literarios.

Vienen luego los estudios en París y Londres.

En París y Londres, eso es desde los trece, más o menos hasta los diecisiete años. Mi padre, que era mucho mayor que mi madre, casi hubiera podido ser mi abuelo, resolvió llevarnos a París, yo creo que entre otras razones porque en aquella época era más barato vivir en París que en Buenos Aires, esa fue una de las razones, por supuesto, luego está la educación. Mi padre era un hombre… ¿cómo explicarte?, era un clubman, era un hombre que vivía en el club más elegante de Buenos Aires, donde tenía su ropero con su ropa. Él había sido un solterón, se había caso, creo que tenía 36 años cuando se casó, y siguió siendo una especie de solterón siempre. A nosotros nos quería, pero a cierta distancia. Nos llevó a París y nos puso a pupilo (con alojamiento y manutención, estar interno, vamos) en el colegio, a mi hermano y a mí. Ahí, sí, esos años fueron muy útiles, porque ahí aprendí casi todo lo que sé, en verdad, lo poco que sé verdadero, lo he aprendido ahí en París, los clásicos franceses, el poco latín que sé…, todo eso viene de allí. En Londres ya no fue lo mismo, en Londres tuvimos un tutor, vivíamos en la casa del tutor, vivimos poco menos de un año, pero eso nos sirvió para aprender los idiomas muy bien.

De tal manera que hasta escribiste poemas y ensayos en francés.

En francés, yo escribía (pausa), como escribo en español, sí, en una época. Yo me pregunto si ahora podría, yo creo que sí, con algún esfuerzo. Inclusive se nos produjo la disyuntiva, de que yo fuese, con el andar del tiempo, un escritor francés, en vez de un escritor en nuestra lengua, porque, cuando yo tenía cerca de 17 años, mi padre nos convocó, y nos dice: “Bueno, ahora, podríamos volver a la Argentina, yo no quiero asumir la responsabilidad del futuro de ustedes. Si uno de ustedes decide, que nos vayamos a la Argentina nos iremos, si los dos me dicen que nos quedemos aquí, nos quedaremos”. Yo que era el mayor le dije: yo pienso que voy a ser un escritor, y estoy muy bien acá, y escribo muy bien acá, tengo muchos amigos y mi vida…, para qué nos vamos a ir a la Argentina y empezar a descubrir aquello. En cambio mi hermano dijo: “No, no, no, vayámonos, vayámonos”, y por supuesto nos fuimos. La consecuencia fue que, mi hermano, hace 26 años que vive en los Estados Unidos, donde es periodista de la United Press; vivió antes un año entero en el Japón; vivió otra vez en EE.UU., en la Argentina ha vivido muy poco, pero a mí me hizo fondear allá, y no me quejo, no me ha ido mal.

La vuelta a la Argentina fue en 1928, allí se termina el bachillerato, se empieza a estudiar derecho, se abandona derecho en el año 1932…

Sí, sí (interrumpe Manucho), yo no tenía ninguna vocación, absolutamente ninguna vocación. Mi padre era abogado, mi abuelo Lainez era abogado, todos creían de buena fe, que si uno no era abogado era un fracasado, que no podría andar…, yo creo que mi padre murió pensando que yo era un fracasado porque yo dejé la carrera de derecho. A mi vez pienso con horror, que si yo me hubiese recibido de abogado estaría ahora con un portafolio debajo del brazo, andando a los tribunales a tal… ¡un horror!

De manera que en el 1932 se cuelga la carrera y empieza la vida periodística…

Sí, sí

… en La Nación.

En La Nación…, entré en el diario La Nación de la familia Mitre (fundado por Bartolomé Mitre, presidente de la República Argentina entre 1862-1868) porque me unía amistad a uno de los Mitre y él me ofreció entrar. Entré por la puerta más pequeña, y más modesta, y más tonta, pero entré. Yo lo que quería era entrar, entonces me dijeron: “lo único que hay es que tú entres a escribir notas de sociedad”. Yo escribo cualquier cosa, dije, con tal de estar ahí. Me hicieron entrar, ahí, en esa oficina, y durante tres días…, lo recuerdo muy bien, yo tenía 21 años, durante tres días yo llamaba por teléfono y preguntaba: “señora, y se van ustedes a Mar del Plata o no se van ustedes a Mar del Plata; señora, y quiénes van a ir a comer a su casa el jueves, me han dicho que hay una comida, deme los nombres. Señora, y cómo sigue usted, tuvieron el chiquito, ya nació…”. Bueno, eso tres días. Al cuarto día, cuando yo no daba más, se me ocurrió escribir un suelto, se lo llevé al jefe de los editoriales, que era un hombre tremendamente (enfatizando “tremendamente”) severo, cuya puerta la gente no osaba cruzar, pero me atreví a entrar ahí…, era un hombre que tenía un quiste acá (Manucho se señala la nuca), decían que se lo ponía acá (Manucho señala la frente) para escribir (risas del entrevistador). Era un hombre terrible, terrible; éste hombre me recibió y me dijo: “qué quiere usted”. Mire usted, yo he escrito esto, en fin… “bueno, déjelo usted ahí”. Y después me mandó la prueba, yo ya lo vi impreso, cosa que me impresionó mucho. Y me dio una lección, mi primera lección de periodismo, yo no sé si esto se debe contar… bueno, lo cuento, me enseñó, éste hombre, que hay que tener mucho cuidado con los títulos cuando se hace un artículo. Yo, en mi inocencia, le había puesto de título a ese suelto “El culto de las vacas”. Tú puedes imaginar la errata con que él me lo mandó…

Faltaba la “t”.

Por supuesto, faltaba la “t” de Toribio. Entonces yo vi aquella cosa, y por supuesto agregué aquella “t” temblando. Y él me dijo: “esto es para que usted aprenda que no se debe poner un título en que pueda suceder algo así”. Y lo publicó, y lo publicó y desde entonces ya no tuve que hablar más por teléfono para preguntar si la señora estaba enferma, sino que me dediqué a escribir esos sueltitos.

Ahí empieza realmente, es el punto de partida de una carrera literaria que habría de ser brillantísima y de una carrera periodística igualmente importante. Y que trae, por cierto, del brazo otra cosa que ha sido una constante en la vida de Manucho que han sido los viajes, viajes…

Muchísimos viajes

… enviado por La Nación al cercano Oriente, Europa, América, etc.

Sí, he viajado en todos los medios de locomoción, fuera de estos, claro, que ya me han tomado tarde en la vida y que lo llevan a uno a la luna, pero en los otros sí. Yo he venido a Europa en zeppelín desde Río de Janeiro, cuando yo tenía 25 años, es decir hace 41 (duda) años. Sí, tres días por el aire en aquel inmenso globo. He viajado en submarino, sumergido 8 horas debajo del agua, es una experiencia horrible, eso fue en el sur de la Argentina, más o menos por la misma época, y en avión y tal…

Bueno, yo creo que lo del viaje del zeppelín no lo puede contar mucha gente.

No lo sé.

¿Qué volaba?, a unos 300 metros de altura…

Volaba a 300 metros de altura, que es la altura de la Torre Eiffel (exactamente son 330 m lo que mide la torre), de modo que se veía muy bien todo aquello. Me acuerdo que cuando sobrevolábamos sobre el desierto en África, se veían los fortines y las caravanas. Tuvimos dos experiencias raras, una de ellas trágica, eso fue en Pernambuco (Brasil). En Pernambuco el zeppelín bajó para tomar gas, helio, ese helio que fue fatal al otro zeppelín, el del incendio (duda un instante), el Hindenburg (Nueva Jersey, mayo de 1937, 36 fallecidos). Como íbamos a estar sólo una hora y no se trataba de amarrarlo al mástil que es una cosa complicada y todo eso, durante esa hora lo mantuvieron entre unos cuarenta o cincuenta negros con unas sogas, que se iban turnando y tal, los negritos (?). A la hora y tantos volvimos, nos acomodamos -había unos veinte pasajeros-, nos acomodamos y entonces dieron la orden de soltar, soltaron todos y eso sube enseguida 5 metros, 8 metros, 12 metros…, así como es muy lento para bajar, y hubo uno que no soltó, uno de esos negritos, y quedó ahí balanceao, en la soga (pronuncia Manucho “balanceao”, con acento porteño, no es una errata mía). Lo veíamos, le tiraron unas escaleras, una especie de arpones, no daban con él, y el pobre negrito se estrelló. Eso fue en Pernambuco.

Y en Larache (Marruecos), en el Larache español (el protectorado español duró de 1912 a 1956), ahí era donde el zeppelín arrojaba las bolsas de correspondencia que iban hacia Francia (duda), bueno no sé, se dividía…, porque nosotros íbamos hacia Alemania, y entonces ahí había un avioncito que estaba esperando para llevar la parte de correspondencia que iba al otro lado de Europa. Y entonces, los tiraban con paracaídas, estas dos bolsas. Había ahí un hombre, que era el que se ocupaba de todo, una especie de maître d’hôtel, ama de llaves y lo que fuera, que se llamaba herr Cubis (escribo el nombre como suena, no sé si se escribe así, aunque entendí “herr pubis”, qué quieren qué les diga), parece que lo estoy viendo, con todas esas cosas nazis, por supuesto, esto era el año 1935 (Manucho, como siempre que quiere recordar un dato, eleva la mirada al techo del estudio). Éste herr Cubis nos dijo, bueno, lo que ustedes van a ver es interesante como experiencia, porque van a ver qué, los paracaídas que se van a utilizar, son iguales a los que tiene ustedes… en sus camarotes, que eran unos camarotes pequeñísimos, esas cabinas mínimas… que tienen ustedes debajo de la cama. Entonces tiran aquello, se abren los paracaídas, y uno se rajó, y vimos que aquella saca de correspondencia… (risas)… que podía haber sido uno de nosotros. Esa fue la segunda experiencia.

Fue como espeluznante…

(Risas), un poco, sí…

Aparte de todos estos vehículos ha utilizado (¿pero no habían quedado en tutearse?) también, como medios de transporte, los más antiguos de las más diversas y variadas civilizaciones.

Sí, en China andaba en rickshaw, bueno, el cochecito, y en Mukden (actual Shenyáng), en Manchuria asistí a ese punto del globo en que se encuentran el rickshaw y la troika, he andado en troika, también (Manucho se queda pensativo mirando al suelo).

Por otra parte me cuentan que, a pesar de su fama de hombre aristocrático, de hombre, en fin…

Tu fama, ¿o estás hablando al pueblo o al clero?… (está claro que no se ponen de acuerdo con el tuteo).

Estoy hablando en general… (risas de ambos)… hablando de tu fama aristocrático, esnob, más o menos sofisticado…

Todo eso no es cierto.

…no le tienes ningún asco a andar en los autobuses, los metros… (“subte” en Argentina).

No, no, en los autobuses, en los metros y en esa cosa atroz que hay en mi país que se llaman “los colectivos” (¿pero eso no es un autobús?), donde andas prensado, así (hace el gesto con las manos).

Hay otra cosa que confiesas en uno de tus primeros libros, y más tarde en algunas entrevistas, es que desde niño tuviste una enorme pasión, un enorme amor por los objetos.

Ah…, sí, yo creo en los objetos, inclusive más que en los seres humanos, creo que son más fieles, ¿no? Porque, claro, los seres humanos pueden traicionarte, pero a los objetos los traicionamos nosotros, es decir: nosotros decimos esta silla es Luis XV cuando sabemos perfectamente que no lo es, y así sucesivamente, e inventamos una historia: en esta silla fulano y tal…, no, nosotros somos los que mentimos, los objetos no mienten. Y he pasado la vida reuniendo objetos.

De todas maneras has hecho siempre una distinción entre esos objetos que te interesan y los otros, lo que llamas objetos tontos que son un poco como los souvenir, más o menos para el turista gregario.

Sí, son horrendos.

Esos objetos que ha ido reuniendo a lo largo de los años se han convertido en colecciones realmente impresionantes, muchas de las cuales están ya recogidas en tu casa actual en Córdoba (Argentina), una casa que debe ser interesantísima…

Donde vivo hace 8 años.

…que está descrita en algunos de los libros, una casa que por otra parte se llama El Paraíso.

Se llama El Paraíso, lo cual es una casualidad más de las muchas que se han producido en mi vida, y que me hacen tanto pensar en lo sobrenatural, en lo mágico… porque yo publiqué, hace muchos años, cerrando un ciclo de novelas sobre la sociedad porteña, la sociedad de Buenos Aires, publiqué una novela que se intitula Invitados en el Paraíso, y El Paraíso era el nombre de una quinta. Y ahora vivo en una quinta que, cuando yo la compré, se llamaba El Paraíso. Y mi mujer, el apellido de su familia es Alvear, que es una de las familias más antiguas de allá (de rancia prosapia, que diría el clásico), y la calle donde está El Paraíso se llama Alvear, son casualidades que se dan. (Manucho era homosexual, y solía acudir a algunas recepciones con acompañantes masculinos, pero estaba casado con Ana María Teodelina de Alvear Ortiz Basueldo, nacida en Francia (1914-1994), con la que tuvo tres hijos).

Dejando un poco el ritmo cronológico me gustaría, como sé que eres un magnífico guía para los visitantes de El Paraíso, me gustaría hacer una visita rápida por esa casa, esa casa en la que, sobre todo en el libro Cecil, se describen algunas salas impresionantes, como la sala de los retratos, con ochenta retratos…

La sala de los retratos tiene ochenta retratos, si… ahora me los quieren quietar, los que me los dieron, por supuesto… hay desde retratos enormes hasta miniaturas. Son todos los retratos de nuestra familia, hay algunos muy interesantes. Sobre la chimenea está el retrato de mi tatarabuelo Varela, que era un escritor que fue asesinado en Montevideo por razones políticas, y que era un hombre verdaderamente muy hermoso. Yo siempre digo que es una felicidad descender de él, porque queda también sobre la chimenea… podría haber descendido de algunos de nuestros próceres que hay, que hay algunos que parecen monos, y hubiera tenido el mono ahí, sobre la chimenea, pero no me ha tocado ese por suerte. (Florencio Varela, poeta, masón, jurista y político del Partido Unitario. Llegó a tener 13 hijos. Fue apuñalado por la espalda cuando entraba en su casa, en 1848. El asesino fue Andrés Cabrera, enviado por el ejército de Manuel Ceferino Oribe, aunque hay quién apunta a la fracción riverista, de J. Fructuoso Rivera).

Sobre una de las chimeneas, porque son las chimeneas de la casa.

Son siete.

Siete ahora.

Yo esa casa… está ubicada (tos) en un parque de siete hectáreas, en el cual hay siete casas, y costó siete millones de pesos (ríe Manucho)… hasta hace poco se podía decir, hace siete años, ahora son hace ocho años… (en esta entrevista no lo dice, pero Manucho siempre aseguró que en esta quinta había un fantasma, que vivía en la planta baja, y que algunos de sus invitados, como la actriz China Zorrilla, habían visto).

Y tiene siete chimeneas como ha quedado dicho…

Y tiene siete chimeneas.

Hay piezas enormes, que están llenas de recuerdos arqueológicos, de ídolos incaicos, de cerámicas precolombinas, de…

Yo he estado…, bueno he ido al Perú dos veces, he ido dos veces al Ecuador, que es de donde uno trae esas cosas tan misteriosas. Y después, cuando hice aquel viaje a Oriente siendo muy joven, formando parte de una misión económica en la que yo iba como periodista, era un muchacho periodista que hablaba en inglés. Como aquello era una embajada, y estuvimos en Oriente seis meses, pues como embajada y eso estaba por encima de las aduanas, y era una época en que el dinero argentino era espléndido, y el dinero chino estaba por el suelo…, eso era antes de la China actual (recordemos que habla en 1977, la ocupación japonesa fue de 1937 a 1945), Pekín estaba en manos de los japoneses cuando yo estuve…, volví a la Argentina con diecisiete cajones grandes llenos de cosas, muchas que me habían regalado los japoneses que son tan regaladores, y que todo no era bonito, pero en fin, había de todo ahí…, pero había cosas estupendas, y muchas me han quedado, y han pasado los años que van del año cuarenta a ahora.

Me contaron que entre esas cosas había una estela funeraria con una inscripción…

Ah, sí…

… un tanto estremecedora.

… eso lo compré en Manchuria, en Mukden, en un templo, estaba tirado en el suelo, y era así… (Manucho marca con la mano la altura), de poco más de un metro, de piedra gris. Es una figura de Buda sentada sobre una especie de pajarraco, y alrededor hay eso que llaman los bodisatvas, que son como los ángeles del budismo. Cuando hicimos esa parte del viaje, los japoneses que nos llevaban, nos rogaron que no compráramos nada pesado, porque claro, teníamos que pasar de un tren a otro y andaban con una “barquitas”, no más. Pero yo cuando vi esa estela tirada ahí en un patio, me fasciné, en verdad. Y entonces me volví solo, los demás se fueron al hotel, y había ahí un bonzo y más o menos nos entendimos…, la compré por nada. Me veo volviendo al hotel en dos rickshaw, yo en uno… aquel hombre llevándome (Manucho se mueve en la silla simulando un trote), y en el otro…

… y en el otro la piedra (termina la frase Serrano).

Y el horror de los japoneses cuando llegó esto. Y yo dije: si no viaja conmigo esta piedra yo me vuelvo a Tokio. Y me acuerdo del resto del viaje seguíamos andando, y detrás siempre iban dos japoneses llevando aquel cajón. Cuando volvimos a Tokio y lo abrieron, yo vi que tenía una inscripción detrás, entonces con un papel y un lápiz saqué la inscripción. Había conocido en el Museo Imperial a un viejito, que era un arqueólogo, y le llevé la inscripción para pedirle que me la tradujera, y él me pidió unos días. Volví a buscarlo…, la inscripción dice lo siguiente: “Que nadie ose tocar esta piedra, que hice a la memoria de mi madre, en el segundo mes de primavera, de tal y cual…, de la dinastía Taiyuan -esto es lo que da la época, es el siglo XII- porque sobre él caerá mi maldición” (aquí hay un pequeño error en la datación al citar de memoria, pero el propio Manucho tiene escrito que la estela es de la dinastía Yuan, finales del siglo XIII a mediados del XIV, año arriba, año abajo). ¡Ay! ¡Diablos!, pues ya estoy maldito, y desde el siglo XII (XIII), pero el viejito me dijo no: “no es sobre usted que recae esa maldición, fíjese usted que esa piedra ha sido arrancada, fíjese que está rota abajo”… en efecto, la base tenía una rotura… “ese sí” (se refiere a quien la arrancó, claro)… quién sabe cómo le habrá ido, pero a mí no me ha ido mal. Está puesta sobre una chimenea en el comedor.

La biblioteca creo que es enorme.

Bueno, no es enorme, hay 20.000 libros. Lo que sí, es que está muy bien clasificada, se sabe dónde está cada uno de los 20.000 libros, sin que haya un fichero, porque están puestos por temas, pero como en las librerías, están por orden alfabético, entonces uno encuentra las cosas.

Hay ejemplares, creo, muy importantes.

Bueno, no especialmente, hay cosas raras, sí, que me han regalado, que han caído en mis manos o que he heredado. Te digo que en mi familia hay más de 150 años de escritores, entonces los libros se han pasado de mano en mano, y os manuscritos… hay un manuscrito muy raro, es… (duda Manucho elevando la mirada)… creo que es la primera y la segunda parte del Amadís de Gaula, el manuscrito de la traducción al francés hecho en 1540, eso lo tengo, una cosa muy rara.

También me hablaron de un libro que es como una invocación al Diablo.

Tengo muchos libros de demonología, pero tengo uno especialmente raro, que es un libro hecho por el astrólogo de Carlos V, que se llamaba Heinrich Cornelius Agrippa… este ejemplar es especialmente extraño porque perteneció a un personaje del siglo XIX que se llamaba Stanislas de Guaita, un… (duda) creo que era italiano, pero vivió siempre en París, que era un mago, y que parece que era un personaje que se las traía (poeta y ocultista, cofundador de la Orden de la Rosa-Cruz, de Guaita nació en Francia, en Lorena, en 1861). Y faltan, en el libro, faltaban en esa edición las páginas de la invocación al Diablo, y están copiadas por él, con su letrita muy minuciosa, por éste Guaita que te digo, que está el ex libris de él y la firma de él… es un libro rarísimo. (Quizá se refiere Manucho a los tres libros de magia y ocultismo que Cornelius –muy querido en casa, por cierto- publicó en un tomo en 1533 en Colonia con el título de Occulta Philosophia, y claro está, que se fue directo al índice de libros prohibidos de la Inquisición).

Hay en esa casa una sala de mamá…

Hay una sala de mamá, que ya no es más sala de mamá, porque desde que murió mamá, yo subí la biblioteca, que estaba antes en la planta baja… entonces en lo que era el dormitorio de mi madre, que era la salita de ella, yo distribuí toda esa biblioteca.

Y luego están las estatuas.

Están las estatuas… está la estatua de Aquiles, una estatua muy, muy hermosa que era de mis suegro; yo creo que mi suegro la compró en París, por allá… por el año 1916, una cosa así, para el jardín de su casa, que es ahora la embajada de Italia en Buenos Aires. Cuando vendió su casa a los italianos se la llevó a su casa (su nueva casa, supongo), que quedaba muy cerca de esa embajada. Luego de que él murió, y murió mi suegra y se distribuyeron las cosas, yo me acordé de esa estatua que estaba en el jardín y que siempre me había atraído mucho… es Aquiles en el país de las mujeres, Aquiles en la isla de Syros, yo he estado en Syros… y entonces la pedí, la pedí y la llevaron allá con un trabajo atroz, la llevaron a El Paraíso, y la colocaron en el bosque, porque aquello no es parque, es un bosque, el bosque de la Bella Durmiente. Y ahí estaba y, desgraciadamente, los muchachones de por ahí, supongo yo, en uno de mis viajes, le rompieron la nariz, le rompieron el penacho y tal, entonces la saqué de ahí, la llevé junto a la casa, en un patio… y ahora le han hecho la nariz de nuevo… y fíjate que yo esa estatua la he visto en Versalles, está en el parque… en el tapiz verde (Tapis Vert), en Versalles está la estatua igualita, y pasó la revolución francesa y sigue intacta, y la mía, tres años en las sierras de Córdoba, Argentina perdió la nariz, perdió el penacho… (carcajadas de Manucho), pero ahora está bien, le han hecho la cirugía estética.

Está firmada y con fecha.

Está firmada y con fecha es de fin del siglo XVII, es Luis XIV, de la época de Luis XIV.

Bien, hemos paseado un poco por esa hermosa casa, El Paraíso. Empieza, en el campo de la poesía, Manucho por traducir cincuenta sonetos de Shakespeare… (algún ademán hace Manucho, porque Serrano le mira) hace más tarde crítica de arte, durante mucho tiempo…

Te voy a decir por qué los hice (la traducción de los sonetos), y eso que no me gusta hablar de política, eh, pero los hice en una época difícil, de nuestro país… en el primer gobierno de Perón…los hice para olvidarme de Perón, de mañana yo traducía los sonetos de Shakespeare, que son difíciles de traducir, y entonces me olvidaba por completo de lo que estaba sucediendo y tal y cual… y llegué a traducir cincuenta sonetos, son ciento cincuenta y tantos… ojalá pueda terminar algún día eso.

Aunque después iremos pasando revista a la obra, un poco por orden, me gustaría ir así, refiriendo cosas que yo sé, y que quedan un poco como descolgadas de la personalidad del escritor, y que están más dentro de la humanidad de Manucho. Por ejemplo, me contaron que has escrito letras para tangos.

He escrito sí, pero todos escribimos. Hace algunos años, se le ocurrió… no me acuerdo cómo se llama este hombre…bueno, un fulano de tal, se le ocurrió hacer que los escritores hiciésemos letras para tangos, y me acuerdo que Borges hizo una milonga, Sábato hizo un tango, Girri (Alberto Girri), que es un poeta tan hermético… Leopoldo Marechal… no sé, eran doce o catorce, hicimos sí, letras para tangos es lo único… (El “fulano de tal” no era otro que Ben Molar creador de “14 con el Tango”, que unió el trabajo de prestigiosos escritores con músicos de la talla de Astor Piazzolla, entre otros. También tuvo su versión plástica con la participación de pintores. Manucho escribió el tango Como nadie, con música de Lucio Demare, pero sigue Manucho, titubeando)… pero he hecho también… (duda)… hace poco…

Canciones para Palito Ortega…

No… (risas), bueno Palito Ortega le puso música a una canción que me habían encargado para la inauguración de una boîte o no sé qué, pero ahora he hecho la letra de una canción para una muchacha que se llama Graciela Yuste que tiene enorme talento, tanto talento que fue a Tokio hace poco, creo yo que representando a la América del Sur, a un gran festival de la canción popular, y le hice una letra, que parece que tiene mucho éxito, por lo que me ha dicho ella, y pocos días antes de salir yo de Buenos Aires para acá, estaba grabándola para hacer el disco. (Graciela Yuste representó a Argentina en el World Popular Song Festival de Tokio. No sólo Manucho escribió letras para ella, también lo hicieron escritores como Julio Cortázar o León Benarós, entre otros. Vivió en Madrid, Barcelona, París, Tenerife y nueve años en Suecia. En 2000 volvió a España y reside en Málaga desde entonces).

Me habían hablado muchísimo de tu monóculo, que veo que llevas, aunque casi nunca lo usas…

Sí lo uso, por ejemplo en el Prado (se refiere al museo) lo he usado todo el tiempo… es para mirar de lejos (Manucho se lo pone)… ¡Ahora te veo por primera vez (risas de Serrano) y veo que tu cara brilla mucho!

Es la luz.

Es la luz.

Me han hablado de tus anillos, de tus bastones…

He perdido el más importante (dice esto mirándose la mano derecha donde luce cuatro anillos, tres de ellos puestos en el dedo meñique), hace poco, tenía un anillo redondo (?) importantísimo que me habían regalado entre veintisiete amigos, y lo he perdido hace menos de dos meses en El Paraíso, que era el perfil de Shakespeare en una ágata, lo perdí, no sé cómo.

Y la colección de bastones creo que es importante.

Tengo bastones.

Otra cosa que no es muy sabida es que, también me dicen, yo no sé si esto es cierto, que pósate como modelo para una revista norteamericana.

Sí…

En compañía de la esposa del hijo de Hitchcock (error, Hitchcock sólo tuvo una hija, Patricia, cuya madre fue la actriz Alma Reville, conocida como “Lady Hitchcock”).

Sí, es cierto, es cierto…cuando yo fui a…

A estrenar Bomarzo, me parece, la ópera.

Sí, en New York…

Sí, en Nueva York.

 … porque Bomarzo en ópera se estrenó en Washington (1967), y al año siguiente en New York, entonces en una gran revista, yo no sé cual, de las más importantes… hacían un número dedicado a la América latina, y nos pidieron a varios, que estábamos allí en New York, que posáramos con estas modelos, y la mía era sí, la nuera de Hitchcock, que era una mujer espléndida, esplendida… (aquí ya me he perdido, porque no creo que la hija de Hitchcock, no muy agraciada, causara esta impresión en Manucho, quizá la confusión creada por Serrano al hacerle la pregunta de la nuera, le haga pasar como nuera a alguna otra modelo del universo de Hitchcock, y ahora estoy pensando en la estupenda Tippi Hedren, por ejemplo).

Ahí sucedió una cosa divertida, me acuerdo… antes de que empezáramos a posar, éramos varios, sucedió que… era un gran estudio de un fotógrafo importantísimo… y había una muchacha que tenía que posar con un tapado, con un abrigo, y bueno ella fue, descolgó el abrigo, se lo puso y le sacaron cien fotografías, tu sabes, estilo Blow-Up (película de Antonioni inspirada lejanamente en un relato de Cortázar, Las babas del diablo), todo el tiempo clic, clic, clic (aunque Manucho dice algo así como “Chaf, chaf, chaf”), y cuando le habían sacado cincuenta o sesenta fotografías se dieron cuenta, de que ese abrigo, era el abrigo de una de las secretarias, que lo había dejado colgado en una percha, y que había que volver a empezar. Eso fue antes de que posáramos nosotros.

Me dicen también que has confesado algunas veces a tus íntimos, que las mejores ideas de libros, las mejores tramas, se te han ocurrido mientras te afeitabas.

Puedo haberlo dicho, sí, digo muchas mentiras, puedo haberlo dicho… (y no añade más, mientras se atusa el bigote).

La gente habla también del humor, del sentido enorme del humor que tienes, y que tu humor a veces es caricioso (bonita expresión), simpático, lleno de ironía, pero que en ocasiones puede ser hasta una espada.

Eso tienes que preguntárselo a la gente, sí, no sé…yo trato de ser amable, a veces no puedo, a veces es más fuerte que yo.

Y luego me han hablado muchísimo (todo es superlativo absoluto en esta entrevista) de tus dibujos, de que has hecho dos exposiciones de laberintos…

Ah, sí… yo no sé dibujar, no sé dibujar, yo que para escribir no soy nada ingenuo, para dibujar soy muy ingenuo, es una compensación.

He podido encontrar dos dibujos tuyo (en realidad enseñará tres, con un estampado)

¡No me digas!

Sí señor…

¿Cómo?

Ah, secreto (Serrano abre un sobre y enseña a cámara un dibujo de unas flores con una leyenda que Manucho lee bajito).

“Ojo con las flores, cada flor te mira. Manucho”… ¡Qué bonito! ¿Y de dónde lo has sacado?

Bueno, eso no te lo puedo contar (Serrano saca el otro dibujo, unas casas al fondo con el mar en primer plano y una especie de sirena).

Este no tengo idea, del año 74 (dice Manucho mirando con el monóculo).

Y laberintos también tengo uno… (trastea Serrano con el sobre), en forma de pañuelo (en realidad es un pañuelo para la cabeza con un dibujo de un laberinto formado por las ramas de una planta que salen de una maceta).

¡Ah!, eso es más raro, porque se hicieron muy pocos, muy pocos… (creía que iba a decir “poquísimos”).

Es un poema, en forma de laberinto, rodeado de estas hojas, que son ojos.

Esto era un italiano, que fabricaba sedas, cosas de seda, en Buenos Aires, que me regaló… me dijo, si tu quieres haces un dibujo que yo te lo estampo, y te regalo una docena de pañuelos, estampados así, hay en distintos colores, y me los regaló… (pero Manucho insiste)… ¿Pero de dónde has sacado eso? (Serrano se hace el loco mientras envuelve el pañuelo). Es rarísimo…

También…

¿De dónde lo has sacado?…

… fruto de nuestras investigaciones previas… me han dicho que dibujaste (Manucho sigue con cara de asombro) vestidos, también, para tu sobrina Paula.

Sí, le he dibujado un vestido a Paula, puesto… me acuerdo de una cosa con flores, sí, me acuerdo… (Manucho aún está intrigado, pero con su seductora mirada dice)… mira que sabes cosas sobre mí, y me gustaría saber algo de ti.

Bueno, pues ya empezaremos después con…

Esto está muy desproporcionado…

No, pero lo que les interesa a nuestros telespectadores es la vida de Manuel Mujica Lainez… (esto lo pronuncia Serrano como “Láinez”, pero Manucho sigue a lo suyo).

Sí, sí, estás preocupándome (sigue con la broma, mirando de reojo y sonriendo).

…aquí lo que pasa es que los acentos los ponemos mal, hay cierta tendencia a decir Mújica y Láinez

Láinez, eso me dijo Américo Castro, hace muchísimos años, me dijo: “usted está todo mal acentuado, usted es Mújica Láinez”, pero que horror, le dije yo, que horror, que mal suena eso… no, no, no soy Mújica Láinez.

Y de otra cosa de la que me han hablado es de los famosos álbumes, los álbumes collage

Los álbumes collage… esos álbumes los empecé hace… hará once o doce años… estoy en el tomo ocho. Son unos álbumes gordos, así, de esos de los periodistas, de pegar cosas. Bueno, yo estaba enfermo con hepatitis y estuve cuatro meses en cama y me aburría… en esa época (1963)… ¿qué hice?… traduje Las mujeres sabias de Moliere, me acuerdo, en verso, que se dio en el Teatro General San Martín, de Buenos Aires, después. Luego de que terminé esa traducción y no sabía qué hacer, me acordé de que había en casa, arriba, como en toda casa grande, una cómoda llena de fotografías viejas, de familia. Entonces mandé pedir al diario La Nación, uno álbum, de esos nuestros, de recortes, y empecé a pegar las fotografías de la abuela, las tías y papa y qué sé yo… cuando había pegado diez páginas o doce, me di cuenta que estaba haciendo una cosa muy aburrida, yo, no, no, hay que cambiar esto. Entonces empecé a pegar fotografías, pero abajo escribía sobre esas personas, lo que pensaba de ellas o lo que sabía de ellas, anécdotas, y bueno, ya estoy en el tomo ocho, y hay collage… y luego lo fui ampliando, porque luego cortaba cosas de revistas…

Tarjetas postales…

De todo hay ahí… son mis memorias, memorias gráficas, que es lo que ahora se usa, porque ahora la gente no tiene mucha paciencia para leer (que me lo digan a mi cuando cuelgue esta “laaaarga” entrevista en el blog), pero para mirar eso, no sabes tú, me lo arrebatan allí en El Paraíso.

No sería mala idea publicar alguno de esos tomos.

Eso me han dicho, me han dicho que, por qué, puesto que tienen 200 páginas cada uno, y hay ocho tomos… (calcula mentalmente)… son 1.600 páginas… que por qué no elegía yo 300 o 350 páginas y las reproducían tal cual, sabes, yo tengo una letra muy clara, con la letra y todo y tal… y que eso se iba a vender muchísimo… algún día puede ser (los álbumes- collage fueron nueve en total y creo, si alguien no me corrige, que están inéditos aún hoy).

Sería un libro bastante de acuerdo con la época, un libro de imágenes…

Un libro muy de ahora.

 Me gustaría saber algo de los tres hijos de Manucho.

Bueno, el mayor se llama Diego y es periodista, trabaja en el diario La Nación, es muy alegre, muy simpático, muy divertido (hoy tiene un perfil en facebook como diseñador gráfico, después de 30 años de redactor). Está casado, todos mis hijos se casan dos veces, la primera vez es para ver cómo es la cosa, y la otra vez parece que es la verdadera…

El humor de Manucho (risas de Serrano).

… después viene mi hija Ana, que es la que se parece a mí, que es una chica nerviosa y buena escritora, buena escritora, yo la estimulo a que escriba, pero, en fin… yo creo que lo va hacer, porque ya lo ha hecho y tiene que seguir haciendo. (Ana preside la Fundación Mujica Lainez. Como curiosidad, tras el nombre de pila, todos los hijos llevan el segundo nombre: “del Corazón de Jesús”) Y luego viene Manuel, que es locutor de radio, que es el más chico y con el que tengo menos que ver (Manuel Florencio falleció en 1989).

Vamos ahora a hablar un poco (el “poco” es el latiguillo de Serrano) de la obra de Manuel Mujica Lainez debiendo advertirles, y pedir por eso escusa a nuestro invitado, que ha sido verdaderamente difícil encontrar los libros de Mujica Lainez, no sé si porque muchos de ellos se han distribuido poco, o porque se han agotado, y algunos no han llegado apenas. El primero que hemos encontrado es Canto a Buenos Aires, pero sin embargo, cronológicamente, antes hubo otro llamado…, bueno, hubo varios: Glosas castellanas de 1936…

Un libro de juventud, una reflexión sobre El Quijote

Glosas castellanas.

Pero que me dieron un premio la… no sé cómo se llama eso… Instituto Español… no sé…, de Buenos Aires, me dieron un premio entonces (hay un libro anterior, escrito cuando Manucho tenía 15 años, cuyo título era Luis XVII y estaba redactado en francés. Encuadernado por la madre, fue el regalo de cumpleaños al cabeza de familia. Este ejemplar único está desaparecido, se esfumó durante los años 1994-2004, presidiendo la Fundación Eduardo Arnau e Inés de Allende de Goyanes).

Ese fue quizá uno de los primeros premios, después vendrían muchos premios.

Muchos premios…

1938, Don Galaz de Buenos Aires, que es la primera novela.

Don Galaz de Buenos Aires es una tentativa de novela, muy influida por La gloria de don Ramiro (novela histórica de Enrique Larreta publicada en 1908 y exponente del modernismo literario) y que yo no he permitido que se reedite, y que me han pedido muchos.

 Es una especie de estudio de la Buenos Aires de la colonia, del siglo…

Del siglo XVII (la novela de Larreta reconstruye la España de ese mismo siglo).

Manuel Mujica Lainez
Mujica Lainez Ilustración Josép M. Maya

El tercer libro es una biografía de un romántico porteño, se llama Miguel Cané (padre).

Miguel Cané era el hermano de mi bisabuela, era un escritor, yo cuento su vida, que es una vida muy, muy romántica (el libro es de 1942).

En 1943, aparece Canto a Buenos Aires, que es un libro muy interesante, porque es un libro en que él nos cuenta la historia y el desarrollo de la ciudad de Buenos Aires en versos alejandrinos.

Es mi único libro en verso.

Y es un libro que además tiene un prólogo muy interesante, que es un prólogo de Jorge Luis Borges.

Un soneto de Borges.

“A Manuel Mujica Lainez”

Yo tengo muy buena relación con Borges, desde siempre.

¿Qué tal lee poesía?

La de Borges no sé… (se pone las gafas)… la de Borges, como se va rompiendo…

Isaac Luria declara que la eterna Escritura

Tiene tantos sentidos como lectores. Cada

Versión es verdadera y ha sido prefijada

Por Quien es el lector, el libro y la lectura.

Tu versión de la patria, con sus fastos y brillos,

Entra en mi vaga sombra como si entrara el día

Y la oda se burla de la Oda. (La mía

No es más que una nostalgia de ignorantes cuchillos

Y de viejo coraje.) Ya se estremece el Canto,

Ya, apenas contenidas por la prisión del verso,

Surgen las muchedumbres del futuro y diverso

Reino que será tuyo, su júbilo y su llanto.

Manuel Mujica Lainez, alguna vez tuvimos

Una patria -¿recuerdas?- y los dos la perdimos.

Estos dos versos últimos (soneto incluido en el libro de Borges La moneda de hierro), que han sido muy comentados, son porque tanto Georgie Borges como yo hemos sido los dos, muy antiperonistas y los dos sufrimos mucho durante el peronismo, a los dos nos echaron de nuestros respectivos trabajos, bueno, nos persiguieron; y entonces él entiende que nosotros habíamos perdido nuestra ciudad, nuestra vida, nuestro modo de vivir, en esa época.

De todas maneras, y quizá, deteniéndonos un poco, creo que vale la pena de hablar de las relaciones y del paralelismo que hay entre las vidas, salvando muchas distancias, por supuesto…

De Borges…

… de Borges y de Mujica.

Bueno, Borges tiene diez años más que yo. Los paralelos… bueno, primero está el paralelo en los orígenes, porque tanto él como yo descendemos de familias históricas, en fin, con personajes históricos en la familia… ahora hay hechos, a lo largo de nuestras biografías que nos acercan, sí, por lo pronto ese que te digo que, durante el primer gobierno de Perón, a los dos nos echaron de nuestros respectivos puestos. Él trabajaba en una biblioteca, yo era secretario del Museo de Arte Decorativo, y a los dos nos liquidaron. Después…, en cambio, cuando vino la revolución posterior a Perón, a él lo nombraron director de la Biblioteca Nacional, y a mí me nombraron, simultáneamente, director de Relaciones Culturales, en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Los dos entramos juntos en la Academia Argentina de Letras. Cuando a él lo hicieron presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, a mi me hicieron vicepresidente, eso fue en tiempos de Perón y lo pasamos muy mal, pero nos defendimos bien…

No sé si incluso ha habido un premio que os han dado al mismo tiempo…

No.

No.

Yo he compartido un premio con Cortázar…

Ah, con Cortázar.

Con Cortázar.

Cuando Rayuela y Bomarzo.

El premio John Kennedy, el premio John Kennedy (1964) se lo dieron a mi novela Bomarzo y a su Rayuela, y por eso, cuando yo le escribí a Cortázar, al quien no conozco personalmente, diciéndole que me daba gusto tener un premio al mismo tiempo que un hombre cuyos cuentos admiro, no sus novelas (esto lo dice con énfasis, parándose)… cuando yo le escribí diciendo eso, Cortázar me contestó con bastante gracia que podíamos hacer una edición conjunta de esos dos libros, de Bomarzo y de Rayuela, y que le podíamos poner Boyuela o Ramarzo (risas), que gracioso.

Hay otro hecho que también está en ese paralelismo Borges/Mujica que es la cercanía, el amor y la presencia de la madre.

Las madres… sí, nuestras madres murieron casi al mismo tiempo, el mismo año y con muy poca diferencia de tiempo, sí, es cierto, también… (Manucho hace un silencio)…, yo la quería mucho, a la madre de Borges, que era una mujer verdaderamente excepcional, en verdad, un personaje raro. Yo me pregunto qué hubiera sido de esa familia sin ella, es decir, qué hubiera sido de un personaje ciego, como Borges, de un personaje tan en el aire como su hermana, la pintora (de seudónimo Norah Borges), del propio Guillermo de Torres (escritor y crítico español), el cuñado de Borges, qué hubiera sin esa mujer, que era el centro, que era la que lo organizaba todo, que era quien los ponía en marcha…

Era el motor.

…siempre decíamos que les daba cuerda, que los hacía andar.

Y tu opinión de Borges como escritor.

Ah, yo creo que es un gran escritor…por supuesto (diciendo “por supuesto” recalcando cada letra), un gran escritor. Cuando yo era joven, me costó trabajo no imitarlo, tuve la suerte de no imitarlo pero no fue fácil, porque era la tentación, por supuesto.

Es decir, que prácticamente todos los escritores se nutrieron un poco de Borges, todos los escritores posteriores.

Bueno, sí, han tenido mucho que ver con él todos (diría yo que esto lo dice condicionado por la aseveración del preguntador).

Recientemente hubo una especie de debate, entre vosotros…

No un debate, una conversación que se publicó en La Nación hace un mes, más o menos. Una conversación en que Borges y yo evocábamos el Buenos Aires de nuestra juventud, que fue un Buenos Aires muy distinto, por supuesto, primero porque esos diez años de diferencia marcan mucho en la juventud, y después porque las vidas nuestras fueron muy distintas (ya se ha cargado lo del paralelismo que tanto le gustaba a Serrano). Yo era un muchacho muy mundano, muy frívolo, cosa que me fue útil, para mis novelas, por supuesto, porque mis novelas están llenas de los personajes que fui conociendo en loa azares de la vida; mientras que Georgie era un hombre muy reconcentrado, por eso mismo de la ceguera, y todo eso, porque él la vista la tenía y la perdía, le volvía y la perdía, hasta que la perdió del todo.

Volvamos a los libros. Después de este Canto a Buenos Aires vienen dos biografías más, la Vida de Aniceto el Gallo (1943), que tuvo un premio nacional…

Un premio municipal, los premios nacionales vienen después. Son las biografías de Aniceto El Gallo y Vida de Anastasio el Pollo (1947) que, con Hernández (José), con el autor de Martín Fierro, son nuestros poetas gauchescos, y yo me metí a hacer esa biografías porque, mi abuela, me regaló un manojo de cartas de Aniceto el Gallo, que se llamaba Hilario Ascasubi (y el Pollo, Estanislao del Campo), a mi bisabuelo (las cartas iban dirigidas al bisabuelo de Manucho), y en esas cartas, éste poeta, que era un coronel del tiempo de las guerras civiles nuestras, le contaba cosas interesantes…

 De la época rosista.

…de la época de Rosas (Juan Manuel de Rosas), yo pensé… hombre sería curioso escribir la vida de este personaje, y empecé a indagar y se sabía muy poco de él, y fui al museo histórico, nuestro, y ahí me dijo el director: “Ha venido al lugar justo, donde está lo que usted necesita, porque aquí hay un baúl de cartas y papeles de Hilario Ascasubi que donó la familia al morir él, y que nadie ha mirado nunca”. Entonces yo me metí dentro de ese baúl y ahí encontré todo lo que ha servido para hacer esa vida.

Tras esas biografías de los poetas gauchescos, aparece en 1949…

No hice la de Hernández, que sería cerrar el tríptico porque se sabía demasiado de Hernández y se habían hecho muchas.

Aquí vivieron es la historia, o las historias de una quinta de San Isidro, desde 1583 a 1924, a los largo de veintitrés relatos encadenados, vamos asistiendo a la vida de una serie de personajes en la historia en ese mismo lugar, es un libro…

El personaje es el lugar.

… el personaje es el lugar. Ya la idea es una idea llena de fascinación, enormemente sugestiva, como es luego este desfile, alucinante, de personajes que están un poco dentro de la línea de los cuentos fantásticos, aunque muy realistas, al mismo tiempo, ¿no le parece?

A mí lo compraron para el cinematógrafo, hace muchísimos años, y tuve la suerte de que no me lo filmaran, fue una suerte estupenda, porque lo vendí por siete años, si a los siete años no se filmaba, tal y cual, el libro volvía a ser mío. Lo vendí, en aquella época, por 300 mil pesos, que era una enorme cantidad de dinero, les pedí eso para que no me embromaran, pues me los dieron. Viví ocho meses en Europa, me acuerdo, con ese dinero, y me volví y al cabo de un tiempo el libro volvió a ser mío. Estoy dispuesto de venderlo otra vez siempre que no lo filmen.

Yo creo que va a ser muy difícil encontrar una ganga como esa… bueno digamos ahora que este libro que citamos, Aquí vivieron, también tuvo un premio, no recuerdo cuál, pero fue premiado.

Tuvo un premio, sí…

El siguiente es Misteriosa Buenos Aires (1950) que está un poco dentro de la misma tónica del Aquí vivieron, porque son también relatos, treinta y dos relatos, a través de los cuales se asiste a la…

Esta edición tiene treinta y dos, hay otra edición que tiene más.

¿Posteriormente se han añadido?

No, no, esta edición es la pocket edition, ¿no?

Ah, la edición de bolsillo.

La edición de bolsillo… porque después conseguí yo que esta misma edición la hicieran completa. Este libro es el libro mío que se ha vendido más, en verdad, porque es un libro que leen, inclusive, en los colegios… a mí me asombra que lo lean en los colegios porque ahí aquí cada cuento que es tremendo, pero en fin, ahora los niños no son lo que eran en mi época. Es la historia de la ciudad de Buenos Aires contada en cuentos, es decir, cada uno de esos cuentos es una invención mía, pero cada uno de esos cuentos implica toda una documentación, todo un estudio, en fin, para ir ubicándolos a lo largo del tiempo.

Es una especie de reconstrucción animada de la vida de Buenos Aires a través de los tiempos.

Sí, sí… he tenido también, para hacer este libro…, en realidad mi propósito era darle a la ciudad de Buenos Aires, que ha tenido una vida tan pequeña, darle perspectivas casi mitológicas, vinculándola con los grandes temas universales. Entonces hay cuentos, por ejemplo, hay una carta de un personaje de Voltaire, en Condide (Cándido, o el optimismo), escrita a Voltaire, me parece. Hay una carta de un enano…, no, hay una carta escrita desde Buenos Aires por unos pillos, unos pordioseros y tal, al enano del cuadro de Las Meninas, al Nicolasito Pertusato, ese que tiene el pie arriba del perro. Hay un cuento que es sobre un personaje que al morir, es una cosa que se dijo, que al morir se da cuenta de que él es el hijo de María Antonieta, al morir se da cuenta… al morir recuerda que él es Luis XVII, y así sucesivamente, hay varios cuentos así.

Y sobreviene después la famosa saga, la saga de la aristocracia porteña, o de la oligarquía, como han dicho otros analistas y críticos de la obra (risas de Manucho y Serrano, lo de la “oligarquía” parece hacerles gracia. La saga tiene un gusto decadente, pero es de lo mejor que se puede leer de este autor –junto a los cuentos-, formado en el modernismo simbolista y que luego se modernizó un tanto), son cuatro tomos: Los ídolos, La casa, Los viajeros e Invitados en El Paraíso. El primero de ellos, Los ídolos consta de tres partes, aunque se pueden leer independientemente, sin embargo constituyen una unidad en si misma…

Te voy a decir por qué, te voy a decir por qué, porque cuando yo escribí Los ídolos, en verdad, yo era todavía un escritor bastante nuevo; cuando lo llevé a la editorial Sudamericana, que es la que lo publicó primero, porque esta es otra edición, cuando lo llevé me dijeron, pero esto es muy corto para hacer un libro, tú deberías agregarle dos partes más, o escribe dos cuentos… y entonces yo le agregué dos partes, por eso las tiene… (risas), pero en realidad Los ídolos es la primera parte, que es muy redondo.

Es la primera parte, que es la de ese famoso escritor de un libro también llamado Los ídolos, o de un poema llamado Los ídolos

Un libro de versos.

Los ídolos

… un libro de versos que luego resulta…

Que no es el autor.

…que probablemente no es el autor…

Y ha vivido de la fama de otro.

…exacto, que se llamaba Juan Romano.

La casa, que es el segundo tomo de esta tetralogía, dicen los críticos que es la más lograda de las cuatro obras de la saga, empezando porque ya parte de un punto de vista enteramente nuevo, que quién habla, en primera persona, quién narra es la casa, es el edificio, mientras lo están demoliendo está contando…

Mientras la van demoliendo cuenta su vida…

…cuenta su vida.

…mientras la van demoliendo, mientras va sufriendo, porque empieza diciendo que le arrancan los escalones de mármol y tal y cual, y empieza a evocar, hasta que ya no queda nada de la casa.

Los viajeros es la tercera de esta serie… ¿qué te gustaría decir de Los viajeros?

Los viajeros, en verdad, me fue inspirado por mi familia materna que ellos sí, habían estado en Europa y todo eso, pero vivían preparando un viaje, vivían, vivían preparando un segundo viaje que nunca realizaron, y entonces estos viajeros inmóviles…, el punto de partida fue esa idea, claro que yo hice toda una novela complicada.

Y el último, Invitados en El Paraíso.

Invitados en El Paraíso es el primer libro mío en que figuran personajes tomados de la realidad, en que hay, sí, personajes nuestros, de Buenos Aires que se reconocen, metidos dentro de ese libro (Manucho ya está cansado de la entrevista, no me extraña, vamos ya para hora y media).

Así como hubo un premio importante para Los ídolos, hubo dos grandes premios para Invitados en El Paraíso, el Gran Premio de Honor y el Premio Nacional de Literatura (Segundo premio en el Nacional, el Premio Nacional de Literatura lo tuvo por Bomarzo, en 1963)

No me acuerdo… (Manucho se queda pensativo).

Estos cuatro libros, en el fondo, recogen toda esa experiencia, de personajes…

Sí, de toda esa vida, de mi familia…

… y de historias

… y de mi juventud misma, de lo que yo había visto, en la época de bailes, de fiestas, de tal y cual.

Llegamos a la que se considera por la crítica la obra cumbre de Manuel Mujica Lainez, dicen algunos amigos suyos que está arto de que le hablen de ella, porque realmente se ha convertido ya en un peso…, un peso maravilloso.

Mira lo que es, un ladrillo…

Miren ustedes que tomo impresionante es…

650 páginas, creo que tiene…

Cerca de 700 páginas es Bomarzo. Bomarzo es un libro en el que hay que detenerse sin más remedio porque realmente significa un esfuerzo tremendo, está escrito casi en tres años de labor, ha habido que hacer una documentación, una reconstrucción impresionante de la vida del duque Pier Francesco Orsini, y ahí, naturalmente…

Mi vida anterior.

…que es la vida (risas de Serrano) anterior, una de las vidas anteriores de Manucho. No es exactamente una historia novelada, no es tampoco, lo que se llama una novela histórica, hay una serie de elementos nuevos que ha introducido el autor que le confiere un sentido y unas características, en cierto modo, singulares…

Sí, sí, pienso yo.

…dentro de este tipo de narraciones. La primera, quizá, que hay que destacar para el que no haya leído la obra, es que el narrador en primera persona está contando su vida después de cuatro siglos de haber muerto.

Sí, o de no haber muerto.

O no haber muerto, que ahí está siempre…

Eso se sabe en la última página, y no hay que contar el secreto.

Esta ha sido, dicen, la obra más vendida de Manucho, con no sé cuántas ediciones…

Sí, esta es la que está traducida por los alemanes, por los ingleses, hay también una edición norteamericana, por los italianos, por supuesto… es por esta obra que los italianos me hicieron a mí Commendatore, que es el sueño de todo italiano, pues yo he realizado ese sueño, soy Commendatore.

Y esta es la obra que inspiró al gran compositor Alberto Ginastera para hacer, primero creo que fue…

Una cantata.

… y más tarde la ópera Bomarzo, inexplicablemente prohibida en la Argentina, creo que por el general…

Onganía (Juan Carlos Onganía Carballo).

… por el general Onganía, y estrenada entonces en Washington y representada más tarde en Nueva York.

Es decir, primero se estrenó en Washington porque era un encargo de los norteamericanos a Ginastera, después el año siguiente se dio en Nueva York y, cuando se iba a estrenar en Buenos Aires fue prohibida con el argumento de que era una obra inmoral. Este libro tenía el Premio Nacional y se seguía vendiendo muchísimo, y no estaba prohibido, por cierto, y la ópera se prohibió, y estuvo prohibida un tiempo, después cambió el gobierno, y se dio la ópera con gran pompa en Buenos Aires, en el Teatro Colón, y Ginastera y yo asistimos al estreno desde el palco del alcalde, el intendente de Buenos Aires.

Los tiempos cambian.

Sí, por supuesto… es muy útil que a uno le prohíban las cosas, es utilísimo. Yo, desgraciadamente, después no lo he conseguido, he conseguido la de este, que después se multiplican las ediciones. Los otros no me los prohíben.

Había que pedir, que por favor…

No sé cómo se arregla eso.

Aparece después, en 1965, otra novela realmente muy importante, que es una novela de ambiente medieval, que no hemos podido encontrar aquí…

¿Qué es El laberinto?

No, El unicornio.

El unicornio que es la edad media francesa.

Sí, porque yo hace muchos años, soñé con hacer un tríptico, que después de todo realicé, que era hacer una novela del Renacimiento italiano, una novela de la Edad Media francesa y una novela, que es El laberinto, de la época posterior a la conquista de América, una novela española, una novela que empezara en España y terminara en América. Y lo he realizado, sí, estudiando.

El unicornio es una novela exótica llena de fantasía, con una imaginación desbordante…

Sí, está contado por un hada, todo entero, por el hada Melusina. A mí me extraña muchísimo que los franceses no lo hayan traducido, ese libro, porque es un libro para ellos.

Acaso ocurre un poco con El laberinto, que yo pienso que en España conoce muy poca gente, y que todos los españoles estarían felices de leer.

Yo creo, yo voy a tratar de conseguir… porque acá, a mí me han pedido, dos editoriales de acá, dos editoriales importantes, me han pedido libros… yo voy a tratar de que la editorial que publicó El laberinto en Buenos Aires y que ha publicado todos mis libros, me deje publicar El laberinto acá, como me permitió hacer esa edición de Bomarzo, acá, que esa es de Planeta.

Y hay un tema, una preocupación subyacente en este libro, que no tenemos aquí, en El unicornio, que es el tema de la inmortalidad, que está presente en muchas obras…

También está en Bomarzo.

También está en Bomarzo y en otras muchas obras. El libro siguiente, 1967, si lo tenemos, es Crónicas reales, que aparentemente es un libro de cuentos dirigidos a los niños, digo aparentemente porque en el fondo, aunque viene incluso con una cinta de Rubén Darío que dice: “Cuentos quieres, niña bella, muchos tengo que contar”, pero la verdad es que es más bien un libro para adultos, aunque con una cierta intención moralizante, ¿no?

Es un libro… este libro es mi desquite, mi venganza sobre la historia. Después del gran trabajo que significó escribir Bomarzo y El laberinto y El unicornio, estudiando, y con el horror del anacronismo y demás y demás, con este libro me vengué, acá yo inventé una dinastía de reyes europeos, todos falsos, y les hice hacer barbaridades, lo que me dio la gana… y este también.

Este es un precioso libro (De milagros y de melancolía, 1968) donde se narra, bueno, se inventa la fundación de una ciudad norteamericana, la fundación, la vida y las costumbres y pone en pie ahí…

Toda la historia de una ciudad americana, sigue siendo mi desquite contra la historia. Acá cuento toda la historia inventada de un país de América y tal y cual.

Este es un libro que es fascinante, porque es un libro que está escrito por su perro, que es este perro que está aquí retratado, es un whippet, que se llama exactamente Cecil.

Yo le puse Cecil porque me lo regalaron el día que conocí a Cecil Beaton, el escritor inglés, el escritor fotógrafo. Le puse Cecil y me hice amigo de este perro, que lo tengo siempre conmigo, y se me ocurrió que él contase mi vida en Córdoba, y ahí está contada.

De modo que es una biografía del perro, pero es también una biografía de Mujica, en la que el perro, por una suerte de amor hacia su amo, acaba por penetrar dentro de su propia conciencia, y de leer en su pensamientos, y saber lo que siente.

Sí.

¿Qué sintió él cuando se vio en el libro? No se enteró, por supuesto.

No sé, desde entonces el carácter ha cambiado, ha cambiado el carácter de este perro. Yo pienso que no le ha gustado.

Es un libro que revela muchísimas de las cosas, aunque ha dicho Manucho que en todos sus libros hay revelaciones para el que sepa leer y entender, a cerca de su verdad humana. En todos los libros hay autobiografía, ciertamente.

Por supuesto, en todo libro de todo escritor.

No hay escritor capaz de liberarse.

Difícilmente, no sé.

El laberinto que aparece en 1974, y del que empezamos hablándole a ustedes al comenzar el programa, es este al que hemos aludido repetidamente, que es un libro bellísimo, un libro que me parece uno de los más logrados, y que supone un esfuerzo enorme de sabiduría y de documentación, reconstrucción de una época.

Está escrito así, medio en broma, por suerte, porque si no sería muy pesado.

El viaje de los siete demonios es el libro aparecido en 1974, donde, Mujica Lainez, que es un escritor de cambios desconcertantes, que es un hombre que es incapaz de estar siempre en una misma línea, que supera todo riesgo de monotonía, nos ofrece un derroche de imaginación, de gracia, de sabiduría, y es la historia de una misión especial de los siete pecados capitales.

Son siete demonios, que holgazanean en el infierno, a quienes el Diablo confiere la misión de ir a la tierra a tentar. Cada uno de ellos es el especialista de uno de los pecados capitales, entonces les da un reloj y un mapa, si no me equivoco, entonces ellos salen volando, volando y volando, y de repente suena el reloj, y el reloj en vez de marcar una hora, marca un año en el tiempo, y el mapa indica un lugar y… eso sí que no me acuerdo, cómo era el truco…También se indica cual de los pecados capitales va a tener que funcionar en ese lugar y en ese año. Bueno, por ejemplo, me acuerdo que todos son muy contradictorios, por ejemplo la envidia tiene que tentar a la última emperatriz de la China, que era una mujer que tenía todo, que no podía envidiar a nadie, y ella envidia. La soberbia tiene que tentar a la viuda de Gilles de Rais, que era aquel hombre terrible que asesinaba chicos después de violarlos y yo qué sé, en la época de Juana de Arco, y que lo habían ajusticiado, y la viuda de ese hombre es la mujer más humillada del mundo, y hay que tentarla con la soberbia, y así sucesivamente. Y lo van logrando todos.

Esos siete diablos o demonios son Lucifer, o la soberbia; Mammón, o la avaricia; Leviatán, o la envidia; Belcebú, o la gula; Satanás, o la ira; Asmoeo, o la lujuria y Belfegor, o la pereza.

Sí.

Los pecados capitales siguen siendo los pecados capitales. O el hombre de hoy tiene otros pecados capitales, que son probablemente peores que esos.

Bueno, supongo que los habrá, pero yo no me meto con la teología.

El último de los libros, que es un libro que hemos tenido la suerte de que nos llegue en propia mano, ha sido tan gentil de traérnoslo Manuel Mujica Lainez, es Sergio, primer edición, noviembre del 76, segunda edición, febrero del 77 y tercera edición también febrero del 77.

Y se está haciendo ahora la cuarta, yo sé que una de las ediciones, de 10.000 ejemplares, se vendió en un día.

Es una novela extraordinariamente bella, que no se parece en nada a todas las anteriores, que está entre la realidad y la fantasía, es una novela que nos narra un poco los infortunios de la virtud y de la belleza, como está escrito ahí en la solapa.

Sí, de la belleza, sobre todo. Y ahora hay el que va a salir, el que me va a obligar a volver a la Argentina en septiembre, porque yo ahora este viaje lo prolongo. Me quedaré junio en España, julio en Francia y agosto en Italia, pero en septiembre tengo que volver a la Argentina porque aparece el próximo libro, que se titula Los cisnes.

¿Qué le parece España? ¿Qué le parecen las letras españolas?

A mí España me hace muy, muy feliz, yo supongo que son mis sangres españolas, las que me hacen sentir aquí en mi casa. Las letras españolas… yo soy un viejo lector, yo creo que me he quedado en Valle Inclán, pero me gustan sí, me interesan… y me gustó mucho Lorca, pese a mi amigo, y lo conocí, por supuesto.

Y de los demás escritores argentinos, hemos hablado antes de Borges, habría que citar a Cortázar, del que hemos hablado un poco, Manucho dijo…

Los cuentos, muchísimo.

Victoria Ocampo.

De Victoria Ocampo yo soy un gran amigo, personal, y creo que es una mujer que da… una testigo importantísima de nuestro tiempo, esos testimonios de ella van a quedar como unas memorias fundamentales para explicar el tiempo actual.

¿Y Silvina?

Su hermana Silvina es una poetisa originalísima, al mismo tiempo que una autora de cuentos verdaderamente notables.

Y el marido de Silvina, Adolfo Bioy Casares.

Adolfo Bioy Casares escribe muy bien, pero no tiene la imaginación de Silvina, escribe muy bien, escribe con mucha seriedad.

¿Ernesto Sábato?

Ernesto Sábato es una excelente persona, es un amigo de muchos años, es un hombre cuyo Túnel (El túnel) me pareció que estaba muy bien, sí.

¿Sara Gallardo?, a la que está dedicado Sergio.

Sergio se lo he dedicado a Sara Gallardo como un homenaje a una mujer que es una escritora verdaderamente notable, tiene poco más de cuarenta años, y de quien pronto va a aparecer, yo creo que es en octubre, un libro de cuentos, notabilísimos, por su fantasía, que se llama El país del humo.

De los famosos escritores puestos un poco en órbita por el Boom latinoamericano, hay alguna predilección en Manucho, entre Vargas Llosa, García Márquez, Carpentier, Fuentes, etc.

Sí, sí, hay una predilección, el peor de todos me parece Vargas Llosa, esa es la predilección. Y bueno, por supuesto, Rulfo me parece admirable, y es uno de los que se menciona menos. Y Carpentier me gusta muchísimo, quizá porque me hace acordar a mí.

Es verdad.

Sí, me hace acordar a mí.

¿Octavio Paz?

Lo he leído poco, creo que es un poeta importante.

De las gentes que ha conocido Manucho, hay naturalmente nombres incontables, quizá…

Son infinitos.

Infinitos… habría alguno que se podría destacar por alguna razón personal, de momento, de circunstancia, de influencia…

Hubo un hombre, un judío, un escritor argentino, que era Alberto Gerchunoff, que, curiosamente, cuando tuvimos ese diálogo con Borges, hace poco, los dos lo mencionamos, como un hombre que nos había impresionado a ambos mucho, en el curso de nuestras vidas. Era un periodista que estaba en el diario La Nación y que publicó una serie de libros… uno de ellos ahora ha inspirado un film que es Los gauchos judíos… ese hombre ha sido el conversador más notable que yo he conocido, el hombre de la réplica más inmediata e insólita, incluyendo al propio Borges que conversaba tan bien, cuando no tartamudea, pero ese, en verdad, ese sí, que fue una marca en nosotros.

Se dice que Manucho es un hombre abierto enteramente a la juventud, y sobre todo a la gente que tiene inquietudes iterarías y tienen talento, a los cuales, no sólo abre sus puertas, sino su consejo y protección. ¿Es verdad?

Sí, sí, sí, bueno, trato de hacerlo. La cuestión es que sigan los consejos, eso ya…

¿Escribes fácil?

Escribo muy fácil.

¿Deprisa?

Escribo rápido.

¿A máquina, a mano?

Escribo a mano, escribo a mano de mañana, tres, cuatro páginas, y de tarde las copio yo a máquina, y es entonces cuando corrijo, porque veo la página, y eso se coloca la una arriba de la otra y eso es lo que va a ir al editor. Tengo la suerte de no corregir, apenas, releo después todo eso y retoco, por supuesto, pero yo nunca he tenido que rehacer un capítulo ni nada que se le parezca.

Todo eso de que eres un aristócrata desdeñoso y esnob…

Es una cosa que como leyenda me ha ayudado mucho, sí, porque ha puesto cierta distancia.

¿Qué es lo que hace feliz a Manuel Mujica Lainez?

Una conversación como esta.

Muchísimas gracias (y con un apretón de manos termina la entrevista).

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