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Todo el mundo lo sabe: hay una sombra tras esto que somos, otra cosa se esconde en el fondo de esto que vemos. O dicho en el lenguaje de los cuentos: en el cisne está atrapada la princesa, cuya liberación de esta falsa apariencia o hechizo funesto dependerá de la magia o contramagia que lo anule: el amor de un amante verdadero. Pero precisamente aquí yace el peligro, la amenaza, pues la fuerza irresistible que provoca el enamoramiento del príncipe Sigfrido (promesa de amor incluida) es a la vez aquello que le engaña, le pierde y le seduce: el amor enceguecido que el príncipe siente por Odette le impide reconocer el engaño tramado por el hechicero von Rothbart, quien mediante sus perniciosas artes consigue el efecto deseado: Sigfried entrega su amor (el ramo de rosas) a Odile (el cisne negro, engañoso, demónico, seductor) en vez de a Odette (el cisne blanco, puro y verdadero), rompiendo así su antigua promesa.

Hasta aquí la escenografía y la danza contribuyen a forjar la ilusión de la historia. En el batir de las negras alas de von Rothbart en torno a las muchachas-cisne comparece el estado de cautiverio de las últimas; en el plegarse hacia el suelo el cuerpo de Odette su profunda tristeza y desamparo al saberse traicionada.  Y es que Timur Fayziev, director del El lago de los cisnes, cuya representación vimos ayer noche en el Auditorio Municipal de Puertollano, se propuso «plasmar sobre los gestos del baile el método estudiado, el método de interpretación Stanislavsky». De ahí esa búsqueda de la identificación mágica del espectador con los sentimientos de los personajes: la fascinación que Sigfrido experimenta ante la visión de la belleza del cisne-princesa; su desesperación al darse cuenta del plan engañoso del que ha sido objeto; la aflicción de Odette, bailando en solitario junto al lago; la felicidad final.

Porque sí: de entre los diversos finales que el cuento de la chica cisne ha conocido el Ballet de Moscú ha optado por el final sin muerte, el final feliz, para disgusto nuestro, pues pensamos que la liberación mediante la muerte de los amantes es consubstancial al espíritu romántico del libreto original.

Que los expertos juzguen el logro técnico y el talento artístico de la representación que hemos presenciado. Nosotros nos rendimos absolutamente ante aquellos que cuyas piernas no caminan, sino que saltan y flotan en el aire; cuyos brazos no duermen ni reposan, sino que suben y bajan y vibran y se ondulan, admirando y respetando el trabajo, el esfuerzo, la disciplina y la dedicación.

Para más información sobre la compañía y su gira de invierno consúltese:

http://www.sistemaproducciones.com/esp/index.php

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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