Correo Mayor de España y Nápoles, fue hombre influyente en la corte de Felipe IV y la leyenda le adjudicó amores con la reina Doña Isabel de Borbón. La vida del Conde de Villamediana y su arrolladora personalidad y habilidades, le hacen un personaje fascinante, un héroe romántico al estilo de Cyrano de Bergerac. Si en España hubiera una industria cinematográfica fuerte, seguro que la peripecia de este personaje ya se hubiera llevado a la gran pantalla, porque lo tiene todo: Intrigas, asesinatos, duelos, sexo, amor, sátira, política, conspiraciones palaciegas, espionaje… Claro que los dramaturgos y literatos, como no podía ser de otra forma, no han pasado por alto la novelesca vida del conde. Tirso de Molina se inspiró en nuestro personaje para El Burlador de Sevilla; lo propio hizo José Zorrilla para el Don Juan Tenorio. El Duque de Rivas dedicó algunos de sus romances históricos a nuestro héroe, y el dramaturgo Patricio de la Escosura, en También los muertos se vengan (1838), dramatiza sobre los amores y el posterior asesinato de Tassis. Obra estrenada en plenas Guerras Carlistas, con un mensaje antimonárquico y liberal, por cierto.

También tenemos novelas, El cetro y el puñal (1851-52), de Ceferino Suárez; El Correo Mayor (1945), leyenda escrita por Concha de Salamanca, seudónimo de Concha Zardoya; Villamediana (1984), novela corta de Carolina-Dafne Alonso Cortés; La última versión novelesca sobre el Conde de Villamediana (1986), de Mª Carmen Rincón; Decidnos: ¿Quién mató al conde? (1987), del maestro Néstor Luján; Capa y espada (2001), del no menos maestro Fernando Fernán-Gómez; El pintor de Flandes (2006), de Rosa Ribas. En fin, dejando al margen la ficción, nos vamos a adentrar en la historia del trágico final de un donjuán, de un provocador público, cuyo asesinato aún sin resolver, es uno de los grandes enigmas del Siglo de Oro.

El Conde de Villamediana, criado en la corte

Juan de Tassis y Peralta, Conde de Villamediana, nació en Lisboa en el año de 1582. Su madre, María de Peralta Muñatones, y su padre, Juan de Tassis y Acuña, acompañaron a Felipe II en la toma de posesión del nuevo Estado Lusitano el 29 de junio de 1581, tras la campaña del Duque de Alba que doblegó la resistencia portuguesa, que se oponía a los derechos sucesorios que reclamaba Felipe II como nieto del rey de Portugal Manuel I. El padre de nuestro personaje, acompañó al monarca en su condición de Correo Mayor. (1) Fue en esa breve estancia de la corte en Lisboa, donde María de Peralta dio a luz, volviendo a Madrid con el pequeño en 1583. Aunque naciera casualmente en Lisboa, no cabe duda de la nacionalidad española de Villamediana, no sólo por el poco tiempo que pasó en tierras lusas, sino que, ex jure, vio la luz en dominios españoles.

El padre, Tassis y Acuña, nació en Valladolid, pero provenía de una ilustre familia de la ciudad italiana de Bérgamo, en la región lombarda. Durante los tiempos del Arzobispo San Ambrosio de Milán, a dicha familia, le fue encomendada la defensa de una torre que luego les proporcionaría el señorío de la misma. Los Tassis se dispersaron por Italia, Alemania y Flandes, ostentando siempre cargos como gentilhombres. Juan de Tassis y Acuña fue Caballero de la Orden de Santiago y embajador en París y Londres, fue Felipe III el que le nombró conde en 1603 y le confirmó como Correo Mayor.

Fue educado Juan de Tassis en humanidades por Bartolomé Jiménez Patón, y en literatura, por el licenciado Luis Tribaldo de Toledo. Sabemos que el poeta estudió en la Universidad de Alcalá de Henares donde destacó en literatura, filosofía y matemáticas, así como en esgrima e hípica. Pero no llegó a terminar ninguna carrera, volviendo pronto al seno familiar. A la muerte de Felipe II en 1598 en El Escorial, le sucedió su hijo Felipe III, y Juan de Tassis, le acompañó en 1599 en su viaje a Valencia para contraer matrimonio con su prima Margarita de Austria. El padre del poeta estaba de embajador en París y delegó en su hijo para representar a su casa. A pesar de su juventud, diecisiete años, Villamediana se distinguió en sus servicios y fue nombrado gentilhombre de boca. (2) Pronto daría muestras de sus excentricidades y de su carácter apasionado, tanto en amores, como en riñas y duelos.

Camuflando con razones políticas y económicas, el valido del Rey, Francisco de Sandoval y Rojas, Duque de Lerma, convenció al monarca para trasladar la corte a Valladolid en 1601, corte que permaneció en esta ciudad cinco años. Lo que pretendía en realidad el Duque de Lerma era alejar al soberano de ciertas influencias que dificultaban el monopolio de favores y prebendas que, como buen valido, el de Lerma ejercitaba. De paso, con el traslado, dejaba en Madrid la creciente oleada crítica contra su privanza. Por su parte, el Conde de Villamediana fue con la corte a Valladolid y, en esta ciudad, se propuso dar más lustre a su casa mediante un matrimonio de conveniencia. Como fue rechazado por algunas damas de la corte porque su fama de pendenciero y mujeriego le precedía, contrajo esponsales con doña Ana de Mendoza y de la Cerda. (3) Era la segunda hija de Enrique de Mendoza Aragón, quinto nieto del Marqués de Santillana, y de Ana de la Cerda y Latyloye, Marquesa de Cañete y de Atela, y sobrina del Duque de Medinaceli. La dama no llevó dote al matrimonio, que le correspondía a su hermana mayor, por su parte, el padre del poeta, don Juan, aportó 24.000 ducados al matrimonio que se celebró en el otoño de 1601. Doña Ana debió acostumbrarse a los continuos abandonos, obligados o no, de su marido. Lo cierto es que esta mujer fue ninguneada por su esposo y, después de la ceremonia nupcial, desapareció de la biografía del Conde de Villamediana. Pese a tener varios hijos con él, que se malograron a corta edad, nada nos dice la historia de esta mujer en la sombra.

 

Pero las ansias por poseer un título por parte de Juan de Tassis, pronto se vieron colmadas con un triste hecho; en el 1607, moría su padre, heredando el cargo de Correo Mayor y el título de conde. Ahora sí, que podemos llamar a nuestro protagonista, el segundo Conde de Villamediana.

Juan de Tassis, jugador de cartas y hábil espadachín

Con Felipe III, llamado El Piadoso, dio comienzo la época de los valimientos y la decadencia del dominio en Europa. Ligero de inteligencia y moldeable en las manos de sus validos -el codicioso y corrupto Duque de Lerma y el hijo de éste, Cristóbal Gómez de Sandoval y Rojas, Duque de Uceda que le sucedió tras la su caída- se rodeó el monarca de una corte empeñada en resarcirse de la austeridad que les había precedido con Felipe II. El tercero de los felipes, y como su sobrenombre indicaba, era muy piadoso y sus actividades más preciadas se repartían entre los goces de la mesa, las partidas de caza y las timbas de naipes.

En una corte de tahúres, el Conde de Villamediana, no fue menos y se convirtió en un experto jugador de cartas y hábil espadachín. Según algunos autores, el Pierres Papin que se nombra en el Quijote, sería un trasunto del conde, pero la cuestión no está nada clara, lo que sí se puede afirmar, es que Miguel de Cervantes tenía simpatías por el conde al que le dedicó estos versos, del que reproduzco sólo unas estrofas:

Darte del caso relación bastante

Será Don Juan de Tassis de mi cuento

Principio, porque sea memorable,

Y lleguen mis palabras a mi intento.

Este varón, en liberal notable,

Que una mediana villa le hace Conde

Siendo Rey en sus obras admirables…

Los problemas con el juego del conde, con grandes pérdidas y ganancias, como los 30.000 ducados que ganó el Conde de Villamediana, hicieron que fuera desterrado a Valladolid el 19 de enero de 1608 por un tiempo. La medida tenía claros tintes ejemplarizantes, pero claro… ¿Qué ejemplo podían dar si la reina, el rey y su ministro, eran consumados jugadores de cartas? No sería el único destierro que sufriría el conde, sus sátiras también le obligaron a abandonar la corte. Viajó el Conde de Villamediana a Italia siendo el Virrey y Capitán General de Nápoles, Pedro Fernández de Castro, VII Conde de Lemos, puesto que ocupó entre los años de 1610 y 1616. Gran mecenas de los artistas, se rodeó de ellos en su destino napolitano. Nuestro conde, entre juergas, lecturas de poemas y puesta en escena de obras teatrales, adquirió fama de poeta. La llamada “Academia de los Ociosos” reunía lo más granado de la intelectualidad española en Nápoles; Villamediana y Francisco de Quevedo, frecuentaron las reuniones de la academia, aunque el sabio de las antiparras, siempre estaba de viaje, cumpliendo misiones de su amigo y protector, Pedro Téllez-Girón y Velasco, III Duque de Osuna, que ejerció el virreinato napolitano entre 1616 y 1620.

Seis años pasó en Italia el conde. A su vuelta a Madrid en 1617, se encontró con un país desmoralizado y con una política sumida en la más grande corrupción. Sus escritos y libelos no dejaban títere con cabeza y corrían de mano en mano. El principal blanco de sus sátiras fue el Duque de Lerma, cuyo nepotismo, venta de destinos y títulos nobiliarios, vino a engrosar su ya incalculable fortuna en dinero y propiedades, que la expulsión de los moriscos en 1609 y el oro de América, le habían proporcionado. Tan grande y descarado fue el robo que el rey terminó por desterrar a su valido a Valladolid en 1618. Para escapar de la pena capital que le fue aplicada a su hombre de confianza, Lerma ya había solicitado con anterioridad el capelo cardenalicio al Papa Pablo V, que le fue concedido. En aquella ocasión, el Conde de Villamediana escribió:

El mayor ladrón del mundo,

Por no morir ahorcado,

Se vistió de colorado.

A aquél que todo robaba

Con las armas del favor,

Le han entendido la flor;

Y aquél que atemorizaba,

Temblando está de temor…

También, en estas décimas dirigidas al rey, carga contra Lerma:

Las Indias le están rindiendo

El oro y plata a montones,

Y España con sus millones,

Aunque la van destruyendo;

Cada día están vendiendo

Cien mil oficios, señor;

Usan muy grande rigor

En destruir vuestra tierra;

Gastóse aquesto en la guerra…

O Lerma, diré mejor.

Cien mil moriscos salieron

Y cien mil casas dejaron;

Las haciendas que se hallaron

¿En qué se distribuyeron?

¡Esto es hecho!

Felipe III murió en 1621 y le sucedió su hijo Felipe IV que contaba con dieciséis años y ya estaba casado con la bella Isabel de Borbón, hija del rey Enrique IV de Francia y María de Medici. Más preparado intelectualmente que su padre, su nula experiencia en asuntos de estado le obligó a iniciar un aprendizaje dirigido por su mentor, Gaspar de Guzmán y Pimentel, el Conde de Olivares y que llegaría a ser Duque de Sanlúcar, lo que le hizo pasar a la historia con el nombre de un título inexistente, el de Conde-Duque. Más capacitado para gobernar que su antecesor el Duque de Lerma, Olivares tomaría las riendas del gobierno. Aunque como pasara con su padre, Felipe IV acabaría siendo una marioneta en manos de su ministro. Lo cierto es que sus enfrentamientos con Olivares fueron constantes pero, su débil voluntad e inexperiencia, le hicieron ceder y dedicarse a sus correrías galantes –tuvo veintitrés hijos bastardos- y a la cultura, que floreció bajo su reinado.

Con el nuevo gobierno volvieron los desterrados, y entre ellos el Conde de Villamediana. Fue restituido como Correo Mayor y pasó a ser gentilhombre de la reina. El Conde de Villamediana saludó al nuevo gobierno como un regenerador de la monarquía, y fue un hombre influyente en la corte y amigo personal del rey, con el que compartía su afición por la poesía y el teatro. Pero los amigos del conde, hicieron apuestas por ver cuánto tiempo se mantendría callado y no haría gala de su insolencia. Sus sátiras contra los ministros caídos, continuaron. Querido y odiado con la misma pasión, el maese Tassis, siguió con sus bravuconadas y desplantes. Algunas veces, sobre todo en el campo de sus controversias libertinas y literarias, los dardos de su pluma se dirigieron contra gente inocente, lo que le valió fama de bocazas entre algunos de sus contemporáneos y, no pocas sátiras, fueron escritas contra él.

En 1622, Madrid vivió una primavera y verano lleno de acontecimientos. A mediados de junio, los altares portátiles, procesiones y las fiestas de máscaras, irrumpieron en la Villa y Corte para celebrar diversas canonizaciones promulgadas por el Papa Gregorio XV, entre ellas la de su patrono, San Isidro o las de Santa Teresa de Jesús y San Ignacio de Loyola. Lope de Vega estrenó obra en la Plaza Mayor, la misma plaza en la que un año antes, el 21 de octubre, fue degollado ante una multitud, Rodrigo Calderón, Marqués de Siete-Iglesias, ministro y mano derecha del Duque de Lerma. Calderón fue acusado de malversación de fondos públicos, de hacer brujería contra la reina Margarita de Austria, que murió durante un parto en 1611, y de ordenar el asesinato de Francisco de Juara. (4) Curiosamente, Villamediana, que había satirizado a Calderón, en el trance de su ejecución, le dedicó un piadoso epitafio.

En julio, las justas poéticas competían con los festivales taurinos en la Plaza Mayor y los Autos de Fe, las ejecuciones públicas dictadas por la Inquisición, que eran verdaderos actos sociales que concentraban a millares de personas. Las 400 tabernas censadas en Madrid por aquella época, estaban a rebosar. El 21 de agosto de ese año de 1622, Juan de Tassis se topó con la muerte. Sus últimas palabras fueron un enigmático: “¡Esto es hecho!”

Publicado por primera vez en El semanario Pintoresco, en septiembre de 1854, este es el certificado de defunción oficial del vate:

“Yo, Manuel de Pernia, escribano del Rey, nuestro señor, de los que residen en su corte, certifico y doy fe que hoy, día de la fecha desta, a la hora de las nueve de la noche, poco más o menos, fui en casa de Don Juan de Tassis, Conde de Villamediana, Correo Mayor de estos reinos, al cual doy fe que conozco, y le vi tendido en una cama, muerto naturalmente, que dijeron haberle muerto de una estocada en la calle Mayor, cerca de la callejuela de San Ginés. Y para que de ello conste, de petición de la parte del Conde de Oñate, di éste en Madrid, a 21 de agosto de 1622. Y en fe dello lo signé en testimonio de verdad – Manuel de Pernia”.

El conde fue enterrado en el panteón familiar, que se encontraba y se encuentra, en la Capilla Mayor del convento de San Agustín de Valladolid. Años más tarde fue exhumado el cadáver y, ante la sorpresa de los presentes, el cuerpo estaba incorrupto sin haber sido embalsamado. Se explicó el suceso atribuyéndolo a la gran cantidad de sangre que se derramó por la terrible herida. Este es otro de los misterios de este caso. Para investigar los hechos, voy a recurrir a las crónicas de la época. Desgraciadamente, las que nos han llegado, son de amigos y enemigos del conde con la imparcialidad que ello conlleva. Muchas de ellas son anónimas e incluso contradictorias. Estos manuscritos se conservan en la Biblioteca Nacional (en lo sucesivo, BN). Con la técnica de investigación policial: hechos, arma del asesinato, móvil y posibles sospechosos, nos acercaremos al caso.

La noche de autos

El 23 de agosto, dos días después del asesinato, escribió Luis de Góngora a Cristóbal de Heredia una carta en que relataba los hechos. Góngora fue amigo de Villamediana y, seguramente, uno de los muchos literatos a los que el conde ayudaba económicamente:

“Sucedió el domingo pasado, a primera noche, 21 de éste, viniendo de Palacio en su coche con el Sr. Don Luis de Haro, hijo mayor del Marqués del Carpio; y en la calle Mayor salió de los portales que están a la acera de San Ginés, un hombre que se arrimó al lado izquierdo, que llevaba el conde, y con arma terrible de cuchilla, según la herida, le pasó del costado izquierdo al molledo del brazo derecho, dejándole tal batería que aún en un toro diera horror”.

El piadoso Góngora sigue su relato explicando como un cura da la extremaunción al moribundo, extremo que ningún otro cronista recoge y parece poco probable. Luego se hace eco de un sentir popular y muestra su desconfianza en la acción de la justicia:

“Hablase con recato en la causa; y la Justicia va procediendo con exterioridades, mas tenga Dios en el Cielo al desdichado, que dudo procedan a más averiguación”.

En Grandes anales de quince días, Francisco de Quevedo nos describe el crimen. Quevedo, que en un principio fue amigo de Tassis, luego se volvió su mayor crítico, dicen que por dedicar, el de Villamediana, sátiras contra el duque de Osuna, protector del “príncipe del ingenio”. Pero lo que hizo caer en la desgracia quevediana a nuestro poeta, fue frecuentar la amistad de la bestia negra del maese, Góngora, o el “Gongorilla”, del famoso soneto. Por ello la inquina, el odio o las ganas de agradar al Conde-Duque –como afirma Rosales (5) -, son evidentes en estas letras:

“…viniendo al anochecer con Don Luis de Haro, hermano (en realidad era el hijo) del Marqués del Carpio, a la mano izquierda, en la testera, descubierto al estribo del coche, antes de llegar a su casa en la calle Mayor, salió un hombre del portal de los Pellejeros, mandó parar el coche, llegase al conde y reconocido, le dio tal herida que le partió el corazón. El conde animosamente, asistiendo antes a la venganza que a la piedad, y diciendo: “Esto es hecho”, empezando a sacar la espada y quitando el estribo, se arrojó en la calle, donde expiró luego entre la fiereza de este ademán y las pocas palabras referidas”.

Quevedo califica un acto natural de defensa propia, como venganza y, queriendo demostrar la irreligiosidad del conde, le culpa a él y no a su asesino, de haber muerto sin confesión. Pero esta maledicencia es más clara, incluso brutal, en otros párrafos de la crónica, donde se evidencia que Quevedo hubiera preferido una ejecución pública del Conde de Villamediana:

“…tuvo su fin más aplauso que misericordia. ¡Tanto valieron los distraimientos de su pluma, las malicias de su lengua, pues vivió de manera que los que aguardaban su fin (si más acompañado, menos honroso) tuvieron por bien intencionado el cuchillo!”

“…La justicia hizo diligencias para averiguar lo que hizo otro a falta suya; y sólo así se halló por culpada de haber dado lugar a que fuese exceso, lo que pudo ser sentencia”.

A los nueve años del suceso nos encontramos con el relato del historiador, relato que, hasta la fecha, es considerado como la versión oficial del hecho. Se recoge en la primara parte de la Historia de D. Felipe el IV, que fue publicada en Lisboa en 1631 por el cronista real Gonzalo de Céspedes y Meneses:

“…sucedió el mismo mes de agosto, mas mucho antes estaba prevenido. Don Juan de Tassis, caballero de ingenio y partes muy lucidas (…) A 21 entró en Palacio, más rodeado de criados de lo que nunca acostumbraba, y estuvo en él un corto término (…) al cual con ruegos y porfías, metió en su coche y le pidió que se viniese a pasear (se refiere Meneses a Luis de Haro)… yendo el conde al otro estribo recostado, le embistió un hombre y le tiró un sólo golpe, mas tan grande que arrebatándole la manga y carne del brazo hasta los huesos, penetró el pecho y corazón y fue a salir a las espaldas”.

El relato de Meneses continúa con los intentos de Luis de Haro, que iba desarmado, por detener al asesino y el ademán del conde, herido de muerte, por sacar su espada. Pero por el relato del historiador también nos enteramos que el sicario, si es que fue tal, contó con la ayuda de dos cómplices -en otras crónicas se habla de siete- para asegurar su huida. Táctica clara de un planificado atentado.

El arma del crimen

Grande fue la herida que impresionó a los testigos y cronistas:“Corrió al arroyo toda su sangre (…) donde concurrió toda la corte a ver la herida, que cuando a pocos dio compasión, a muchos fue espantosa; la conjetura atribuía a instrumento, no a brazo”.

Nos cuenta Quevedo en la obra citada. En la narración del historiador Meneses se explica con gran crudeza y detalle el destrozo que el arma, impulsada por un poderoso brazo, causó:

“…y en tanto el conde revolviéndose, vomitó el alma por la herida, de cuyas bocas –por disformes- juzgaron muchos haber sido hecha con arma artificiosa, para desplazar cualquier defensa”.

Por su parte, Góngora, nos habla de “arma terrible de cuchilla” cuya herida “en un toro diera horror”. En una carta que escribieron a un caballero de Sevilla, de la cual no se conservan nombres, recogida por Cotarelo y Mori (6), y hablando de la herida, se dice: “Un brazo cuentan que podía caber por la herida”.

Como vemos, el arma utilizada en el crimen causó un gran debate en su época, lo que prueba que no fueron comunes las heridas inferidas. Las hechas por dagas al uso, estiletes, espadas roperas o la saeta de una ballesta, no hubieran creado este desconcierto. Por lo que, posiblemente, nos encontremos con un arma especial usada por un sicario experto, lo que descartaría el asalto improvisado y ofuscado de un ofendido enemigo del conde. En un manuscrito de Miguel de Soria titulado Libro de cosas memorables que han sucedido desde 1599 hasta 1622, que se conserva en la BN, se recoge un escrito anónimo en el que podemos leer:

“…y dicen que le mataron con un arma como ballesta al uso de Valencia -quizás sea Venecia- y que callase se mandó”.

Que el ataque fuera hecho con ballesta, es un dato que aparece en otros manuscritos como el citado. Pero en mi opinión, y atendiendo a las crónicas que nos describen el crimen, una ballesta no es un arma para el cuerpo a cuerpo, salvo la ballesta-pistola que ya existí en el siglo XVII. Claro está que, si se hubiera utilizado esta arma, la saeta quedaría en el cuerpo, o el proyectil, si se hubiera utilizado una ballesta de bodoques. (7) En todo caso, no se entendería la polémica sobre el arma que hubo en su momento. Mas que ballesta, aventuramos nosotros, pudo ser una ballestilla o fleme, que era un instrumento que utilizaban los veterinarios para desangrar los caballos. O un estoque de sección triangular y larga hoja, cuya afilada punta, era capaz de atravesar las cotas de malla que solían llevar los caballeros como defensa, y que Villamediana llevaba.

Luis de Góngora dedicó una octava al asunto del arma, lo que nos da medida de la polémica. De forma burlesca, cita las malas artes, según él, del doctor Collado, amigo del conde:

Mataron al señor Villamediana,

Dúdase con cuál arma fuese muerto:

Quién dice que fue media partesana;

Quién alfanje, de puro corvo tuerto;

Quién el golpe atribuye a Durindana,

Y en lo horrible tuviéralo por cierto,

A no haber un alcalde averiguado

Que le dieron con un doctor Collado.

El móvil del asesinato del Conde de Villamediana

Algunos vieron una actitud casi suicida en los últimos comportamientos del conde, y era evidente que una gran preocupación le atenazaba, como dejan constancia estas estrofas:

Callar quiero, y sufrir; pues la osadía

De haber puesto tan alto el pensamiento

Basta por galardón del sufrimiento

Sin descubrir la loca fantasía.

Sus versos aluden a un amor imposible y al riesgo de poner sus pensamientos en altas cotas. Esto concuerda con la versión de que la desgracia le llegó por poner sus ojos en la reina Isabel y desafiar al poderoso Conde-Duque. Olivares era partidario de la vuelta de los judíos y estaba contra la limpieza de sangre, lo que le hizo ser blanco de muchos ataques. Esto sumado a la venta de títulos de órdenes militares, y sus regalos de cargos para aumentar su ejército de agradecidos, le puso en el punto de mira de los poetas satíricos, y entre ellos, brillaba con luz propia nuestro personaje.

Meneses, en su crónica, nos cuenta que estaba prevenido Villamediana de un peligro que le amenazaba, incluso nos dice que acudió a Palacio con más criados que de costumbre y con cota de malla. Si el complot se conocía, y algo de ello también comenta Quevedo, no pudo ser de gente civil, ya que las autoridades hubieran actuado para salvaguardar a un hombre de la corte que, por lo menos hasta unos meses antes de su muerte, contaba con la amistad del rey.

Muestra de esta amistad son los siguientes sucesos, que también dan claves sobre la posible caída en desgracia del conde. Acabado el luto por el Rey Piadoso, Felipe IV le encargó a Villamediana la composición de una obra para ponerla en escena en las fiestas de Aranjuez. La obra fue La gloria de Niquea. Durante la representación, el 15 de mayo de 1622, en la que participó la propia reina y sus damas como actrices, una antorcha cayó en una parte del decorado produciéndose un incendio. Pronto las habladurías culparon al conde y a uno de sus lacayos de provocar el incendio y, con tal pretexto, salvar a la reina y asirla de este modo entre sus brazos. (8) Fuera o no real la anécdota, lo cierto es que fue una historia muy popular, y no sólo en España, muestra de ello es que La Fontaine la recoge en una de sus fábulas.

Volviendo al texto de Meneses, leemos como apunta unas posibles causas del crimen, aunque nos advierte que fueron varias las versiones:

“Aqueste fue su infausto fin, mas de sus causas, aunque siempre se discurrió con variedad, nunca se supo cierto autor. Unos han dicho se produjo de tiernos yerros amorosos que le trujeron recatado para toda la resta de su vida, porque él sin duda era de aquellos que comprenden en sus ánimos cuanto les brinda la fortuna y otros de partos de su ingenio que abrieron puerta a su ruina”.

Los “tiernos yerros amorosos”, parece hacer referencia a amores juveniles, pero no parece probable que este fuera el motivo, y la referencia a su afilada pluma, aunque concitadora de múltiples odios, lo normal es que los ofendidos redimieran sus venganzas de forma pública, en duelos, para así lavar su nombre. Pero ahora veremos la hipótesis más extendida sobre la causa del atentado.

¿Fue éste el verdadero móvil?

En las fiestas de celebración de la canonización del patrón de Madrid, San Isidro, el conde participó en un torneo de cañas, ya que era un hábil y reconocido rejoneador. Cuentan que ante la pericia del Conde de Villamediana, la reina dijo: “¡Qué bien pica el conde!” – a lo que el rey contestó- “Pica bien, pero pica alto”. En estas fiestas de caballos, los jinetes solían llevar cosidas en su ropa cintas con el nombre de sus amadas. En una de esas fiestas, se presentó el conde con una divisa bordada en su pecho. La palabra estaba hecha con reales de plata que acababan de ponerse en circulación. La divisa decía: “Son mis amores”, y no, no se refería el vate a su amor por el dinero, que muestras dio de desprendimiento del mismo. La asociación de ideas era clara y… ¡Vive Dios!… que osada: “Son mis amores reales”. Dicen que el Conde-Duque de Olivares apercibió al rey para que vengara la ofensa.

En los poemas del Conde de Villamediana aparece una misteriosa Francelisa y Francelinda. Hay quién ve en estos nombres un juego de palabras que haría referencia a la reina. Recordemos que Isabel de Borbón era francesa, y “lisa”, es un diminutivo de Elisabeth. Además incluye la palabra “lis”, que es la flor heráldica de los Borbones. Otros autores, por las referencias al Tajo y a unas hermanas y primas que aparecen en las composiciones, creen que hace referencia a una dama de la reina, la condesa portuguesa Francisca de Tabora, que fue amante del rey. ¿Fue éste el amor que disputaba el conde al soberano? Para algunos, en este caso, el del Conde de Villamediana no actuaba como amante, sino como celestino del rey, aunque mucho nos tememos que el rey no necesitaba de alcahuetes para sus múltiples aventuras galantes.

Fueran o no verdad los amores del Conde de Villamediana con la reina o con la entretenida del rey, la cuestión es que estos supuestos amores estaban en boca de todos. Ángel de Saavedra, el Duque de Rivas, en uno de sus romances escribe:

Gran favor se le supone,

Aunque secreto, en palacio,

Pues susurran malas lenguas…

Pero mejor es dejarlo.

De todos y todas dicen,

Y es poner puertas al campo

Querer de los maliciosos

Sellar los ojos y labios.

Eso sí, los más aduladores cortesanos se apresuraban a sentenciar que, de existir, era un amor platónico y no correspondido por tan regia dama.

Otro de los móviles que se barajaron, tiene que ver con una noticia. Una gacetilla publicada en Noticias de Madrid, daba cuenta de la muerte en la hoguera de unos mozos en diciembre de 1622, muerto el conde:

“A cinco (de diciembre) quemaron por sodomía a cinco mozos. El primero fue Mendocilla, un bufón. El segundo, un mozo de cámara del Conde de Villamediana. El tercero, un esclavillo mulato. El cuarto, otro criado de Villamediana. El último fue don Gaspar de Terrazas, paje del Duque de Alba. Fue una justicia que hizo mucho ruido en Madrid”.

Esta fue otra de las razones que se adujeron para el final trágico del poeta, lo que en la época se llamaba el pecado nefando. Incluso lo deja caer Quevedo cuando en sus escritos dice que Juan de Tassis murió por “haber pecado con todo su cuerpo”. Lo cierto es que, el proceso que inició la Inquisición por estos hechos y en los que sí estaba encausado el conde, fue en el mismo momento de su muerte y continuó después de ella. Se dijo que el rey mandó silenciar el nombre de Tassis para no dañar su memoria. ¿Fue el asesinato una forma de evitar el escándalo de ver a un noble cortesano juzgado por relaciones homosexuales? Para sus amigos, esta fue una falacia inventada por el instigador del crimen, que para ellos no era otro que el Conde-Duque de Olivares.

No faltan los que proponen el móvil de estado, esa Razón de Estado que nada tiene que ver con el estado de la razón. Nosotros, amigo lector, nos apuntamos a la tesis del crimen político. Es más prosaico y menos novelesco que la venganza de un marido cornudo o la de un sodomita – “agentes” o “pacientes”, como se decía entonces- airado. Los intentos de Juan de Tassis por desplazar la Conde-Duque de la confianza del rey, fueron claros y parece que iban bien encaminados. Los enfrentamientos políticos entre los que luchaban por un acuerdo de la corona española con los franceses, y otros con los rebeldes holandeses, llenaron la corte de conspiraciones. Dichas conspiraciones, unidas a los intereses de los judíos expulsados, pintaban una situación bastante convulsa en la que el conde pudo estar relacionado. No olvidemos que al cargo de Correo Mayor le competían tareas de espionaje, sobre todo con una familia Tassis que extendía sus tentáculos por toda Europa.

Los sospechosos

En un conocido libelo de la época que apareció tras la caída de Olivares y se titulaba La Cueva de Meliso, mago, se escribe:

Conde Duque te llama,

Título que ha de darte eterna fama,

Y si hay un poeta tan grande

Que contra ti y los tuyos se desmande,

El desacato advierte

Y con atroz rigor dale la muerte;

Porque su fin violento

Sirva a los inferiores de escarmiento.

En una nota del libelo se asegura:

“Dijeron en el caso del poeta Villamediana que le habían muerto por las sátiras que escribió contra don Gaspar (se refieren al Conde-Duque de Olivares), y las demostraciones frenéticas que ejecutó por la reina Isabel. Al que lo mató, llamado Ignacio Méndez, natural de Illescas, hizo el Conde-Duque guarda mayor de los Reales Bosques. Fue común opinión que murió este asesino envenenado por su mujer, que se llamaba Micaela de la Fuente. Otros, por el contrario, dicen que el matador fue Alonso Mateo, ballestero del rey”.

Ya vemos, que en este texto anónimo, se dan nombres y apellidos a dos posibles ejecutores. Incluso se apunta como instigador, con el pláceme de la Casa Real, al Conde-Duque. Esta es la hipótesis persistente en este caso, pero, desgraciadamente, no tenemos las pruebas para pasar a la tesis; para, sin ninguna duda, apuntar a los asesinos materiales e intelectuales. Todo son pruebas circunstanciales que no se sostendrían en un juicio. Quizás, algún día, en un manuscrito olvidado, el historiador encuentre la prueba definitiva. Pero mientras, este es un crimen sin resolver y, por ende, sus culpables escaparon a la acción de la justicia. Quizás, porque la justicia, la dictaban los mismos asesinos.

En la poesía está la clave

Los más insignes poetas de aquel tiempo escribieron epitafios al Conde de Villamediana. Son muchos los manuscritos que se conservan en la BN, algunos de ellos publicados por Narciso Alonso Cortés y Juan Eugenio Hartzenbusch. Las disquisiciones sobre autorías y significados, son abundantes e imposibles de resumir aquí. Es probable que algunos de los poemas fueran leídos en alguna sesión de la Academia de Madrid, de ahí su similitud en métrica y contenido. La mayoría corrían de mano en mano en copias manuscritas; modificados o versionados por los propios copistas, es tarea difícil para los estudiosos fijar su autoría, incluso en aquellos que tradicionalmente se reproducen con un nombre conocido.

La importancia de estos epitafios es grande, ya que se hacen eco de las teorías del crimen o apuntan claramente hacía un autor utilizando alegorías o un lenguaje críptico. Quizás en unos de ellos esté la solución al enigma:

-Góngora-

Mentidero de Madrid,

Decidnos, ¿quién mató al conde?

Ni se sabe, ni se esconde,

Sin discurso discurrid:

Dicen que le mató el Cid

Por ser el conde Lozano;

¡Disparate chabacano!

La verdad del caso ha sido

Que el matador fue Bellido

Y el impulso soberano.

Atribuido a Góngora, Lope de Vega escribió una versión de este verso, por ello suele confundirse la autoría. Hay una alusión a Bellido Dolfos, caballero zamorano que asesinó a traición a Sancho II cuando éste asediaba Zamora. Lo del “conde Lozano”, se refiere a la muerte del padre de doña Ximena del Mío Cid. El “impulso soberano”, apunta a que la orden del asesinato salió de Palacio, demostrando la osadía del autor del poema. En cambio, la alegoría con el traidor Bellido, no concuerda con el hecho. Si el autor material del asesinato fue un sicario, no cabe llamarle traidor, ya que cumplió una orden, fue ejecutor de una sentencia, salvo que el secuaz fuera un amigo o conocido del conde. Pero para ver hasta qué punto se intentó buscar respuestas en estas estrofas, traigo aquí una lectura estrambótica y cogida por los pelos de Alonso Cortés. Para este ilustre poeta e historiador de la literatura, en el “ni se sabe, ni se esconde” deberíamos leer: “Nise sabe, Nise esconde”, en alusión a una pretendida Nise o Inés conocedora del secreto. Lo que está claro, es que el poeta nos refiere con el “ni se sabe, ni se esconde”, que la autoría intelectual del crimen, era un secreto a voces. Para este autor cabe la posibilidad que la alusión de Bellido, no fuera al traidor zamorano, sino a un “bellido”, un hermoso, un bello… un afeminado. Siguiendo con esta lectura harto improbable, llegamos a la última palabra: “soberano”, que Cortés propone leerla separando a partir de la quinta letra: “sober-ano”. Sin comentarios.

-Francisco de Rioja-

De tan poderosa mano

Donde apenas hay defensa,

Aun los amagos de ofensa

Pagan tributo temprano;

No te admires cortesano,

Ni la trates con rigor,

Si no sabes que es amor

Incapaz de resistir,

Dígalo quien con morir

Lo supo decir mejor.

Pese a estar entre las composiciones de Rioja, en algunos manuscritos se atribuye este verso a Luis Vélez de Guevara. Es importante porque Rioja era amigo del Conde-Duque de Olivares. Los “amagos de ofensa”, hacen referencias a que Villamediana puso sus ojos e intenciones, en la reina.

-Conde de Saldaña-

Yace aquí quien supo mal

Usar del saber tan bien,

Y quien nunca tuvo quien

Le fuese amigo leal;

Él fue señor sin igual,

Invencible en el ardor,

Águila que al resplandor

Del Sol se opuso tan fuerte

Que no le causó su muerte

La muerte, sino el valor.

Saldaña, o el Marqués de Alenquer, que a los dos se le atribuye este epitafio elogioso, eran amigos de Villamediana. Mucho se podría comentar de este bello verso, pero me voy a centrar el lo que a nuestro caso se refiere. En la poesía de la época, el Conde de Villamediana lo usaba mucho, las alusiones al Sol, era una forma común de referirse al soberano, al rey. Simbólicamente, el águila real es el único animal que puede mantener la vista ante el astro rey. Si el águila es el trasunto de Villamediana, aquí si nos dice que se opuso al resplandor del Sol.

Hay otros versos que aluden a que el conde pudo traicionar su condición de Correo Mayor, para conocer secretos y utilizarlos en sus libelos, o que su muerte le vino por ser un “robador de honras”. Fueran sus amores prohibidos, sus sátiras políticas, las vendettas cortesanas o un conjunto de todo ello lo que motivó el complot para matarlo, lo cierto es que después de más de tres siglos, aún es un crimen sin resolver. Como se dijo en su tiempo: “Su mala lengua lo mató y que su mucha pasión no conocía razón”.

*Agradecemos a los trabajadores de la sección de manuscritos de la Biblioteca Nacional de España las facilidades dadas para realizar este trabajo.

NOTAS sobre la investigación del Conde de Villamediana

La familia Tassis –llamada Tasso o Taxis, dependiendo de las épocas y países- está considerada la introductora del correo en Europa. Francisco de Tassis, a principios del siglo XVI, fue nombrado Correo Mayor por el archiduque Felipe I el Hermoso, esposo de Juana I de Castilla (la Loca). Francisco organizó todo el transporte del correo del Sacro Imperio y, posteriormente, con los familiares que heredaron el cargo, los Tassis organizaron un verdadero monopolio de alianzas que posibilitaron las rutas postales por toda Europa. Estas alianzas y contactos con las cancillerías y casa reales europeas, situaron a la familia en un lugar privilegiado para tareas diplomáticas e incluso para el espionaje. Los correos transportaban la correspondencia mediante caballos que se revelaban en las postas. Los Correos Mayores, eran los administradores del servicio, para ello recibían 11.000 ducados de oro, 6.000 de ellos pagados en España. Como curiosidad, decir que los correos empleaban 7 días en verano y 8 en invierno, en recorred la distancia que separa Burgos de Bruselas. El cuerno o cornamusa con el que anunciaban su llegada, así como el amarillo de su divisa, aún hoy son empleados en los logotipos de muchos servicios de correos del mundo.

Gentilhombre de boca era una especie de mayordomo que acompañaba al rey en los actos públicos, los oficios religiosos y en sus salidas a caballo.

No confundir con Ana de Mendoza de la Cerda y Silva (1540-1592), la famosa princesa de Éboli.

Rodrigo Calderón, negó todas las acusaciones menos el encargo del asesinato del plebeyo Juara, conocido hechicero, cuyo delito, fue hablar mal del marqués. Aunque hay constancia que Calderón utilizó en sus venganzas personales las artes nigrománticas del brujo, por lo que el motivo del asesinato, bien pudiera haber sido eliminar a un testigo molesto. En su declaración, dijo que lo hubiera matado el mismo si el difamante hubiera sido noble. Lo cierto es que Felipe III favoreció unas leyes lasas con los poderosos. Ningún crimen de noble contra plebeyo, hubiera sido castigado con la muerte si, como en el caso de Calderón, no concurrieran motivaciones políticas.

Luis Rosales. Pasión y muerte del Conde de Villamediana, Madrid. Ed. Gredos, 1969.

Emilio Cotarelo Mori. El Conde de Villamediana (1ª ed. De 1886). Madrid. Ed. Visor Libros, 2003.

Los bodoques eran unas bolas de barro hechas con turquesas y endurecidas al aire. Parecidas a las balas de mosquete.

El incendio durante la representación es un hecho que está documentado, pero que el conde lo provocara, entra dentro del campo de la leyenda popular. Parece harto irresponsable, incluso para el Conde de Villamediana, perpetrar un acto que ponía en peligro la vida de la reina y de sus damas. Destacar sobre esta representación que, por primara vez en España, se utilizaron unas avanzadas técnicas escénicas ideadas por el arquitecto italiano Giulio Cesare Fontana. La historia del teatro considera esta puesta en escena y al texto, donde la música y el baile están muy presentes, como el comienzo del teatro lírico en nuestro país. Con la escenografía más vanguardista de la época, la italiana.

Comparte:

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.