La impresionante obra del ACUEDUCTO DE SEGOVIA fue construida probablemente entre la segunda mitad del siglo I y comienzos del siglo II, siendo emperadores Vespasiano y Trajano llevando agua a la ciudad hasta el siglo XX.

Tal construcción en la Roma corrupta de aquel entonces, me despertó no hace mucho tiempo la idea de averiguar y comparar las formas de corrupción de la Hispania romana, con la del Siglo XX, la cual se veía invadida por la corruptela en el negocio de la Construcción.

Tras varios estudios, una de las conclusiones obtenidas era que de un coste inicial en sestercios estimado en 40 millones de euros se pasó al final a unos 320 millones €. Es decir, aproximadamente con un incremento de un 800%.

No se crean que, en el siglo XX, andábamos muy descaminados de lo anterior en determinadas ocasiones.

Si desean mayor amplitud sobre lo anterior, efectué estudios y publiqué el 13.12.2017, Texto titulado: El Acueducto de Segovia, ya en época romana, el primer Modificado de Obra de la Historia de España.

Ahí nació, la redacción durante cinco años de mi Tesis Doctoral, Titulada: EL MODIFICADO DE OBRAS EN LA CONTRATACIÓN PÚBLICA.

Pretendía la misma, destacar un tiempo en el cual primaban en los proyectos ejecutivos de obra, la figura de equívocos y groseros errores que se cometían en la elaboración de los mismos, y propiciaban una especial relación causa/efecto en las distintas AA. PP intervinientes, ante supuestos sobrecostes y, en definitiva, repercutir la Sociedad dando lugar a que tuvieran que afrontar derroches de miles de millones de euros, a través de los correspondientes Modificados de Obra, consecuencia de la falta de atención y control de muchas de nuestras Administraciones responsables de que ello no ocurriera.

Pero vayamos a nuestra Historia de la construcción del Acueducto.

Posiblemente, un buen día, hace más de veinte siglos, un Prócer (Persona de alta calidad o dignidad), según la RAE, con poder o por mandato de alguien superior, pero indudablemente con valor y osadía, encargó a un Pontifex menor (constructor de puentes), que construyera una obra imposible. Ninguno de ellos había hecho antes algo semejante, pero ninguno de los dos pudo negarse.

El primero disponía de varias cosas: sestercios (moneda), esclavos, obreros libertos, y autoridad para usar los materiales que la Naturaleza brindaba alrededor: Piedra granítica sin límites y árboles de los bosques que rodeaban el lugar.

El segundo, recibió la orden de construir algo que nunca se había hecho, disponiendo sólo de su limitada experiencia ingenieril y, sobre todo, de su imaginación, concibiendo la obra en dos partes muy bien diferenciadas.

Una parte inferior formada por pilares muy altos, cada uno de diferente altura sobre el suelo irregular, pero terminados todos en una misma plataforma horizontal que ataba todas las cabezas de los pilares y que iba de ladera a ladera impidiendo los movimientos horizontales. Y otra parte superior, formada por una arcada clásica romana con todos los arcos iguales y apoyados en la misma plataforma horizontal en la que terminaban los arcos inferiores.

Los pilares de la parte inferior eran extremadamente delgados, con una esbeltez rayana en la inestabilidad. Muy probablemente tuvo que ayudarse para sostenerlos durante la construcción con una entibación de madera que iba de una ladera a otra y que mantuvo en su lugar hasta el final. Este sostén le permitiría corregir posiciones de los bloques de piedra para colocar a cada uno en su lugar y para garantizar la estabilidad y verticalidad de los pilares en su conjunto. Para ello le bastaba con unas sencillas cuñas de madera.

Cuando todo estuvo ajustado y asegurado pudo dedicarse a construir la arcada superior, sencilla, mil veces repetidas en las obras romanas, pero que en este caso añadía el peso necesario a los pilares inferiores para asegurar su estabilidad. Sin ella y el peso que añadían, los pilares inferiores no hubieran podido ser tan esbeltos.

Una vez todo ajustado a su gusto, pudo desprenderse el armazón de madera y apareció el Acueducto en todo su esplendor.

Al final manifestaba el Prócer:

— Esta obra ha costado mucho más de lo que me prometiste. Has tardado mucho más tiempo de lo calculado inicialmente, y he tenido que pagar a los obreros y mantener a los esclavos más allá de lo previsto. Has extraído de las canteras mucha más roca de la estimada, además de talar muchos más árboles, con independencia de las voluntades que he debido de convencer para que tú llevaras a cabo tu obra.

Contestó aseverando el Pontifex con la “sabiduría que otorgaba ser constructor.”:

— Ya conoces Prócer, que todos los productos de la cantera han sido “ya” suficientemente amortizados. Con el material pequeño has podido ordenar que se construyan calzadas y con el resto de los materiales has construido murallas, cimientos y estructuras de casas. Hoy la cantera está limpia y vacía. La madera desechada de los árboles se ha empleado para construir las viviendas temporales de los trabajadores y para proporcionarles leña para preparar las comidas y hacer fuego para protegerse del frío de estas tierras. Y hoy, la madera empleada en la entibación se está utilizando en la construcción de casas. Y en los bosques talados están empezando a crecer los nuevos árboles, ¡enfatizando, se ha aprovechado todo!

Y, finalizaba aseverando aún más el Pontifex:

— Conforme la obra avanzaba, crecían también los precios de los terrenos de tu propiedad, que hoy valen cien veces más que antaño, y, además, ahora llega el agua en cantidad suficiente para abastecer a miles de habitantes donde antes sólo existían cien. Vendrán muchas familias, que formarán una gran ciudad y pagarán tus impuestos. No resulta difícil presagiar que en esta ciudad residirán reyes, se levantarán alcázares, se construirán palacios y se erigirá hasta una gran Catedral, y el agua seguirá fluyendo durante siglos y el dinero que te has gastado se recuperará cientos y cientos de veces. Y, en el futuro, generaciones y generaciones se seguirán asombrando con esta obra por su sencillez y por su belleza.

Se hizo un silencio entre los dos que fue roto por el Prócer:

— Sí, le dijo mirándole a los ojos, pero ni tú ni yo lo veremos.

Y no lo vieron. La Historia fue ingrata con ellos, pasaron por sus páginas sin salir del anonimato.

A Juan A. Marvizón, allá donde te encuentres.

Doctor en Derecho por la U.C.M. (Cum Laude). Licenciado en Derecho. Licenciado en Ciencias Políticas. Caballero de Mérito de la Real Orden (Noruega).

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