8 de julio. Segundo encierro de San Fermín. Después de la ensalada de tortas habida en la procesión de San Fermín, celebrada en la tarde del jueves 7 en las calles del casco viejo de Pamplona, la ciudad se despertó —si es que hubo tiempo para dormir— un tanto tensa por cuanto a los nativos concernía. No puede ser de otra manera: en una urbe de 200.000 habitantes (si llega), escupir y zarandear a un concejal de este u otro pelaje, y herir a tres agentes de la policía local, supone cuando menos un conflicto familiar grave, que puede acarrear el juicio sumarísimo de la tía abuela centenaria que languidece en el asilo municipal pero a quien hay que visitar por narices, dado que son fiestas.

Por supuesto, de esas trifulcas nada entienden los toros de la ganadería de Fuente Ymbro (ni los de ninguna otra), que también, como sus congéneres de Núñez del Cubillo (protagonistas del primer encierro), de nuevo se hicieron de rogar en su salida de los corrales, para mayor ansiedad de las diferentes mesnadas de humanos confundidas en el encierro (mozos pamplonicas, guiris, pies negros, madrileños, cayetanos…), la mañana del viernes 8 de julio. De hecho, la opinión pública se ha hecho eco de la actitud renuente —¡¡¡clamorosa!!!— del cabestro guía. Se sospecha que pueden estar caldeándose los ánimos entre las distintas manadas contratadas para los encierros y las corridas, que llegan a Pamplona con toda la candidez del animal de dehesa pero son distraídas de su natural empeño, una vez concentrados en los corrales de Santo Domingo, por los comentarios disolutos de algunos miembros díscolos del plantel de mansos, siempre envidiosos de la prestancia y el arrojo de sus hermanos bravos y, por ello, en todo momento dispuestos a ensombrecer su renombre. Las agencias de inteligencia están investigando el caso y se esperan noticias inminentes acerca del mismo.

Volviendo a los morlacos, sépase que el más grande de los cornúpetas no alcanzaba los 600 kg, un peso health en ciertas plazas pero que se considera justito para el coso pamplonés. Sin embargo, de cabeza iban más que armados… Y no nos referimos, como en el caso de Prosegur, a sus dotes intelectuales.

Quizá por su ligereza —da risa decirlo— recorrieron los astados el trazado del encierro en apenas dos minutos y diez segundos, récord absoluto de la carrera desde que existe el cronómetro, y también el toro. Lástima que un ejemplar rebelde e insolente de la manada se dedicase a vacilar por la arena de la plaza durante un rato, midiendo su indudable fuerza bruta con la estupidez de los humanos que se le acercaban para inmortalizarse en Instagram (estaba perdido, el pobre astado). Esta alianza entre candor animal y presunción humana, dos manifestaciones del individualismo imperante que nos absorbe y degenera, jodió la plusmarca lograda por el esfuerzo colectivo, alargando el tiempo real del encierro hasta los tres minutos y diez segundos, puesto que no se para la aguja del reloj hasta que entra el último toro en el corral. Una lástima, pero es el signo de nuestro tiempo.

(*) Foto de portada: La llorona Comunicación / Ayto. Pamplona.

Articulista en Revista Rambla

Editor, periodista y escritor. Autor de libros como 'Annual: todas las guerras, todas las víctimas' o 'Amores y quebrantos', entre muchos otros.

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