Querido almirante:
En primer lugar, quiero presentarle todos mis respetos. En segundo lugar, le ruego que para evitar malsanas polémicas, guarde discreción de los pormenores que se narran en esta carta, pues no hay peor pandemia que la maledicencia y los cuchicheos de la gente vulgar. No voy a mentirle: soy una persona en tratamiento médico, y no le molestaría de no ser porque la desidia de mis mandos directos me obliga a hacerlo. Con la mayor humildad, apelo a su sentido común y me encomiendo ciegamente a su autoridad superior para que ponga pronto un poco de orden en este doloroso entuerto. A continuación, le explicaré en estas pocas líneas, los sórdidos detalles del patético episodio que la vida militar acaba de escribir en el diario de mi corazón, en estas fechas tan señaladas. Por supuesto, mis navidades no van a ser nada buenas, y a buen seguro, todas mis tribulaciones tienen que ver con el turno de noche. Sé de sobra que usted es una persona muy ocupada, pero también sé que es magnánima y le ruego que entienda los motivos por los que eludiendo el protocolo, por primera vez, le pido ayuda con el cambio de servicio, y sobre todo, le subrayo mis vehementes deseos de trabajar en un turno diurno. Supongo que nunca habrá oido hablar de mí. Me llamo Rick Cortés y soy un simple cabo primero destinado en los muelles del Arsenal de Cartagena. Desde pequeño fantaseé con la idea de formar parte de la Armada Española, y mi sueño se hizo realidad después de hacer la instrucción, con muy buenos resultados, en San Fernando (Cádiz) . He estado varias veces embarcado y me han llevado a varias zonas de conflicto. La diosa fortuna apartó de mi camino la oportunidad de entrar en combate, pero puede decirse que he visto mundo. He viajado en el famoso buque Castilla. Incluso he tenido la enorme suerte de visitar el famoso buque escuela, Juan Sebastián Elcano. Me gusta pensar de mí mismo que soy un caballero español y que he sido educado con el buen gusto de las tradiciones decimonónicas. Sin embargo, una de mis asignaturas pendientes es que no he podido ascender debido a mi falta de estudios superiores. A pesar de ese pequeño pecado original de mi juventud, los que me conocen me describen como una persona muy inteligente, culta y bien informada. Es cierto que en el pasado también he recibido ciertas críticas, pero no quiero se haga una idea equivocada de mí. Por ese motivo, tengo que hacer un enorme esfuerzo para explicarle mi curriculum en profundidad, incluso necesito sacar a colación la insospechada relación entre el lejano conflicto del islote de perejil y el nuevo submarino de la Armada. Supongo, que como es obvio, usted recordará el breve conflicto con Marruecos por el pequeño territorio de perejil. Bien, pues yo fui uno de los soldados que fui movilizado para defender aquel pequeño rincón de nuestro maravilloso país. Eran otros tiempos, y yo, mucho más joven y estúpido que ahora. Tanto es así que formaba para de un cuerpo de élite: la infanteria de marina. Ahora estoy gordo y calvo, y el ejército me utiliza para menesteres más tediosos y menos históricos, pero igualmente importantes. Mientras tanto, me han pasado muchas cosas, le confieso que he tenido de todo un poco. Incluso he publicado varios artículos en diferentes revistas relacionadas con el ejército. Tal vez, eso se deba, a que en mis ratos libres, he leído bastantes libros: desde Cervantes, hasta Quevedo. Me han gustado mucho Baroja y Peréz Galdós. Y, por supuesto, no puedo olvidar ni a Valle-Inclán ni a Larra. Pero mis preferidos son Machado y Lorca. También le reconozco que he visto bastante cine: desde Buñuel hasta Berlanga. En las tardes aburridas también me aventuré a ver, una por una, las películas de Almodóvar y Amenábar. Mucho se ha hablado y se ha escrito sobre que España es diferente, pero hay que vivir aquí y morir en esta inefable tierra, para comprender el alcance real y verdadero de esas palabras. En efecto, hay cosas que solo pueden suceder aquí. Incluso han tenido que venir escritores de fuera como Hemingway para explicarle a las claras, el carácter genuino del pueblo español, al resto del mundo. No quiero que se malinterprete el sentido último de esta misiva, pues no va en contra de ninguna institución ni de nadie en particular. Es más, no me siento orgulloso de la situación en la que me encuentro en la actualidad, y estoy haciendo ímprobos esfuerzos por mejorarla. Pero reconozco que los últimos acontecimientos me han afectado psicológicamente, hasta tal punto, que no sé cuánto voy a tardar en recuperarme. No obstante, todavía estoy vivo y solo escribo estas líneas con la noble idea de conseguir ayuda y de paso, causar la carcajada de las más altas instancias, si es que todavía está permitido reír. Para empezar por el principio, tengo que señalar que desde que ascendí a cabo primero, me he pasado muchos años vigilando el control de acceso de las instalaciones donde se guarda el nuevo submarino de la Armada llamado S-80. Sí, supongo que habrá oído hablar de él, porque fue el primer submarino del mundo con el dudoso honor de no poder flotar. Por supuesto que ese pequeño error de diseño, al final, fue corregido con la ayuda de los americanos. Aunque también es verdad que hubo que alargarlo tanto —de ahí su nuevo nombre S-80 Plus—, que cuando finalmente flotaba, no cabía en los muelles. Y por lo tanto, una vez que se terminó el buque también resultó necesario hacer una nueva obra para agrandar los muelles del Arsenal de Cartagena. Tampoco entiendo la lentitud de nuestro país a la hora de adquirir los F-35 para nuestro único buque capaz de llevar aviones, a no ser que los políticos quieran hacer deliberadamente —en una versión militar de la «cultura del pelotazo»—una marina muy cara y moderna, pero totalmente inoperativa. Sin hacer ningún esfuerzo, me vienen al pensamiento ciertas obras de ingeniería civil, famosas por su inutilidad pública, y cuya analogía castrense sería un submarino que no puede flotar y un portaaviones sin aviones. Pero no quiero irme por las ramas. En efecto, la relación entre el breve conflicto del islote de perejil y el nuevo submarino está relacionada con Francia, hasta entonces, uno de nuestros mejores aliados estratégicos. No en vano, antes de ese incidente Navantia, la famosa compañía naval española, tenía un acuerdo de cooperación con las empresas francesas para la construcción bajo licencia de submarinos franceses. Sin embargo, fueron los servicios de inteligencia españoles los que descubrieron una trama secreta entre Francia y Marruecos para adueñarse de ciertos territorios españoles, incluidas las ciudades de Ceuta y Melilla. No hace falta que le recuerde épocas pretéritas —como el desastre de Annual— para mostrarle los peligros de subestimar al enemigo. En efecto, en aquel momento, el presidente Aznar se puso en contacto con su homólogo americano y con su aprobación, movilizó aquel grupo de fuerzas espaciales del que yo formaba parte, para lanzar un claro mensaje a Marruecos. De todo esto se deduce que Estados Unidos demostró, en aquel momento, ser un aliado mucho más fiable que nuestros vecinos tanto los franceses como los marroquíes. Y el descubrimiento de aquella trama tuvo consecuencias: se rompió para siempre la cooperación entre Navantia y las empresas francesas para la construcción de submarinos. Por eso me gustaría romper una lanza por el audaz proyecto español, que risotadas aparte, ya ha conseguido en la actualidad, que haya países interesados en la compra de dichos buques. Pero ahora es el momento de aclarar algo. ¿Por qué me han puesto a mí precisamente a vigilar el S-80 Plus? Por mi responsabilidad. Y es aquí donde tengo que hablar del capitán de navío Medina. Muchas veces le he solicitado un cambio de turno, y mis súplicas siempre se han chocado de bruces con la misma barrera. El capitán de navío Medina no piensa cambiar lo que funciona bien. La verdad es que antes que estuviera yo entraron unos ladrones y robaron gran parte del cableado eléctrico de la nave. No es broma. Sucedió de verdad. Puede usted consultar la hemeroteca digital si acaso duda de mi palabra. De hecho, la Policía pudo recuperar gran parte de esta tecnología secreta en las chatarrerías de la zona, gracias a su carácter singular, y al gran esfuerzo de investigación que les llevó hasta dar con los responsables. Pero tantas noches haciendo guardia, armado con el nuevo fusil de asalto del ejército, me estaban pasando factura. Los que me conocen dirán que las cosas que son malas no me gustan porque son malas y las cosas buenas porque no son para siempre. Pero al menos, tampoco hay cosas malas que duren para siempre. O al menos así debería de ser. La verdad es que la gente que observaba mi creciente aspecto demacrado, con una infinita condescendencia, me decía que era malo trabajar siempre de noche. La verdad es que no le conozco, pero ya me cae usted bien. Incluso siento que estamos hablando entre caballeros, y tal vez por eso, me voy a tomar la libertad de hacerle un comentario sobre las bodegas del submarino. He observado que las celdas que lanzan misiles están vacías. Entiendo que debe ser un tema económico y que cada misil Tomahawk vale un millón de dólares, pero no comprendo entonces, para qué quiere nuestro país un submarino de última tecnología, si no tiene capacidades estratégicas y las tácticas están muy limitadas.
Por el contrario, todo el mundo sabe que este problema con Marruecos no es solo un asunto del pasado. Es más, se está agravando en el presente. Tal vez debido al empeoramiento de la relaciones de España, con Estados Unidos, en esta nueva etapa. Y prueba de ello fue la reciente crisis migratoria en las fronteras de Ceuta y Melilla, en la que de nuevo se tuvieron que utilizar a los militares y que al final, se arregló gracias a la mediación de la Unión Europea.
Incluso me atrevería a insinuar que todas estas negligencias nos traerán graves problemas en el futuro, pero por supuesto, yo carezco que la preparación y de los medios con los que ustedes cuentan y todo podría ser una falsa alarma. Es por eso, que aprovecho la ocasión para desearle unas felices fiestas. Y ya para terminar, solo decirle que me gustaría seguir siendo una persona útil para mi país, y por eso, me pongo a su completa disposición para un nuevo puesto diurno en otro lugar de la vasta geografía nacional. De lo contrario, seguramente, seré expulsado con deshonor de la carrera militar, y solo serviré para comer hamburguesas y engordar las cuentas de las farmacéuticas. De hecho, mi enfermedad y la de otros tantos cientos de miles de españolitos, tal vez un par de millones o más, me ha hecho pensar, que los jefes deberían hacer un esfuerzo de rescate, para no engordar los ingentes beneficios económicos de esas empresas que idiotizan a la gente. Pues de no ser así, si no nos mata el virus, lo hará el estrés que provocan las situaciones injustas de trabajo. No en balde, pronto viviremos en un país de inútiles y adictos a las comidas basuras y a las pastillas. En mi caso en particular, desde luego, que ya tengo un nivel de adicción a determinados opiáceos para dormir, y a muchos ansiolíticos que poco o nada, aliviaban mi grave problema. Y esa enfermedad me la ha provocado el turno nocturno. Hasta que llegó el día que ya no pude más. De tal manera, que ya llevaba más de cinco años, confinado en la guardería del submarino en el turno de noche, cuando de nuevo, llegó el crudo invierno. No hay tortura peor que privar a una persona del sueño y más todavía, hacerlo a base de condenarla al más puro estrés térmico. Para empeorar la situación, cuando llegaba a casa, la fiebre de las reformas provocada por la pandemia, había llevado a la vecina de arriba a iniciar una ruidosa obra que me provocaba un estado de ansiedad con el que tenía que luchar, para no volverme loco. Si a esto le sumamos el imparable aumento de la incidencia y la aparición de la nueva variante Ómicron, el resultado es obvio: debido a la falta de sueño y al enorme cansancio que me abrumaba, cada día me costaba más esfuerzo no solo ir a trabajar, sino hacer las cosas más básicas: como son comer, dormir o mantener relaciones sociales. Para terminar de empeorar la situación, de repente, como coordinados por una desidia colectiva todos los compañeros comenzaron a llegarrme tarde, y eso fue la gota que colmó el vaso: un buen día exploté, me fui al teniente médico y le solicité la baja por ansiedad.
Fue entonces cuando decidí darme una alegría para el cuerpo porque necesitaba desconectar. Había un pub liberal en Jerez de la Frontera, uno de esos en los que se produce el intercambio de parejas, y me animé a ir para tomarme una copa. El problema era obvio: yo no tenía pareja, por lo que, rápidamente, me quedé al margen de la actividad y solo pude beber hasta emborracharme hablando con una guapa camarera. Fue ella la que me habló de una amiga suya llamada Macarena y me pidió que le diera una foto mía. Después me dijo que si cumplía una serie de requisitos: no ir bebido, asearme mucho y ser divertido, tal vez, podía darme el teléfono de esa maravillosa mujer con una belleza sin parangón. Por lo visto, Macarena se acostaría conmigo por una módica cantidad, solo si le gustaba físicamente, y lo haría cuando su marido no estuviera en su casa. Aparte de la valiosa información que me había proporcionado, me había caído bien la chica y como se dedicaba a vender copas, continué bebiendo para seguir hablando con ella. Luego con la borrachera le comenté algo de mis problemas de trabajo. ¿Por qué no pides el turno de mañana? Me dijo la camarera con la mayor inocencia. Por otra parte, el capitán de navío Medina me comentaba siempre lo mismo: todo el mundo quiere el turno de mañana, y aunque lo solicites mil veces nunca te lo voy a dar. Es más, había escuchado cientos de veces, a mi jefe, exponerme todo tipo de pretextos para negarme el acceso a un turno diurno, uno de esos en los que se puede estar sentado y calentito. Sus excusas iban desde que no cumplía el perfil, hasta que otras personas tenían prioridad sobre mí, bien porque eran claramente enchufados, o porque se habían beneficiado de turnos preferentes debido a la conciliación familiar. Pero volviendo al tema de la extraordinaria mujer que conocí a través de la camarera, le diré algo: no me sonrojo si le digo que fui testigo, en primera persona, de lo que disfrutaba en la cama, cuando fui a verla y mantuve relaciones sexuales con ella. Aquella mujer era adictiva por varias razones: no solo era muy joven y bella, hasta podría calificarla de preciosa, además disfrutaba al máximo del sexo cuando alguien se lo sabía hacer bien. Por supuesto, que no había nada malo en ello. ¿Qué malo es que a alguien le guste su trabajo? Es más, admito que salí del abrazo de sus jóvenes piernas muy agradecido. Incluso me di cuenta que a ella no le desagradaría volver a verme. Sin embargo, me puse muy nervioso cuando observé la foto de su boda en la mesilla de noche. Tuve que parpadear dos veces cuando descubrí que era la joven esposa del capitán de navío Medina. Menos todavía podía esperar su cruda respuesta, cuando le pregunté si podía volver a verla: «Te advierto que solo me gusta trabajar de puta por las mañanas».
Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.