Por fin me he comprado el skate. Si aún viviera con LFP no me hubiera atrevido. Lo dejaré aquí, al lado del espejo. La intención es cogerlo a menudo. Lo usaré para ir a trabajar, esa es la idea que quiero transmitir.

No sé por qué el skate. Cosas que uno no sabe justificar pero que siente que son. Verdades como puños, como mi odio a la llave inglesa. O quizás sí que lo sé: skate y yo, significa ELA y yo. Cada día que pasa, creo que me mira con mejores ojos. Incluso me parece que ya conoce mi nombre.

Sábado y domingo los dedicaré a practicar. Lo único que recuerdo es que cuando le ponías un pie encima, siempre se iba para atrás.

Dicen que lloverá. Espero que no. El fin de semana que viene me tocan los niños y no quiero que me vean como un ridículo aprendiz a destiempo. En la tienda he preferido curiosear si ayuda. Estaba a punto de decantarme por el ELEMENT SKATEBOARDS TimTim Global Warming Deck 8.00 por 69,95€, con el tigre espantado encaramado en el árbol, pero al final he optado por el sobrio SANTA CRUZ Rasta Hand Deck 7.80 por 59.95€.

Se confirman las dificultades: el patín de los cojones hace lo que le da la gana. Media hora de ensayos sin progresos relevantes. Por suerte nadie me observa. Pero la vida me ha enseñado la importancia de persistir: me subo con carácter en la tablita de los cojones. Resultado: el tobillo. Me duele. Encima, justo en ese momento pasa un tipo. También sesea, debe llevar un buen skate en sangre.

– La vida de por sí es difícil, ¿pero tanto? –y sigue su camino.

– ¡Tanto, sí! –respondo, recordando el gráfico que hice el otro día y según el cual, de aquí a veinte años (a los sesenta) tendré 8 dioptrías en cada ojo, dos culos de botella. ¿Operarme? Jamás, antes me encierro en una casa rural y me arranco los pelos de la cabeza de uno en uno.

De vuelta a casa compro el diario y el pan. Skate, diario y pan, me faltan brazos. De repente todo empieza a resultar extraño. ¿Qué hace una castaña pelada tirada en el suelo? Nadie pela una castaña y después la tira. Quizás se le cayó, pero ¿quién sería tan cruel como para dejar una castaña desnuda en medio de la clase? De la clase…, quería decir de la calle. Me pasa a menudo: se me ocurren frases, ideas, situaciones. Un material que otros podrían desarrollar. Convertir en algo, quiero decir. Está la extrañeza de la castaña, pero también que no dejo de cruzarme con mujeres hermosas. Es domingo, 11 de la mañana, las mujeres bellas no están en la calle a estas horas, pero hoy sí. Mujeres, chicas o chavalas, con distintos atractivos, pero todas son unas monadas tremendas. Por cierto, que en el negocio de la esquina he visto un secador con plancha color pistacho maravilloso por 39,95 euros. Me he encaprichado, el lunes me lo compro.

Al llegar a casa me pongo a ver las motos. A todo volumen. CRD me propone de ir al cine esta tarde. Melancholia, pero le doy largas. Los dos ahí juntitos viendo una película: me falta humor para eso.

Me he echado una siesta monumental. Esta noche me costará dormir. Iré a buscar a CRD a la salida del cine. Con el skate, así practico. De camino me cruzo con un grupo de músicos. Cuánta dicha, parecen felices. Uno de ellos bate las maracas, como para recordar que en sus vidas hay otra cosa. Al pasar a su lado, acariciando el skate, me digo que yo también tengo otra cosa.

CRD sale excitado de la película. No quiero que me la explique. No te quiero explicar nada, sólo decirte que esta película es el máximo ejercicio de autoridad de la cultura europea de los últimos cuarenta años. De repente, incontables ejércitos de cultura yankee liquidados de un plumazo, continua, simulando que en sus brazos tiene un bazoca. Después, con sorpresa y morritos señala el skate. Su entusiasmo ha desaparecido, y nuestra puesta en escena vuelve a ser insuperablemente menor.

– Es mi skate. Se llama… Se llama Serena.

Se pensaba que yo no iba a venir. Entonces se me ocurre que mi skate es el máximo ejercicio de contundencia de la cultura europea de los últimos cuarenta años. CRD se sonríe y propone helado. Chocolate negro y frutas del bosque para él; melón y avellanas es mi elección. Mientras relamemos las bolas, me digo que nuestro futuro está condenado por un pasado con demasiados litros de helado. Pero también me digo otra cosa: que la diferencia entre CRD y yo es que yo tengo hijos y él, no.

– Retornando al tema del skate (o tabla, digo con sarcasmo), amo a una compañera de trabajo. ELA, recuerda su nombre.

CRD se pierde en unas confusas conclusiones sobre el skate y mi amor. Después nos quedamos en silencio. Echo el skate al suelo y pongo un pie encima, moviéndolo suavemente.

CRD me advierte de que me estoy equivocando. Con la que está cayendo, debería de ser prudente: las empresas están esperando que alguien llame la atención. Y poco a poco voy encajando las piezas inevitablemente:

– Me hace gracia lo de Melancholia y Europa, porque yo soy la auténtica metáfora de lo que ocurre en Europa –insisto, ahora ya sin ninguna gracia.

Caminamos un rato más antes de separarnos. Hoy veré un western, le digo antes de despedirnos. Él no sabe lo que hará, replica retador. Aunque tampoco es verdad que al llegar a casa me trague un western. Lo que hago es entrar en algunos foros de skate. Mi nick es Random. Algunos mensajes son tristes, como el de velar, un muchacho de Barbate (Cadiz) que se está sacando el ollie y que busca (sin respuesta por ahora) con quien reunirse. Pero también hay discusiones que son pura adrenalina, como la de aquellos que se sienten estafados por Alai, que ahora parece que fabrica sus tablas en Vietnam. Y las tablas se petan. Osti, cómo me gustaría petar una tabla ante la atenta mirada de ELA.

El descenso en ascensor se hace largo. El skate en mi mano izquierda. Me suda, estoy nervioso. He madrugado. Me entran ganas de reír, y también de llorar, pero me limito a sudar de manos. Se abre la puerta del ascensor. La señora de abajo. Me mira con extrañeza.

– Muy buenos días tenga usted –le digo con afectación, envalentonado por mi skate y su demencia. Ella se sonríe. Con gusto la hubiera abrazado. Qué momento: es como si estuvieran a punto de pasar todas las cosas a la vez.

En la calle hay más gente de la que esperaba, pero ya está bien así. Coloco el skate en el suelo. Con cariño, como si fuera un balón sobre el punto de penalty. Pongo el pie izquierdo sobre la tabla. La calle hace bajada, miro al horizonte, así, sin moverme, sin entender porque soy el único con skate, sin comprender porque toda la población no acude a su puesto de trabajo en skate. Por qué existen los metros y los autobuses. Por qué la gente anda o va en bici, si existe el skate.

Todo perfecto en el primer tramo de trayecto. Algunas caras de sorpresa a mi paso. También de admiración. Incluso creo que he visto un rictus de morbazo en el gesto de una chavala teñida de rubia. Hoy he soñado que mi madre quería que esta tarde la acompañara al oculista.

El viernes estuve con ELA en la fotocopiadora. Le hizo mucha gracia mi broma sobre la sinsubstancia que seremos. Eso lo he pensado después, porque en ese momento tuve algunas dudas en interpretar su expresión y por eso me puse tan serio de golpe. Por eso me fui sin más. Sería genial que me viera llegar con el skate. Pero si no, lo verá apoyado en el armario, debajo del abrigo. Con eso habrá suficiente. Con eso tendremos bastante para entrar en otra fase, creo yo.

Al paso por la Diagonal, un motorista me increpa. No lleva razón, pero no entro en batallas estériles. Me acuerdo de mis argumentos a CRD. Yo como metàfora de la crisis del euro. De hecho: yo como gran metàfora de la resurrección de Europa. El susto de la Diagonal me ha metido el miedo en el cuerpo. Agarro el skate y camino un par de manzanas, hasta Mallorca.

Ayer me decía que todo iba a ir bien, y es cierto: todo va bien.

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