Christy Lefteri
Christy Lefteri.

Criada en Londres, Christy Lefteri es hija de refugiados chipriotas. Es profesora de escritura creativa en la Universidad de Brunel. El Apicultor de Alepo nació de su experiencia trabajando como voluntaria en un centro de refugiados de Unicef ​​en Atenas.

El apicultor de Alepo nace después de tu experiencia en un campo de refugiados en Atenas. ¿Dónde está el límite entre ficción y realidad? ¿Cuándo decidiste ir al campo de refugiados?

Durante la primavera de 2016 visité a mi padre, que vive en el este de Chipre, frente a Siria. Recuerdo haberme sentado en la orilla y haber mirado al otro lado del agua imaginando la devastación. Me sentí obligada a ayudar. No podía ir a Siria, así que me las arreglé para trabajar en un centro de refugiados para mujeres y niños en Atenas.

Tus padres también fueron refugiados debido a la guerra de Chipre. ¿Cómo has vivido esta parte de tu historia familiar? ¿Se hablaba mucho de esta historia?

Mi padre fue un oficial al mando durante la guerra de Chipre en 1974. Mis padres llegaron a Londres como refugiados. Pasaron los primeros años en el Reino Unido tratando de integrarse en una nueva sociedad. Sin embargo, el trauma de la guerra siempre estuvo ahí, incluso cuando no se hablaba de ello. Viví con eso toda mi vida. De niña había cosas que no podía entender, creo que mi padre sufría de trastorno de estrés postraumático, me llevó mucho tiempo entenderlo. Siento que crecí a la sombra de esa guerra.

Tu novela tiene mucha esperanza pese a que, durante toda la narración, los traumas generados por la guerra y la consiguiente huida del país se convierten en temas centrales. ¿Cómo elegiste la manera en que los protagonistas debían enfrentarse a situaciones extremas como las que les toca vivir? ¿De qué manera es importante una terapia para los que viven experiencias traumáticas?

Durante seis años trabajé como psicoterapeuta para el servicio público de salud mientras hacía una formación psicoanalítica. Trabajé con mucha gente que había experimentado traumas y también tuve que trabajar con mis propios traumas transgeneracionales. Utilicé estos conocimientos cuando estaba escribiendo. Intenté no pensar demasiado, solo dejé que los personajes evolucionaran e intenté imaginar cómo podrían reprimir sus emociones, contener sus lágrimas, retrasar su duelo, de la forma en que había visto a mucha gente hacerlo (y como yo misma había lidiado con la pérdida también). Creo que la terapia es muy importante para las personas que han vivido experiencias traumáticas, pero el hecho de compartir historias, encontrar una manera de comunicarlas, también puede ser muy terapéutico.

Has pasado mucho tiempo con mujeres de Siria y habrás vivido su dolor y sufrimiento. ¿De qué manera esta experiencia ha afectado tu vida diaria y en qué modo ha influido en tu novela? ¿Qué podías hacer tú para aliviar su dolor?

Mientras trabajaba en el centro de Atenas, lo único que podíamos hacer para aliviar el dolor de la gente era simplemente estar allí, estar presente. Crear un ambiente seguro, crear un espacio donde la gente pudiera hablar y reír y llorar juntos mientras bebían té y comían galletas. Esto significaba que entablaban amistades, el ritual de beber té puede ser en sí mismo una pequeña forma de conectar con los aspectos normales y cotidianos de la vida. Cuando volví de Atenas, no podía olvidarme de la gente que había conocido, especialmente de los niños, también pensé mucho en los niños que no habían logrado llegar. Esto me rompió el corazón. Hubo una época en la que pensaba siempre en esto.

También haces referencia a la maternidad en algunas ocasiones. ¿Cómo viven las madres y las futuras madres esta experiencia, ya que debe de ser mucho más duro para ellas?

Cada persona es diferente, así que no puedo generalizar, pero abordé algunas experiencias de algunas madres en la novela. Otras madres pueden reaccionar de forma diferente.

Nuri es apicultor y su primo Mustafá también. Las abejas como “sociedad”, como Christy Lefteri“equipo”. Dices “donde hay abejas, hay flores, y donde hay flores, hay vida y esperanza.” ¿Ya conocías el mundo de la apicultura antes de la novela? Si no es así, ¿por qué elegiste que Nuri fuera apicultor?

Me desperté una mañana y pensé: «¡Nuri va a ser apicultor!». Me pareció perfecto. Pensé que se ajustaba a su personalidad. Creé oportunidades para el simbolismo. No sabía nada de apicultura en ese momento, así que empecé a investigar la apicultura en general y la agricultura en Siria. Fue entonces cuando encontré un artículo sobre un hombre llamado Dr. Ryad Alsous, que era profesor de agricultura en la Universidad de Damasco y también apicultor. Me puse en contacto con él a través de Facebook, había llegado al Reino Unido como refugiado y creó el Proyecto Buzz en Huddersfield, donde enseña a los refugiados y a los que buscan trabajo cómo criar abejas. Quedé con él para conocerlo y también conocer a su familia y a las abejas, claro. Me llevó a las colmenas y me enseñó mucho. Conocí a las abejas en su jardín sin ningún tipo de equipo de protección y usé esta maravillosa y aterradora experiencia para describir los sentimientos de Nuri cuando Mustafá le presenta por primera vez a las abejas.

Un fragmento de la novela dice: “Las personas no son como las abejas. Nosotros no trabajamos en equipo, carecemos del sentido que tienen ellas de hacer las cosas por el bien de la colonia”. ¿Crees que el ser humano podrá trabajar algún día en equipo como las abejas?

Creo que hasta cierto punto podemos trabajar en equipo como las abejas. Sin embargo, el problema es que hay tanta división en el mundo, que hace que se rompa todo.

Aunque más adelante en la novela, dices “es sorprendente lo mucho que queremos a las personas desde el momento mismo en que nacemos, la forma en que nos aferramos a ellas como si nos fuera la vida en ello”. ¿Crees que quizá sí necesitamos al otro, pero no somos capaces de trabajar juntos por el mismo bien común, como hacen las abejas?

No es ni una cosa ni la otra. Creo que ambas son verdaderas. Por supuesto que nos necesitamos, por supuesto que nos amamos y nos apegamos a la gente e intentamos siempre acercarnos a los demás. Incluso la peor de las personas habrá amado a alguien. El problema, creo, como dije antes, es la división. Nos hace olvidar que las personas son humanas, se convierten en «otros», y por lo tanto los ponemos en una categoría, luchamos contra ellos, a menudo pensando que nos estamos protegiendo a nosotros mismos. Dejamos que los demás sufran. No es que no necesitemos a las personas, es más complicado que eso.

Al hablar del mundo de la apicultura, hablas de los negocios familiares, de las relaciones entre padres e hijos en una sociedad muy tradicional. De alguna manera, Nuri se enfrenta a su padre para poder perseguir sus sueños y no trabajar en el negocio textil familiar. ¿Crees que eso sería posible en la realidad? ¿Que un hijo se rebele ante su padre en una sociedad tan conservadora?

Sí, creo que siempre puede ocurrir en la realidad. He oído muchas historias de gente que ha hecho lo que Nuri hizo tanto en mi propia cultura como cuando estaba entrevistando a la gente mientras escribía la novela.

En una frase del libro dices: “Hace falta ser muy valiente para gritar, para expresar lo que sientes por dentro”. Nuri y Afra no son capaces de expresar sus sentimientos, sino que cada uno a su manera se encierra en su mundo interior. ¿Cuándo alguien que ha pasado por todo ese dolor decide ser valiente? ¿Cómo puede gritar?

Bueno, no estoy segura de cuándo alguien podría decidir ser valiente, ya que cada persona es diferente. Ni siquiera creo que sienta necesariamente que está haciendo algo valiente en ese momento. Cuando Afra llora en la consulta del médico, por ejemplo, de repente lo suelta todo porque se siente segura allí. Para Nuri es más difícil. Lo que quise decir con esa frase, sin embargo, es que a veces hay una persona que es lo suficientemente valiente como para gritar cuando algo está mal.

Pude ver esa esperanza en la gente. Habían encontrado una manera de sobrevivir, hicieron amistades, tenían sueños sobre el futuro

La referencia a la risa de Afra es preciosa, “su risa era el sonido más hermoso que quedaba sobre la tierra”; además, hablas de la risa y del llanto al recordar fragmentos del pasado, es increíble cómo estas dos emociones brotan con los recuerdos. Durante tu experiencia en el campo de refugiados, ¿oías risas y llantos? ¿Solo risas o solo llantos?

¡Absolutamente! He oído las dos cosas. Especialmente cuando las mujeres tomaban el té y los niños estaban en el área de juegos.

Otro contraste muy bonito es el de la oscuridad/noche y la luz/sol. De alguna manera, siempre proyectas la esperanza en tu historia, el lector puede ver que, dentro del dolor, siempre hay una luz que te empuja. ¿De dónde nace esta analogía? ¿Las personas que encontraste te transmitían esta esperanza o es algo que crees tú?

Pude ver esa esperanza en la gente. Habían encontrado una manera de sobrevivir, hicieron amistades, tenían sueños sobre el futuro. A menudo imaginaba cómo me habría comportado yo en esa situación, si hubiera sido capaz de encontrar coraje y esperanza en mi propio corazón. Pero también lo vi en mis padres mientras crecía.

A raíz de este contraste, también haces esta reflexión muy cierta: “Pero a mí no me gustan su orden, sus jardines perfectamente recortados y sus pulcras terrazas y sus miradores. Todo eso me recuerda que esta gente no ha visto nunca lo que es la guerra”. Otra contraposición entre el orden de Inglaterra y la destrucción de Siria. ¿Cómo puede Nuri o un refugiado adaptarse a una nueva realidad que nada o casi nada tiene que ver con el lugar de donde viene?

Bueno, en parte, Nuri está haciendo suposiciones. Está amargado en ese punto de la historia; se siente enfadado. No puede saber por lo que ha pasado la gente que vive en esas casas, tal vez han experimentado una guerra. Este tipo de creencias creo que es lo que puede alimentar la división. Nuri tendrá que aprender que otras personas han sufrido sus propios traumas, mientras que la gente de esas casas tendrá que entender los horrores y la devastación a la que Nuri se ha enfrentado.

También describes muy bien cómo se diferencian el silencio de Siria (“anunciaba peligro, una bomba, sonido de disparos, etc.”; “un silencio cargado de desconcierto y locura”) y el silencio de cuando llegan a Inglaterra, que es sinónimo de paz. Es increíble cómo se puede dar un valor distinto al silencio (y a las cosas en general) en base a tu propia vida. ¿Cómo llegas a reflexionar sobre el silencio?

Porque pude entender ya desde pequeña que el silencio significaba algo diferente para mi padre, que tal vez estaba lleno de peligros y recuerdos, aunque no podía estar segura. Era algo que imaginaba. Después de que escribiera El apicultor de Alepo, me dijo que hace cuarenta años pensaba en la guerra todo el tiempo, incluso ahora no pasa una semana sin que piense en ello. Creo que siempre tuve esa sensación.

Hablas de amor y perdón, hay una frase muy bonita “un tiempo en el que amar a mi mujer era algo sencillo”. ¿Crees que quien vive una experiencia tan traumática como tus padres o los protagonistas de tu novela, podrán llegar a perdonar y a amar de nuevo?

Sí, creo que es posible, pero también creo que depende de muchas cosas. Si ese trauma se reprime, puede servir para herir a la gente que más quieres. Es una posibilidad, pero es muy real.

La identidad y el hogar son temas muy importantes. Nuri y Afra existen en la oscuridad, que es como si no existieran. ¿Qué era el hogar y la identidad para tus padres? ¿Qué es el hogar y la identidad para ti? ¿Y qué es el hogar y la identidad para Nuri y Afra?

Creo que el hogar y la identidad pueden ser conceptos cambiantes. Mi madre siempre se sintió en casa en el Reino Unido, no quería volver a vivir en Chipre, aunque nació y vivió allí hasta los dieciséis años. Había hecho amigos aquí; había construido una vida aquí y eso lo convirtió en su hogar. Sin embargo, cuando enfermó de cáncer pidió ser enterrada en Chipre. Me sorprendió, pero eso me dijo mucho acerca de dónde estaba su corazón. Me siento en casa en el Reino Unido, nací aquí, pero no me sentiría igual sin toda la comida y las tradiciones chipriotas a las que me he acostumbrado. Cuando la gente llegó como refugiados, empezaron a crear una nueva comunidad entre ellos, y esto creó un nuevo hogar y una nueva identidad para sus hijos.

Hay una frase con la que me gustaría terminar: “Tienes que amar tu historia”. De alguna manera, solo aceptando tu historia, tu pasado, podrás seguir adelante. ¿Es así?

Sí, por supuesto. Lo creo profundamente.

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