No podían vivir allí, sobretodo por los niños. La noche de octubre de 2013 en que Aicha Alsiyoufi decidió partir de Síria hacia Europa junto a su marido, Mohamed Hosaeidin, y sus dos hijos pequeños, Hatem i Saleh (de 6 y 4 años), se lo repetía una y otra vez. Su ciudad, Homs, estaba destruida y -aunque ella nunca hubiese pensado en marcharse- su familia debía sobrevivir: caminaron diez horas cargando las pocas pertenencias que pudieron recoger hasta llegar al Líbano, donde les esperaban unos amigos que los acogieron en Beirut. Desde allí, pidieron un visado para venir a Europa y volaron hacia España para aterrizar en Barcelona.
Desde que en 2011 empezó la guerra de Siria, Homs -considerada la tercera ciudad más importante del país, cuyos orígenes se remontan a un emirato Árabe del siglo II a.C.- ha sido una de las ciudades más castigadas. Estaba dominada por los rebeldes opositores del régimen de Bashar al Assad cuando el gobierno sirio respondió a la rebelión con ataques; coincidiendo el nacimiento del hijo pequeño de Aicha (en 2012) con la conocida como masacre de Homs: la urbe fue bombardeada y murieron miles de civiles. Tras cinco años, la guerra ha acabado con los recuerdos de la familia, los ha reducido a escombros.
Su vida -tal y como la conocía- quedó debajo de las ruinas: su casa, el trabajo de taxista de Mohamed que les permitía vivir cómodamente… La guerra se lo ha llevado todo, también a dos hermanos de Aicha que fueron tiroteados en plena calle. Ahora, su família está dividida. Los hermanos de Mohamed han huido a Egipto y sus primos están en Turquía (como tantos otros refugiados del país), mientras que la madre de Aicha se reunió con otro de sus hermanos en Arabia Saudí, donde él vivía desde hace 10 años. En Siria, está su cuñada con sus tres sobrinos y los padres de su marido, que -con 85 años- “no quieren morir fuera de su país”. Sólo cuando las tecnologías lo permiten, pueden hablar con ellos.
Cuando llegaron a España, se dirigieron al Servicio de Atención a Inmigrantes, Extranjeros y Refugiados (SAIER) a solicitar asilo y recibieron un permiso para permanecer en el país. Desde allí, les mandaron al municipio valenciano de Cullera (en la comarca de la Ribera Baixa) y los instalaron en un centro de refugiados. “Nos dieron la opción y aceptamos porque no teníamos mucha idea de donde íbamos”, recuerda Aicha. No conocían a nadie, el idioma y la cultura eran su verdadera barrera; aunque reconoce que en el campo de refugiados vivían bien y sus hijos acudían al colegio. En agosto de 2014, casi un año después de aterrizar en Barcelona, recibieron la protección subsidiaria -por tanto, derecho a vivir y trabajar en España-, pero ya no podían permanecer más tiempo en el centro de refugiados.
Fue entonces cuando la familia decidió probar suerte en Ginebra (Suiza) y -tras denegarles el permiso por el Protocolo de Dublín, reglamento que establece que los solicitantes de asilo han de quedarse en el primer país de Europa en el que entran- decidieron volver a Barcelona. Estaban en la calle, sin dinero ni recursos, hasta que conocieron Cruz Roja, que les pagó una habitación en una pensión y les proporcionó alimentos. Después de 50 días, la ONG les instaló en un pequeño piso del barrio de El Clot y -ahora- es el Ayuntamiento de Barcelona quien les ha proporcionado una vivienda en El Raval.
Pero no consiguen encontrar trabajo. “España nos ha acogido bien, pero no nos dan salida. Queremos poder trabajar y sobrevivir por nuestra cuenta”, dice Aicha. Esta familia siria cree que España no destina suficientes ayudas a los refugiados, carencia que suplen entidades sociales y la sociedad civil: “el gobierno nos ignora, ni siquiera ha hablado con nosotros”, lamenta la joven Siria. Con 37 años, Aicha -que en su país no tenía la necesidad de trabajar- quiere aprender a fondo el español y ejercer de traductora; ya que de momento no ha tenido suerte en puestos de cara al público. Dice que es muy difícil conseguir trabajo con el velo puesto.
De momento, tiene un año de margen para encontrar trabajo mientras vive en El Raval. “Conozco sirios que llegaron a Suiza o Alemania y el gobierno les ayuda a buscar trabajo”, asegura Aicha. Aún así, después de dos años en España y tras saber de la situación de miles de refugiados que viajan por mar y se hacinan en campos, se siente afortunada por haber podido huir de la guerra por su cuenta. Tiene un techo, una ayuda de la Cruz Roja, va a clases de español y sus hijos al colegio.
«Los refugiados no nos vamos de nuestros países porque queramos”, dice Aicha tras admitir que le gustaría volver a Siria después de la guerra. Aún así, reconoce que la solución al conflicto no llegará a corto plazo, pues “muchos países tienen intereses económicos en que no finalice”. “Lo único que queremos es la paz en Siria», dice tras pedir a los gobiernos que ayuden a su pueblo. Sin embargo, el futuro lo ve en Barcelona, pues sus hijos van a la escuela y ya han echado raíces.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.